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sábado, 31 de diciembre de 2011

Un corte de cuenta


Haré un corte de cuentas, pero de verdad. Haré un corte de cuentas, pero al revés. No resumiré lo que he hecho o sido hasta ahora para ver cómo voy. Borraré, en cambio, la historia. Aniquilaré el pasado. Terminaré de un plumazo con la inercia, con la tradición, con lo que siempre ha sido así, con el oscuro pasado. Hoy seré bendecido por el amanecer. Hoy sentiré una nueva brisa en mi cara, un nuevo mensaje qué dar y recibir. No me importan tus días antes de hoy al conocerte, y espero que me correspondas con eso. Hoy, a esta hora, comenzará la construcción limpia, sin contaminación alguna, con la frescura y la emoción de lo nuevo, de lo incierto. Ya no hay decretos ni prohibiciones enquistadas en mi mente, en mi corazón. Así que, de ahora en adelante, caminaré a un nuevo paso, con los oídos, los ojos y la piel abiertos a la nueva verdad que ocurra ante mis sentidos, ante una cabeza abierta y sin prejuicios. Desde ahora, seré libre.

Tiempo


Decir “te quiero” dura un segundo. Un abrazo, por muy encimoso que sea, ha de durar menos de 30 segundos. Llamar a tu mamá, papá, abuela, u otro familiar sólo para saludar, podría durar 4 minutos. Comprar un dulce camino a casa, podría retrasarte 10 minutos. Tomarse una cerveza con un pana… eso son unos 20 minutos, y si son dos, seguro menos de una hora, y para el año que se dejarán de ver, hasta 5 cervezas podrían caer muy bien. Enviar  un mensaje por correo a los seres bien recordados, con correcciones y todo, serán 5 minutos. Almorzar son 20 minutos, y si es acompañado, mejor. Así que cuando me dices que no tienes tiempo… ¿a qué tiempo te refieres?

Por ahora, si


Por ahora, seré defensor de mis principios. Por ahora iré tan lejos en mi rectitud  como me sea posible, cuidando los derechos ajenos, el bienestar colectivo. Por ahora, mis valores serán mi bandera ante los entuertos de la vida en la calle, en la oscuridad pegajosa. Por ahora, la compasión y la empatía serán la lente que usaré para mirar al prójimo. Pero eso será por ahora. Luego, no. Luego, cuando esté hastiado de colocarme como escudo de monolitos anticuados y retrógrados, dejaré pasar a los malos y miraré de cerca el lado oscuro. Nada me importará, y menos después de tantos años de pelea perdida, sostenida por parpadeos, por destellos que me decían que todo iba a salir bien. Luego, me hundiré hasta la superficie y disfrutaré de lo que de hasta ahora me escondía por tóxico. Moriré con ambas experiencias vividas y con el promedio calculado. Por ahora, los tobillos ya están temblando en esta corriente incesante, y no creo ser de los que se parten los huesos por tal bandera sin estrellas, aunque digan que vale la pena, aunque sea bonito cuento para mis hijos.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Pesadilla con Shakira


La luz de la rendija de la ventana me despertó y el dolor de cabeza me contó del final de mi noche. Giré sobre mí mismo y sin poder terminar, fui interrumpido por otro cuerpo en mi cama. Era Shakira. Emm si, era Shakira, que se había despertado con el empujón. Me miró, la miré, y ahorrando preguntas y respuestas obvias, le pregunté: “¿Qué haces aquí?”, a lo que respondió: “Nos vinimos anoche, después de conocernos en la discoteca”. Tratando de no quitarle la vista de encima, sólo hice esfuerzos inútiles para recordar. Al ver su loba figura por entre mi vieja cobija, sonreí y le dije: “y mira, chica, ¿qué tal un besito?”; y mientras hacía yo el puchero para recibir mi premio, nuestra estrella miró el reloj de Mickey que tengo en el closet, y brincó de la cama: “¡Coño, me tengo que ir!”, y mientras abría los ojos y ver el afán de su merced, le pregunté con desespero: “¿Qué pasó, Chaqui? ¿No vamos a hacer nada?”, y desapareciendo detrás de un portazo, respondió, con falsete y todo: “Ya lo hicimos, amor… ¡me tengo que ir!”

¡Anda, vale,que viene Año Nuevo!


Anda, llora, eres blando, vulnerable, accesible. Anda haz tu berrinche, manifiéstate con tu lenguaje imperfecto, airado, desconsiderado. Anda, ven y grita, patalea, dime tu razón prohibida al público. Anda, pues, haz lo que te salga del alma cabeza caliente; di lo que debas decir para que tu corazón se calme y la vida siga, al menos sin problemas orgánicos. Después que salgas de la calentura, sonríe; anda, hazte un poema, un escrito en una servilleta y siéntete bien, útil a la caricia, cómplice de la blandura que llevas dentro. Anda, coño, reflexiona, vuélvete un enredo para saber qué quieres, qué necesitas, qué te da la gana vivir. Siente, por poca vez en tu tiempo, que no estás arrastrado a los designios ajenos, concientes, superdotados de alguien a quien admires, respetes, temas. Anda, con la tranquilidad de tus años, pensar en lo que ahora te haga hacer silencio sin miedo de escuchar; que te facilite ser como quieres, ser, y quien sabe, como ya eres. 

jueves, 29 de diciembre de 2011

No sé... ni quiero saber.


No sé. No sé y parece estar mal. Pero la verdad es que no sé. No sé cómo enfrentar el juicio de los demás respecto de mi ignorancia. No sé si es voluntario o no. Hay muchas cosas que no sé, y una de ellas es cómo corregir lo que no puedo entender, lo que no puedo, ni siquiera, percibir. Son versiones, opiniones en voz baja las que me llegan mientras, en mi ingenua tranquilidad, en mi ensimismada paz. Padezco, según la audiencia, de una enfermedad; podría decir yo que no duele, que no incomoda, no mortifica. Estoy asintomático, en una gravedad demasiado llevadera como para notarla. No sé y no sé si quiera corregir eso. No sé y por más preocupado que deba estar, no lo estoy. Pasa el tiempo y nadie ausculta a favor. Pasa el tiempo y mi isla parece ser, según los entendidos, más pequeña. Por mala suerte, no veo la calamidad acercarse. Por culpa de mi ceguera crónica, no detecto la inminencia de la catástrofe. Esto de no saber es algo muy extraño, que no da para saberse perdido y poder continuar en lo que en los grandes tomos se cataloga como locura, como indiferencia, como negligencia o irresponsabilidad… pero no sé, no sé si seguir escuchando voces agoreras, a mi ignorante manera de ver, o cerrar los ojos y sonreír, y celebrar mi desconocimiento puro y escandaloso.

Parada ahí

Veo que estás parada ahí, enfrente de mí. Llegué aquí, corrí hasta aquí para hablarte, para me que mirases. Pero no me miras. Tus ojos se pierden en el camino que también se pierde. Te hablo, te suplico, te hago señas y nada. Después de un rato, se me antoja que no te has dado cuenta de que estoy allí, rogando, tarde ya, el regreso. Te asemejas a una estatua preciosa que deja su cabello pasear por la brisa que sí se atreve a acariciarte. La sentencia parece ser definitiva, aunque no queda claro quién la dictó. Sólo me queda mirar impotente una lágrima en tus ojos inamovibles, que baja por tus mejillas indiferentes a mi angustia. No hay por favores, berrinches o pataletas trasnochadas que te hagan reaccionar a mi favor, a lo que todavía creo nuestro favor. Estoy seguro de que esa visión bizarra del abandono es el único recuerdo que me quedará de ti, del accidente fatal que resultó lo nuestro.

Desde afuera... siempre


Los cantos de los gallos y el cacareo incesante de las gallinas, dicen cada día, que la expresión es lo más importante. Sacar lo que se piensa, lo que se siente, hasta con cierto adorno, con cierto ribete. Conocerse, acariciarse por dentro, saberse vivo y comprometido con algo, con cualquier cosa, con lo más ridículo que uno pueda soñar. Y mientras digo esto, miro hacia un lado, no sé si hacia abajo, y miro rígidas fracciones de vida provocadas por necesidades más enfáticas, aún más viscerales que las mías, que las que me empujan a decir tantas cosas, a dar forma a mis más íntimos berrinches existenciales. Es otro tipo de hambre; es otro tipo de incapacidad, más permanente, más imponente. Son paredes que no muestran peldaños, que no dejan ver saliente donde apoyar el pié para impulsarse y salir del encierro. Son ignorancias menos voluntarias, pero más definitivas. Es el agua al cuello, es nariz y boca tapada, sin permitir algo de aire pasear por la tristeza imperceptible, inconcebible, que vigila y controla desde la oscuridad. No tengo argumento inteligente. No puedo apoyar en nada que se me pueda ocurrir… la cuerda que agarra el cuello no da más, ni un ápice a favor de nadie. Con mi capa no puedo arropar a nadie. Veo a todos desde lejos, pero con tanto dolor ignorante de mi parte. Crecí en otro entorno. Crecí entre espinas más redondeadas, más fáciles de esquivar. La indiferencia era entonces una buena herramienta para crecer, para ver sólo los colores pastel, para escuchar sólo los cantos de las aves y del agua al caer. Crecí en medio de una felicidad que ahora me parece desconsiderada, burlona y silenciosa, que me parece hipócrita; y lo peor, es que no puedo dejar de jactarme de ello, aún mirando y oyendo los gritos del otro lado, los lamentos que no sé curar, las heridas que tienen parte de mi nombre en algún lado que no deja de sangrar.

Préstame tus ojos


Préstame tus ojos. Regálame algo de tu mirada. Dime lo que ves allí, donde estás ahora… sé que es mejor, sé que me gustaría verlo. Préstame tus percepciones de lo que te rodea. Envíame por un correo especial los olores de la tierra mojada y del pasto donde estás sentada. Hazme saber del alimento que te mantiene caminando lejos de mí. Dime si algún recuerdo me lleva de vez en cuando a tu lado; dime si alguna lágrima honra mi ausencia, si algún suspiro me invoca sin tu permiso. Toca una de tus mejillas como quisieras que yo lo hiciese. Mírate en un espejo para desde tus ojos saberte la misma de siempre. Canta en silencio alguna de nuestras melodías, para hacerlo a dúo, como antes. Corre por el campo, para perseguirte un poco más lejos y siente esa cosquilla de cuando se está a punto de ser alcanzada por la picardía, y cuando al descansar del juego divino caigas al piso, por favor, haz que te duermes en mi regazo, con mis caricias.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Idealízame, anda...


Idealízame siempre. Idealízame cada día. Borra de tu mente mis más antipáticos defectos y deja lo más acomodadito que encuentres. Déjate llevar por mis gestos elocuentes y mis palabras enrevesadas, domingueras, contundentes. Olvida, por favor, y en nombre de lo nuestro, mis desafueros, mis estalidos, mis faltas al respeto, torciéndolos poco a poco hasta llegar sólo a mis ternuras, mis pasiones, mis aciertos invencibles. Bota esa foto, y esa, y esa. Deja estas, la del traje brillante y el peinado favorecido por la luz de la cámara. Déjame, por un rato más, seguir siendo tu fantasía viviente, la solución a tu problema, lo que nunca podrás encontrar en ningún otro.

martes, 27 de diciembre de 2011

Seducción insolente


Te veo y tienes serias intenciones de raptar mi dignidad, mi orgullo. Tus manos comienzan sus movimientos rituales para recuperar mi atención. Tu mirada, que sube lentamente desde el suelo, caminando por tus intenciones, hasta llegar a mis ojos ajenos, maestro en fingir indiferencia. Tomo un libro, enciendo la lamparita de siempre, y a través de la tenue luz amarilla puedo ver serpentear tus vestidos, como dejando saber que hay algo dentro de ti que me quiere encerrado entre tus brazos. Pero no cederé, no seré la víctima, nuevamente, de tus suspiros a quemarropa, de tus susurros punzantes. Me vestiré de minusvalía; ninguno de mis sentidos querrá funcionar ante tus artes delincuentes. Pero parece ser una empresa dura y cada vez insostenible. Parece ser que mis fortalezas te recuerdan. Parece ser que el triunfo comienza a recorrer tus mejillas, y el velo de delicadeza cae de tu rostro, amenazando, mortalmente, mi recién conquistada paz.

Sólo bastó un momento


Sólo bastó un momento para acabar con todo. Demasiado corto para terminar con tanto. Una imprudencia, un mal movimiento, una omisión, y todo lo que era nuestro mundo, se fue. Gritos, lamentos, gente alrededor, y aún siendo todos extraños, la compasión nos arropó. Desesperación, llamadas, miradas tratando de buscar lo que ya no había; los cuerpos yacían entre el amasijo de metal y cuero, entre el silencio recién instaurado. No había nada qué buscar, aunque quisiésemos; no había respuesta de los rostros recién inmortales, que hasta hace segundos se rodeaban de sueños, se bañaban en esperanza. Los minutos traen el lamento resignado de los impotentes. La tranquilidad excesiva, el viento que canta melodías pasadas, el calor temprano de la última mañana del cuento sólo nos ponen en el camino lento e inevitable de la pérdida, de la extrañeza, de la negación de todo lo que pueda construir ahora, en este momento de confusión.
Hace poco pasé cerca de sitio, y no pude evitar se halado por las tres cruces clavadas en el árbol marcado de ese camino, el único testigo presente del fin de la historia, la única pieza del azar dispuesta ese día, para esos ausentes.

Pues sí, chica


Pues, si, aquí estoy. Con esta sonrisa atrapada entre mis dientes. Después de lo que pasó, pensé que no ocurriría más, esto de estar así de ligero. Y yo que pensé que era el final de mis días, que sin ti nada tendría sentido. Incluso me dejé caer en el suelo y esperar que una muerte dramática, pintoresca, una muerte que rayase en lo cursi, viniera y me recogiese de mi postración. Pero no fue así; me quedé esperando y esperando… después de un rato, nadie vino, nadie se compadeció y sintiéndome en medio de una tremenda ridiculez, tuve que levantarme y usar mis pies, ya no tan desahuciados. Tanto la figura como el fondo eran oscuros, inciertos y lo que provocaba era renunciar. Pero resulta que renunciar no es tan fácil; para renunciar se necesita más valor que para seguir en el juego… por eso, me vine y me di un baño y me vestí para caminar hacia algún lado, y comenzar a buscar el sentido que pareciste llevarte, y que finalmente, lo que pudiste hacer fue esconderlo muy bien. Espero que estés igual de bien, igual de reconciliada.

La mente no dormirá

La mente seguirá trabajando. Nos haremos los imbéciles, buscaremos de qué reír, en qué invertir el tiempo, el sueño profundo; pero detrás de la cortina de la inconsciencia se nos apagarán los párpados. Las vísceras continúan escuchando las palabras reverberantes que permean desde nuestra cabeza y nuestro corazón, sin posibilidades de ignorar, de pasar agachadas. El intelecto seguirá jodiendo con todo el material diario, constante que le otorguemos a consignación. Será tal proceso lógico que no habrá más responsable que tú mismo. Por eso, mi pana, cambia ese ajuar enmohecido, abre las cortinas poco a poco, deja que entre luz y frescura en tus cabellos, para comenzar. Ya verás cómo casi imperceptiblemente, tu mirada recobra el brillo y el ceño se diluye en la nueva tranquilidad que se pasea por tus sienes, por todo tu cuerpo, posponiendo indefinidamente el próximo colapso preparado para ti.

lunes, 26 de diciembre de 2011

No te oigo más


No te oigo. No sé qué me quieres decir. No puedo, aún si quisiera…y no quiero. Ya escuché todo lo que debía hoy. Es más, creo que ya escuché lo que debería haber escuchado en demasiados días. Si te paras enfrente de mí, si me haces señas, aún si me gritas, no viraré la mirada para saberte, ni a ti ni a nadie. Es por eso que ahora estoy en la terrible digestión de ideas, de palabras, de insultos maquillados, de sonrisas con filo. Es por eso que ahora tengo mis puertas blindadas a todo mensaje posible. Por eso, te pido, por favor, que no intentes buscar en mí una mirada atenta, una sonrisa honesta, un oído pendiente. Por eso te pido que te mantengas lejos de este adelanto visual de lo que soy, de este pellejo indiferente, de estas manos distraídas.

En sus marcas, listos, ¡Qué va!


Traté de hacerlo y no pude. Fue el peor error que pude cometer. Yo sabía que si lo hacía, me iría mal. Tantos me previnieron… el miedo se transformó en certeza. La terrible posibilidad se convirtió en certeza y creo que para la próxima no lo intento. Necesito certezas, garantías, protección; no puedo cometer este tipo de tonterías que atentan contra mí. Pasa e tiempo desde aquel episodio, y siento la misma necesidad de cuando lo intenté, pero más temor que entonces. El hecho es que lo sigo anhelando en silencio, y a pesar de que hice otras cosas más seguras para compensar mi necesidad, no surtió el efecto esperado. Fue como beber cuando se necesitaba comer. Ahora, como un fantasma incisivo, surge de entre mis pensamientos y aparece detrás de cada esquina, de cada árbol. Siento que perdí algo, pero no sé qué es con certeza, tal vez el valor, tal vez la esperanza, tal vez la cordura. Aquí estoy ahora, al comienzo de la bajada, muerto del terror, con el casco puesto en el sudor, con las manos en el manubrio que mira hacia delante con más frescura que yo… nos vemos en un rato, y espero contarles una mejor historia.

Los rayitos del...


Fui despertado por un rayo de sol en mi cara. Hacía tiempo que no sentía la extraña sensación de tibieza sobre mis ojos cerrados. Temprano, de mañanita, cuando el sol apenas balbucea lo que será su brillo pleno, son caricias las que regala mientras recorre el cuerpo; es como si buscase algo en ti, cual linterna curiosa. No molesta, no incomoda. Es una especie de baño invisible, de invasión permitida. Es un saludo al día recién nacido, a las nuevas intenciones, a las nuevas fuerzas que el día anterior menoscabó. Es una inspiración antes de recobrar la conciencia. Es una bienvenida de parte de un aliado no entendido. Debo levantarme, asearme y colocarme mis lentes oscuros, para preferir ignorar lo que me hizo despertar suavemente y entregarme a lo que me trasquila a diario.

Del Metro: "Gracias, mijo"


“Se les recuerda a los señores usuarios que los puestos azules en los vagones están reservados para embarazadas, personas de la tercera edad y personas con discapacidad”. A ver, muchachos, ¿Qué tan embarazada puede estar una chica? Tal vez, una joven de 25 años con dos meses de embarazo tiene menos achaques que yo, por lo que darle el puesto sería, netamente, un gesto de caballerosidad. ¿Qué tan de la tercera edad puede ser una persona para darle el puesto? Tal vez un adulto mayor de 65 años no tiene este tremendo dolor de espalda y talones que cargo yo ahorita, ¿no? ¿Y qué tan discapacidad es esa del pana que tengo parado enfrente? Seguramente por una sordera temporal no hay que darle puesto un carajo, vale. Lo más gracioso de la vaina es que mientras estaba yo en esta disertación mental brillante, una señora más vieja que yo, con dos bolsas se levantó de su puesto y me lo ofreció con mirada compasiva.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Que tire la primera piedra, pues

Que si libre de pecado, que si la primera piedra. Y bueno, ¿por qué no? La primera piedra será, pues. El pedacito de roca voló por los cielos y cayó en la cabeza de un inocente, en la mesa de un hambriento, en los sueños de un niño. El Libro me hubo dado permiso para este desafuero calculado, y yo casi que obedecí. Todo pasó y fui un pecador de los originales y certificados. Pero el asunto no paró ahí. El miedo al castigo fue quebrado en pocas horas y nació el cinismo moderado. Para este momento, ya sabía más de piedras, de punterías, de destinos, y no pude, ni quise evitar reincidir. Ahora eran más piedras; ahora tenían mayor frecuencia en sus aciertos. De hecho, hasta calendario tienen, dejando saber cuándo y dónde tendrá lugar el próximo atentado. A estas alturas, no hablo de pecados, menos de respeto y definitivamente nadita acerca de moral, pero tengo una extraña e imperturbable sensación de bienestar.

¿Y mi regalo?


Amaneció navidad y me desperté corriendo a ver qué me había  traído el Niño Jesús. Fui al arbolito, y no estaba allí.  Miré en la mesa, en los adornos para la cena y nada. Miré en todos lados de la casa, salí al garaje y no había nada en el carro. Seguí corriendo, pasé por el jardín, subí a la terraza y vaya que me sentí mal. Le pregunté a mi esposa, a mis muchachos si no habían visto mi regalo de Niño Jesús y no me supieron responder. Sentado al borde de la piscina, después de buscar en el gimnasio, que me di cuenta de que ya hacía algún tiempo, el Niño me había traído mucha prosperidad, una familia espectacular y una salud inigualable. Para el año que viene le pediré algo de sensatez (qué bolas tengo yo).

¿Una vida sencilla? Si, Luis


Una vida sencilla. Al parecer, la mejor manera de llevar una vida sencilla es no sabiéndolo. El equilibrio en la ignorancia parece ser espontáneo, expedito. Pero, caramba, uno se entera de la vaina y se complica todo. Comienza la reflexión, el enredo, la frustración. Entonces cada momento de equilibrio no se debe a causas naturales, sino al estudio, a la observación minuciosa, a la concientización de los factores circundantes. La verdad es que quisiera llevarme un golpe en la cabeza como en las malas historias de TV, en las que uno se olvida sólo de lo inconveniente y así desaprender el punto de vista complejo para ver lo sencillo, del enredo para llegar a lo simple, de lo fastidioso para llegar a la paz. 

Saquear la vida


Saquear la vida. Tomarlo todo en lo posible. Truncar los crecimientos, el florecimiento pausado, violentando procesos naturales, inevitables, necesarios. Pretender forzar la cosecha sin haber sembrado semilla alguna, cuando ya no hay tiempo para el crecimiento, para la comprensión. Vandalizar la caminata, quitando el avance y convirtiéndolo en un desplazamiento sin sustancia, aunque artificialmente colorido y ruidoso. Tomar atajos, pisar hombros, comprar la medalla. Pero vendrá el nuevo amanecer, a pesar de las dudas y los falsos fundamentos. Llegó el alba, poderosa, inexorable, majestuosa, y dejará ver el desastre de la noche anterior, cuando algunos pensábamos que no habría más allá, que todo se retiraría dejando el fin de la historia. Sale el sol, entonces, haciendo preguntas difíciles de contestar por nuestra estupidez, por nuestra precipitación, por la ceguera escogida como modo de vida. Recuerda siempre que habrá mañana, y mientras lo haya habremos de ser pacientes, reflexivos, festivos, pujantes, constantes. Así que quítate la máscara y las ganas de saquear, y comienza a disfrutar del resplandor que se fabrica con el goteo diario, y que llenará el recipiente, sin duda alguna, y dejará el botín ese que querías al principio.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Llegó la Navidad ...oootra vez


Llegó la navidad, de nuevo con sus frías mañanas regalando las reflexiones de este año. Llegó diciembre avanzado, con lo solo de las calles y ascensores, con el tono de jodienda venezolano preguntando qué hay pa hoy. Llegan de nuevos estoy días de cierta magia, en los que nos damos el permiso de sonreír, tal vez sin decir lo que sentimos y tememos. La familia siempre familia, con los presentes visibles e invisibles, con el pan de jamón, hallaca y ponche, ron o cervezas mientras la parranda y la gaita suenan en la sala y llegan los primos, los sobrinos y los tíos. Diciembre que rompe dietas, silencios e indiferencias. Fin de año que se acerca, precipitando expresiones sometidas durante el año, empujando promesas traviesas que se dicen con disimulo, porsia. Semana final de amores de todos los sabores, para los niños y jóvenes, para los viejos y para el ojo picao de lejos. Días de dos canas más y una pollina menos. Un año más de vida y uno menos de vida, que ojalá haya sido de buen saldo como para recordarlo dentro de otros, más adelante... coño, tía, ¿no hay maní del otro?

Me voy al fin


Me voy para otro lado. Me voy adonde pueda estar relajado, a lidiar co n problemas más parecidos a mis soluciones. Me alejo de la moralidad ajena y me voy a encontrar la propia... será mucho más fácil ser responsable por algo. Voy a quitarme esta camisa de fuerza en la que no puedo sacar los brazos y abrirlos con frescura. Haciendo las maletas me doy cuenta de que no necesito llevar mucho adonde voy; me percato de que, a pesar del miedo a mis sencilleces, el destino me depara bienes que no estorban, que no se desechan, que no se ofrecen en aparadores, por lo tanto, cuesta más que se pierdan o estén sujetas al costo de oportunidad. Me voy a saber dónde es que queda el carajo, que mientan. Estableceré mi yugo, mi dictadura, mi régimen, mis propias injusticias y vicios sin más audiencia y víctima que yo mismo. Seré la víctima feliz del secuestrador y sus sindromes de Estocolmo.  

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Moriré de arrechera


Me moriré de la arrechera1 sin que nadie lo note. Iré de escenario en escenario echando la culpa de las cosas a ellos, sin mencionar nunca mi inquietud. Iré, entonces, con mi cara de culo2, sembrando preguntas en los demás, a quienes ni crean que responderé cuál es mi problema de siempre. Seguiré, entonces, rellenándome de amarguras sembradas y cosechadas por mí; diciendo que sí cuando no y viceversa, para no entrar en detalle.

1  Rabia.
2  Culo.

Detrás de la emoción


Quiero saber qué hay después de la emoción, de la explosión de pasiones, de la pirotecnia. Quiero saber -claro está, después de vivirlo-, qué se ofrece cuando la dulce escaramuza baja la intensidad y queda el silencio ocasional inevitable. Necesito conocer qué regalos moderados puedo propinarte para arrancar una sonrisa y un abrazo. Quiero ver la curva de voltaje potencial que encierra tu cuerpo, tu mente, tu espíritu, totalmente ajeno a un banderazo de novedad, a esos chispazos locos que tuvieron a bien aparecer al comienzo de nuestra historia. Ahora, siento esa misma fuerza, pero llena de silencios, de miradas, de decisiones que destapan el raro compromiso sin obligación que siento tocar a la puerta cada mañana. 

Compré pintura


Compré mucha pintura, al fin. Prefiero mirar al futuro y dejar a un lado el pasado. Pintaré todo lo que pueda para  dar una nueva cara a todo, y así dejaré todo en orden. Hay algunos huequitos, pero no importa, no se verá si lo miras desde este lado. Sí, claro, hay algunas parece sucias, pero eso con la pintura quedará tapiado en el tiempo pretérito. No niego las grietas y la humedad, pero la brocha  los pondrá a dormir por un rato, mientras se necesita otro poco más de este color oscuro. No estará perfecto, pero está mejor. Se cayó un pedacito, pero con un brochazo llené el vacío y viéndolo bien, no se nota si uno pasa rapidito. Carajo, creo que no podré seguir pintando; se me cayó una pared y puedo ver el resto de la ciudad, ahora más indiferente que nunca. Creo que todo fue una payasada muy mal planeada y con mucha audiencia como para alcanzar el éxito. Hace dos horas que estoy entre los escombros, impotente, desgraciado, y con este maldito olor a pintura que me tiene loco…

Qué ladilla todo


Es tan bonita, pero nada más; qué ladilla. Huele a nuevo todavía, pero estoy fastidiado. Si, claro, el aparato es lo último que salió, pero apenas lo uso. Todos los días lo mismo. Qué aburrimiento este otro trabajo. Ya no encuentro qué más estudiar; puro caletre sin uso. No hay películas buenas este mes. Hasta el periódico se pone tedioso con los mismos muertos, con los mismos robos, con los mismos jonroneros batiendo récords. Ya conozco el mundo entero, o bueno, las principales capitales; tendré que ir a Marte y Júpiter a pararme en una nube ácida a ver que novedad trae. Entre cortes de pelo, barba y bigote; entre ropas con flequitos del 2020 y gimnasios de marca, ya no puedo estar más bueno. Qué ladilla. Ya no encuentro qué tener, qué buscar, qué botar. Me dicen que hay gente que con mucho menos que yo que logra el bienestar, la tranquilidad, pero yo estoy seguro de que esa gente está aburrida... lo que pasa es que no lo dice.

martes, 20 de diciembre de 2011

Sales a asomarte


Música extremadamente linda y sales a asomarte. Cosquillas detrás de las orejas y un baño de agua tibia sobre mis ojos cerrados y mis labios de risa tenue. Caricias aterrizan de mis recuerdos, de mis anhelos, para rendirse a mi humilde petición, a mi apresurada demanda. Un regalo inesperado, quién sabe si merecido. Un gesto fantasmal vestido de rosa. Un paseo por la vida escurridiza, coqueta, de timideces ingratas pero inobjetables.

Si volvieras...


Si volvieras. Si estuvieras. Si despertases a mi lado y me lo hicieras saber con tu calor. Si me vieras. Si supieras que ya aprendí a hacer lo que tanto me reclamaste. Si imaginaras. Si me recordaras… si me recordaras. Ya me aprendí todas tus comidas favoritas, tus paseos favoritos. Si lo entendieras. Tomé todas tus cartas de tinta lágrima y me rehice pensando que si lo vieras, te echarías una pasadita de visita. Ya no dejo mis cosas regadas. Ya no dejo un plato sin lavar. Ya no se me escapan detalles, delicadezas, modos de vivir. Si lo supieras. Aquí estoy, preparado, listo. Aquí estoy, sentado en la misma silla en la que me dejaste sentado, pensando, confundido, inconciente. Sigo mirando el reloj entre sonrisas desquiciadas, creyendo, con tu foto arrugada por la espera, desgastando la mecedora, la puerta, el cristal de las ventanas. Han sido muchas las cenas que debí gastarme yo solo, mientras la otra copa me miraba con interrogación. Han sido las noches que dejé tu lado mullido de la cama, sin sentir que nadie llegase en madrugada alguna. Es mi dosis de locura. Estoy seguro, muy seguro de que ya lo sabes todo, que lo has visto todo, que sólo no me quieres matar de la emoción, y que, muy seguramente, llegas a dormir luego de mi vigilia y te vas antes de mi despertar. Por eso es que estoy vivo, esperándote, para siempre.

Un cliché más


Si las cosas hablasen, contasen. Mi puerta extraña tu aparición, tu rosa escondida, tu espera mientras yo adentro me apuraba a recibirte. Mis sillas se quejan por no tenerte mientras yo salgo de cocinar, de bañarme, de despertarme. Mis ventanas no aguantan ya que la luz ya nunca venga desde adentro, cuando veías el cielo casi lluvioso, augurando un rato más conmigo. Mis corredores, escaleras, temen olvidar tus caricias al pasar, al explorar con curiosidad. Mi cama ya no puede evitar la soledad al no tenerte en las noches en las que sólo recibe pasión solitaria, lágrimas y algo de rabia que tranquiliza el torrente que fenece lenta y firmemente con cada oscuridad ociosa. Mi techo, mis paredes, mis retratos, mi chimenea; todos te extrañan como yo, y si pudiesen hablar, contar historias, confesar, seguramente lo harían mucho mejor de lo que yo lo hice. Si todos ellos hablasen, te contarían de la historia de cobardía y tristeza que ahora me habita.

Dulce y desatinado Niño Jesús


Dulce y desatinado Niño Jesús. Puntual como un buen funcionario. No había manera de que me trajeras lo que pedía… seguramente por falta de antelación, pero nunca quedaste mal. “El niño es un espíritu que entra por la ventana y deja los regalos”, me decía mi mamá, mientras yo me imaginaba una sombra azul, escurriéndose por entre las rendijas de la ventana, moviendo la cortina de la sala y haciendo su acto de magia en la esquina de la pared verde esmalte. Sí pude saber que no llegabas al campo, cuando me iba de vacaciones… seguramente porque no había antenas repetidoras porái y la carta se quedaba corta. Unos añitos después, se planteó la aventura de pensar que el Niño Jesús no era el espíritu en cuestión, sino algún familiar cercano (sacrilegio no muy castigado, por cierto). Luego de muchos años y dos hijos, ya se despejó la incógnita: El Niño Jesús soy yo.

Un paso... no más.


El equilibrio automático no existe, es una ilusión ingenua. Desmembramos el tiempo en el próximo paso, como los animales menores. No hay tendencia planificada, a menos que seas un pillo. No hay un patrón coherente e inteligente al mismo tiempo. Sumamos uno a lo que hay y nos acogemos a esa minucia; no miramos de lejos para saber si torcemos la suerte con cada pasito, o si conservamos lo que tanto ha costado. Palante es pallá, pero como los perros y la cola, no terminamos pronto de dar vueltas, de marearnos y sólo esperar el carajazo contra el piso. No botamos los lastres, no reacomodamos lo útil y lo superfluo llena nuestras horas inmediatas para mañana acabar en la basura. Lo que esperamos es más grande que lo que viene y no cabe, así lubriquemos con excusas y aparentes brillanteces. Los días pasan y no dejan de pasar factura: ninguno es gratis o sin costo adicional... por cada 365 perdidos, optas al premio de un año menos de vida.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Y te miro


Te miro desde hace rato. Te miro y sé que eres muy joven. Te miro y veo la duda en tu ceño. Veo la inocencia que motiva a la curiosidad. Veo la fuerza que atrae el logro. Veo la ilusión que hace soñar. Veo un ramillete de cosas que a los experimentados podría parecer un torpe proceso de aprendizaje, pero que deja entrever lo hermoso de crecer cada día, cotidianamente, entre la ida y la vuelta siempre distintas, aunque sean al mismo sitio. Te veo y veo ese brillo fresco, nuevo en tus ojos. Te veo y me hace sonreír tu picardía, al mirar y creer que nadie te ve. Sé que poco a poco lo que se repite es tranquilidad, seguridad, salvación, y lo distinto es ansiedad, miedo, titubeo. Te veo y deseo, por lo más sagrado de cada quien, que nadie llegue y te diga que te equivocas, que debes detenerte; deseo que nadie te arrastre por el terrible camino conocido que sólo regala más tiempo de vida, sin poder sentir su sabor. Espero que, al llegar a mi edad, tus ojos conserven el brillo que los míos perdieron… y que ahora sólo buscan el brillo ajeno para maravillarse.

No quería llegar


Llegué y no quería llegar. Estaba embelesado en el trayecto. Miraba hacia los lados, hacia arriba, hacia atrás y adelante. Mi movimiento producía brisa en contra, lluvia de frente. Como avanzaba, podía aprovechar uno que otro tropiezo para ver las cosas desde otro punto de vista. Pero ahora, ahora parezco varado; me dieron mis papeles en regla, mi abrazo y mis congratulaciones, y a pesar del júbilo público, mira, ya no siento la brisa, la lluvia, los buenos tropiezos como antes. En lugar de recoger alas, tengo lastre en los bolsillos. En lugar de navegar, siento que el agua sube por mi cuello y respirar se pide por favor. No hay puntos de vista distintos a éste, mi flamante y rasante. Mirar hacia los lados requiere hundirse un poco más, así que no sé si prolongar mis miopes exploraciones hasta que entre otra piedra en mi bolsillo casi lleno, o hacer un último forcejeo, un último berrinche que espero efectivo, definitivo. No sé si tenga tiempo de pensar, y temo basar mis próximas estrategias en clichés, en plantillas, en calcos que se habrían quedado adheridos en mi cabeza durante mis tiempos de despreocupación, en los días cuando vivía el teatro, la tragedia sólo como espectador.

Vivo preso


Dicen que vivo preso, pero aún así, me siento bien. En este espacio limitado, puedo caminar, correr, ver. Es más, puedo pedir que alejen de mí la reja, ampliando el espacio a niveles a los que critican mi situación, no podrían llegar. Tengo un horario, una hora de salida, de entrada y de recreación. A veces trato de buscarle el sentido a ver mi situación como un encierro, a lo que estoy sometido, pero tengo más que otros, puedo más que muchos. Además, mi espacio crece entre las rejas, así que parece que no estuviesen, que nadie las hubiese puesto. Es más, hay un sitio desde el que no se ven rejas, aunque sepas que están… están… si están… Bueno, me olvidaré de nuevo de mis rejas y seguiré admirando lo que me fue dado. Seguiré entrando en el hoyo que hice, y miraré el cielo, ese espacio infinito que nadie podrá encerrar, recoger. No hay remedio, debo seguir empujando esta sonrisa en público y seguir jugando al rey de los argumentos.

Sin palabras, por favor


Me preguntas por qué y no sé responder. Buscas una razón, un motivo por el que todo ocurrió… pero no puedo hablarte. Esto ocurrió naturalmente, sin palabras, sin quejidos ni suspiros. No sé explicarte el porqué de estar aquí, parado frente a ti, con esta disposición a hacer lo inimaginable, lo imprevisto, lo inaudito. Todo parece fluir de esta manera inevitable, sin alternativa, casi sobrenatural, y tú te limitas a preguntar “por qué”. Tal vez es así como comienzan y terminan las cosas; tal vez es así como ocurren y se desenvuelven tantas situaciones. Al encontrarte, fue por dejarme llevar, por cerrar los ojos y dar pasos que resultaron siendo nuestros aliados. Durante nuestra pasantía por la aventura y la convivencia, por el compartir y transcurrir, las palabras fueron sólo brazadas en medio de una corriente inexorable, no aportaban, no quitaban; y es ahora, en este momento difícil cuando me pides que las use. No puedo. No puedo traducir lo que siento usando mi voz, un pedazo de papel. No puedo.

Llegaron los años. Llegué yo.

Llegaron los años. Llegué a mi cabaña soñada. Llegó internet ilimitado. Llegó el silencio absoluto, con la excepción de los queridos bichos del exterior, del viento, del calentamiento del techo de viejas tejas. Llegó la decisión de alejarme y llega el viaje, la mudanza siempre molesta, aunque frugal. Llegó, como les decía, el silencio luego de los muebles y repisas. Llega el ciberconducto y los amigos de siempre, incluyendo a los amigos de Facebook IV, que anda de una boga… llega el yo, pero el buen yo. Se desnuda el carácter y tira sus ropajes en el piso; nadie se quejará. Ya desaparece la personalidad. Ya no tengo que aparentar fortaleza para ocultar debilidades; no hay audiencia. Al acabarse el bastimento, llegará el muchacho simpático de siempre con sus paquetes de alimentos, curas y trapos. La propina será poca, pero parecerá suficiente como para seguir asistiendo. Llegará la caja de TV, y esta vez sí estará más apagada que despierta. Mis ciclos vitales se reducirán al mínimo, recibiendo sobresaltos de corazón cuando la prole visite, luego de encargarse de su propia vida. Habrá extrañeza, pero así habrá de ser en ese momento. Los demás creerán que tienen control de dónde estoy, de cómo estoy, mientras sabré risueñamente que quien tiene el control, al fin, soy yo. Las pasiones que me persiguieron habrán quedado en el camino, dejando las nuevas, las especialísimas, las imprescindibles. Al fin mi cuerpo, mi mente y mi espíritu se sentarán en la misma silla, sabiéndose uno solo, parte integrante de este ser. Disfrutaré varias primaveras e inviernos en ese estado de esplendor incomprendido, banalizado, escandalizado. Habrán invitaciones que no podré atender nunca más, pero serán secundarias, a mi manera de ver. Habrá llegado entonces, la nueva vida. Habrá llegado el cúmulo de años con una buena noticia, la noticia que dice que será un buen final, uno apoteósico donde la audiencia selecta que estuvo al tanto sonreirá levemente ante la supuesta pérdida, ante lo que comenzó a ser inmortal.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Lógico, mi pana


Un libro me dio conocimiento, estudio. Ese conocimiento me dio lógica, modos de ver la vida. Esa lógica me dio una manera de actuar, y como era tan lógica, la tomé como verdad. Luego comenzó la experiencia. Tomé mis reglas y escuadras, lápices y muy poca borra – claro, no había mucho que eliminar- y comencé a caminar. Daba un paso y lo comparaba con mi diagrama particular. Completaba algún recorrido y extrañamente, el camino tenía imperfecciones que no estaban en mi mapa. Revisé mis papeles y no parecía haber nada malo, por lo que situé como erróneo todo lo que me salía al paso. Llegó un momento de tantas laceraciones en la piel, en que tantas cosas no me cuadraban ya, que decidí rectificar mis anotaciones. Ahora revestían mucho de realidad, de calle, de intimidad, de humildad. Ahora yo era una expresión más de esa realidad honesta. Ahora, afortunadamente, ya escribí mi libro.

Luces, cámara... ¡sueño!


Soñé contigo. Soñé contigo, y a pesar de que fui yo quien puso esas palabras en tus labios, me sorprendió. Soñé contigo y te di el más acomodaticio de los discursos para que me lo dijeras y me alegrara. En el excelente performance registrado en mi obra onírica, te comportaste muy bien, brindándome el confort que siempre deseé. Lo único malo es que yo era el escritor, director y tramoyero; tú sólo prestaste tu imagen para redondear la escena perfecta. Hoy, que te veo, no sé explicarte lo magnífica que estuviste, lo capaz que eres de decirme aquellas cosas tiernas y morir por mí. No encuentro, al verte pasar, la manera de decirte que soy yo, el de anoche, el que deseoso de que estuvieses más cerca de mí, te metió en su cama… aunque de raro modo.

Ciclos rotos


Ciclos rotos. Jabón que no se gasta. Espina que no salió. Ciclos rotos. Lo que pudo ser se acomoda el cinturón y se prepara para salir a caminar sin volver. No hubo tiempo, no hubo espacio, no hubo cómo. No se pudo deshilachar la historia y terminar como las otras, bajo el yugo de la cotidianidad. Las condiciones adecuadas brillaron por su ausencia y nació el pequeño monstruo que ruge durante las copas, durante mis silencios, durante mis miradas perdida. La ilusión infantil recibió su regalo y luego le fue arrebatado. No hubo día a día; no hubo rutina; no hubo, para colmo, sueño planeado. No existió conciencia de lo común, de lo edificante que era todo en la existencia real. Por eso, quiero cerrar mi ciclo. Quiero poder arruinar, con toneladas de realidad, lo que mi imaginación y mi esperanza imbécil se empeñan en mantener vivo.

viernes, 16 de diciembre de 2011

No quiero tu devoción


No quiero tu devoción. No quiero ser tu santo, el medio y fin de tus plegarias. No quiero sobreprotecciones ni altares. No quiero caricias pegajosas que destilen temor y apego. No quiero que al levantar mi mano te coloques en posición de sacrificio, ni que al cerrar los ojos te sientas libre. Eso es mucho compromiso para lo que estoy dispuesto a aceptar. Soy un pecador, un pícaro, y como tal merezco algo de desconfianza, de vigilancia enfermiza. Quiero reclamos airados, manoteos que terminen en agarrones y besos, en abrazos y cama. Quiero sublevación y propuestas en contra. Quiero huelgas y declaraciones de guerra desintencionadas, si eso fuese posible. Quiero pasión.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Sigo esperando


Sigo esperando. Sigo aquí, como un niño perdido a quien se le dice que al estar perdido, no se mueva, para ser encontrado de nuevo. No voy a abandonar mi lugar… todavía no; aún me queda tiempo para este riesgo calculado, para esta aventura a solas. El reloj, el café, el balcón. Ya aprendí la rutina para esperar, para no desesperar. Sé hacia dónde caminar, dónde detenerme y dónde entretenerme; sin mentiras, sin ilusiones. La única certeza viene de no sé qué sitio dentro de mí. Mi incredulidad y mi escepticismo se han visto derrotados por una fuerza mayor, por un impulso repleto de verdades, de argumentos irrefutables. Por eso, sin ansiedades, sin miedos, sigo esperando. 

Yaceré


Voy a yacer. No haré más esfuerzos por nada. No habrá más motivación. Habrá oscuridad voluntaria. No habrá el más mínimo interés por aquello que pretenda fijar mis ojos de nuevo. Dilataré mis pupilas como si lo que tuviese que ver fuese de lejos. Trataré de borrar figuras y fondos de mi frente. Pernoctaré sólo con sonidos cada vez menos conocidos, hasta el punto de sólo saber que fueron alguna vez. Transformaré toda mi vida en recuerdos que pretendan rescatar algo que valga la pena, con la infructuosidad del caso. La amnesia de mis músculos, de mis laxos reflejos no permitirá otras perspectivas, otros paisajes distintos de estas blancas, metálicas  e indiferentes paredes. Haré las maletas a mis esperanzas, mis sorpresas, mis sonrisas; haré de cuenta que estoy al borde de un risco, despidiendo a estos buenos y fieles amigos, para luego abrir los ojos en una de mis penúltimas veces y dar por sentado que todo es finito, que todo acaba, incluso para mí, que tantas veces fui testigo ileso de la ocasión ajena. Ahora, en este momento, sólo necesito una mano que sostenga la mía, una caricia en la frente que niegue lo que siempre pensé de mí mismo. Ahora, lo que necesito es algo que deje a mis párpados dejarme ir, sin sentir que falta algo que evadí durante toda mi existencia. Ahora, lo que temo es una sentencia mayor a la que ya tenía prevista para este momento.

Epa, ¿Su Majestad?...


Qué importante pareces ahora. Qué por encima te haces notar. Caminas más segura y sin ver ya para el suelo. Quedé tan impactado, que ni si quiera estoy seguro de que me reconociste al pasar a mi lado; no sé si me tropezaste a propósito o si, por el contrario, ya terminaste de borrar mi imagen de tu camino. Por lo que veo, tu manera de ser, de acercarte, de mirar quedaron tiradas en el pasado. Veo que tienes nueva y concurrida compañía; veo que ríen en coro y que comentan acerca de los demás. No me cuadran tus ojos vacíos con lo que puedo recordar. No puedo comparar tus frivolidades evidentes con la condescendencia que no he alcanzado a borrar, que derramó sus semillas en suelo estéril… por lo que veo. De verdad, ahora que te veo, no te veo; ahora que parecía la oportunidad para renovar mis recuerdos de tu expresión en mi expectante impaciencia, prefiero no hacerlo.

Soy a quien obvias


Soy quien no ves, pero estoy cerquita de ti. Soy a quien dejas con el saludo. Soy a quien no miras por más de unas fracciones desgarradoras de segundos. Soy quien te conoce, más allá de lo que puedas recordar de ti misma. Soy el anónimo que sólo absorbe en silencio, que se da el lujo de sufrir sin tu permiso. Soy ese ángel guardián todavía cesante. Tal vez, a veces, puedes sentir alguna fuerza a tu alrededor que me puede delatar, y es cuando miras alrededor como si alguien susurrase sin dirección. Esa fuerza es la que guardo para ti. Esa fuerza es la que se nutre de verte cada día, y lejos de disminuir, aumenta sospechosamente. Sigue caminando; ya no pienses que algo o alguien puso en ti la semilla de la duda de que hay algo que no sabes, que no conoces, pero que sientes como una brisa ocasional. Sigue caminando, que de una manera casi inevitable, al tropezar, quizás conozcas a alguien que teme, que se horroriza, de seguir siendo invisible, aún después de ese momento mágico.

Charlatán de m...


Qué fácil es opinar de lejos, disertar en ausencia. Desde unos centímetros de lejanía, hasta miles de kilómetros distancia. Qué capaces lucimos con la pipa y las piernas cruzadas, sin dejar hablar al otro de lo que aparentamos estar seguros. Comprobar la veracidad da mucho miedo, por eso, me quedo detrás de la reja de protección. Comprobar la verdad puede ser desgarrador y nos podemos quedar ensartados en alguna causa, en algún trauma, en alguna certeza inconveniente por ahora. Voy por el segundo trago y me siento de lo mejor, saltando entre temas de los que no sé mucho, pero cómo gozo argumentando. Sin bajar de la burbuja blindada o sin querer subir a la racionalidad mínima, toda la conversa se convierte en una ristra de estupideces, una mayor a la anterior, buscando algún incauto que sea presa de nuestra elocuencia afectada. Hablaré de tierra sin ensuciarme las manos, de muerte sin acercarme al cadáver, de vida, sin acercarme a la alegría. Todo un charlatán sin sueldo, que adoptará el oficio de hablar y hablar, sin medir lo que dice, sin considerar por un momento que de alguna forma hechicera, está envenenando de mentiras -blancas o no- la realidad de quien pasa por enfrente necesitando creer.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

El principio de Peter


Tomaremos al mejor técnico y lo pondremos de jefe. Agarraremos por el pescuezo al mejor novio y lo convertiremos en esposo. Arrastraremos al mejor hijo y lo haremos padre. Por las greñas nos traeremos al mejor soltero y lo comprometeremos en lo que debe hacer al fin, como acto de justicia. Como una secuencia natural inexorable, convertiremos lo que está bien, óptimo, y les pondremos los medidores en cero para ponerlo en otros menesteres. Depredaremos cuanta cosa veamos rodando suavemente y la pondremos en el más pedregoso de los terrenos. Sacaremos los tornillos que nunca se movieron de su función, los botaremos y sacaremos una bolsita con unos nuevos, porque mire, mi hermano, ahora sí que se pondrá buena la cosa. Así, quien era diligente, se aburrirá. A quien le gustaban los cuadritos, se resbalará con esas metras. Quien era espléndido, sobrevivirá con detalles obligados, con los deberes del día. Quien extrañaba y volvía con todas las fuerzas, perderá la fuente de energía. Hay que ver, cuando no es la falta de supervisión, es esta ladilla proactiva.

El portal interdimensional


La puerta interdimensional de la media hora. Pues si, así es. Con media hora antes, salgo de la casa con un tumbao de calma, de desapuro. Con esos minutos de más, recorro mi acera y entro en el subterráneo como si fuese al paseo de los domingos o a la cita esperada de semanas. Y es cuando miro con atención alrededor y entiendo mi verdadero nivel, mi real altura ante la cotidianidad avasallante, esta vez de los demás. Si hay que hacer cola, la hago. Si hay que esperar, espero. Si hay que discutir, ni me fijo.Si hay un emergente, pase usted. Desde un lado sin turbulencia, si no se puede en este vagón, será en el próximo. A medida que camino a ritmo calmo, noto que los demás me rebasan en el largo pasillo, con esa ansiedad diaria, inamovible, inexorable dejando girones de salud en las losas rayadas. La música y mis treinta minutos de ventaja mecen mi andar, casi hasta el bostezo, mientras el torbellino siempre es ajeno. Parezco una aparición en medio de tanta y contundente realidad. Parezco un extranjero privilegiado en un corredor de nativos de la tensión, de la palabra aguda, de la gota de sudor que no refresca. Al terminar el viaje, con quince minutos aún en mi bolsillo, sólo queda la reflexión en lugar del lamento.

La explosión acabó con todo


La explosión acabó con todo. El dedo pulsó el botón en un arranque de soberbia y el fuego se comió lo que quedaba. No importó el color de tu bandera, la edad de tu hijo menor ni lo bueno que fuiste. Lo último que se vió fue una luz incolora, antes de la voladura de tu casa y las del resto. La explosión no consideró si darte un chancecito para despedirte de quien compartió contigo el proyecto de vida, o de quien te dió la vida misma. Y yo que creí que la despedida sería casi poética, desgarradoramente bonita... de gran producción, pues. Me imaginaba encima de una piedra, salvando a mi familia, a mi patria, a mi bolsillo. Pero nada, chico; todo fue tan rápido que me quedé con las ganas de que alguien sostuviese mi mano en mi cama de siempre, mientras todos me decían “te amo”. En fin, nada de eso pasó ni pasará, porque desde esta nube en la que monté el chinchorro todo se ve vacío y quemado donde solía pasear.