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jueves, 29 de diciembre de 2011

No sé... ni quiero saber.


No sé. No sé y parece estar mal. Pero la verdad es que no sé. No sé cómo enfrentar el juicio de los demás respecto de mi ignorancia. No sé si es voluntario o no. Hay muchas cosas que no sé, y una de ellas es cómo corregir lo que no puedo entender, lo que no puedo, ni siquiera, percibir. Son versiones, opiniones en voz baja las que me llegan mientras, en mi ingenua tranquilidad, en mi ensimismada paz. Padezco, según la audiencia, de una enfermedad; podría decir yo que no duele, que no incomoda, no mortifica. Estoy asintomático, en una gravedad demasiado llevadera como para notarla. No sé y no sé si quiera corregir eso. No sé y por más preocupado que deba estar, no lo estoy. Pasa el tiempo y nadie ausculta a favor. Pasa el tiempo y mi isla parece ser, según los entendidos, más pequeña. Por mala suerte, no veo la calamidad acercarse. Por culpa de mi ceguera crónica, no detecto la inminencia de la catástrofe. Esto de no saber es algo muy extraño, que no da para saberse perdido y poder continuar en lo que en los grandes tomos se cataloga como locura, como indiferencia, como negligencia o irresponsabilidad… pero no sé, no sé si seguir escuchando voces agoreras, a mi ignorante manera de ver, o cerrar los ojos y sonreír, y celebrar mi desconocimiento puro y escandaloso.

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