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sábado, 30 de noviembre de 2019

Te debo honestidad

Creo que te debo honestidad. Pareciera parte del respeto que también te debo. No me siento bien cuando dejo de decirte lo que considero importante, lo que siento que podría aportarte y por temor me guardo. En mi defensa, debo decirte que la razón por la que no soy completamente honesto contigo es que no sé cómo hacerlo sin afectar nuestra cercanía. Siento que si lo hago mal, te vas a resentir y aun sin decírmelo, te alejarás y nada será como ha sido hasta ahora. Sin embargo, como sí te debo honestidad, debo honrar esa deuda permanente y por eso buscaré la manera de hacerlo bien, con tacto, aunque con sinceridad. Mis percepciones estarán ahí para darle un tinte particular al asunto, pero lo que quiero ahora es que te centres en mi genuino interés por tu bienestar. Si quieres, lo discutimos; si quieres, profundizamos en el asunto y así yo puedo ganar una mejor perspectiva sobre el tema, pero lo que no quiero es espantarte y perderte en la oscuridad. Creo que expresar mi punto de vista será como bañarse con agua fría, porque espero que solo será incómodo al comenzar. Ojalá no me equivoque. Ojalá no meta la pata, pero es que ya no aguanto más callar sin dejar de señalarle a alguna puerta de salida a tu dolor.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Lo que crees ver

Lo que ves no es lo que crees ver. Lo que ves es solo un reflejo de lo que tu cabeza te dice que debes ver haciéndole caso a tus pobres percepciones. Lo que ves en aparente reposo es solo un instante congelado de una circunstancia mucho mayor; es solo una parte fugaz de una escena de mayor complejidad, con causas, antecedentes, razones y consecuencias. La amañada simplicidad de tus sentidos y el carácter reduccionista de tus caricaturas mentales están muy lejos de comprender toda la situación, por lo que se queda en un punto terco de perspectiva que abraza y celebra sus limitaciones. Afortunadamente, ya llegará el momento en que el panorama se irá ampliando y tu “darte cuenta” comenzará a trabajar cabalmente por primera vez en tu vida. Así que, si lo que ahora ves es un tigre flotado en el aire, todavía te faltan muchos kilómetros de camino tortuoso antes de sentarte a descansar.

Rituales...

Rituales. Estorban mi visión. No dejan ver lo que realmente está detrás. Normalmente hay una realidad, una verdad detrás de ellos, pero con tanto brinco y repetición no me dejan saber cuál es. Rituales. Anclas que sirven para enganchar la verdad a un relato, a una actividad, a una señal, que permitan que la resolución de las situaciones llegue sin mucha comprensión, y parezcan algo así como milagroso. Si hay un orden superior, si hay una conciencia profunda, si hay un Dios amoroso, la verdad es que con tus malabares, con tus manipulaciones y tus entusiasmos alocados, no me los dejas ver… no me los dejas reconocer. Es por esto que te voy a pedir, muy encarecidamente, que te alejes por un rato y me dejes solo, en silencio, para ver si sacudo tus monerías de mi cabeza y comienzo a mirar las grandezas que la vida me tiene deparadas antes de que vuelvas a robar mi atención.

martes, 26 de noviembre de 2019

Debilitar los estímulos

No tenemos que resistir estoicamente cada respuesta inesperada o indeseada del entorno. No tenemos que forcejear y ni coquetear con la frustración cada vez que no entendamos algo que ocurrió. Se va tornando algo cansona, aunque increíblemente imperceptible, toda esa serie de bofetadas que recibimos del exterior una y otra vez. Dicen que la fortaleza está en levantarse cada vez que uno cae —y suena bonito—, pero ¿para qué caerse tanto? ¿Para qué hacerse el héroe, el que se las sabrá todas después de las contusiones? ¿Para qué centrar la atención en cada evento que no depende de nosotros? “No sé” puede ser una respuesta válida. La incertidumbre no juega en contra, sino a favor. No hay nada escrito, a menos que tú mismo quieras escribir una tragicomedia solo para ir y contarla a tu círculo de aplaudidores desinteresados. ¿Para qué traerse por las greñas cada piedrita del camino y armar una historia de terror? Creo que exageras. Creo que te gusta la vaina. Creo que debes ocuparte en ti como no te habías ocupado antes; así verás que tienes mucho por escudriñar, por descubrir, por entender, por gozar, en lugar de estar buscando pichaches efímeros que te hagan sentir vivo. Si me lo permites, déjame ayudarte a no luchar contra los monstruos, sino a desenchufarlos. Al final del camino, segurito, encontrarás unos anteojos más limpios para ver mejor hacia afuera también… después me cuentas.

viernes, 22 de noviembre de 2019

La luz de la conciencia

Arrojar luz sobre la oscuridad y apreciar las cosas como realmente son, sin prejuicios, sin especulaciones, sin condicionamientos. Caminar, y en el camino seguir dejando caer rayos de luz sobre cada sitio hacia donde veamos, hacia cada situación por resolver. Eso es la conciencia. Luz que no se acaba, que no tiene fecha de caducidad, que no se apaga. Eso no ocurrirá jamás. Por el contrario y por fortuna, cada candil que se enciende va sumando a la claridad que ya nos venía guiando. Es un torbellino creciente y a favor sentir por primera vez que por ahora seguimos albergando oscuridades y que en algún momento les llegará su oportunidad para desvelarse. Muchos de esos misterios todavía tienen un sentido de existir. No saberlo todo se convierte en el nuevo estado de honestidad desenfadada que permite aceptar y continuar. La ignorancia natural se destapa y nos deja sin complejos, listos para plantearnos cualquier rumbo sin miedo ni resistencias. El brillo deja sin efecto el drama. Todo comienza a tener sentido, un sentido distinto del que conocíamos y lo que antes era una puerta trancada que ahora aparenta dejarnos entrar sin objeciones, sin condiciones, a la luz de la nueva conciencia en crecimiento, a un ritmo distinto, con una óptica inédita que nos reafirma, cada vez, que nuestros párpados siempre estuvieron cerrados… hasta ahora.

Química que apesta a muerte

Siento bullir las toxinas en mi cuerpo. Siento revolverse la calma de mis vísceras y convertirse en caos. No tardan en asistir a este aquelarre del fracaso, el dolor, el entumecimiento, el mareo. En medio de mi rutina cotidiana de mejorar, de superarme, de superar a otros, de superar a la vida misma, llegó la visita que me contaban inexorable. Sumido entre los planes, los mapas del tesoro, los álbumes de fracaso, me agarró este retortijón de tripas que me grita en la cara que ya basta, que no se puede más, que deje de hacer lo que estoy haciendo y me recueste, al fin, en el espaldar. No demora mucho en aparecer cierto hormigueo en las manos, el conocido desmayo parcial que tan bien sé disimular, el palpitar de las arterias hartas de tanta exigencia. Siento el desfile de porquerías por la sangre, la amargura en el tubo digestivo, el temblor en las manos y la parálisis ante la tarea pendiente del momento. Justamente hoy, que tenía esta entrega importante; justamente hoy, que se abre una puerta al bienestar soñado, siento que mi cuerpo se fríe en su propio sudor. 

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Buscando el equilibrio

Todos buscamos el equilibrio. No importa lo enredado, no importa que parezca lo contrario. Somos el resultado de las fuerzas que contienden en nuestro interior y nos empujan, como aritmética fatal, a actuar como actuamos, a desear como deseamos. No importa quiénes o cómo, de alguna manera actuamos para encontrar ese balance que perdimos hace mucho a manos de quienes nos amaron primero. No importa si con conciencia o sin ella, no importa si laboriosa y sutilmente o a los carajazos, buscan el equilibrio el monje, el drogadicto; el miserable y el acomodado; el preso y el maestro; el bebé y el anciano; el corrupto y el funcionario —cuando no fuesen o mismo—; el que ora y el que maldice. El equilibrio vendría siendo ese estado promedio que nos ayuda a vivir otro día más sin ceder ante la desesperación, ante el agobio, ante el descalabro que resulta evidente y grosero en estos días de decepciones y desesperanzas. Buscar el centro para no irse por el barranco se presenta como la única manera de capear el temporal y ninguno escapamos de eso. La manera como lo hagamos podría darnos la paz, un premio Nobel o mandarnos a la cárcel, el hospital o el cementerio. Lamentablemente, solo pocos lo logran. Desafortunadamente, las herramientas para pendular hacia el otro lado están en escasez. Lapidariamente, quienes si no consigues encontrar las válvulas para dejar salir tus tormentas, lo pagarás con desinfles y explosiones esporádicas que embarrarán al otro, al que te quiere y te acompaña en esta época. Así que… mosca cómo es que buscas tu equilibrio.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Quiero que todo fluya

Quiero que todo fluya. Quiero que todo avance con naturalidad, así como el agua lo hace. Quiero que todo se encauce y establezca una nueva forma de recorre el camino. No quiero más excusas, no quiero más obstáculos infranqueables —tal vez porque ya sé que no existen—. No quiero más un problema para cada solución propuesta. Quiero que quienes tengamos una necesidad, un interés genuino y honesto, volteemos y nos dirijamos al sitio respectivo en el que se encierra el alivio a los sufrimientos. No quiero cuentos, no quiero historias, no quiero dramas, impedimentos que solo existan en nuestras mentes para dar paso a la realidad real y no a la caricatura dolorosa que guardamos en la cabeza y nos mina el cuerpo. No quiero la convivencia de dolores y pendientes para siempre. No quiero morir manchado por la inconformidad habiendo tenido todo a la mano. Es más: ¡no me da la gana, chico!

Comenzar desde cero

Comenzar desde cero. Sin pasado, sin drama, sin culpa. Saberse solvente, sin deudas, sin pendientes, sin más obligaciones que las que tu cuerpo impone. Sentir las fuerzas renovadas, la frescura, la novedad. Saberse capaz a medida que se va resolviendo cada necesidad, cada pequeña cosa que va apareciendo sin doble fondo, sin mensaje entrecortado, sin truco preconcebido. Comenzar a construir nuestro verdadero y propio entorno, lo que nos rodeará inmediatamente. Sin prejuicio, sin desperdicios en el camino; con ojos nuevos, limpios, inocentes. Sentirse pleno con uno mismo, alegre sin razón aparente, sin argumento. Firmar conforme el intercambio exacto, pertinente, automático entre lo que somos y lo que nos rodea. Después de lograr este equilibrio impoluto, quién sabe, luego abrir la puerta a lo que está afuera, a lo que habita en el exterior, lejos, donde una vez estuve… toda la vida. ¿Quién sabe? Quién sabe si esa decisión sea posible finalmente, cuando lo que se anhela es algo más trascendente.

lunes, 11 de noviembre de 2019

Alienados, ¡y a mucha honra!

Somos víctimas de alguna influencia alienante que nos dicta mensajes permanentemente y que nos obliga sutilmente a actuar de una u otra manera, a tomar posiciones específicas, a decidir, finalmente, el rumbo de nuestros días desde un momento en adelante. Y así vamos, recogiendo banderas ajenas, pareceres distintos, luchas anteriores a nuestro entendimiento, y embutimos todo ese paquete así de grande y lo convertimos en nuestra personalidad. Y así salimos a la calle, vestidos con atavíos de extraña etiqueta, formulando sentencias sin juicios ni hipótesis, disparando a los otros, a antiguos inocentes que también fueron poseídos por alguna otra influencia que había en el aire donde se criaron, en las aguas que bebieron, en los panfletos que leyeron o en las historias que escucharon con tanta credulidad. Y así moriremos, ante la falta de la conciencia del propio existir, sin haber medido con herramientas propias la turbia cotidianidad que se debatía entre lo propuesto y lo imaginario, sin darnos cuenta de que alrededor sobraban las señales para construir un camino propio, con ojos y entendimiento propios, con fallas y soluciones propias… con vida propia.

Sutilezas mutiladoras

Sutilezas mutiladoras. No haré eso porque me puede hacer daño. No haré aquello porque puede ser perjudicial. Mejor no salgo por si las moscas. Y así vamos, evitando esto y aquello por miedo a sufrir de alguna manera. Evitamos, incluso, lo grande que toca a la puerta por evitar lo que nunca termina de ocurrir. Parece una estadística engañosa, terrible si sale el numerito; pero la vida parece ser eso mismo de cabo a rabo. Amanecer vivo parece un premio de una lotería que nos ha favorecido hasta el día de hoy. Dejar de vivir por seguridad, por miedo a resultar dañados, suena a mal negocio. A pesar de los riesgos, siempre pensamos en los peligros previstos, no en los otros, los repentinos, los que al final saldrán al paso y de cualquier forma tomarán lo que vinieron a buscar. La vida sigue pareciendo el mayor premio recibido y recortarle pedacitos para meterlos en la nevera o la alacena por si acaso, es tan loco como cierto que recibirás, con la suerte de siempre, 24 horas más de vida sin importar las que creíste acumular, que creíste ahorrar, que ilusamente pretendiste arrancarle a la muerte. Una vida así no debería ser tu trofeo. Así que si no tomas Gatorade porque tiene sal, retiene líquidos y te pondrá gordo o gorda, será mejor que vayas contactando a un siquiatra para recuperar la cordura y así comenzar a vivir con un poquito más de plenitud antes de arrepentirte de tantos días tirados a la basura.

No practicas lo que predicas

Escucho tu verbo y me gusta lo que escucho. Al parecer, siempre tienes esas cosas interesantes por decir. Indudablemente, tienes la posibilidad de ayudar a otros a tratar de enderezar su camino en momentos de crisis. Sin embargo, en otras situaciones lejanas a la reflexión, pude ver cómo te comportas, observé ciertos detalles que consideré muy inconvenientes. Parado aquí y comparando tu manera de hablar con tus acciones, puedo detectar y establecer una clara estafa, una oferta harto engañosa, un entuerto bien cubierto de flores. Ahora pienso en todos quienes te escuchamos y reforzamos parte de nuestra existencia en tus consejos, y el fraude adquiere dimensiones gigantescas. Por ahora, no sé qué hacer. Por lo pronto, dejaré de escucharte y así evitaré una recaída que me empegoste en tu incoherencia y me convierta en tu cómplice. Tal vez luego, cuando encuentre mis propias herramientas, te confronte y hasta te dé la oportunidad de contarme qué te llevó a convertirte en semejante delincuente de la confianza ajena.

domingo, 10 de noviembre de 2019

La felicidad es un mito


La felicidad vendría siendo un mito. Tiene siglos existencia, se habla mucho de ello, y aun así nadie sabe con certeza qué animal es ese. Al imaginar una persona “feliz” aparece en nuestras mentes un rostro con la risa permanente que produce la tranquilidad de un entorno seguro, lejos de las hostilidades del mundo. Se escriben canciones, se moldean conferencias y se afirma con vehemencia en momentos de pasión: “soy feliz”. Pero la susodicha felicidad no aguanta la pela y rueda de nuevo con todas nuestras esperanzas por el barranco. Solo bastan algunos instantes para que la desazón regrese y comencemos a sentir otra vez que nos falta algo para completarnos. Con un nuevo intento, cada vez, el espejismo del bienestar constante se renueva a los carajazos con juguetes y promesas que sirven de puente entre un pasado infeliz y un futuro mejor, dejando huérfano a un presente desatendido que se deja sin saborear, que a pesar de que es el verdadero vehículo para la dicha, solo estorba o se manipula para lograr algo mejor que nunca llegará, que continuará siendo un mito.

viernes, 8 de noviembre de 2019

Maldita dualidad

Esta maldita dualidad. Soy uno mientras soy otro. Soy uno y después soy otro. Algo, en algún sitio, en algún momento, activó esa división y ahora soy uno para cada ocasión. Nunca más fui mi unicidad experimentando varias cosas, sino varios yoes, cada uno en lo suyo. Y claro, como soy más de uno, cada uno de ellos tiene sus maneras, sus preferencias, sus decisiones irreversibles. “Amo a mi madre por sobre todas las cosas” vive con “La odio más que a nadie por haberme maltratado”, y entre muchas otras dualidades hierven decenas de contradicciones, de incoherencias, de posiciones locamente irreconciliables. Soy uno en casa y otro en el trabajo. Soy uno cuando estoy con mi mujer y otro cuando estoy con mis amigos. Soy uno cuando estoy solo y otro cuando estoy acompañado. “Hay cosas que no deben hacerse”, grita cada una de las piezas de mi rompecabezas y clava su bandera en el terreno, pero claro, eso durará mientras llega la vergüenza, el miedo o la ira. Soy uno cuando converso con el portero y otro cuando hablo con el presidente. La verdad es que tú, amigo mío, deberías fijarte bien con quién hablas cuando te sientas a tomar café enfrente de este cuerpo, de esta mente repleta de voces que gritan cada una su tema, su parecer, su prejuicio.

Jueces negligentes

Jueces ligeros que vamos juzgando a todo lo que se nos atraviesa. Eso jugamos a ser. Sin abordar causas, atacamos los síntomas con el más fuerte moralismo, erigiéndonos como el mismísimo todopoderoso. Prescindimos alegremente de los antecedentes, de los orígenes, del punto de partida de cada circunstancia a la que llegamos tardísimo a etiquetar con la autoridad que nos otorgan los caballos salvajes de nuestro ego. Es así como apreciamos, de lejitos, claro, al resto de la fauna, esos desgraciados que nacieron malos, flojos, conflictivos, inconscientes, y no como nuestras mercedes, tan refinados, así de perfectos y preclaros en todo. Qué circo. Qué farsa. Qué manera de ver en los demás lo que no nos gusta de nosotros mismos, y que como falsos profetas vamos regando por la comarca mientras apuntamos con el dedo a los pecadores de turno, es decir, al que se atraviese.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Inmolación cotidiana

¿Qué te hace dedicarte a otros y a olvidarte de ti? ¿Qué extraña lógica te lleva a quitar de tu boca para darle a otros? ¿Qué te impulsa a olvidarte por completo de tu salud y a arder hasta el último aliento por quienes parecen necesitarte? ¿Qué es lo que te motiva a permanecer en esa misión que acogiste con tanta seriedad? Pues, por muy hermosa que pueda ser o parecer tu respuesta, debes tener en cuenta que todo tiene un límite. Tu mente y tu cuerpo necesitan del alimento del que estás prescindiendo, de las atenciones que estás prodigando, del amor que pareces solo tener con otras personas. Ni siquiera sabemos si esa conducta ultraaltruista tiene origen o sustento sanos, por lo que te invito a examinarte y a reformular tus tareas, a mirarte al espejo y a responder algunas preguntas fundamentales antes de retomar tu inmolación cotidiana. Sobre todo recuerda que si de verdad amas a tus protegidos, una muestra de amor sensata sería una muestra de amor por ti mismo, por quien supone que durará toda la vida para ayudar a otros.

martes, 5 de noviembre de 2019

El tiempo de Dios es perfecto... ¿o no?

El tiempo de Dios es perfecto. La frase se usa mucho, según he visto. A veces parece una justificación ante la adversidad prolongada o ante la llegada de lo que pudiéramos llamar “justicia”. Pero a veces pareciera una sentencia acorde a lo que ocurre, ajustada a lo que deberíamos esperar. En ocasiones, aparenta exacta sincronicidad entre la espera y la llegada de aquello necesario. En ocasiones, parece el anuncio del premio después del recorrido. Es como que si ocurriera de otro modo, estaría mal, sería inoportuno, habría fallado la experiencia. No se podría saber el criterio usado por quien diseña un universo, pero seguramente ese diseño comprende un equilibrio lento −aunque demoledor− en sus acontecimientos, en un flujo que, aunque resulta lógico en retrospectiva, es harto difícil de entender por nuestra mente brillante y entrenada, porque es que… sigue siendo muy pequeña para entender las grandes cosas.

Sin sacrificios, por favor

Por alguna extraña razón,  no me gustan los sacrificios, aunque debería; es la forma usada. Aun así, nunca he tragado con agrado ese tan popular recurso. Nunca me ha gustado dejar de vivir para vivir luego, un “luego” que no se sabe si llegará algún día o si estaremos en capacidad de detectarlo o darle la bienvenida. Engañoso, eso de sacrificarse; y es que me da la impresión de que cuando uno comienza a usar este truquito, a veces logra el objetivo y corre el peligro de que se convierta en el instrumento elegido para el avance. Detener el flujo de las propias aguas se va erigiendo como el mecanismo indiscutible a utilizar en el camino, creando baches prolongados, vacíos insoportables mientras llega lo de cumplir el sueño, el objetivo trazado, el nuevo punto de llegada. Se corre el riesgo de ser la versión moderna de eso que mientan “alguien sacrificado”, eso que va dejando escurrir cierta amargura por haber vendido unas partes de la existencia para conseguir otras, y eso, quiérase o no se quiera, se admita o no se admita, va a cobrar sus tributos de violencia, de despojo, de desolación cuando llegue el silencio. Lo que queda, para siempre, es jugar con la rentabilidad de los logros, de eso que se pudo conseguir a costa de un momento del pasado en el que necesitamos algo y nos dedicamos a otra cosa que consideramos de mayor importancia para después… una y otra vez.

viernes, 1 de noviembre de 2019

He entrado al paraíso


He acariciado la paz durante segundos, tal vez minutos. He mordido muy poco de eso que sospechaba que existía, pero que el ruido y las imágenes confusas de mi mente no me han permitido disfrutar. Es una especie de parálisis inducida por un dictador imaginario que no deja liberarme del pasado, del futuro, de las facturas, de los compromisos, del qué dirán. Como un prisionero ordinario, al tratar de escapar de la pequeña celda al gran paisaje, siento el llamado de la autoridad a cargo y soy halado de nuevo a los trabajos forzados a los que estoy asignado y que una vez elegí como medio de vida, de presunta estabilidad. Pero siempre recuerdo esos pequeños instantes en los que me sentí pleno, expandido, en un espacio que se hizo inmenso y que, como elevado por una mano muy grande y benevolente, me dejó ver todo desde arriba. Todo aparecía muy claro y sencillo ante mi vista. Por ese lapso maravilloso, no sentí problemas, no sentí deudas, no sentí pendientes; sentí que esas dificultades cotidianas eran una tontería que se podía resolver con acallar la voz fastidiosa –y por los momentos, ausente− que tenía como oficio permanente lamentar y preocuparse. Quiero ir de nuevo a ese sitio, a ese momento en el que la vida “vale la pena” totalmente. Quiero volver… quiero quedarme.