La luz de la rendija de la ventana me despertó y el dolor de
cabeza me contó del final de mi noche. Giré sobre mí mismo y sin poder terminar,
fui interrumpido por otro cuerpo en mi cama. Era Shakira. Emm si, era Shakira,
que se había despertado con el empujón. Me miró, la miré, y ahorrando preguntas
y respuestas obvias, le pregunté: “¿Qué haces aquí?”, a lo que respondió: “Nos
vinimos anoche, después de conocernos en la discoteca”. Tratando de no quitarle
la vista de encima, sólo hice esfuerzos inútiles para recordar. Al ver su loba figura
por entre mi vieja cobija, sonreí y le dije: “y mira, chica, ¿qué tal un
besito?”; y mientras hacía yo el puchero para recibir mi premio, nuestra
estrella miró el reloj de Mickey que tengo en el closet, y brincó de la cama:
“¡Coño, me tengo que ir!”, y mientras abría los ojos y ver el afán de su
merced, le pregunté con desespero: “¿Qué pasó, Chaqui? ¿No vamos a hacer
nada?”, y desapareciendo detrás de un portazo, respondió, con falsete y todo:
“Ya lo hicimos, amor… ¡me tengo que ir!”
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