Llegué y no
quería llegar. Estaba embelesado en el trayecto. Miraba hacia los lados, hacia
arriba, hacia atrás y adelante. Mi movimiento producía brisa en contra, lluvia
de frente. Como avanzaba, podía aprovechar uno que otro tropiezo para ver las
cosas desde otro punto de vista. Pero ahora, ahora parezco varado; me dieron
mis papeles en regla, mi abrazo y mis congratulaciones, y a pesar del júbilo
público, mira, ya no siento la brisa, la lluvia, los buenos tropiezos como
antes. En lugar de recoger alas, tengo lastre en los bolsillos. En lugar de
navegar, siento que el agua sube por mi cuello y respirar se pide por favor. No
hay puntos de vista distintos a éste, mi flamante y rasante. Mirar hacia los
lados requiere hundirse un poco más, así que no sé si prolongar mis miopes
exploraciones hasta que entre otra piedra en mi bolsillo casi lleno, o hacer un
último forcejeo, un último berrinche que espero efectivo, definitivo. No sé si
tenga tiempo de pensar, y temo basar mis próximas estrategias en clichés, en plantillas,
en calcos que se habrían quedado adheridos en mi cabeza durante mis tiempos de
despreocupación, en los días cuando vivía el teatro, la tragedia sólo como
espectador.
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