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domingo, 18 de diciembre de 2011

Llegaron los años. Llegué yo.

Llegaron los años. Llegué a mi cabaña soñada. Llegó internet ilimitado. Llegó el silencio absoluto, con la excepción de los queridos bichos del exterior, del viento, del calentamiento del techo de viejas tejas. Llegó la decisión de alejarme y llega el viaje, la mudanza siempre molesta, aunque frugal. Llegó, como les decía, el silencio luego de los muebles y repisas. Llega el ciberconducto y los amigos de siempre, incluyendo a los amigos de Facebook IV, que anda de una boga… llega el yo, pero el buen yo. Se desnuda el carácter y tira sus ropajes en el piso; nadie se quejará. Ya desaparece la personalidad. Ya no tengo que aparentar fortaleza para ocultar debilidades; no hay audiencia. Al acabarse el bastimento, llegará el muchacho simpático de siempre con sus paquetes de alimentos, curas y trapos. La propina será poca, pero parecerá suficiente como para seguir asistiendo. Llegará la caja de TV, y esta vez sí estará más apagada que despierta. Mis ciclos vitales se reducirán al mínimo, recibiendo sobresaltos de corazón cuando la prole visite, luego de encargarse de su propia vida. Habrá extrañeza, pero así habrá de ser en ese momento. Los demás creerán que tienen control de dónde estoy, de cómo estoy, mientras sabré risueñamente que quien tiene el control, al fin, soy yo. Las pasiones que me persiguieron habrán quedado en el camino, dejando las nuevas, las especialísimas, las imprescindibles. Al fin mi cuerpo, mi mente y mi espíritu se sentarán en la misma silla, sabiéndose uno solo, parte integrante de este ser. Disfrutaré varias primaveras e inviernos en ese estado de esplendor incomprendido, banalizado, escandalizado. Habrán invitaciones que no podré atender nunca más, pero serán secundarias, a mi manera de ver. Habrá llegado entonces, la nueva vida. Habrá llegado el cúmulo de años con una buena noticia, la noticia que dice que será un buen final, uno apoteósico donde la audiencia selecta que estuvo al tanto sonreirá levemente ante la supuesta pérdida, ante lo que comenzó a ser inmortal.

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