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sábado, 29 de febrero de 2020

No juzgarás

No juzgarás. El onceavo mandamiento cayó de las tablas y se perdió para siempre quién sabe dónde. Desde entonces se aglutinó la manada enloquecida y salió a ejercer legal y auténticamente el oficio de juzgar a mansalva, sin miramientos, a veces hasta sin querer. Se pueden apreciar grupos de gente reunidos en distintos recintos, santos o non, despellejando al prójimo, presente o no, hasta concluir el ridículo análisis de cómo, a sus miopes pareceres, deberían ser las cosas. Pero independientemente del susodicho aquelarre, de la rapiña grupal, la excitación colectiva se desvanece y se viene en retroceso cuando quedamos a solas, en silencio. A lo largo del día hemos recogido tantos juicios sobre los demás y sobre nosotros mismos que la resistencia que estos producen en la paz necesaria se torna patológica. Cada juicio que nace en la cabeza suma un peso al caminar. Cada argumento en contra de lo que simplemente es como es, suma pesadez a nuestros pasos por dar. Cada sentencia emitida por el tribunal de papel que llevamos encima se convierte en lastre que etiqueta, que encierra, que amordaza. Acepta.

viernes, 28 de febrero de 2020

¿Miedo y odio? Sí, gracias.

El miedo y el odio, a pesar de su tenebroso origen y su pésima gestión, también producen logros plausibles entre la audiencia. Se sabe de inventos, planteamientos y demás creaciones con autores movidos por el miedo o el odio. Se sabe de la genialidad que explotan estos personajes temblorosos e inquietos. Basta echar un vistazo a su biografía y nos enteraremos de cualquier tipo de abuso perpetrado o del producto terrible de la sobreprotección. Ante el muro constante que se les venía encima, hubo que salir con algo que muchas veces resultó genial, admirable. Ante la eterna inconformidad, hubo que saltar a la próxima meta, al próximo logro que, afortunadamente, salió en los periódicos y en la televisión. Como todo el que estaba perdido, aislado, este héroe de extraña manufactura contó con tiempo suficiente para desafiar alguna dificultad que a todos nos aquejaba y la venció. Una vez más, las revistas y las luces tuvieron en él, su nuevo objetivo. No faltó el dinero ni la fama. No faltó que su burbuja se hiciera gruesa y nadie pudiera atravesarla con pase de cortesía. No faltaron los homenajes posteriores a su vida ininterrumpida de logros. Lo que sí me parece que faltó —tal vez con alguna envidia de mi parte— fue algo de libertad, algo de plenitud, algo de paz.

jueves, 27 de febrero de 2020

Ejercicios por la vida

Ejercicios por la salud. Ya no es ejercitar el cuerpo para agradarle a la persona especial. Ya no es esforzarse físicamente para ser aceptado en el grupo de amigos. Ya no es, ni siquiera, entonar los músculos para enfrentarse a cualquier situación que requiera firmeza corporal. Ahora son sentadillas y elongaciones para estirar la duración de nuestra existencia. Ahora son flexiones calculadas cuidadosamente para llegar al mínimo aceptable para la edad, para la contextura. Ahora son instantes que se tornan eternos en eso de acelerar el corazón, de calentar las piernas, la espalda, el cuello, bajo el yugo del miedo. Parece que es un nuevo escenario para luchar por la vida, para poder levantarse, andar y recostarse sin dolores, sin crujidos que asusten, sin puntadas que despierten la morbosidad hipocondriaca. Es, gracias a estas maromas, que podríamos dormir y descansar para que la hipertensión, el sistema inmunológico y por supuesto, el ánimo, no la agarren contra uno mismo y en contra quienes nos rodean y nos han visto, en estos últimos años, perpetrar todos los desastres mentales y alimenticios que hemos tenido a mal llevar a cabo. Así que, ante la evidencia de que todas estas dolencias son consecuencia de nuestra reciente inconciencia voluntaria y tu gente lo sabe y se ha encargado de ti en cada momento, bueno, ¡a pararse y a ponerse en forma, zagaletón!

martes, 25 de febrero de 2020

Verdad que no

La verdad parece no ser nunca un punto de llegada. Parece, por sus apariciones fantasmales, un punto de partida. De hecho, creo que todas las mentiras surgen a partir de una verdad. Alguien, en algún momento, te va a decir su verdad, alguna verdad, la verdad del momento. Honesta o no, uno siempre le saca el cuerpo a la verdad ajena porque siempre “la verdad es relativa y a mí no me van a venir a alienar con cosas de otros”. En el camino uno se va enterando que uno también ha construido una verdad que decirles a los demás, y que lamentablemente estos no se la tragan tan fácilmente. La verdad no parece verdad porque suena a mentira, a disgusto, a imposición de alguien que no nos cae bien. Es como esas nubes que nadie se atreve a pintar porque parecen falsas aunque estén en el cielo, a la vista. Pero uno se puede poner a reflexionar un poco sobre el tema y notar que cada verdad peregrina que se nos vende podría apuntar eventualmente a la verdad absoluta, a lo finalmente verdadero, aunque se plantee hasta de forma jocosa o necia. Tal vez, al momento de nuestra partida no podríamos afirmar que fuimos engañados, que nunca se nos dijo la verdad, que nuestra ceguera fue totalmente inocente. Quizás, en ese momento de absoluta honestidad, debamos admitir que siempre supimos de muchas y repetidas aproximaciones a la verdad, pero no estuvimos abiertos, no estuvimos disponibles para ella solo porque no nos dio la gana y preferimos seguir adelante con nuestra sonrisa temblorosa.

lunes, 24 de febrero de 2020

Me siento solo

Me siento solo. La verdad es que me siento bastante solo. No soporto los momentos de silencio que me brinda esto de vivir así. Más bien quisiera tomar de la mano a alguien el sábado por la noche, recibir caricias el domingo en la mañana, sonrisas y ternura al alcance de la mano, pues. Que cada día me espere en casa para preguntarme cómo me fue en mi día. Alguien que caliente mi cama en las noches y le quite este frío a los lados. Cómo me gustaría presentarla a mis compañeros, mostrarle mis fotos de los viajes y una que otra de la cotidianidad traviesa en la que seguro estaría sumido con ese amor hasta ahora ficticio. Pero pasa que mientras escribo, al finalizar cada coma, cada punto y aparte, me doy cuenta que no estoy dispuesto a intercambiar con nadie, sino que voy solo a pedir. Al parecer, alguna esquina de mi conciencia me ilumina hoy y me dice que soy una esponja seca y desesperada dispuesta a extraer todo lo que se me arrime; que no estoy dispuesto a colaborar, a compartir, a negociar, a crecer en compañía. En este punto del texto ya me convencí de que mejor me quedo tranquilito y reflexiono sobre el asunto antes de salir a depredar a la primera inocente que se fije en mí… mira que vivir así es una manera dolorosa pero segura de vivir en libertad, y eso de hacer lo que a uno le da la gana no lo voy a perder.

jueves, 20 de febrero de 2020

El drama otra vez

Hay un drama inherente a la existencia. Hay un drama confeccionado para restar, para disminuir los aspectos favorables que afectan la vida del individuo. Como se puede notar en cualquier encuentro humano, nada es lo suficientemente bueno para ser destacado, como para ser celebrado, ¡y mucho menos!, ser agradecido. No importarán los avances. Poco se notará cuando la vida nos sonría o nos deje en paz. Nada de lo que hagamos por tener más o mejor, cumplirá permanentemente su aparente objetivo a causa del hueco que el drama taladra cada día en el fondo. Es una tragedia cotidiana, real. Es ingratitud gratis, porque sí. Es una sentencia perpetua, una especie de automaldición, y con eso, mi pana, no hay milagro que pueda.

martes, 18 de febrero de 2020

Espasmos de bondad

Espasmos de bondad. No soy bueno siempre, pero créeme que a veces logra conmoverme alguna situación y me muestro colaborador. La mayoría de las veces no quiero saber sobre altruismo o cualquier tipo de dádiva callejera, pero la verdad es que en ocasiones me levanto con el pie de ese lado. Hay gente que me ha visto dar y tiene una imagen grandiosa de mí… hasta lo comentan con sus amigos. Pero la verdad es que no soy tan bueno como ellos han percibido. La verdad es que sé que con una que otra buena acción —que sale fácil y económica— puedo lograr la fama que quisiera en la comunidad. Y fíjense que no quiero destacar que no me agrade o esté en contra de ayudar de vez en cuando, pero es que me resulta tan fácil dar una mano al que está caído que simplemente decido hacerlo y listo, sin compromiso ni obligación de ningún tipo. Seguramente no vaya al cielo con estas migajas que doy cuando me salen del forro, pero al menos la gente aquí en la tierra sí lo cree.

Aburrido de la vida

Aburrido de la vida, será. Sin nada qué hacer ya. Veo que ahora ninguno depende de mí como antes, que cada quien corre de aquí para allá sin consultarme, sin pedirme permiso, sin mirarme a veces. Creo que ya no queda mucho por hacer aquí. Recuerdo cuando todos dependían de mí, desde su nacimiento, su alimentación, caminar, vestirse bien, curarse la enfermedad. No me olvido de cuando quien corría de aquí para allá era yo mientras todos ellos esperaban confiadamente el resultado, y que de alguna manera cariñosa agradecían el esfuerzo. Así fue durante muchos años; todos esos años que estuve al frente de la batalla de la vida, levantando a todo el que necesitara de mi colaboración. Pero ya no es así. Todos aprendieron muy bien mis lecciones y ahora cada uno está en lo suyo, por su lado, aparentemente distantes e indiferentes. Ahora parezco estar en un estado de inactividad, de vagancia que no soporto. Según me dicen cuando aparecen por ahí, yo debería estar disfrutando de lo que hice durante toda mi vida, de todo ese esfuerzo que no dudé en dedicar a otros, a mis queridos queridos. Pero yo no lo veo así. Creo que me están echando a un lado y que todo es una excusa para dejarme solo aquí, sin prestarme la atención que merezco. A veces pienso que me olvidan y regreso a su memoria solo por mera mención accidental. Pero no se saldrán con la suya; desde aquí, calladito, comenzaré a violar todas las reglas de bienestar y hasta de supervivencia mientras llega alguna enfermedad que me haga recuperar su entera atención, como en el pasado, aunque eso signifique, eventualmente, que me vaya antes… ¡Ya verán!

lunes, 17 de febrero de 2020

Equilibrio sin rebote

Es esa situación escandalosa en la que vivimos sumergidos en un mal, y cuando el sufrimiento no se aguanta más, salimos corriendo con toda nuestra pasión y nuestra gritería hacia la pared de enfrente y nos convertimos facilito en lo que antes criticábamos. Es saltar entre los extremos, entre los opuestos, como un manoteo por reflejo, como si fuésemos simples imbéciles que no sabemos medir las magnitudes, las cualidades, las implicaciones. Ser anti, ser contra, moverse en función de la negación suena a pelea, a revancha, a burda venganza. Es natural, por supuesto, pero hay que ver qué queda de toda esa rabia contenida y luego liberada con semejante rencor. Vivir 500 años de un lado y 500 años del otro no otorga ningún crédito plausible. Es tan rico tener la razón cuando solo se tiene la mitad de la información y el amor necesarios para estar en equilibrio. Es tan placentero como efímero restregarle al otro que estaba muy equivocado y que ahora está sometido, por algún tipo de justicia divina, a nuestro favor, a nuestros dictámenes. Equilibrio es respeto. Equilibrio es paz. Equilibrio es la búsqueda de algún promedio saludable que nos dará el gozo necesario para disfrutar el paisaje completo y evitar las enfermedades tan típicas, repetitivas y vergonzosas por el tiempo que nos quede de vida. El equilibrio no tiene opuesto.

Casi religioso

Todo se vuelve casi religioso. No se puede reunir un grupo de gente que dice que piensa parecido porque la cosa se pone rara muy pronto. Ese animal colectivo no tarda en mostrar los síntomas. No falta quienes se atribuyan el liderazgo sin consultar, los que establezcan las reglas que mejor les parezcan, los que escojan la iconografía que más le provoque. Por otro lado no menos radical, no faltarán quienes se arrastren ante los designios y caprichos de los primeros, malinterpretando todo el propósito, desvirtuando el rumbo planteado inicialmente. Aparece delante de nuestros ojos un terreno ajeno, con nuevos dueños, en el que se condena y expulsa al que plantee el debate o a quien simplemente asome una duda, volviendo pronta e irremediablemente, un gallinero lo que al comienzo fue una empresa digna, necesaria, indiscutible. 

Conversa falaz

Conversa falaz, esa que se establece entre verdades absolutas, entre argumentos tiesos, entre supuestos criterios inteligentes. Generalizamos, establecemos, golpeamos la mesa y quien no esté de acuerdo, se va. Cerramos los ojos a la multiplicidad de causas que producen un efecto complejo, bebemos el último trago y nos levantamos. Juramos que con nuestros años de sesgos bien cultivados o bien con una leidita a un libro y dos artículos tenemos el tema dominado y se acabó; el otro, el ignorante, el autoengañado, que se aleje y vuelva cuando solo quiera escuchar y asentir. “Estamos así porque los políticos y empresarios son todos unos ladrones”; “te fue mal porque tu padre no te quiso”; “me siento terrible por tu culpa”. Y así van los argumentos peregrinos posándose en cada reunión y fastidiando las conversaciones que pudieran ser amplias, abiertas, receptivas. Se revuelcan los pareceres y gana quien más gritó o el dueño de la casa. Se confunden en un momento dado la moral con la salud, la noticia con la verdad y “mi experiencia” con la única posibilidad para llegar a una conclusión. Es todo un lío en el que el ego se pica y sale a morder. Es todo un montaje dispuesto para que el mandamás de turno le explique al perraje que depende de él en este momento cómo es que es la vida usando una formulita ridícula de una sola incógnita… ¡pa que aprendan, carajo!

Moriré en el asfalto

Moriré en el asfalto. No por mi familia, no por un amigo, no por la patria… en el asfalto. Me parece un precio justo por disfrutar de la velocidad y la libertad que me brinda mi máquina. Es un precio justo por zigzaguear entre los obstáculos emocionantes y a veces impredecibles de la carretera. Es tan excitante que no lo cambiaría por nada, ni siquiera por disfrutar mi vida longeva o por compartir con mi familia el crecimiento de los muchachos. No. Moriré de un tremendo carajazo, en seco, sin casco, sin cinturón y quién sabe si acompañado —pa no irme solo—; o tal vez deslizándome antes durante unos segundos apoteósicos antes de que el camión que venga atrás detenga mi corazón. No será cualquier cosa, no pasará desapercibido el hecho. Moriré regado en la carretera, iniciando una cola de curiosos que pasen y vean mi cuerpo retorcido e incompleto, después de haber decidido, muy rápidamente, que el tipo de al lado no se saldría con la suya.

jueves, 13 de febrero de 2020

¿La vida? No sé...

La vida. No sé… la vida tal vez no es tan buena como dicen porái las canciones, los poetas y los de Green Peace. Han pasado tantos años ocupándome de los demás, que no aprendí nunca a ocuparme de mí, lo que por cierto me parece taaan egoísta. Estoy enredado entre una carga considerable por ayudar al otro, a los míos, y descuidarme de mí hasta llegar a situaciones muy ridículas en las que arriesgo mi salud y hasta mi vida por no molestar a ninguno de mis queridos seres queridos. No sé… a veces siento que me gustaría hacer algunas cosas que siempre quise hacer, pero la idea de que pueda dejar desamparados a mis pollitos me da como cosa y decido solo sentarme a esperar la próxima señal de alarma para salir, como bombero apasionado, a apagar el fuego que segurito armaron ellos mismos. Y pasan los años. Y pasan las cosas. Y pasa la salud. Llegó el momento en que ya no puedo hacer las cosas por los demás. A pesar de que ellos ya saben salir de sus atolladeros, me gustaría tanto ayudarlos… ahorita no sé lo que quisiera, lo que quisieran los demás de mí, pero el pellejo ya perdió la capacidad de ir al rescate y la verdad es que me siento así, tan inútil , entre el desgano por la vida y el miedo a la muerte. Creo que en estos tiempos soy capaz de recoger algo del amor que repartí durante todos mis años “de guardia”, pero la verdad no estoy seguro de que toda esta gente sepa de qué se trata el asunto. En este punto tan espantosamente neutral, tal vez me anime a guardar el drama y a aprender de nuevo a observar cómo es que me podría sentir mejor hasta el fin. Hablamos luego.

Nos perdimos y caímos aquí

Nos perdimos y creamos las ciudades. Nos perdimos e inventamos las ciencias. Nos perdimos y creamos un mundo de colores y distracciones. Nos perdimos y algunos, en la búsqueda del camino correcto, se inventaron otras cosas igual de complicadas e injustas que esto. Nos perdimos y ahora somos muy inteligentes. Perdidos y todo, mandamos cohetes al espacio, tomamos fotos desde los satélites, inventamos la cura para enfermedades causadas por nosotros mismos. Todos unos genios, pues. De lo que nadie habla, en medio de este parque de diversiones y del éxito-según-algunos, es de ese dolorcito que siempre sale a flote en la noche, en el silencio después del circo diario. Lo que nadie conversa por cierta vergüenza tapada es de esa eterna inconformidad con la vida que siempre cargamos encima, de ese apego enloquecido a los objetos, a las personas o a las situaciones. Parece que algo falta, pero lo disfrazaremos de nuevas metas, de nuevos logros por delante, de nuevas brillanteces por alcanzar, mientras luchamos, en la madrugada, con el fantasma del camino original del que nos desviamos una vez y por lo que estamos ahora aquí, perdidos siempre, tristes siempre, distraídos siempre.

miércoles, 12 de febrero de 2020

Cuando pierda la libido


Cuando pierda la libido, todo se solucionará. Cuando deje de sentir este saboteo, se abrirá paso a la sabiduría. Cuando desaparezcan estos fogonazos enceguecedores, seré quien quiero ser. Pero mientras, seguiré intentando vivir de la teoría y la discusión de lo sensato hasta que aparezca la morenita esa que vive al lado. Mientras, pasaré la noche entre mantras y contemplaciones hasta que Yurimira, la catira, aparezca con su minifalda a pedirme un poquito de azúcar. Mientras, pues seguiré construyendo esquemas seudoespirituales, seudoconscientes, porque más tarde me llamará mi exmujer para que le arregle la cañería. Así no se puede, mi hermano. No puedo avanzar en los conceptos y sensaciones, en el silencio y en el vacío si mi cuerpo no se deja escuchar, si siento el motín que efervesce en algunas de sus partes; si cuando ya estoy entrando en esa nube de autoconocimiento, suena el celular y recibo unas fotos provocativas de mi compañera de trabajo, la muchacha nueva, la que me lanza indirectas en horas de oficina y desaparece al sonar el timbre de salida. Así que no me queda más que seguir hablando sobre tonterías dizque trascendentales, a la vez que atiendo mis asuntos de besos y caricias con quienes tengan a bien acercarse y compartir su cuerpo físico, su estuche de vida, su carcasa de placer, con este soldado fracasado de la paz.

lunes, 10 de febrero de 2020

Quiero sentir en lugar de saber

Quiero sentir en lugar de saber. Quiero la caricia en lugar de la explicación. Quiero, de una vez, devolver el análisis y la síntesis y que me den de nuevo mi capacidad de percibir la benevolencia de la vida. Quiero poder mirar lo que me rodea y, en lugar de sacar una foto escrutadora que haga comparaciones con mi base de datos, percibir con agrado o aceptación lo que hay detrás. Quiero dejar de juzgar, de poner en una categoría lo que se me atraviese por delante y seguir caminando como si nada. Quiero dejar de etiquetar a los demás porque me pierdo sentir la admiración que mi ignorancia me obstaculiza; quiero poder mirar a los ojos del prójimo y leer de buena fuente “lo que se trae”. Quiero saborear que ahorita mismo no tengo problemas que me impidan tomarme un café con un amigo o recostarme tranquilo a dormitar sin sentir que está prohibido… ¿Y después? Ya veremos después, pero no quiero seguir quemando mis días pensando en el día siguiente para tarde darme cuenta de que cometí un crimen continuado e irreparable contra el mejor regalo que he recibido.

domingo, 9 de febrero de 2020

Estoy contento y no sé por qué

Estoy contento y no sé por qué… y la verdad, no quiero saberlo. Algo bueno debe estar pasando. Algo favorable debe estar rescatándome de la inquietud de siempre. Algún equilibrio se fraguó por allá adentro y se está reflejando en este momento, aquí afuera. Amanecí sonriendo y sin pensar en el futuro —en el que, seguramente, habrán acciones por tomar—. Por ahora, siento que la vida se tornó acolchada y me permite gozarla sin la sensación de deuda, de culpa o de ilusión. Estoy contento y no tengo la menor intención de saber por qué; no quiero analizarlo. No quiero esquematizar la situación, extraer ideas principales y luego fabricar conclusiones, porque cuando hago eso, lo embarro todo y lo que concluyo es que todo es relativo, que a veces se gana y a veces no, que nuestro tiempo en el planeta es una lucha, una resistencia, una incredulidad y una desconfianza constantes. Mejor me quedo tranquilito y dejo a la mente descansar por un momento, porque es que, evidentemente, ahorita está dormida.

sábado, 8 de febrero de 2020

No soy mis roles

No soy mis roles. No soy ninguno de mis roles. No soy padre, no soy médico, no soy cliente, no soy pianista. Por mucho que me gusten y me apasionen, no soy ellos. Esos son solo algunos de los papeles que debo desempeñar de vez en cuando. Son, de hecho, como los zapatos que me cambio según la necesidad práctica del momento. Soy, más bien, el dueño de esos zapatos y soy quien determina si los uso o no. Soy una conciencia anterior a ellos que usa una inteligencia mucho más sabia que solo sumar, que solo analizar, que solo mostrar resultados. No soy ninguna de mis herramientas. Si fuese carpintero, sería el autor de las ideas a desarrollar, el que imagina la belleza de la obra final y utiliza su intuición para determinar la pertinencia de esa obra. Ni el martillo, ni la prensa, ni el formón determinan qué tipo de carpintero soy; estos son solo instrumentos subordinados a mis intereses superiores. Así pues, es un poco desatinado centrarnos en algunos de nuestros roles, en esos disfraces con fecha de caducidad, en esos estados efímeros del ánimo que tarde o temprano cesarán, y en el peor de los casos nos dejarán sumidos en la más profunda oscuridad, en la más terrible confusión y frustración por haber creído que éramos algo que finalmente no somos.

miércoles, 5 de febrero de 2020

Aferrarse a lo efímero

Apegarse a lo temporal. Agarrarse de lo efímero. Aferrarse a lo fugaz. Vivir de lo insostenible. Desear con tal fuerza que se pierdan las guías, los apuntadores y todo lo que pueda albergar algo de sensatez. Proyecto entusiasta de autodestrucción. Saltar sistemáticamente de una nave que se hunde a otra que también se hundirá. Espejismos. Espejitos y cuentas de vidrio, que llaman. Autoengaño continuado que promete felicidad –ahora sí–, tranquilidad sin esfuerzo, el estado final de no preocuparse por nada. Quiero un carro, quiero una piscina, quiero un equipo de sonido, quiero un matrimonio, quiero una casa. Se te hará la gracia de lo solicitado y esperaremos unos pocos meses para que el nuevo juguete pase al montón de caprichos del pasado, a la contribución invisible a tu bienestar. Conversaremos entonces y me dirás qué quieres ahora, qué deseas con locura, qué nueva meta marchitable te embarga en ese camino interminable que lleva a lo que llaman éxito.

martes, 4 de febrero de 2020

Ya no siento culpa

Ya no siento culpa. Ya no siento el peso del pasado sobre mi espalda. Lo que hice y dejé de hacer quedó en un nivel de conciencia que ya no existe y ahora, desde este punto de vista privilegiado, logrado después del sufrimiento, tengo una mejor perspectiva de la cosas. Hice daño, lo sé, y estoy dispuesto a tomar la responsabilidad en ese respecto. Sonará cruel el cliché, pero lo pasado ya pasó y no puedo hacer nada ahorita que no sea reconocerlo y disculparme con la seriedad del caso: Así lo haré. No sé cuándo ocurrió; el despertar ante la culpa se presentó sin avisar y por casualidad, y con solo ver el episodio de nuevo, me di cuenta de que no me afectaba como antes lo hizo, que no me carcomía como antes lo hacía. El dolor cesó y dio paso a la tranquilidad que descubro ahora. Al parecer, en algún momento y sin saberlo, tuve una conversa adulta con el susodicho fantasma de la culpa y llegamos al arreglo de no molestarnos más. Tal vez… se me ocurre… es a eso a lo que llaman perdonarse.

domingo, 2 de febrero de 2020

¿De dónde salen los malos?

Según nos cuentan, son seres súper despiadados que ejercen el morbo sin razón alguna, causando sufrimiento en los pobres tontos. El hampa, el que roba, el que viola, el que asesina. Los malos son tan malos que parece que no tienen familia, una madre que los adoraba; y si tuvieron eso, entonces toda esa gente es igualita y sería mejor acabar con todos ellos. La conseja es que los malos tienen tanta maldad, tanta mala intención, que seguro vinieron de otro planeta, de un planeta malo. Porque “malo” siempre es otro. Nunca es alguien a quien queremos con el alma. Malo es el otro, el de más allá, el que no conocemos y por alguna lotería o alguna razón muy loca, nos quiere hacer daño solo para saciar su sed urgente de maldad. Qué malo eso. Pero nadie habla de que este antisocial no siempre lo fue. Nadie señala la falta de amor que estalló en un día en un temor tan fuerte que hubo que acabar con el mundo entero para proteger la propia integridad. Nadie habla de la responsabilidad personal, familiar y colectiva en el asunto. Ni uno de los intelectuales más populares se ha levantado para señalar que aquí y allá se crean y levantan monstruos que luego hay que extinguir “porque ellos solitos se salieron de control”. Nadie habla de ese miedo que inyectado todos los días produce la alucinación irreversible en las mentes de los desvalidos emocionales que salen de los ranchos y las quintas, de las escuelitas y las universidades para joder al otro por mero reflejo animal, desconsiderado, defensivo, aparentemente gozoso. Mientras hacía este análisis tan brillante, me entró un temblor al darme cuenta de que yo también llevo dentro varios esos ingredientes disparadores de la calamidad. Tal vez yo también soy malo, y como mucho de los demás y hasta el día de hoy, no lo sabía.