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miércoles, 29 de noviembre de 2017

No, no acepto.



Se me impone una urgente necesidad de aceptación de las cosas. Todo gira en mis flancos y lucho con y contra cada cosa que se me presenta a diario, sin excepción. El semáforo, la hora, el abusador, el clima, el ascensor, la política, el delincuente, la economía. Y así voy, resistiéndome cada vez, con la energía que me otorgan mi buena crianza, mis ideales, mis estudios, mi buen gusto, mi experiencia en las cosas de la vida. Y así voy, sin propósito definido, metiéndole el pecho a cada obstáculo que me depara este mundo cruel, despiadado que, sobre todo, la agarró conmigo. Si alguien me pregunta cómo se hace eso de la aceptación, le diré con la mayor honestidad que no sé, que no tengo buena idea de ello. Pero lo que sí sé es que este ritmo de existencia es harto agotador, decepcionante, angustiante; y si la enfermedad crónica es el resultado de pasar los días en este suplicio, seguro no es el camino correcto, no es ahí adonde tengo que invertir mis esfuerzos, mis horas. “Aceptar” suena a no luchar más, a no resistir más, por más “tú a mí no me jodes” que tengas guardados para repartir en la casa, en la calle, en el trabajo. “Aceptar” suena a estar conforme, por muy adversa que resulte la contienda del momento. “Aceptar” se parece más a “Ser” y a “Vivir”, a dejar rodar la existencia haciéndola más liviana. “Aceptar” suena como la causa y el efecto de aprender y usar las herramientas recién adquiridas, a deslizarse, a caer, a fin de cuentas, en algún equilibrio, en alguna paz de esas que dicen algunos… algunos que siempre nos han parecido desquiciados y que se la pasan sonriendo sin razón. ¿Qué no voy a lograr las cosas que tenías planeadas? Bueno… tú verás si celebras tus tremendos logros en la sala de un hospital.

martes, 21 de noviembre de 2017

¿Malos cauchos?

Desde hace poco tiempo he estado pensando que el ser humano debe demostrar ante sus iguales que vive de la manera en la que les afirma vehementemente que cree. Así pues, nos damos cuenta de inmediato que es muy fácil encontrar personas que anuncian una filosofía de vida, mientras en la práctica no se encuentran muestras creíbles de esa filosofía. Por supuesto, ninguno de nosotros escapa a este comportamiento fraudulento en algún momento. El cristiano le desea la muerte a un prójimo; el socialista sueña con una camioneta lujosa; el capitalista exige la ayuda del Estado. Tenemos la cabeza por un lado, y los pies, que son quienes nos llevan por la realidad publicitada, por otro lado.
Esta reflexión me trajo a la mente un programa en TV que hablaba de la fabricación de un carro de Fórmula 1. En este programa convocaron a distintos técnicos especialistas en las diferentes disciplinas que participaron en la construcción de este portento de máquina. Cada uno de ellos destacó la importancia de su parcela en el resultado final. Cada uno identificó los elementos que hacían que este producto obtuviese tan alto nivel de calidad.
Pasaron cada uno de ellos a la conversa hasta que llegó el tipo de los cauchos. El hombre dijo (palabras más, palabras menos) que todo lo dicho en el programa hasta el momento, todo ese bagaje tecnológico logrado durante años de experiencia y avances tecnológicos no podría desplegar todas sus capacidades si no contaba con cauchos de excepcional calidad. Es decir, que el logro técnico era una cadena de acontecimientos que darían resultado solo cuando el carro estuviese unido al suelo por medio de los cauchos.
Parece simple, obvia, pero esta afirmación nos deja ver que “del plato a la boca se cae la sopa”, y si el punto en el que el proyecto se hace realidad no se actúa en correspondencia con el compromiso, todo se viene abajo y queda como una gran mentira, como una simple hipocresía bien trabajada. Se podría aplicar esta imagen de consecuencia a lo dicho sobre la filosofía de vida: muchos de nosotros elaboramos discursos, estudiamos maneras, nos abalanzamos sobre el otro con toda una manufactura mental —brillante, por cierto—, con argumentos que rayan en lo mesiánico hasta lograr quedar muy bien ante la audiencia de cada momento. Sin embargo, al salir del recinto, del auditorio donde dejamos tremendo discurso, regresamos a nuestra vida llena de vicios, de mentiras e indiferencias. A pesar de nuestra excelente buena fama, no somos más que un repositorio de enredos por trabajar, de honestidades por demostrar, de responsabilidades por ejercer.

Hay que reconocer que tenemos malos cauchos. Cuando pusimos los pies en el suelo nos dimos cuenta de que todo el sistema previo no funcionaba como creíamos que funcionaría, sobre todo para nosotros mismos: hay que completar el trabajo.

viernes, 17 de noviembre de 2017

La talanquera

De repente me detengo, miro alrededor y descubro que estoy perdido. Perdido en el camino que creí conocer a mi antojo. Perdido entre costumbres y argumentos que con tanta pasión y cacareada conciencia me esforcé en defender. Perdidísimo de un sopetón en lo que solían ser mis dominios. Extrañado, abro la maleza de un lado de mi camino y puedo ver otros caminos, otras vías que aunque les había echado un vistazo, siempre las descarté de una vez. Otros caminos que por efecto de alguna brujería malintencionada de alguien más me dejan ver sus sentidos, sus maneras de ser, sus reglas simples de funcionamiento. Aunque ha pasado ya cierto tiempo y aún sigo caminando por mi camino, he puesto atención a los caminos paralelos, que lejos de ser la equivocación que catalogué al inicio, ahora las considero formas de existencia válidas, respetables y hasta emulables. Por ahora, siguen siendo objetos excepcionales de estudio, pero que en medio de la observación atenta, de la reflexión profunda, se van convirtiendo en modelos que coquetean con mis sentires, con mis preferencias y quién sabe si, más adelante, con mis decisiones. Por ahora seguiré por este, mi camino de siempre, existiendo en esta lógica imbécil que justifica el hambre, la muerte y la guerra, pero continuaré dando mis vueltas por esos otros terrenos de investigación, de aprendizaje, de placer inesperado, jurungando mi suerte con disimulo para saber si en alguno de esos paseítos, tal vez me quede por allá y nunca más vuelva a lo que una vez fue mi única y altisonante verdad.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Solo soy el pescador

Aprecio con alegría y agradecimiento lo que recogí de la fuente. Soy solo el pescador que sabe dónde lanzar el anzuelo, el que tiene el privilegio saber dirigir el esfuerzo. Soy el medio, no la fuente. La fuente radica más allá de mi entendimiento; de hecho, no la quiero entender. Soy quien camina y disfruta de los elementos que me fueron obsequiados por un tiempo, y que sin embargo no desea escudriñar para catalogar, fastidiosa e infructuosamente, lo que llega a sus manos con espontaneidad. Me rehúso a preguntarme, a excavar, a establecer con academia, de dónde es que proviene todo aquello que acompaña mi existir y provee liviandad, sosiego. Por ahora, seguiré flotando en lo que es, no en lo que debe ser. Después, si tanto te interesa, le buscamos un nombre.

Fuente petulante

Soy la fuente, soy el origen. Mis obras existen solo como una consecuencia de mi inspiración. Si la destrucción física arrasa con mi manufactura, con mi creación, solo importará a quienes ven desde afuera, a quienes tratan de atrapar un rayo del sol y guardarlo para ellos como un objeto único, finito, inigualable. En caso de catástrofe, solo bastará un momento más para mostrar el nuevo producto, así como lo hace la planta nueva luego de la extinción aparente de todo el bosque. No habrá prohibición, no habrá obstáculo para detenerme; eso luce absurdo, dado que lo que florece está resguardado, a salvo, y, paradójicamente, se activa con hermosa urgencia con cada atentado que logra asomarse. Soy la fuente única, recuerda.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Sistema chatarra

Fíjense que en los sistemas humanos (políticos, raciales, económicos, sociales, etc.) que algún entendido brillante del pasado inventó, por una o por otra razón inevitable, falla y deja al ser humano en la vulnerabilidad ante sus propios vicios ─frecuentemente, al mismo ser humano que prometió proteger─. Entonces, como no sorprende a nadie, si la falla está en el componente fundamental, en piezas sujetas a fallas graves, imagínense qué resultará del desempeño general de ese sistema maltrecho, creado por las ideas de un grupo selecto, y defendido, casi a ciegas, a veces hasta la muerte o el hastío, por el resto.