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martes, 30 de abril de 2019

¿Sorpresa? No te creo...

Todos los días muere gente o es asesinada. No dejan de cometerse crímenes en todos lados. Hay muchísimos rompimientos sentimentales cada día. No faltan las situaciones de aprieto de dinero, de lejanía, de nostalgia. Se me quedó la llave, no había pan, se fue la luz. No se si nos hemos enterado, pero no tenemos control sobre las cosas. Todavía no nos queda claro todavía que ese control sobre el entorno es una ilusión muy convincente de nuestra propia manufactura. Entonces, en medio de nuestro circo silencioso, de este acto de sueño crónico inducido, nos “sorprendemos” con lo que pueda ocurrir. Cada vez que surge algún inconveniente —no importa el tamaño—, nos llevamos las manos a la cabeza y lanzamos exclamaciones como si ese día —ni ningún otro— estaba destinado para que no ocurriese nada que no nos gustara, que no estuviese en el menú que preparamos… ¡Cada vez! Es curioso, pero hay algo en nuestras mentes que nos hace desajustarnos de cómo son las cosas y tratar de sostener, a ultranza, cómo queremos que sean el modelo correcto. Ignorar permanentemente la realidad de las cosas produce llagas y no hay duda de que en el lecho mortuorio, plagado de llagas, sí que nos vamos a llevar las manos a la cabeza… por última vez.

lunes, 29 de abril de 2019

Nada es como quiero

Despierto queriendo haber dormido más. Me levanto con la pesadez de un día más, así como es, así como soy. El agua más fría de lo que quisiera. La comida, menos de lo que desearía. El clima, con más nubes de las que soporta mi ánimo, promete de nuevo un día incómodo. Demasiada gente en la calle; cuánto quisiera que fuesen mucho menos, que fuesen mucho más animosos, sociables, hermanados. El tren nunca llega a la hora; siempre repleto y desagradable en general. Si el río corriera hacia arriba, tomara un bote y llegaría rapidito, pero tampoco se me concede. Nada es como quiero. Nada es como lo necesito con todas mis fuerzas. Aunque trato de resistir todas las situaciones adversas de esta existencia precaria en la que nada es como debe ser, nada se doblega para darme el gusto… ni siquiera este cáncer recién diagnosticado.

domingo, 28 de abril de 2019

Con pereza

La pereza. ¿Por qué existen las perezas todavía, en estos tiempos? Vamos a estar claros: la pereza es muy mal ejemplo de agilidad, de inteligencia, de amenaza para las otras especies. En este mundo de vivos, de inteligentes, de seres ágiles, brillantes, siempre en movimiento, siempre emprendedores, ¿cómo es que la pereza tiene un lugar para vivir y reproducirse? Es obvio que tiene extensas áreas en las que puede permanecer así, como es ella, tranquila, repleta de caligüeva; proveerse de alimentos para sí y para su familia, evitar las autopistas, las oficinas, los mercados internacionales. Es muy probable, según se podría deducir un domingo como hoy, que hay un mundo posible, algo muy distinto, donde la destrucción y la desilusión no han llegado hasta ahora, y en el que se puede vivir hasta con cierta pereza sin peligro a desaparecer.

Amigo de mis demonios

Amigo de mis demonios. En eso acabamos después de tanto tiempo en disputa por el espacio en mi mente. En eso desembocó toda esa escaramuza frecuente que me mortificaba las noches. Ya no peleamos; ni siquiera discutimos por nada. Ya llegamos al acuerdo de vivir todos juntos y ayudarnos, sobre todo ellos a mí, que soy su creador. Pasaron todos ellos, después de extenuarnos en batalla, a ser, de enemigos temibles a colaboradores prácticos y hasta amistosos. En lugar de ser molestado en las madrugadas por esas voces que reclamaban y hasta se burlaban, ahora, antes de acostarme, me reúno con cada uno de ellos y me cuentan con voz moderada qué debilidad han observado a lo largo del día para yo poder corregir la cuestión. Después de escuchar atentamente y con el alma expuesta, considero, me doy cuenta y me recuesto para dormir seguido toda la noche. Claro, no me traen el desayuno en las mañanas, pero me conformo con saber y sentir que el cuento de los demonios es solo una historia pasada de separación de mi mismo que llegó a su fin.

sábado, 27 de abril de 2019

Lentes sucios

Me dicen que tengo enfrente un paraíso, pero no veo bien. No lo disfruto ni lo lamento. Uso lentes, pero los cristales están sucios. Apenas logro ver algunas figuras borrosas, algunos colores prometedores de bienestar, pero no distingo nada. Me luce como un engaño. Me siguen diciendo que soy un privilegiado de la vida, que tengo mucha suerte, que sería un pecado quejarme con tanta bendición alrededor… pero es que no lo veo así. Las manchas en mis cristales son sólidas, opacas, y el hecho de que se hayan adherido desde mi niñez garantiza que sean difíciles de arrancar o al menos de apartar para ver lo que hay afuera: lo que de verdad hay allá afuera. Por si no ocurre ninguna desgracia que me haga rodar por el suelo y haga caer esta ceguera impuesta, ya me he ido preparando con cuidados, con protecciones, con rechazos a todo lo que venga desde el exterior, seguramente con la intención de tenderme trampas y hacerme caer por inocente.

viernes, 26 de abril de 2019

¿Amar al prójimo? ¿En serio?

“Amar a tu prójimo como a ti mismo”. Trillado, ¿no? Seguro lo has escuchado. Es decir, “ámate a ti mismo, siéntete amado y luego ve cargado hermosamente a amar al otro”. No puedes dar lo que no tienes. Parece verdad para el amor, para el calor. Dos mendigos que se juntan para pedirse entre sí. Eso lograrás. Un intento entusiasta en nombre del amor que no tienes, que no entiendes. La promesa apuraíta de hacerla feliz para siempre, usando espejismos como herramientas; corriendo de aquí para allá adivinando qué hacer, qué decir, qué comprar; rajándote el pellejo para que diga sentirse bien cuando preguntes. Y será entonces, en ese momento de derrota, cuando exhausto por no saber en qué te metiste, que te darás por vencido —otra vez— y levantarás la vista para buscar al culpable de no llenar tus agujeros sin fondo: el prójimo, claro.

miércoles, 24 de abril de 2019

Palabra que sí

Palabras. Son solo palabras, mi amor. No te puedo expresar solo con palabras todo lo que quiero que sepas de mí. No puedo utilizar esas rígidas combinaciones de símbolos para transmitir cómo siento la tristeza o la alegría. No pretendo que sepas qué sentí al verte aquel día con solo darte un pedazo de papel escrito. Se me hace imposible compartir contigo, desde esta lejanía, el sabor de mi desayuno solitario, el olor de las flores que no quisiste. Por eso es que te necesito cerca, a mi lado, para que experimentes mis cosas mientras te miro, mientras te sonrío, mientras te acaricio; así no habrá ninguna duda en ti de lo que siento —de lo que realmente siento—, después de haberlo jodido todo con aquellas infortunadas palabras.

lunes, 22 de abril de 2019

Rebote glorioso

Desde lejos, desde mi asiento de ignorancia, se nota como si quienes pasan por una crisis cercana a la muerte, al sobrevivir muestran un cambio dramático y positivo en la manera de pensar, de actuar, de vivir. Pareciera que examinan, repentinamente, la posibilidad inminente de que todo esto se va a acabar y parece como que todo se les quiebra por dentro y se vuelve a reconfigurar con frescura, con sencillez, con tranquilidad. Pareciera también, desde este escondite, que cuando estuvieron cerca de aquello tan grande que es el fin de la vida, no tuvieron más remedio que sentir la pequeñez y la impotencia, la humildad que nunca experimentaron antes por iniciativa propia. Es impactante poder conversar con quien fue hasta el borde y se devolvió renovado, replanteando cada detalle del resto del tiempo que les queda. Es tan notorio y admirable el cambio que, viéndote a aquí, jodiendo a tus anchas y echando vaina hasta el cansancio, mira, casi que te deseo una desgracia.

sábado, 20 de abril de 2019

Perro viejo late echao

Perro viejo late echao, sentencio hoy con firmeza. Después de decenas de años pelando la bola, equivocándome casi intencionalmente, aprendiendo a los carajazos. Después de la dulce y confusa niñez, de la adolescencia apasionada y combativa, de la adultez temprana que no es adultez nada, estoy a treinta años de distancia de cualquier edad titubeante… echao.
Echao, mirando todo el mundo reciente que pasa ante mis ojos repetidos varias veces. Echao, viendo que a pesar de que la tecnología avanza a paso acelerado, los seres humanos no tienen cómo aprovechar las vivencias ancestrales para avanzar y ser mejores cada vez. Con algo de susto y pesimismo, desde este asiento ya viejo, me parece ver que las esperanzas, las idolatrías y los errores se repiten con exactitud pavorosa. Echao aquí, sin embargo gozando con cierto morbo de mi facilidad para desechar lo que antes me hacía soñar y también de disfrutar infinitamente de los detalles imperceptibles durante mi pasado brincón. Echao, disfrutando de mi presente de corto futuro, de cada episodio del paisaje, de esos parajes que solo ahora muestran su capacidad de mostrar más que poses para postales. Echao, ya sintiendo que el carapacho que me transporta y soporta no quiere caminar mucho más, exponerse mucho más, si no es a algo de sol en las mañanas y a las estrellas en las noches. Afortunadamente, ya no tengo miedo. Hoy, usando este sobrero que antes me daba vergüenza y con estos zapatos que a mi nieta le daban risa, tampoco siento el pavor de antaño en dejar ir este cuerpo. He aprendido a estar tranquilo con la idea del fin de la vida porque ahora sí creo que, de alguna manera, seguiré estando por aquí.

¡Medítelo bien!

—Ya estoy sentado en esta silla del comedor, que es derecha y me permite tener la espalda recta y así estar alerta. Déjame mirar al frente… ¡No! Mejor con los ojos cerrados, así nada me interrumpirá. A ver… derecho otra vez. “¿Aló? No, nada. ¿Puedes esperar quince minutos? Dale, mi amor. Besito”. Derecho, ojos cerrados, atención al cuerpo. Ahí está mi mano derecha… “¡Coño, que quince minutos te dije! ¡No llames!” Ojos cerrados, respiración consciente, atento si viene un pensamiento… “¿Por qué le dirán respiración consciente, si hasta cuando dormimos respiramos?” ¡Epa! ¡Derecho, ojos cerrados! Alerta a los sonidos sin etiquetar nada… “porque es que uno le pone nombre a todo y esa no es la nota” ¡Qué vaina, contigo! Si aparece un pensamiento, deja que pase: no lo evites. Inspiro… expiro… “¿Bajaría la poceta?” Inspiro… expiro… “Parece que está funcionando, porque no se asoma ningún pensamiento o imagen de los Pokemones echando rayos” ¡Hey! ¡Alerta! ¡En silencio! Déjate llevar por tu cuerpo interno que es la entrada a la conciencia. Siente cómo fluye la energía por tus manos, tus pies, tu pecho, tu abdomen. Ya siento la energía… “¿Energía? ¿Se cargaría el celular?”. Voy a ver. Ya vengo. ¡De verdad que esa silla es dura! ¡Uno no se puede concentrar! Eso de meditar como que es pura paja.

Agradecer

Agradecer. Hay que agradecer. Si no sabes a quiénes, ya lo sabrás. Si no sabes por qué, abre los ojos… pero bien abiertos. Tal vez echando un vistazo opines airadamente que la vida te ha tratado mal. Pero para eso habría que ponerse a hablar de parámetros, de lo que crees que es malo, de lo que te parece bueno, de lo que crees que mereces y no mereces, de lo que crees que necesitas y no necesitas, y la idea por ahora es ser breves. Pero estás vivo, cuando pudieras no estarlo. Tienes cierto nivel de salud, aunque pudieras no tenerlo. Eso sí, puedes apreciar solo parte de lo que te rodea cuando pudieras apreciarlo todo, disfrutarlo todo.  Eso no sería posible con tu cabeza en el estado actual, por supuesto. Todo el basurero que tus emociones y creencias mantienen ahí arriba comenzó hace tempo a nublarlo todo y a dejar ver solo una partecita que, por cierto, no es la mejor, no es la que más ayuda. Sin embargo, en el momento en que puedas mirar bien, con la cara lavada, con los ojos limpios, verás que lo poco que crees poseer te era invisible y aún así te sostenía en pie. A partir de ese punto luminoso, podrás ver que tanto afuera como adentro había riquezas insospechadas, inexploradas, que tu ceguera te hacía desechar ligeramente. Tal vez en ese momento puedas agradecer lo ganado, el nuevo planteamiento de tu existencia. Por ahora, mira, entiendo que no puedas.

El planeta estará bien

Que la contaminación en el planeta, que la destrucción del medio ambiente, que estamos acabando con el planeta que nos acoge y nos conserva con vida… Sin embargo, el planeta ha pasado por muchos más cataclismos definitorios que los que el ser humano le pretende propinar en estos tiempos. Esta roca gigante de todos los tiempos ha sido sometida al calor infinito, al frío inimaginable; de hecho, el agua tardó algunos millones por aparecer y caer. Así que, el hecho de que una de sus especies eventualmente perdió el autocontrol y está acabando con el entorno que lo mantiene vivo, no quiere decir nada, no es mayor inconveniente. Parece que el microbio ciego y sordo de esta era ya logró la inteligencia necesaria para suicidarse; y el planeta, que no se ha enterado todavía ser tan menospreciado, pues no se siente enfermo, no se siente amenazado; de hecho no siente mayor incomodidad. Total, ‒como diría el planeta‒ con el próxima catástrofe seria, se borrará cualquier evidencia de que alguna vez hubo una especie altanera, egoísta y autodestructiva, anduvo merodeando por su faz.

viernes, 19 de abril de 2019

La crisis parece el final

La crisis siempre parece el final, pero podría no serlo. El juego trancao parece el desmoronamiento, pero ciertamente, podría no serlo. Un día gris siempre da a entender lluvia, pero podría no llover, podría ser que el sol esté por encima de esos malos augurios temporales y salir de nuevo cuando estos se disipen. Pero en retrospectiva, todo se ve mucho mejor. Mirando lo construido en el pasado, nada de ello estuvo exento de amenazas, de grandes cataclismos, y es por eso que sorprende ver a quienes quieren renunciar pronto, ante el paso de las primeras nubes grises. Muy seguramente no sabemos cómo disiparlas nosotros mismos, juntos, de la mejor manera, pero se puede arrancar con algo, con ideas, con amor, con constancia, y sobre todo con el propósito común, que es lo que da sentido a lo que podría parecer una locura por ahora. A los grandes resultados nunca les faltó su buena, su necesaria dosis de dificultad y fue lo que al final fortaleció la obra, la dejó compacta, ajustada, a prueba de pequeños y grandes golpes, de pequeñas y grandes nubes grises. A pesar del guayabo, el sol saldrá sobre tu cara y deberás levantarte de ahí: deberás dejar de estorbar.

¡Yo no ronco!

Dicen que ronco, pero es mentira. Me repiten que ronco, pero yo nunca lo he sentido, lo he escuchado. No puedo confiar en nadie. Creo que hay una conspiración, incluso de mi gente más cercana. Se me paran enfrente y afirman que ronco, se miran entre ellos buscando apoyo mutuo, y lo vuelven a decir. Pero yo no estoy dispuesto a creer semejante cosa: es absurdo. Cuando se confabulan y vienen dizque a reclamarme o a “persuadirme”, les veo en los ojos una segunda intención, que aunque no sé cuál es, estoy seguro de que algo se traen. Me quieren hacer pasar por loco. Es más, tengo que averiguar qué cosa rara es esa que traman para prevenir algún ataque, algún daño inminente. Puedo sentir el peligro que se avecina…

martes, 16 de abril de 2019

Dulce desvarío

Dulce desvarío, ese que se produce en cualquier lugar, en cualquier ocasión, a cierta edad, mientras tienes a los tuyos a la mano. Desapercibido al principio, desconcertante luego y terrible más adelante, cuando te das cuenta de que faltan piezas en tu día, en tu memoria. Pero son cosas que pasan y que es mejor irse preparando porque, en el mejor de los casos, llegaremos a ese momento después de haber sobrevivido a esta tremenda aventura de la existencia. Lo demás son detalles; algunos desagradables, otros culpabilizadores, otros más, frustrantes. Son cosas que pasan y ¿qué tal si lo afrontamos de una manera novedosa, mientras limpian nuestros desastres, nos bañan, nos dan de comer, nos tienen la paciencia de quienes te aman y valoran tu presencia durante sus vidas? Mientras espero mi momento, recuerdo las miradas de mis viejos, de los viejos queridos que, aunque abatidos por sus dolencias e imposibilidades, me reafirmaban cada vez que aún estaban ahí, que eran ellos, que entre manotazo y manotazo dejaban claro que no todo estaba perdido: que la vida, en ese momento, era todavía una realidad por experimentar.

Creaciones de letrina

La bomba atómica, segurito, se inventó mientras su creador estaba sentado desalojando su cuerpo, mientras su mente tomaba nota. Claro que la pólvora, las armas de fuego y demás implementos de matar también debieron ser ideadas en un pequeño cubículo, sin mucho oxígeno y hediondo a excremento humano. Pero no solo propinar castigo físico se alimentó de estas condiciones fecales, sino algunos más grandiosos y disimulados también. La revolución industrial y todas sus consecuencias, incluyendo sus servicios a los poderosos y sus efectos sobre el ambiente, se bosquejarían con papel y pluma sobre las rodillas desnudas de alguno, quien aprovechando su soledad, el silencio y su falta de afecto, se metería de lleno en algo que al fin le daría la gloria; todo eso, por supuesto, metido entre la peligrosa volatilidad del metano y el hidrógeno producido por su cuerpo triste, aunque patológicamente prolífico. No cabe duda de que cada uno de los inventos de todos los tiempos no son perjudiciales en sí mismos, sino que necesita la acción retorcida del humano para producir daño; pero tampoco hay que pecar de pendejos y creer que cada uno de los inventores no conocía la naturaleza humana y las posibles consecuencias del uso de su juguetico por parte de las “joyitas” que somos nosotros.

domingo, 14 de abril de 2019

He perdido la inocencia

He perdido la inocencia. Ya no es como antes, como cuando estaba chiquito y solo me dejaba llevar. Ya no se desliza el momento en otro distinto y tal vez anotamos porsia para armar lío. Ahora es distinto, muy distinto. Ahora resulta que uno debe cargar con las decisiones, si es que las hubo. Ahora es de mucho observar y comenzar a destacar cada cosa por separado, ya no como un paquete confuso y explosivo que nos conduciría a la expresión tan sabrosa de emociones con la fuerza adolescente de lo que llevamos dentro, y a joder de un manotazo nuestro entorno sin notarlo en el momento, solo porque era nuestro derecho. Fíjate que ahorita no se puede decir cualquier cosa y solo sentarse a esperar el apoyo de los tuyos; ahora hay que prepararse para la expresión libre o no tan libre de los otros y, según dicen los de siempre, respetar sin compartir. Ya no es tan fácil como al principio, cuando eras una pequeña bestia que disparaba emociones, como cuando mentabas la madre a cualquiera y batías la puerta. Ahora es algo un tanto más complejo. Ahora parece que ya no hay salida fácil a nuestras determinaciones, complicándonos tanto en el camino, que el rumbo sufre una reorientación sorpresiva al inicio, pero bastante lógica en retrospectiva. Esa retrospectiva casual en un momento se convierte en la ensambladora insospechada de nuestra experiencia y comienza a fraguar nuestro novísimo e inesperado carácter. Resulta que ahora hay “consideraciones”, “respeto” y “aprendizajes” que nos llevan poco a poco, ensayo doloroso tras ensayo, a interiorizar el tamizado atropellado que soy ahora.

Perdido en mi lógica

De repente me detengo, miro alrededor y descubro que estoy perdido. Perdido en el camino que creí conocer a mi antojo. Perdido entre costumbres y argumentos que con tanta pasión y cacareada conciencia me esforcé en defender. Perdidísimo de un sopetón en lo que solían ser mis dominios. Extrañado, abro la maleza de un lado de mi camino y puedo ver de nuevo otros caminos, otras vías que aunque ya les había echado un vistazo, siempre las descarté de una vez. Otros caminos que por efecto de alguna brujería malintencionada de alguien más me dejan ver sus sentidos, sus maneras de ser, sus reglas simples de funcionamiento. Aunque ha pasado ya cierto tiempo y aún sigo caminando por mi camino, he puesto atención a los caminos paralelos, que lejos de ser la equivocación que catalogué al inicio, ahora las considero formas de existencia válidas, respetables y hasta emulables. Por ahora, siguen siendo objetos excepcionales de estudio, pero que en medio de la observación atenta, de la reflexión profunda, se van convirtiendo en modelos que coquetean con mis sentires, con mis preferencias y quién sabe si, más adelante, con mis decisiones. Por ahora seguiré por este, mi camino de siempre, pero continuaré dando mis vueltas por esos otros terrenos de investigación, de aprendizaje, de placer inesperado, jurungando mi suerte con disimulo para saber si en alguno de esos paseítos, tal vez me quede por allá y nunca más vuelva a lo que una vez fue mi única y altisonante verdad.

Cuesta abajo hasta la simplicidad

Quisiera caer cuesta abajo en mi rodada hasta la simplicidad. Quisiera disminuir sustancialmente la altura a la que mis conocimientos y mis análisis posteriores me han llevado. Quisiera desaprender tanta cosa brillante, prometedora, que he colocado en mi cabeza por si las moscas. Quisiera desocupar todo el espacio que he ido ocupando con medidas de contingencia, con manuales de primeros auxilios, con procedimientos en caso de tal o cual calamidad. Quisiera dejar de reservar tanto espacio para lo que, sin ocurrir todavía, me mantienen en tensión, en un alerta que me enferma en silencio. Quisiera dejar atrás tanta receta ajena disfuncional que tan religiosa, efectiva e inconscientemente práctico.

Quiero, pero solo una parte

Solo una parte de mi quiere estar contigo, y “contigo” se refiere a solo una parte de ti. Hoy solo me gustó una parte del día, parte de una semana. Solo me gustó parte, una pequeña parte de lo que estudié y lo mismo mi trabajo. Y así es como continúa el fastidio de mirar que solo una parte sirve, que solo una parte me gusta, que daría mi vida solo por una parte de esto o aquello. ¿Y qué pasa con el todo? ¿Qué pasa con el regalo completo que se nos otorgó al momento de nacer y que por recetas tempranas comenzamos a fraccionar y a descartar? ¿Por qué siempre es “una parte” la que escogemos, cumpliendo a cabalidad con nuestro papel de imbéciles al desechar lo que se pudiera disfrutar, aprovechar, agradecer? ¿La verdad? No se me ocurre ninguna respuesta sensata ante tanto desperdicio, ante tanta necedad, ante tantas ganas de acumular partecitas para completar un todo que igual pasará por el tamiz de nuestra estupidez para quedarnos, como siempre, como carajitos llorando solo con la única parte que se nos antojó.

Sacarme la espinita. Ahora sí

Quiero sacarme la espinita. Quiero hacer lo que no pude hacer cuando en el pasado estaba en el lugar correcto, en el momento correcto. La espinita, vale. Solicito que me otorguen el permiso para intentarlo de nuevo, para ejecutar ahora, desesperadamente, lo que no pude terminar antes cuando tuve todo el tiempo y el poder del mundo. Estaba distraído, ¿no lo entiendes? No era mi mejor momento ese para lograr el proyecto común que mencionabas. No estaba preparado y eso le pasa a cualquiera, pero ahora sí que estoy en onda para echar palante. Entonces, ¿qué dices? ¿Ah? ¿”Que mi tiempo ya pasó”? ¡Qué vaina!

Querido Ego

Ego que te ofendes tan facilito, que te defiendes como sea, que acumulas tesoros solo para echárselos a los demás en la cara. Ego que quieres distraerte para concentrarte solo en la realidad de tus deseos. Ego insaciable que no sabe lo que quiere, que te disparas violentamente sin mucho miramiento, que no escuchas mientras no dejas de hablar y hablar, de manotear, de dar ultimátums y de tratar de imponer tu voluntad. Ego miedoso, inseguro, dubitativo, disfrazado con la cara de sobrao, de Mc Giver, de súper heroe autosuficiente y sospechosamente caritativo. Tanto que jodes y no te puedo botar. Tanta vaina que echas y pensar que solo puedo minimizarte en escasas ocasiones de gloria, cuando la conciencia, ese crucifijo draculino que tanto te asusta, aparece y me arrastra hacia la paz. Sin embargo, no te desprecio. A pesar de todas las burras que me has echao pal monte, a veces agradezco que me muestres mis puntos débiles, mis puertas mal cerradas, mis heridas sangrantes manquesea a carajazos. Pero amigotes tampoco somos, ¡no te engañes! He de recordarte siempre que no eres yo, a pesar del latín, a pesar de que a veces me lo creo, a pesar de que a menudo tomas el control y me descontrolas. De todas maneras, Ego, a riesgo de fallar de nuevo, solo te pido una cosa: ¡No me jodas hoy! 

sábado, 13 de abril de 2019

El pitazo de la vida

A veces la vida pareciera dar un pitazo para vivirla con cierto ritmo apurado. No llega a ser un ultimátum, pero sí una alerta para moverte según se presente el caso. Parece que a veces debes aprovechar la oportunidad de hablar con quienes no has hablado en algún tiempo, de visitar, de telefonear, incluso de solo escribir. Aunque no reviste gran urgencia, sí parece ser un estímulo para echar el cuento breve y ponerte al día con quienes han escrito algún capítulo en tu vida, por breve que haya sido. Pareciera un espacio permitido, un tiempo adecuado para reconectar con esas energías que se dieron en distintos momentos, para concentrarlas en una ocasión especial de reacomodo, de reencuentro y tal vez de redención. Sin embargo, los oídos sordos están a la orden del día y nadie se enteró del pitazo. De ese modo, entretenidos, distraídos, miedosos, orgullosos, seguimos desconectados de lo que todavía conserva una energía vital de sentir. Nos seguimos haciendo los locos y perdiendo mucho más que tiempo. Seguimos dormidos en un sueño que se asemeja a una pesadilla de baja intensidad, la cual preferimos a despertar de una vez. Seguimos jugando con juguetes vacíos que terminan por vaciarnos. Seguimos caminando, determinada y firmemente sin ninguna dirección, sin ningún sentido legible por el más letrado. Mantenemos el frenesí del ciego que corre… hacia ningún lado.

La paz, el equilibrio y el bamboleo

Paz. Equilibrio. Con alegría como poblador y todo. En el centro, en el medio, aparentemente firme, mientras no exista empujón alguno. Sin fuerzas aparentes que hagan bambolear de un lado a otro o de atrás para adelante. No se sabe si ese balance es el inicio o el final. Pareciera el final, el final deseado con desesperación por muchos. El final después de años de bamboleo e incertidumbre. Después de años de cargar inconscientemente con pesares y emociones destructivas que hacen del bamboleo, un vaivén insostenible, un zigzagueo que lleva finalmente a la mortificación, a la desolación. Quién sabe cuándo comenzó el bamboleo en nuestras vidas. Quién sabe cuándo se asomó la primera necesidad de algún equilibrio. Parece remoto. Yo digo que es imposible saberlo,  porque esas sacudidas abrumadoras se convierten, por el efecto de los mensajes incansables del entorno, en el ritmo a seguir; a seguir para lograr el sueño perturbador y bamboleante ya inyectado; a seguir hasta que te mueras, muertito de miedo y lamentando no haber escogido el equilibrio hace decenas de años como la forma de estar.

Lanzarme por ese barranco de una vez

Voy a saltar por ese barranco de una vez. Caeré inmediatamente en la posición prohibida de saber qué es lo que necesito exactamente: ni más, ni menos. Yo sé que van a pensar que al fin ocurrió, que se volvió loco el carajo este, pero es que me puse a ver por una rendija y se veían las cosas mucho muy distintas a como normalmente se ven en este lado, y seguramente muchos de ustedes se sentiría tan picao como yo si se atrevieran. Pero llegar a esta convicción no es fácil, es toda una odisea. Es casi imposible. Es como esperar a que se calmen todos los ruidos de la ciudad. Es como sentarse a esperar que se asiente en el suelo el polvo de la última arrastrada. Les digo: se siente muy bien. Esos pocos segundos en que abres los ojos al fin y se abre un telón nuevo y sales tú mismo con una imagen impecable, al fin con una mirada feliz y sin el basural por dentro o alrededor, como es la costumbre. En esos instantes de escape a lo real me puedo dar cuenta de que no hay que aprender nada, no hay que esforzarse tanto, no hay que cambiar: lo que hay que hacer es quitarse tanta mierda que venimos acumulando de siempre en nuestra cabeza.

Honrar al malvado

Honrar al malvado. Honrar a esa lacra. Estás pidiendo demasiado, ¿sabes? Es una locura. ¿Emitir un gesto respetuoso, tal vez silencioso, por quien me lanzó en esta encrucijada? ¡Qué va! ¿Que si no hubiese sido por esa situación que tan irresponsable e inconsciente, no me hubiese yo enterado de todas mis potencialidades? ¿Te parece lindo lo que ocurrió? Claro que veo lo que ahora puedo lograr, gracias al imbécil ese, ¡pero es mi mérito, no el de él! ¿Ah? ¡Claro que soy distinto que antes, pero es que el dolor que dejó en mi corazón es una vaina muy seria, vale! ¡No es cualquier cosa! Que ¿qué hubiese pasado si no se hubiese atravesado en mi camino? Este, bueno… tal vez estaría atascado en el mismo sitio, en la misma situación, con los mismos miedos… ¡pero sin este dolor por dentro!
...Está bien: lo pensaré.

miércoles, 10 de abril de 2019

¿Vivir solo con lo suficiente? ¿Tas loco?

Vivir solo con lo suficiente. Usar solo lo necesario. Sentir solo lo natural. Pensar solo en lo constructivo, en lo posible. Ser solidario con el que lo necesite. Son postulados que parecieran ser austeros, represivos, conformistas, y según la cultura consumista, absurdos. Algunos podrían creer que necesitamos muchos más objetos de los que tenemos, usar muchos más artículos de los que necesitamos, tener sensaciones mucho más allá de lo que podría ser sano y rellenarnos de conocimiento, avasallando a los demás con nuestro ajuar intelectual. Todo esto, solo por si acaso. Por si se presenta la ocasión. No es un secreto el polvo, el abandono y la indiferencia que nos inspiran los objetos superfluos que terminan eternizándose en una repisa, en un depósito, en nuestras cabezas y nuestras almas, ocupando mil veces el espacio que podría ocupar lo justo, lo sano, lo pertinente. No es un secreto el llanto silencioso en nuestra oscuridad. Otros podríamos creer que todo es un montón de basura que nos echamos encima y por dentro para aparentar felicidad y superioridad. Pero de lejos se ve la costura, lo doblado del caminar, el sudor disimulado, el tiempo perdido. Muchas cosas no son ya un secreto. Yo, desde el pie de este árbol, con el pulso en 60, con los míos a mi lado y con el sol de frente, no puedo dejar de reconocer que no entiendo nada, que todo es un maldito misterio.

lunes, 8 de abril de 2019

Mi poquito es mejor que el tuyo

Yo sé solo un poco de lo que se puede saber. Tú también sabes solo un poco de lo que se puede saber. Es comprensible que no todo lo que ocurre en el universo pueda ser entendido por nuestros cerebros, pequeños receptáculos, prejuiciados recipientes, condicionados envases. Pero mi poquito es más importante que el tuyo y lo voy regando por todo el mundo sin duda alguna. Las revistas me mencionan, las pantallas me celebran como un mensajero casi divino de lo que se debe escuchar para que la audiencia encuentre el rumbo correcto de sus vidas. Hasta una película hicieron sobre lo arrecho que soy. Mi poquito ha desbordado los límites del encierro, del aislamiento, de la segregación, para convertirse en la nueva realidad universal. Lo que sí estoy claro ahora, después de darle vuelta al asunto, sentado y sin zapatos, con un trago en la mano, es que nadie sospecha que es solo un poquito lo que ha sido congratulado y magnificado hasta el hartazgo y no el poquito de todos ellos.

domingo, 7 de abril de 2019

“Duele, pero vale la pena”

“Duele, pero vale la pena”, dicen sin parar, y más cuando tienen una platica ahorrada. Duele esto, duele aquello, duele todo lo demás, pero es que vale la pena, chico. “Vale la pena”… es una pena eso que duele. El sacrificio parece la manera efectiva, la que no pela, la que no deja de doler. Que duela, que sea una pena, que nos quite momentos reales y preciosos del presente para dizque asegurarnos un mejor futuro tiene pinta de ser la mejor receta para el éxito. Debe doler… DOLER. Si no duele, no vale la pena. Si no huele, no sentiremos que el sufrimiento nos purificó y nos dejó cicatrices que no se irán nunca y que podremos mostrar con todo ese orgullote. “Lo que fácil llegó, fácil se irá”, repite el mismo grupo de sabios del martirio, dejándole claro a los que con un poco más de talento les sale más fácil y placentero el logro, que por supuesto son algún tipo de herejes del merecimiento. Ya habré visto a algunos de estos seres adoloridos por el sacrificio de toda la vida defender su posición… hasta que duela otra vez.

viernes, 5 de abril de 2019

Mi amada tiene errores ortográficos

Mi amada tiene horrores ortográficos. Estoy preocupado. Trato de explicarle mi deseo de que se supere, de que salga y se coma al mundo, y es cuando sale y se lo come, pero todo en mayúsculas. Cuando me abraza, siento que voy a perder el control, así como le pasa a ella con las “c”, las “s” y las “z”. Mi nivel académico requiere compañía preparada, afin a todo este portento del idioma que soy. Pero es que me tiene loco con sos ojos grandes, sus manos preciosas y sus apóstrofos por todos lados: “q’ te pasa, papi”, “vente pa’ la casa que estoy solita” y demás. Nunca sé cuándo dice o cuándo pregunta, cuándo cambió de tema ni cuándo terminó la idea; la ausencia de signos de puntuación, de pausas, de conectores o de entonación son tan avasallantes como sus besos y sus abrazos tan divinos. Quisiera cambiar eso, pero ayer cuando le trataba de explicar que antes de la “b” y la “p” viene la “m”, se me lanzó encima, me quitó el lápiz, la ropa y el interés. 

jueves, 4 de abril de 2019

La vida es buena... a pesar de ti.

Si se cree que la vida tiene un propósito, la vida es buena. Pero claro, no con un “buena” rosadito, pendejo, de que me cumpla mis caprichos, de ser mejor que los demás, de tener poder más allá que sobre usted mismo. Más bien con un “buena” que implique “necesario”, “consciente”, “integral”. Por supuesto, vivir en una ciudad que aparte está en harta crisis coloca estos conceptos en un nivel ridículo de perspectiva y casi inevitable pensar que la vida es solo esto; pero si vivimos la vida sin tratar de entender de qué se trata realmente, resistiéndonos a lo que ya es como es, no dejaremos de sorprendernos con los inconvenientes que aparezcan o de encandilarnos emocionados con luces y espejitos; no dejaremos de quejarnos de los demás ni de presumir de la maravilla con mala suerte que somos. Hemos disminuido tanto el sentido de lo afectivo, de lo intuitivo, de lo amoroso, para someternos, a veces muy placenteramente, a los designios de la mente, ese espectacular obrero que se convirtió en jefe. Si por una pequeña pantalla nos mostraran de qué se trata la existencia antes de nacer y nos dejaran interiorizar que la vida tiene placer, dolor, crisis y equilibrio, tal vez caminaríamos por estas calles con menos expectativas fantasiosas, con menos escudos protectores, bien preparados para actuar ante una situación compleja sin juicios ni prejuicios, confiando en que todo fluye y se resuelve de una manera u otra, sin drama, sin gritería, solo con unos buenos ojos y pecho abiertos. Pero no, no lo hacemos; tampoco quienes detentan el poder de las pantallas y las páginas ayudan en eso de hacer que caminemos hacia la conciencia, hacia lo que fluye naturalmente hacia su resolución. Por el contrario, toda la vida parece ser un comercial de pólizas de vida, en la que debe hacerse un gran esfuerzo para asegurar que las cosas salgan como queremos, acumulando dinero, objetos, amigos, elogios, miedos, para luego sí, ser felices. Somos androides sicópatas muy bien hipnotizados durante años, que sin mediar palabra, cerramos los oídos y seguimos defendiendo sin pausa y a ultranza a nuestro malvado amo invisible. La vida parece llamada a ser una caricatura de la mente sobre qué tan emocionado puedo estar y no qué tan integrado estoy al momento presente como lo único que existe, en lugar de pelear con lo que pasó o con lo que pasará y, aunque parezca el mismo taquititaqui de siempre, la vaina parece ser verdad.

miércoles, 3 de abril de 2019

Mundo retorcido

Mundo retorcido. Todo se dio vueltas y ahora luce muy loco todo. La libertad se convirtió en prófugo cotizado, la verdad, en mentira que no se repite. La expresión en una ridiculez con derechos civiles, y el poder en el sueño anhelado. Como quiera que se mire, es difícil entender el escenario. El amor se convirtió en el reo aislado en la mayor de las seguridades y el pillaje, libre y fresco, se desplaza por las calles con su gigantesco séquito. La hipocresía, por su parte y con mucho éxito, se estableció como el medio de supervivencia de masas. Lo “anti” dejó de cumplir su viejo papel de regulador para transfigurarse en uno de los creadores compulsivos de desequilibrios y situaciones inconclusas, disfrazadas de justicia de circo y romanticismo porque sí. Hace poco dizque vieron a lo espontáneo escondido debajo de un puente evitando el plomo. En este punto es confuso pararse en mitad de la plaza y, entre carteles luminosos y pícaros oradores, decidir cuál es el rumbo de la felicidad, que, por cierto, se convirtió al final del camino en esa mueca manchada entre las lágrimas y ese maquillaje tan mal puesto.

Gritando desde el encierro

Gritando desde dentro de un frasco. Así me siento. Corriendo y golpeando de un lado a otro las paredes de un recipiente gigante que no deja salir mi voz, mi sentir, mi querer. Es como una pesadilla en la que despierto y ante la terrible evidencia, debo hacer saber a los demás lo que vi por la rendija del sueño: lo inevitable, lo que comienza a derrumbarse sobre nosotros, dentro de nosotros, sin nadie que lo pare porque estamos en esta fiesta loca, ciega y sorda. Al menos, según he visto, no soy el único que grita. Alrededor he podido ver a otros que han despertado y quieren entregar el mismo mensaje de liberación.

Loco, de una buena vez

Quiero volverme loco de una buena vez. Estos ataques de cordura me están constando muy caro. Las estructuras diseñadas por la sociedad para entrar en el estándar, ser sensatos y exitosos me están matando. Siento que el cemento, la electrónica y la corredera me están quitando segundos de mi existencia. El hacer y hacer le ha ganado tanto terreno al ser, que me he convertido en una máquina ejecutora, cumplidora, imparable e insaciable, mediocre y ávida de un futuro que no aparece nunca. Por cierto, el combustible para mantener el ritmo requerido ya se me antoja inalcanzable. Me repito que quiero satisfacer mis necesidades, pero no sé lo que necesito realmente; y en medio de esa ceguera, me sigo atiborrando de basura, quedando mis ojos, mi estómago, mi mente y el resto de mi cuerpo como un vertedero gigantesco de desperdicios, pesado, inútil y a la vez inquietante que no me deja avanzar en la dimensión que ahora realmente me interesa: mi alma.

El nuevo humano


Todos se quejan. Todos juzgan. Todos quieren otra cosa distinta a esta porque esto ya no se aguanta más. Pero resulta que “todo esto” fue confeccionado por nosotros desde hace muchos siglos. ¿Qué cosa es lo que hay que cambiar? ¿Los árboles? ¿Los paseos? ¿El agua con gas? Algunos malintencionados dirían que hay que cambiar al ser humano, quien produjo tanta calamidad para el humano mismo y su ambiente. Definitivamente, desde lejos somos ese virus que arrasa con el entorno y luego se va desplazando para arrasar con el nuevo entorno. Los hábitos del humano, su manera de concebir su existencia, sus ideales, han demostrado no ser coherentes con su supervivencia a largo plazo. Pero, ¿cómo debería ser ese nuevo hombre? ¿Cómo debería concebirse este nuevo ser, este nuevo habitante para lograr un equilibrio entre él, sus pares y el medio que los alberga? Por supuesto, preguntarle eso a cualquiera de nosotros, los nacidos, criados y embarrados por esta civilización moderna, podría resultar inútil, dado que los causantes del problema no podrían resolverlo en su mismo nivel de conciencia, como dijo Alberto. Seguro vendríamos con ideas absurdas, ridículamente cosméticas, acerca de los ajustes necesarios para enderezar este entuerto. Sería un necio diseñando al próximo. A mí se me antoja que ese nuevo ser podría tener características que nosotros, defensores a ultranza del sistema actual, no aprobaríamos porque es obvio que atentan contra nuestro estilo de vida actual. No aprobaríamos, con seguridad, su nuevo talante social  ̶ incluyendo sus hábitos sexuales ̶ , sus nuevos hábitos familiares y alimenticios, sus nuevos hábitos reproductivos y disciplinarios, su carácter respetuoso hacia tantos elementos a los que nosotros ahora malogramos alegre e inconscientemente. En fin, chico, como no nos da la gana de aprobarlo por lo raro, dañino o inmoral que nos parece, mejor nos quedamos en este circo aniquilador que construimos tan orgullosamente, total, planetas sobran.