Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"

domingo, 31 de marzo de 2019

A su orden, patroncito

A su orden, patroncito. A todo hay que buscarle un patrón, parece gritar esa vocecita a todo lo que pasa, a lo que se escucha, ¿y por qué no?, a todo el que se atraviesa. Y claro, ese patrón debe ser rígido, debe estar compuesto de partes que se unan y dibujen una forma conveniente para mí. Para eso, hay que encerrar todo en una categoría, hay que encajonar todo, ranquear todo. Cada cosa hay que situarla, muy sabiamente, en la gaveta correspondiente, en el cajón que merece y ahí se va a quedar para nuestra tranquilidad, para nuestra seguridad. La rutina será el poderoso paseo, el perpetuo desfile entre cajón y cajón, entre formas conocidas, entre temas dominados, bien cerrados. Nada parecerá dudoso cuando lo digamos nosotros porque será la expresión oral del inmenso gavetero que llevamos a cuestas en nuestras cabezas. Como ya nos encargamos de etiquetar y mutilar todo, de amarrar cosas, somos unos verdugos al momento de esgrimir argumentos absolutos, lapidarios, irrebatibles, por cierto, muy distinto a aquellos que hablan de relatividad, de contextos, de circunstancias, de transversalidad… esos, que son una partida de flojos y blandengues.

sábado, 30 de marzo de 2019

La gotera

Unos minutos después de comenzar la lluvia, se pudo ver claramente: había una gotera que caía en medio de la sala. Inmediatamente, los cinco hijos de la doña, profesionales entusiastas todos, comenzaron a vislumbrar la posible solución al inconveniente. No dejaba de llover. No dejaba de caer. Desde el de menor edad al de mayor, cada hermano opinó y hasta con croquis para justificar tantos años de universidad. Después de ningunear a los viejos —sus padres—, les dijeron que se quedaran tranquilos, que ellos se encargarían. Pasaron las horas de algunos días y los muchachos, entusiastas por el no tan nuevo reto y con los pies ya en un pozo, zigzagueaban entre la física, la química y la matemática; entre la evaporación y los vasos comunicantes, entre ventiladores y aspersión; pero las pruebas arrojaban cada vez el mismo resultado. Los padres advertían que el agua estaba subiendo su nivel, pero entre disertaciones, discusiones y hasta peleas de pelo mojado, los vástagos los volvían a apartar de la “zona cero”. Decidieron los doctores buscar ayuda afuera, pero no se consiguió el aporte esperado. Ya la sala parecía un campo de batalla perdida, y entre una y otra exclamación, el padre, fastidiado de tanto empecinamiento, subió al techo y aplicó un parcho de asfalto con su dedo sobre el agujero, tapando así la gotera al instante. Bajó, recogió su bastón y se volvió a sentar con su vieja en el sofá. Después de mirar fijamente al techo por unos segundos, los “muchachos” no solamente no reconocieron la efectividad de la intervención de Venancio, si no que fue criticado despiadadamente por “la falta de metodologías en los procedimientos técnicos utilizados”. Mequetrefes insalubres.

viernes, 29 de marzo de 2019

No entiendo la canción, ¿y qué?

Te ríes de mí porque dices que no entiendo esa canción y que sin embargo tengo esta cara de poesía. Déjame decirte que no se trata de entender la canción, sino de sentir lo que siento. De hecho, tú la entiendes y no te gusta. Fíjate en mi caso, por ejemplo, escuchando esa canción puedo recordar a mi primera novia y a mis amigos del pasado. Esa canción me recuerda una parte muy importante de mi vida y no estoy dispuesto a desechar ese recurso afectivo solo por la razón de no entender exactamente lo que dice. Puede ser en inglés, italiano, portugués o francés, igual arrugaré el ceño y la cantaré como pueda, como quiera. Puede hablar de calamidades sociales, de ideales políticos, de tragedias personales, pero a mí solo se me viene a la mente a mis primos y a mí jugando de niños en el campo. Así que si quieres engordar tu ego resaltando mi tremenda falla de decodificación, es muy posible que te mande a lavar tu fundillo.

Generación en el banquillo

Esta generación de adultos, según dicen, no sirve. De hecho, de esta generación parriba, como que no entran en el juego de construir. Afirman que ya absorbimos toda la información desatinada que pudimos y a la hora de afrontar las situaciones adversas, no valemos ni medio. Dizque los prejuicios se convirtieron en nuestro juicio. Dicen también que los miedos inyectados por tantos años se convirtieron en los principios rectores de nuestras vidas. Muchos no creen en nosotros porque, según ellos, el molde ya hizo su trabajo y puede ser que no cambiemos porque no lo creemos necesario o incluso posible. Si eso es así, es muy lamentable, sobre todo porque los niños, quienes sí parecen la salvación del futuro, el camino de vuelta a la vida, son hijos nuestros, es decir, hijos del miedo, del prejuicio y la indiferencia.

jueves, 21 de marzo de 2019

Mi próxima interpretación

Interpretaré todo, todito. Seré el mejor intérprete con el que se hayan encontrado por ahí. No dejaré nada intacto, porque es que voy a deshilachar todo y a darle mi toque. Es necesario replantear. No se salvará la Biblia, no se salvará Marx ni mucho menos Smith: todo eso será pasado por el tamiz de mis prejuicios y entregado a todos ustedes con mejor acabado, y no como pretendían los originales. Los filósofos de siempre tampoco quedarán intactos. Es más, ni siquiera mis padres pasarán lisos. Haré mi trabajo impecable al cortar ideas y mensajes y volverlas a tejer, y a lo que vinimos: después de darle mi interpretación a ese tema que tanto te apasiona, te tranquiliza, me acercaré sigilosamente y destruiré su pureza en una discusión de lo más necia. Soy grande en eso. Me la paso en eso. No dejaré muñeco con cabeza. Seré el monarca indiscutible de todos los acomodaticios… así que prepárate a enfrentarte a este espectacular reinventor de doctrinas.

Aprovecharte antes de que te vayas

Aprovecharte antes de que te vayas. No solamente de mi lado, sino de este mundo. No quiero tener que repasar la sensación de recordarte luego a juro, de soñarte con dolor, de tener que revisar tus cosas para apartar solo lo bueno, como si se tratase de un plato inapetecible. Me niego a seguir el ridículo guion de siempre, ese de no creer lo suficiente en la muerte y sus quehaceres. Por eso mismo, tengo esta hoja de papel enfrente, para ir anotando cómo es que aprovecharé tu presencia. Ya se me ocurrirá algo mientras disfruto este tiempo contigo. Por ahora, dejaré fluir todo lo que tenga a bien aparecer. Por ahora, solo te miraré para buscar en tus movimientos, en tu tranquilidad, lo que me gusta de ti. Te haré detalles; no muchos para no despertar sospechas sobre mi proyecto secreto. Pasaré enfrente de ti cuando leas el mismo libro de siempre y te picaré el ojo aunque no me notes. Te lanzaré piedritas si te veo regando las matas. Tomaré tu mano sin pronunciar palabra cuando contemples el sol acostarse. Si detecto tu tristeza silente, me deslizaré a tu lado y te daré mi caramelo. Cuando llegue el momento, cuando ya estés lejos, intentaré recordar tu calor, tu sonrisa y hasta tus regaños, para que cuando volvamos a encontrarnos se mezclen la ansiedad de mi espera con la sensación de que nunca te fuiste. 

miércoles, 20 de marzo de 2019

Laberinto fecal

Antes pudo haber solución, pero ya no. Mucho antes debió haber un panorama excelente para la creatividad, para ver qué se hacía con toda esa maravilla que teníamos enfrente, con toda esa fuente de oportunidades para ser feliz o, por si todavía no inventaban la dichosa palabrita, convivir tranquilos, en paz, en equilibrio con nuestra especie y con la naturaleza. Pero no: tuvimos que cagarla. Pero la calamidad no llegó rápido. Pasaron siglos, y como producto de nuestra mente requete avanzada y portadora de los peores miedos primigenios, metimos el primer pie en la mierda. Por el arte de nuestra magia soberbia, de nuestra prestidigitación insolente, lo complejo se convirtió en complicado. Mientras, por aquellos tiempos en que lo peliagudo y lo inteligente se pusieron de moda por primera vez, la mierda ya avanzaba por los caminos. Ella, la mierda, sin saber de qué se trataba todo, lo único que hacía era aumentar y caminar obligada por causa del hacer humano. Varios siglos después, por esta época de tanta modernidad, lucecitas y pantallas táctiles, cada uno de nosotros deambula por el progreso embarrado de mierda desde los talones hasta las orejas. Casi nadie se salva. Una historia repleta de obra y razonamiento elaborado hasta el hartazgo, con un nivel casi sobrenatural por parte de nuestros célebres y muy universales pensadores, acaban por no hacer más que argumentar en medio la mierda, convocar a sus seguidores al pozo de mierda y luego, en contra de quienes se dan cuenta del asunto, cambiar el rumbo de un mundo sumergido en la mierda —ah, vaina: ¡que lo cambian te digo!—. Así nacieron miles de teorías disfrazadas de leyes naturales que todos nos fuimos tragando: unos se comían algunas mientras los otros nos comíamos las otras con tanto apetito, con tanta ansiedad y desesperación que pasamos por alto el sabor de la mierda. Pues aquí estamos, viviendo lo menos malo, viviendo con la mayor de las suertes sin saberlo, decidiendo en qué salsa nos van a comer, mientras en las alturas siguen los mismos charlatanes de esta generación, de esta época, de todas las épocas anteriores, deslizando argumentos interesantísimos de cómo es que esto se va a arreglar. Pero es tarde. No deberíamos ignorar que ya estamos sumergidos en mierda hasta la coronilla, lo suficiente como para pensar en quitarnos la mierda en favor de un mañana pulcro y decente, sobre todo porque la mierda siempre se ha devuelto en deslave generoso.

martes, 19 de marzo de 2019

Buscar en la calle...

Se busca en la calle lo que no se tiene en casa, reza el dicho.  Pero, ¿cómo sabemos que no lo tenemos en el inventario doméstico? ¿Acordaste tenerlo en casa? ¿Cómo se alimenta ese bicho? ¿Tenemos nosotros la honestidad y la paciencia para dar con ese elemento misterioso por el que decidimos ahora ponernos en pie de guerra? ¿Cómo demostrarnos su presunta ausencia y que no es solo invisible para nosotros en este momento? ¿Avisamos la guerra a la parte afectada? Mira… tal vez no. Tal vez lo que hubo fue una explosión sin precedentes, un berrinche de magnitudes épicas, la entrada en la cabeza de los demonios que teníamos en el hombro izquierdo. Tal vez lo que estamos fabricando es un paréntesis para respirar en aires desconocidos, de los susodichos sueños pendientes, pero que finalmente y según la cruel estadística, terminará de nuevo en sufrimiento y más dualidad. Si nada te detiene, mi pana, levántate firme, declara el paso a dar y retírate de una vez. De cualquier manera, más adelante ya sabrás de qué casa estoy hablando, a qué calle me refiero. 

Tu madre

Madre. Amor tan desapasionado que recibe. Amor de urgencias, siempre presente, pero sin cortocircuitos, sin chispas, nada como para despertar a los vecinos. Ha de ser como un árbol, uno generoso, uno frondoso, que sirve cada vez de refugio tranquilo, seguro, sin mucho más reconocimiento que aquel de siempre volver y sentarse bajo su sombra a recordar, a ser acariciado sin darse cuenta. Ángel sin cargo, de llanto escondido y de procesión voluntaria. En cambio, su existencia se asemeja al aire que nos plena los pulmones sin percatarnos, y claro, si faltase unos segundos se destaparía la calamidad, el peor escenario, la desesperación; porque por supuesto, el niño malcriado lo da por descontado: ¿cómo no va a estar allí para mí? Sin embargo, y a pesar de la inercia, sí surgen instantes en que lo obvio se hace consciente y se puede reconocer ese tremendo regalo del universo. Solo en escasos momentos, los patiquines que somos, nos sentimos capaces de hacer un tributo enano a tan formidable alma… pero sólo en escasos momentos.

¡Pa bueno yo, chico!

No podemos separar a  los buenos de los malos. Debemos convivir todos juntitos, porque comenzando siendo familia. Pero, ¿cómo se podrá hacer eso? Porque hasta ahora ha sido todo un desastre en todos los sentidos. ¿Cómo mantener a los malos a raya y no dejar que hagan lo que hacen y ser aún peores? Las cárceles están llenas y no arreglan a nadie; los sanatorios tampoco sanan a esa gente desajustada, y aunque sean minoría, cada vez son más y tienen más poder. Nosotros en cambio, los buenos, de parque en parque, de iglesia en iglesia, de margarita en margarita, ya no sabemos qué hacer. Los malos nos acusan de muchas cosas, entre ellas, de inconscientes, de indiferentes, de tontos útiles, de cómplices silenciosos. ¡Pero nada más lejos de la verdad! Si más bien estamos tratando de preservar la bondad que hay en nosotros en este mundo cada vez más terrible, sucio, corrupto, protegiendo a nuestras casas con las rejas más gruesas, a nuestros hijos con las mentiras más convincentes y con los prejuicios más irrefutables. Nuestro sistema es perfecto, casi inexpugnable, pero esa gente, los malos, nunca lo entenderán y arremeterán en su contra porque son brutos, flojos y malintencionados sin razón alguna.

¡Y me arreglas ese desorden!

Me gusta pensar que hay algún orden en este mundo, en este universo. Necesito pensar que es así. Me urge sentir que la vida no es solo este desfile azaroso de acontecimientos dictados por la mente mezquina del humano, que deja a un lado lo que paradójicamente, al final del día, al final de la vida, luce como lo más necesario. Tengo ganas de que haya un orden que rija todo este desastre aparente, que equilibre los desmanes de los villanos y egoístas, que haga fluir lo estancado y que dé paz a lo desbocado. Me parece analgésico saber que todo estará bien, que todo va a salir bien o, que al menos, lo justo y lo necesario tengan su lugar en el momento oportuno: pronto. Ya no estoy de acuerdo con el tiempo que tarda el aprendizaje y el sufrimiento que causa en otros mientras decido aprender. Pero bueno, debo reconocer mi berrinche en medio de estos desvaríos de mi pequeño cerebro. Debo admitir que es solo mi Carta al Niño Jesús, desesperada, ingenua, ya en niveles de frustración enceguecedora. Se me antoja como un gesto condescendiente de ese orden que el bueno, el malo y el indiferente obtengan su merecido… si es que en alguna vez el asunto ha sido merecer o no.

viernes, 15 de marzo de 2019

Es tiempo de ver la hora

El tiempo es un muchachito constante y laborioso que inventó el humano para establecer duraciones exactas y cartografiar los transcursos; pero yo desconfío de esa genialidad. Cuando estoy apasionado parece ir más rápido y cuando estoy aburrido, es todo lo contrario. El tiempo no se me hace confiable, sobre todo porque a veces me parece que no avanza, que siempre es ahora, que el ayer y el mañana son parte de las ficciones creadas para atarnos y causarnos ansiedad. El tiempo no se me hace confiable, entre muchas otras cosas porque, igual que otros jugueticos de la civilización, solo sirven para causar temor y obediencia, haciendo pensar que “después” todo será mejor, pero mientras… ¿mientras?, pues te la calas y me compras este relojito :D

jueves, 14 de marzo de 2019

Todos los errores de una vez... ¡Toditos!

Necesito cometer todos los errores de una vez. Es urgente. Quiero errar todo lo que deba o pueda antes de que sea tarde. El tiempo pasa y no veo acción. Mis pasos no van lo suficientemente rápido como para equivocarme y poder aprender la lección… aunque sea una. Cada día que pasa acertando y restregándole a los demás lo arrecho que soy es un día perdido para el crecimiento. La voy a pagar, lo sé. Si sigo como voy, el golpe de frente será más fuerte y temo morir en el evento. No he aprendido nada por la vía de la crisis, del gazapo, de esa fuente invencible de bienestar futuro que es la inconsciencia. Ahora todo se reduce al gobierno de la petulante teoría que me acompaña parriba y pabajo, sin haber encontrado en mi camino el carajazo que me hará despertar, por primera vez, ante la realidad que se me hace esquiva y hasta imposible de conocer. Se me hace tarde, dije, y sigo siendo el niño lindo sin cicatrices que nunca se cayó, que no lloró, que no sintió miedo porque creyó que se las sabía todas. Se me hace tarde y viene el amanecer de otro terrible día con aciertos vacíos, sin convicción, sin la veracidad deliciosa que brinda caerse de culo y volver a pararse.

¡Respeta, carajo!

Excelente el momento para respetar la opinión del otro. Estelar la circunstancia para considerar el pensamiento ajeno como válido y colocar el propio en el banquillo, no para anularlo, sino para que se defienda decentemente. Difícil sería un mejor momento para ejercer eso que llaman empatía. Espectacular sería ahora bajarse del ego hinchado por la pasión, dar una patada al muro que levantamos con retrechería y con esa seguridad volátil y explosiva del que se dirige al barranco. No es compartir opiniones, no es copiarse del otro o sugerirlo en sentido contrario: eso sería muy vulgar; tan vulgar como lo que estamos acostumbrados a hacer a diario, propugnando, desde la incoherencia o la ignorancia, desde cualquier bandera o color, incluso desde la trinchera de nuestras gríngolas honestamente confeccionadas, el pensamiento único, entubado, universal. Que tú estés equivocado no significa que yo no lo esté. Que tú no tengas la verdad en tus manos no implica que yo sí. No se trata de lanzarnos a la cuneta y desde allí echar plomo a los demás; como dije, eso sería bastante vulgar —y lo sabes—. Haz que te alejas del tema y comienza a ver un panorama más amplio. Elévate de tu parcelita de opiniones y comienza a distinguir lo amplio, el flujo de lo que ya es a pesar de tus deseos sinceros, pero mezquinos. Yo no lo sé, pero tal vez sea posible que descubras un bosque variado, complementario, natural, maravillosamente distinto al conuco que deseabas imponerle a los demás. Creo que es un buen momento, porque así como vamos, no habrá nadie capacitado para reconstruir esto. 

lunes, 4 de marzo de 2019

Amor: expresión hasta la muerte.

Ahora no puedo hablar. Solo puedo mover los dedos de mi mano derecha y levantar el brazo hasta el codo para señalar, asentir o negar sobre lo que escucho o percibo de cualquier otra manera. En mi cama, sin fuerzas ya para incorporarme, todavía puedo asir un lápiz y escribir brevemente lo que vaya más allá de un o un no. Mi mirada es mi mayor cómplice en eso de la comunicación. Y así va todo. Las carcajadas, gritos y reclamos airados de mi juventud y mi adultez se van decantando por cada vez menos posibilidades de ser exactas, fieles —ya ni hablar de adornadas o elegantes— como solían ser. Aun así, en este estado de casi total parálisis, siento que puedo expresar lo que quiero sin mayores dificultades: siempre acabo por decir lo que quiero decir. La expresión, más que sobrevivir, subsiste, y no porque lo que haya que decir sea poco o poco complejo, sino porque las conclusiones se parecen cada vez más entre sí. Me he fijado que, independientemente del tema, uno llega, casi invariablemente, al mismo desenlace. Es como caer en cualquiera de los lados de un embudo, para dar vueltas y vueltas y salir siempre por el agujerito final: el amor. Todo parece apuntar siempre al amor o a su ausencia. Creo que el amor es analfabeto en ocasiones, y su expresión muda, sorda o ciega, cuando ocurre, es fácil de entender para quienes están a su mismo nivel de analfabetismo: sin mucha técnica, sin mucha academia, sin mucho aspaviento. Es lo que me hace seguir, estar, sonreír. El amor de quienes me rodean, cada quien a su momento, a su manera y en estos días de poco hablar, hacen que en la mayoría de las ocasiones, mejor me olvide del lápiz y me pegue al calor de sus manos.