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martes, 28 de febrero de 2012

Seré el varón domado


Seré el varón domado. Domado con el látigo y la silla. Domado con sangre y lágrimas, quedándose el domador con el sudor. Domado, después de rugir y rugir. Doblegado por piel y aromas, dejando aparte la fuerza bruta y ajustando el instinto al celo del mes, al calor que gobierna en esta dictadura edulcorada por la que voté y apoyaré desde la guerrilla consecuente. Quiero mi presa, mi pedazo cálido de carne; quiero mi bocado tibio, con el que extorsionaron y por el que estoy pagando bien caro; bastante placentero, por cierto… pero bien caro.

Oiga, Doñita


Doñita, quisiera darle el puesto, pero prefiero no hacerlo. Me duele la espalda, el cuello y tengo los pies desechos. Yo sé que Ud. está en la edad para ser atendida, pero por este lado, hoy no. Antes de hacerme el dormido, el tonto o quedármele mirando raro, prefiero confesarle mi intención de quedarme sentado enfrente de su bamboleo no muy honesto, y desafiando las ya conocidas inercias del tren, entre estas damas que parecen menos caballeros que yo.

Como bestia


Pasaste por la vida como una bestia irrespetuosa hacia el prójimo, hacia ti mismo. Fuiste una bala rasante que hirió por omisión y dejó morir retazos de su entorno. Pasaste circunspecto por entre manos ávidas de atención y no volteaste, dejando fenecer, incluso, tu posibilidad de salvación. Pasaste sin la reverencia mínima, sin gramo alguno de humildad, pisando hombros, impidiendo defensas. Nunca hubo nosotros para tí; sólo tú y tu espejo mentiroso, que te contaba cuentos increíbles y que acogiste con la fuerza de la carencia. Decías que no te importaba, pero después de mucho verte, seguirte y caer en cuenta de tu soledad, supe que eras un animal pleno de tristeza, rebosante de vacío revuelto, enceguecedor. Para concluir, y rescatando los escombros de mi admiración fugaz hacia tí, te concedo el mismo respeto que no tuviste a bien prodigarnos a nosotros. Te perdono.

Déjate llevar...


Llorar hasta llegar al equilibrio. Reír hasta alcanzar el equilibrio. Movimientos telúricos, crisis, hasta llegar al equilibrio. Reflexión hasta divisar el equilibrio. Logros para llegar al equilibrio. La paz es el equilibrio, y la sonrisa ingenua, su delator.

lunes, 27 de febrero de 2012

Usurpadores de felicidad

Usurpadores de la felicidad. Inventores de etiquetas que mutilan posibilidades. Ostentosos disfraces que tratan de asemejarse al estado de ánimo original, tan perseguido como desconocido. La ignorancia compra metrajes de camino tranquilo, sin dirección, sin sentido. La risa burlona suicida pasa a mi lado y me da una zancadilla. Pero no caigo. Tengo un tesoro en una mochila sucia por el polvo del camino. Tengo unas cuentas casi invisibles en mis bolsillos, en mis alforjas, en mis amaneceres. Tengo tesoros, que lejos de pesar aligeran el caminar. De haber probado ambos platos, creo que prefiero mi felicidad clandestina, descatalogada, desterrada por el miedo.

Lamento

Razón de ayer que no me sirve hoy. Ni siquiera han pasado años. El cuerpo llora. La cama se torna fría. Racionalidad dañina; acomodaticia a veces, inexplicables otras. Una mano menos que se extiende, una ventana más que se cierra. Todavía suenan golpes a la puerta, aunque ya no tan sonoros. Berrinches que apuñalan, que no ven el camino. Cobija áspera hoy. Silencios avergonzados. Frescura ajena, aunque propia la descomposición.

domingo, 26 de febrero de 2012

El orgullo de vivir


Es una mirada perdida, que de alguna manera aterriza en algo que vale la pena. Es el llanto triste en apariencia, en celebración inadvertida de algo superior que había pasado por debajo de la mesa… al menos por ahora. Es la fidelidad a algo incomprensible que sólo manda en nuestros corazones. Es una fuerza a favor que sonríe desde la sombra ligera, detrás de los arbustos cercanos. Es la verdad que duele, pero que alivia el dolor hasta hacerlo retroceder. Es el hilo que se estira, que promete romperse, pero que al final sólo se queda estirado y el susto pasa de nuevo, iluminando un nuevo logro. Es el disfrute, el orgullo final de estar realmente vivos.

sábado, 25 de febrero de 2012

Ego sin propaganda


¿Cómo serías, mi hermano, si no contaras con el don de la palabra para expresarte? ¿Cómo serías, si toda esa carga de bondad que das no pudiera ser exteriorizada sino por gestos, por acciones concretas? ¿Cómo sería todo si ninguna extraña palabrería, si truco alguno fuese tu contacto con el nosotros? ¿Cómo podríamos apreciar todo lo bueno que nos ofreces sólo viendo lo que haces? ¿Cómo sería ver, al fin, la manifestación de la bondad exclusivamente por medio de acciones, en lugar de tanta basura hablada que enrarece el mensaje? ¿Será, mi estimado compañero, que existe el buen ejemplo sin propaganda para el ego?

Trampa silenciosa


Un disparo de un arma mortal, un empujón al precipicio, la humillación cara a cara. No hay duda, destructivos todos; inmediatos los escombros y la decisión que sobreviene. Distintos a estos cataclismos, sobrevienen otros de silente presencia, de corrosiva tarea. Gramos de abandono, pizcas de indiferencia, migajas de sinsabores. Como termitas en la madera, como la humedad en las paredes, como lenta enfermedad se van minando las patas de la mesa, de la cama, de los días. Trampas de tiempo. Trampas camufladas en el caminar cotidiano. Nudo del zapato que se afloja y no mata… por ahora. Sonrisas forzadas cada vez. Caricias sin fuerza, palabras vestida de inercia, presencias casi transparentes. Ergo, disparos de lentitud insospechada que entra en la piel, en el alma, en la mirada y apaga la existencia a pasos que no suenan, que no avisan a tiempo; empujones en traje de caricias y nada menos que una nueva humillación a las buenas intenciones.

Me siento bien


Me siento bien. Me siento muy bien. Me siento requetebién. Hoy es un buen día. Encontré seguridad en la rutina; en la soledad encontré inspiración. Al buscar una mano cerca de la mía, una me tomó con tibieza. Al inventar, acerté; al omitir, también. Sólo recogí las gotas de lluvia que necesitaba para sentirme presente, y los pareceres para crecer. Definitivamente, no hay lamento posible; sólo la incertidumbre de pensar en que la escasez de estos días, de éstos, como hoy, me ayuda a apreciar un poco más lo que mi mente sonámbula trata de acaparar en mis transcursos.

Cuando te calles


Después de que termines tu berrinche, te beso. Después que se te acaben las palabras para tus ideas torcidas adrede, te voy a empujar con mis mejillas hasta la pared y el aire que te quede te abandonará con gusto. Luego de quedarte callada, deberás idear algo inmediatamente antes de que me acerque y palidezcas ante mis ojos guiñados. Al terminar tu disertación mal concebida, sabrás cómo se pronuncia un gemido. Cuando el oxígeno te falte, yo seré lo más parecido a un vaso de agua que puedas encontrar. No se si grito, no sé si reflexión o brillanteces, pero se te acabarán y será mi turno. Mientras tanto, seguiré mirándote por encima de mis lentes, seguiré sonriendo para desconcentrarte y pierdas esa idea atrevida de venir con eso. Mientras, tu discurso se irá debilitando y tu aliento cansado optará por el mío, tus gesticulaciones esperarán descansar en mis brazos y toda esa patraña que has inventado se desvanecerá entre el poco aire que quede entre ambos.

viernes, 24 de febrero de 2012

Dos o más


Fue un buen grupo. Fue en un momento, fuimos exactamente nosotros quienes la pasamos de los mejor. (Pero) fue en un momento, fue pasado. No parecía posible que tantos protagonistas formaran el elenco. Muchas estrellas se alinearon para que se diera de esa manera. Y terminó el capítulo. Cada uno debió tomar por diferentes caminos, como suele pasar... como es necesario. Y como suele pasar, me aferré al pasado, comparándolo con cada nueva oportunidad de alineación de estrellas. Idealicé el momento y se tornó invencible creador de frustraciones. Nada era igual, por supuesto; nada se parecía. Pero nada debía parecerse porque pierde la gracia, en retrospectiva. Comencé, después de caer una y otra vez por obra de mis costosas payasadas, que habían nuevos colores, nuevas estrellas, nuevas alineaciones posibles que me estaba perdiendo por esta actitud autodestructiva. Ya me levanté, ya me froté los ojos, ya me estiré; ahora disculpen, que debo salir a disfrutar de nuevo antes de que se me termine de olvidar.

jueves, 23 de febrero de 2012

Hurga en tus rendijas


Hay tiempo en las rendijas. Hay momentos escondidos en las grietas desechables de cada día. Hay suspiros sin nacer que mueren cada minuto, sin cesar, sin aviso y sin protesto. Hay manos ociosas que no acarician y ojos que no miran; oídos que no se alimentan de te quieros y labios que no besan. Terrible desperdicio que hace de la falta de tiempo la coartada perfecta para comenzar a morir al ritmo de un gotero. Tamaño pecado no catalogado, durante el cual cada grano de arena produce un ruido ensordecedor al caer, cual si fuese un grito, un reclamo que nos negamos a escuchar atentamente en el intento de pensar que no existe. En este paseo en el que no se camina, en el que no se sale, sigo pretendiendo oxigenarme, sigo imaginando al sol sobre mi cabeza.

Angustia... de nuevo tú

Angustia, preludio de la tragedia. Angustia, multiplicador atrevido de un futuro que no existe, que sólo se presume. Pero no apareces por casualidad, Angustia, no. Apareces con premeditación y alevosía, con una manzana en una mano y una fecha de expiración en la otra. Dejas probar una pizca de dulce y sales, un poco más adelante, un poco más lejos, con tu sentencia borrosa por ahora. Dejas que la sonrisa estire los labios y te levantas de tus posaderas. Dejas que el brillo nazca en los ojos, y sales de tu guarida, Angustia. Eres vecina ya conocida; eres “amiga” de la casa, de mi cabeza, de mis ilusiones, de mis sueños. Amiga porque no te alejas, como se pudieran presumir los amigos. Amiga porque hasta conozco el sonido de tus pasos, los que generalmente comienzan a sonar luego de las campanas, de los aplausos, después de que la audiencia se pone de pié. Por ahora, tu presencia no se hace extraña; más bien, sé cada paso que darás en el desmembramiento de mi novísima alegría, de su triste subasta a la burla, de su ligera oferta a la nada. Por ahora, me voy colocando más cerca del piso, arrodillándome y colocando el rostro, lentamente, contra el cemento frío, para evitar la ya consabida caída, mientras noto que se hace más pesado mi andar.

miércoles, 22 de febrero de 2012

"Y no se parece a tí... tra la la"


Escuché de un elefante de toneladas amarrado por una pequeña cadena. Escuché que cuando pequeño haló tanto la cadena, que decidió ya no intentar más… y lo cumplió. Ahora, se ve un gran cuerpo, balanceándose de un lado a otro, dando pasos recortados, y a pesar de su capacidad descomunal, atado a una inocua cadena, y a un impedimento de espíritu, ahora se ve algo que tiene explicación de sobra para quien conoce la historia; ahora se ve algo fácil de juzgar a simple vista, fácil de catalogar como una locura, elemental para cualquier transeúnte de mirada seudo intelectual. Historia ajena. Cuento de otro. ¿Cuál es el próximo paso, entonces, distinto de uno a la derecha, uno a la izquierda y atrás? Posiblemente, para nuestro desafortunado amigo, sea uno de esos tres. Una mirada condescendiente es su respuesta a mi propuesta de echarle un jalón a eso, e imagino muchas cosas que puede significar esa mirada. Como transeúnte autorizado, según yo, ejerzo mi mejor intención. Es mi deber. Pero después de conversar, de mirar, de tratar de colocarme en sus zapatos, no sé si sólo soy un fastidio, alguien que rompe equilibrios, un vándalo invasor de entornos que siempre fueron. Tal vez deba examinar el propio crecimiento; tal vez tenga yo alguna cadenita agarrándome por algún lado y sólo puedo apreciar la ajena… ya vengo.

Sabor espeluznante


Un sabor espeluznante en los labios. Sin tocarte, sin acercarme. Destapas mi tremendamente logrado escudo contra las vulnerabilidades. ¿Vieja costumbre tuya? No lo sé. No sirve de nada saberlo. No suma. Pero hay reclamo, hay distancia. Tampoco sirve de mucho saber si es voluntaria o no. La selección es indudable: estoy fuera. Debo pensar que no hay tragedia porque no la hay. No la hay. Hay recuerdos con cuerpo y semejantes ojos; pero tragedia no. Si no mirarte es un requisito, lo asumiré con cierta reticencia. Si debo respetar el campo a tu derredor, no hay problema. Pero en la clandestinidad, en la oscuridad, por el medio electrónico posible seré tu fiel admirador, tu pretendiente fantasmal, tu amante de papel. Te haré caricias con frases, te miraré como me dé la gana desde mi soledad privada; te haré el amor y sentiré tu aroma desde este teclado de mierda. Pero lo haré. Lo haré porque me da la gana y no estarás para impedírmelo. No te pido permiso para ello; seré un ladrón que, en su travesura catalogada de peligrosa por los sesudos de relaciones, de sociedades, hará estragos como un niño al encontrar el juguete soñado.
Si le gusta, mejor. Ha de ser “bueno”. Si no, la verdad es que no me importa… no mucho.

Los ojos de mi amigo


Los ojos de mi amigo. Aunque no me miran, se puede apreciar la honestidad que despide, la confianza que regalan. Los párpados a media asta completan la sonrisa que se derrama por todo el rostro. No hay engaño. No hay retruque. Magia que lee pensamientos y los responde sin solicitud previa. Nada nuevo. Nada de sorpresas a estas alturas. Tal vez sea eso lo que hace que haya placer y necesidad de su compañía. Tal vez es lo inofensivo que resulta, lo que produce seguridad y cobijo. Unos tragos, una conversa, el mismo apretón de manos y el mismo epíteto retorcido de despedida…

Presencia fantasmal


Una mirara perdida atraviesa los artefactos, todas las paredes enfrente de mí y llega a ti. Mi mano cae disimuladamente de mi escritorio y cae, dondequiera que estés, en tu mano que se enfría lentamente. Mi aliento escapa en una exhalación y mueve tu pelo que yace en tus hombros desnudos, allá, donde andes ahora. Tu aroma aparece como un fantasmita diminuto, haciéndome una mueca traviesa. Pero no estás. Estás en no sé dónde, en no me interesa dónde por hoy… sólo por hoy, sólo por estos momentos en los que me sirve más tu ausencia, en la que, lo que recuerdo ti es más poderoso que tu presencia.

martes, 21 de febrero de 2012

Un mejor instante


Metí la pata hasta donde más no se puede. La sensación de devastación creó una neblina que ciega cualquier posibilidad de ver los escombros, los restos de algo que existió intacto, brillante, inmaculado. No pude ver lo que se avecinaba, e ingenuo como un conejo, dejé deslizar la calamidad hasta mi lado. Entonces, ésta explotó y dejó trozos de ilusiones alrededor, creencias fracturadas, fragmentos de momentos irrepetibles ya. Tal vez no quiera abrir los ojos todavía… no ahora. Esperaré el tiempo de las cosas, el lapso establecido para ver hacia delante para dar el primer paso en la dirección que, a duras penas, y siguiendo el dictamen dubitativo del miedo y mi propia miopía, me lleve a un mejor instante.

Muerte opaca


Muerte opaca. Muerte sin luz. Yazgo en este sitio, solo, recogiendo amarga cosecha. Nadie se anima a recoger el último cuento con mi nombre al dorso. No se me ocurre, por insólito que parezca, encontrar un último modo de atraer la atención. No encuentro cómo llenar el escenario de mi último discurso, ensayado ya desde que fui apresado por la mecedora. El llanto de berrinche no atrae a nadie. No hay ruido que pueda ya hacer que abra la puerta y deje entrar a alguien que me tome la mano, que permanezca de rodillas, pendiente de mis últimos votos. La muerte triste, la despedida según el formato establecido no es posible sin audiencia, sin nadie que aplauda, que cierre los ojos entre lágrimas. Lo miserable que me siento en mis intermitentes momentos de honestidad no me permite hacer mi teatro completo, mi obra maestra, mi última manipulación. Qué vaina, no nadé y sin embargo, ahora muero en la orilla; algo, si se quiere, injusto con muchos, pero ni siquiera ahora asumiré tal vergüenza. Total, mientras veos estas sombras negras levantándome, comienzo a disparar quejas, a pedir auxilio, a tratar de dilatar el momento para que llegue alguna modesta multitud y me declare su amor.

Ternura implacable


Condescendencia incisiva. Dictadura de pieles y cabellos. Miradas anárquicas que no dan oportunidad a un desplante… porque no les da la gana. La sonrisa sorda a reclamos, más parecidas a miradas perdidas buscando lo suyo, lo ganado, lo intransferible. Las preguntas inquisitivas malignas se quedaron afuera, detrás de la pared que nos protege a como dé lugar. Recitaré, declamaré, te regalaré una serenata. Vine a buscarte y te llevaré adonde sé que te gusta; sin pataleos, sin reclamos, porque no hay lugar para tal desatino. Te tomaré de una mano, y te llevaré en mis brazos como columpio, a un sitio donde tus ojos y tus labios, por fin, susurren lo mismo.

El que sueña


El que sueña arropa la realidad con la ilusión, y por eso la realidad se le hace corta y la supera. El que sueña no presta atención a los noes, a los cuídate mucho, a los deja eso así. El que sueña tiene la capacidad del sí, del paso para adelante, del optimismo loco de ir siempre hacia adelante. El que sueña caerá, fuerzas superiores lo asisten. Para todos es un soñador, un loco, y hasta un mentiroso; pero él sabe que de esa ilusión saldrá el plan que tiene desde hace años y que ejecutará al pié de la letra, con enfermiza disciplina. Con empeño y algo de suerte, el que sueña pasará de ser un soñador en un triunfador; de ser un loco a ser un visionario; y de ser un mentiroso, a ser el dueño temporal, pero definitivo, de la verdad de verdad.

lunes, 20 de febrero de 2012

Buenos y malos, claro


Qué fastidio. Ya no hay buenos y malos solamente. Los híbridos han venido a jorobarme la tranquilidad. Antes solía ser de los buenos, pero ahora escucho cosas. La primera piedra, la bestia que salva y demás figuras que revuelven mi claroscuro hasta ahora tan arregladito, entalcadito, perfumadito. Ahora resulta que no sólo los malos no son los que tienen esto vuelto un desastre, sino que hay algún tipo de bueno sin cabeza que nos hunde igual o a mayor velocidad. Ahora resulta que hay malos que no eligieron ser malos, y por un cuento de éstos que no entiendo, igual joden a todos con la sonrisa enfermiza en el rostro. Ahora resulta que hay matices en la moralidad, al menos puertas adentro. Descubro boquiabierto que todo eso se mezcla en un envase que lo aguanta todo llamado hipocresía y del que todos tenemos un ejemplar en el bolsillo, en la casa, en el corazón. Pero no importa, me esconderé un rato para ver todo desde aquí y saber cómo es que se maneja esta novedosa herramienta, porque déjeme decirle, a muchos les va muy bien ...según se rumora.

Desapareció en el Space


De una vez dejó de escribir en Facebook. Nunca más se vio con “Leídos” en el Outlook. Nadie más supo de su buzón en MSN. Las fotos en las que aparecía sonriendo, gozando en grupo, mirando los farallones cuando de viaje, adoptaron un extraño matiz gris que nadie se explica. Siempre sale alguien y pregunta por él, siempre alguien lo recuerda, pero nunca hay respuestas a la pregunta. De vez en cuando le “doy un toque”, le escribo una letanía recordando viejos tiempos, le envío un zumbido por Messenger, pero lo más que he podido lograr es una brisa que silba su nombre, una sombra en el espejo. Más tarde, muchos días después, alguien reportaría la entrega de un papel amarillo muy sucio, contando una historia toda de un pasado en remoción, con su firma temblorosa al pié… una carita feliz sin boca.

No te di ganas


Te di un manual y te guié, pero no lo logré. Te di orientación cada día, pero no pude obtener el resultado que quise, que seguro necesitabas. Te di ejemplos, proyecciones, argumentos, pero no llegaste a mirar para el cielo, como maquinando... sólo mirabas al piso, y de vez en cuando -muy fugazmente- a mis ojos, por educación. Te di todo lo que yo no tuve, y no lo notaste. A veces me parecía que esa parálisis era hija de la ingratitud que no me explico cómo llegó a tu vida. Un buen día pude ver que tuviste un poco de ganas, y me fijé; por añadidura aparecieron más ganas, y no importó todo el acartonamiento de mis palabras inútiles y empecinadas del pasado… saliste y triunfaste cuando te dio la gana. ¡Salud!

domingo, 19 de febrero de 2012

Al revés no es menos


Al parecer, solucionar un problema no se logra invirtiendo las condiciones –un ejemplo claro puede ser el racismo-. La mala energía acumulada producida por el sufrimiento indiscutible, por el abuso constante y sin descanso, sin embargo, no es el mejor consejero. Es terriblemente tentador salir corriendo y linchar personas, ideas, posturas, después de sufrir un rato. Lo más normal, dentro de lo mejorcito, sería una depresión con el arma humeante en las manos manchadas de sangre. En esa aritmética espantosa de tú me haces, yo te hago y ahora estamos en paz, partiremos de un cero muy discutible, con la conciencia sucia y el morbo satisfecho, a tratar de comprender qué justicia debimos asumir, a intentar, infructuosamente, de justificar el crimen recién cometido. Todavía en el mejorcitos de los casos, comprendemos que pusimos la torta, que no debimos disparar a pesar de todo lo que sufrimos, y finalmente caemos en cuenta de que no somos mejores que nuestro antiguo verdugo. El mejorcito de los casos, entonces, nos garantiza la conciencia de nuestras responsabilidades, pero no la paz que tanto necesitábamos al inicio de la historia, cuando recibíamos latigazos.

No seas balurdo


No seas balurdo. No seas vulgar. Mira que hasta para torcer la moral también se necesita algo de prestancia. No se trata de gritar tus logros amorfos por las calles, desde cualquier tarima. El asunto no es restregar en la cara del que puede ser tu aprehensor… ¿No logras ver lo estúpido que luces? Tu mente excesivamente joven te imagina como el redentor primigenio de lo que en realidad es cuento viejo y vencido. Bájale dos, como dicen los muchachos, y abre bien los ojos, el entendimiento; deja pasar la estampida a tu lado y míralos desde aquí para  que comprendas lo imbécil de esa cadencia. Intentas bailar sin oído, cantar sin voz, manotear al malhechor. Coño, panita, hazme el favor de dejar el sobresalto y sentarte en silencio. Concédeme no saber de la noticia de tu arrollamiento por parte de lo que ahora llamas una vida de verdad.

Silencio elocuente


Silencio elocuente, mudez parlanchina que convence de una u otra cosa, dependiendo del escondite que escojamos. Voluntad es un decir. Decisión es un decir. La ceguera voluntaria toma formas insospechadas, formas letradas y convincentes, si así se quisiese. Pero no importa, no importa. El disfraz deja ver siempre el verdadero relieve del que se esconde, que quien pretende ejecutar magistral ilusión óptica, semejante y embustera prestidigitación. Alivio a veces; sorpresa que corroe y siembra odio otras veces. Yo sabía que sabías, pero tú no. Sin embargo callé y me hice cómplice de tu máscara, que se convirtió también en mía. Así, pues, estamos en este circo privado, tú y yo; en esta pantomima reducida a nuestro espacio. Así, pues, somos tú y yo; somos lo que creemos tú de ti y yo de mí; somos, además, lo que yo creo de ti y lo que crees de mí. Bizarra y espantosa multitud en sólo dos corazones envenenados de comodidad, heridos de puñales cuya punta no entra en la carne y hace sangrar… pero sólo eso.

Sabrosa vida


Sabrosa es la vida experimentada. Sin mucha teoría, sin mucha cháchara. Ocurre la vida y ocurre… ¿algo qué decir, qué objetar? Claro que no. La sorpresa se mezcla con la risa y la seriedad y sale algo de lo más policromático, de lo más ciencia ficción. Lo cercano sabroso con lo lejano en alguna instancia y en medio del barullo y la urgencia; todo se desinfla en una sonrisa que acredita al bromista, que deja donde está –en alarma– al objeto de episodio, y todo comienza, por este lado, a ser como siempre es, y al menos con dos gramos de simpaticura. El malentendido se convierte en joda, en lo que siempre fue. Si lo veo, le doy su coñazo, dice uno, pero le agregas el beso de reglamento para quien está en buena estima. Un día sumamente aburrido se convirtió en evento de primera página –mediático y todo– y luego se desinfló sobre los hombros de siempre, de quienes defienden, de quienes están ahí, a la orden del sentido común, del amor entendido ampliamente. Un abrazo.

Espero sin esperanza


Te espero sin esperanza. Te espero sin mucha emoción. Pasa el tiempo y no llegas. Pasa el tiempo y tu promesa de no volver se va cumpliendo de modo insólito; al menos eso es lo que se ve desde aquí. Ya no veo el reloj, ya no abro la ventana en busca de tu silueta que irrumpa en mi soledad. Sin embargo, no te apagas aún. Sin embargo, tus recuerdos no han hecho maletas y salido todavía. No sé qué traman. No sé que se traen, con su disimulo, con su mirada esquiva. Ciertamente, hay algo que no puedo descifrar. Sin duda alguna, tus restos guardados aquí son un puente ya casi transparente de la ausencia, al bienestar… pero no se sabe qué bienestar; no se sabe qué bien pueda hacer tu espejismo perenne sentado al lado de mi cama.

Eterna nostalgia


Eterna nostalgia que aparenta ser equipaje sin remedio. Heridas inexistentes o curadas que se prestan a la contemplación y caricia. Dolor de sonrisa que brota de grata sorpresa y certifica humanidad, vida, latido. Sangre que corre y brinda pellejo adolorido, sensible, creativo. Huesos que soportan el desfile de sensaciones, de sentimientos inagotables, como bisagras entre lo que tengo y lo que quiero. Parece malo, sabe malo, se siente terrible, pero coño, déjamelo en la mesita de noche, para embriagarme un poquito cada vez que el techo esté de frente.

viernes, 17 de febrero de 2012

La puñalada

Después de algunos instantes supe que fue una puñalada. El metal traspasó mis costillas desde atrás y quedó ensartando la entraña. El dolor, luego de la comprensión del asunto, invadió mis hombros y fue quitando fuerzas a mis piernas ya temblorosas. Hacía tiempo que ni mis creencias del pasado me hacían arrodillar; pero ahora, solo, con esta frialdad entre mis huesos, decidí no resistir mis sobrepesos y me dejé deslizar suavemente sobre un costado. Unos segundos antes escuché el comienzo de la carrera de mi ejecutor, perdiéndose en un corredor ya sin posibilidades de persecución. Como en los relatos clásicos, comencé a ver pasajes de mi vida, pero esta vez lo hacía para saber qué pudo ocasionar esta espantosa eventualidad. Mientras la humedad irrigaba mi espalda y comenzaba a sentir algo de frío, recordaba mis explosiones desconsideradas, los momentos en que hice daño sin importar el futuro. Pero no daba con nada que mereciese este desenlace. A medida que se dormían mis manos y el hormigueo de mis pies ganaban atención, mi mirada fija en el rodapié no lograba meterse en algún episodio que dejase una promesa de venganza, de algún accidente más adelante. Entre lo borroso que llega y una tos repentina, pero casi muda, mira, la verdad no doy con el cierre de mi capítulo, tal y como lo veo y mejor cierro los ojos. Siempre pensé que dejaría este suelo de alguna manera que reivindicase esta pérdida. Siempre creí que moriría con una bandera en la mano, con un ideal en el pecho, con un abrazo defensor de los míos por delante; pero no fue así. Acabo de entender, a destiempo, inoportunamente, que cualquiera de nosotros podría morir sin ejercer el derecho a la decencia del caso, a la elegancia del momento.

¿Desde cuándo no estallas?

¿Desde cuándo siempre piensas antes de hablar? ¿Hace cuánto tiempo no estallas a decir lo primero que se vino a tu mente, sin medir las consecuencias? ¿Desde cuándo no sientes que lo lamentas tanto, que fue un mal entendido, que cuando uno está enojado no mide lo que dice, que lo lamentas? ¿Desde cuándo no sientes que la pegaste por ser groseramente honesto, que no pudo pasar en mejor momento, que no pudo ser mejor de otra manera? Debe hacer mucho, porque ahora te notas algo esclavizado de los argumentos elaborados, de las razones imbatibles, del perifollo de tus ojos al pronunciar la nueva manufactura. Debe hacer mucho, porque te enrojeces sin decir, sin gritar, sin despotricar, para luego venir con tu risita de yo si soy maduro, de ya lo pensé bien y vengo a vencerte con la circunspección adecuada. Te estás reventando, ¿no?

jueves, 16 de febrero de 2012

Y si no te gusta, ya sabes...


Segregaré. Aislaré. Despreciaré. Partiré el mundo en a favor y en contra. Dividiré el buenos y malos a todo el mundo, y claro, yo seré de los buenos e implacables. Si no te da la gana, no pienses como yo. Si no quieres, ni siquiera finjas que tus ideas están de mi lado para conservar tus flacos intereses. Pero sé que vendrás cabizbajo a pedir cacao. Estoy seguro que el bozal de arepa te hará bajar la mirada y asentir ante mis dictámenes. Aquí nadie habló de razón o no razón, y más te vale irte acostumbrando a mi temperamento zigzagueante, si es que quieres favorecerte de mis influencias: total, tú y yo no somos amigos.

martes, 14 de febrero de 2012

Superficial, ¿y qué?


Mi vida superficial. ¿Y qué? Yo soy así, así crecí, así me gusta, y creo que te estás metiendo en un lío por no respetar a los demás. Yo si soy así, superficial, ligero, con la profundidad de un botón. Déjame con mis cosas, con mis pasatiempos estériles, como les dices. Permíteme que con tranquilidad, bote mi tiempo, lo cambie por otros tiempos inútiles. Yo no voy a salvar al planeta, ni a mi país, ni a mi familia; es más, tal vez ni siquiera quiera salvarme yo mismo porque no lo entiendo, no me importa. Si yo soy así, es por algo que seguro no sabes, no entiendes. Deja esa pose de sabiduría que te viste en estas ocasiones a mansalva, en las que vienes directo y me sermoneas. Yo estaré tranquilo si pienso que soy feliz desde que recuerdo y hasta que me muera… ¿Que es una mentira? …habría que ver adónde llevan las verdades, y si no terminas en el mismo sitio un poco más viejo, un poco más cansado, un poco más desengañado, desilusionado. Así que apártate de la pantalla y déjame seguir cantando esto, que no me interesa comprender… ¿si?

Creatividad moribunda


La genialidad que no surgió. La genialidad que si existió, pero aún así no fue invitada a la fiesta. Esa genialidad con todo el morral lleno de brillanteces para recitar y nada de oportunidad de mostrarla. Y ahí está. Y ahí sigue y seguramente allí morirá. Y como esa, varias, muchas, demasiadas genialidades, logros potenciales, soluciones que murieron por no ser regadas, atendidas, habladas como a las maticas. Multitudes de silencios flamantes, maquinantes, de finos malabares espirituales y físicos que fueron amordazados por algo infinitamente más poderoso: la indiferencia.

Había una vez tu moralidad


Había una vez tu moralidad. Había una vez tus ojos de juzgado inexorable. Había una vez tus argumentos válidos, claro; tus ideas de lo correcto y tus argumentos bien estructuraditos. Hubo una vez cuando eras juez y parte en el pleito que tú comenzaste hasta hundir el puñal en los culpables. Hubo aquellas ocasiones en las que te montaste más arriba del podio y tu dedo índice iluminaba a todos aquellos a quienes negarías el derecho a la defensa, a quienes la sentencia fue previa, sin aviso ni protesto. Y recuerdo tus palabras; y recuerdo tus conclusiones tan coherentes, tan provenientes de ti en ese momento de gloria autopropinada. Y ahora, te veo detrás de esos barrotes, en ese cuarto tan oscuro como los que destinaste a tus prójimos de aquellos años. Ahora, como un cuento repetido, como la triste historia de antes ya sabida, veo como bajas la mirada ante una pequeña verdad; veo como tus lágrimas impiden ver con claridad lo que pasa ahora, lo que pasó antes. Y no queda nada qué decir, sólo que lo siento mucho.

Consideradamente botao


Despedida adecuada de una empresa. Se sentó enfrente de mí, y con cara de lamento, me dijo: “Ignacio, la verdad es que la cagamos; y la cagamos tanto, que ahora has metido tu renuncia irrevocable, según nos cuentas. No supimos valorar tus esfuerzos, e incluso ese compromiso gratis que adoptaste para con la Empresa. Nos dijiste, nos llamaste a capítulo, nos hiciste las observaciones pertinentes, pero nosotros, como dijiste en algún momento, no te paramos bolas por estar en otras. Ahora no sé qué “otras” eran esas, porque no sobrevivieron hasta hoy, echando por tierra las esperanzas que tenías de hacer carrera con nosotros. No te supimos evaluar, no te preguntamos de tus expectativas, haciendo imposible que pudieses expresarlas con plena libertad. Lamentamos mucho que te vayas. Seguramente alguien más por allá afuera valorará más tus capacidades y buenas actitudes, esas que aquí no pudieron conquistarnos por nuestra obstrucción, nuestra falta de madurez profesional. Aquí estarán siempre las puertas abiertas, aunque francamente, creo que tardaremos tanto en asumir la responsabilidad de esta pérdida, que se nos hará más fácil aprovecharnos de uno de tras de otro de los empleados que consigamos y destiñamos aquí”. Después de un abrazo, agradeciendo la escandalosa sinceridad, me retiré… más asustado que cuando metí la renuncia.

Llegó el momento


Llegó el momento: No hay historia. No hay ayer, no hay origen, no existe antecedente. Sólo es el hoy, avasallante, con argumentos infinitos que nos dice que la cosa es de aquí palante, y cualquier consideración en ese sentido es una pérdida de tiempo. Todos somos una consecuencia sin causa, un árbol que flota sin raíz, sin razón, sin dirección. Mueren los recuerdos a petición de los sabios del presente. Se desvanecen las herencias forjadas del sudor de días pasados, de amores pasados, de luchas pasadas. Todo surge, repentinamente, de ningún sitio, de ningún lado; si acaso, de una fábrica excelentemente pensada de futuros ilusos sin fundamento, pero de una credibilidad espantosa.

¡Quiéreme, coño!


Quiéreme. Quiéreme mucho. Quiéreme como a tu país desde lejos. Quiéreme como a tu madre enferma. Quiéreme como a la fortuna que se escapa. Quiéreme como al silencio entre el bullicio . Quiéreme como a la cama luego de la playa, como a la brisa durante la incandescencia callejera. Quiéreme como como la nostalgia al pasado, como la ansiedad al futuro. Quiéreme como te de la gana, pero aparécete y ejerce el derecho a ultranza que te otorgo en esta tarde tan sola.

lunes, 13 de febrero de 2012

Y eso... ¿Se puede hacer? ¿En serio?


Una vez escuché a Gabriel García Márquez decir que en su juventud leyó a Kafka, y al ver el relato de que un hombre se convertía en insecto, se preguntó sorprendido, maravillado: “¿Y eso se puede hacer?”. Afortunadamente, muchos mortales hemos tenido esa sensación preciosa en algún momento, gozando de la nueva libertad que aporta esa comprensión casi infantil. Y queda el buen sabor, queda el gustico de decir “¿y eso se puede hacer?” varias veces en nuestras existencias, abriendo puertas a esa senda una y otra vez, hasta ver que no había pared, hasta saber que eran sólo la ilusión de la limitación a lo maravilloso de la creatividad. El niño sigue mirando, absorbiendo, cayendo en cuenta de que es, cada vez en mayor magnitud, dueño de su universo, de su creación. Por mala costumbre, los más adultos, los más expertos, los más calculadores y portadores de sabiduría hemos dejado esta revelación de la vida a un lado, no por no estar interesados, sino porque la realidad que manejamos –si, esa, la ajena, la universal-, no nos permite nuevos vuelos, nuevas formas de sonrisa, de sueño, de liberación. Pero no todo está perdido; a veces, en las noches, en medio de mi silencio, puedo sentir mi hada, casi borrosa, acercarse a mi oído y proponerme una travesura poderosa. Ya vengo.

domingo, 12 de febrero de 2012

Cuando se dé mi venganza...


Cuando se lleve a cabo mi venganza, quiero estar allí. Cuando el hecho se consume, quiero ver. Cuando te estés hundiendo en la arrechera o la tristeza, quiero reclamar el derecho del autor sobre esa obra. Me aconsejan que deje la trampa y me vaya, pero siendo un riesgo ser atrapado durante la maldad, igual quiero ver, gozar, frotarme las manos como las moscas. Así que… cuando estés en medio de la perdición, ten por seguro de que la primera cara que verás será la mía.

La verdad en pedazos


Hace muy poco, al abrir el sobre de la carta recibida, me di cuenta, creí encontrar la verdad. Fue un momento de iluminación. Creí dar con la piedra angular de todas las verdades de mi vida. Fue un buen momento, hasta que comencé a notar pequeños agujeros en mi nueva, en mi flamante verdad. Fue devastador, a pesar de ser una nueva adquisición, de no costar mucho trabajo, de no haberme encariñado. Resultó una pequeña verdad, una minúscula verdad que no por eso perdió sus propiedades, pero definitivamente era sólo una pieza pequeña uniéndose a un gran rompecabezas. Entonces recordé que en algunos momentos de gran descubrimiento muchas de esas verdades comenzaron por ser una gran mentira para luego ocupar su lugar contributivo en el paredón en el que diariamente somos fusilados por una verdad que no se deja ver de una sola vez, que se empeña en permanecer oculta, en aparecerse sólo por retazos frustrantes.

Reencuentro


Estoy emocionado. Para este sábado estoy preparando un reencuentro, y la emoción es porque es con alguien muy especial: Conmigo. Auguro, tal vez, un encuentro con horas de conversa y tal vez de discusión amena. Estoy muy interesado en saber qué fue de mi desde que era más yo, menos pose, menos adorno, menos expectativa inútil. No recuerdo la edad en que nos separamos, pero desde entonces comencé, poco a poco, en silencio, a extrañarme, a recordarme, a idealizarme. A partir de ese quiebre, siento que debo hacer este reencuentro, con algo de comida, tal vez algo de licor, y así aclarar algunas cosas. Seguramente el recuerdo me engaña, la bondad de aquellos años sencillos me engañan; pero lo que más temo es que mi vida actual resulte el mayor de los engaños, y sea ese niño simpático quien me lo haga entender.

Perdidos en los detalles

Perdidos en los detalles. Desperdigados entre uno y otro acontecimiento que nos envuelve y nos rebaja a la pasión del momento. No da tiempo de levantarse del suelo cuando otro golpe asesta en nuestra cabeza ya no tan pensante. Impotencia, ceguera a conveniencia y claro, el grito de juicio inmediato e inapelable de nuestras vísceras. Pido tiempo. Pido que se detenga por unos segundos todo este caos que me usa para limpiar el piso con esta aparente eficacia. Gracias. Ahora puedo verlo todo muy claro. Es como ver un laberinto desde arriba, desde una altura excelente para trazar la meta, la salida del atolladero de turno. No deja de doler, pero la esperanza está ahora de mi lado. Los obstáculos no han desaparecido, pero ya sé cuáles son con cierta antelación. Igual no será fácil, pero definitivamente mi mente no habrá fabricado más problemas de los que la realidad me depara.

sábado, 11 de febrero de 2012

Hablando de herramientas


Hablando de herramientas, de instrumentos, de medios. La pistola en manos del abnegado policía o del asesino desprendido. La televisión enfrente de un niño abandonado por unas horas o enfrente de un niño aprendiendo de ciencia, tecnología o historia. El dinero en los bolsillos de un vicioso o en la diligencia de un benefactor social. Internet en casa de padres ausentes, absortos, o en casa de padres interesados en la investigación y en el sano esparcimiento de su muchacho. Hablando de herramientas, de instrumentos, de medios, no me vengan con eso de culpar al otro. Afina el filtro, chamo. Visualiza las metas, mi pana... déjate de esa vaina.

Potencial


Potencial. Potencial es existencia latente, oculta, por expresarse si encuentra camino. Si no encuentra camino, como una criatura en un laberinto, morirá con el cuerpo al final del tiempo. Potencial. La muerte sin arma. La mudez analfabeta. La escritura sin pluma. La voz sin micrófono, sin palco ni balcón. La tragedia sin voluntad. La imagen sin espejo. La carrera sin sendero. El ego sin el otro. La idea sin voz. La prohibición, la ignorancia o la parálisis serán el verdugo silencioso de esas energías que navegan en nuestro interior sin encontrar rendija redentora, luz orientadora, brújula salvadora. Cierra los ojos... mira hacia adentro.

viernes, 10 de febrero de 2012

Cosas buenas


Sí hay cosas indiscutiblemente buenas, correctas. Cosas a las que no se les puede ir mirando el lado truculento, hipercomprensivo, misterioso como gritando con desesperación “¡algo malo debe tener!”. Hazlo de una vez. Todos saldremos ganando; y si fallas, habrá importado la buena intención... aunque te vea lleno de dudas ahora. Si no lo haces por convicción, al menos hazlo por mí: confía esta vez en tu prójimo, que de todas maneras se respetará semejante exabrupto.

Hipocresía creativa


La violencia puede no venir en un golpe, un disparo; ni siquiera en un grito. Puede ser que la droga no venga en cigarros, botellas o pitillos. Pensándolo bien, la grosería puede no venir de un madrazo, de un desplante evidente o una señal repugnante. La sumisión, por su parte, podría no venir de una reverencia, de ceremonias o de parálisis por terror. Eso da pié a pensar que la indiferencia, el desprecio, el amor a los objetos y el pisoteo tienen sus más sutiles o a veces no tan disimuladas transfiguraciones. La hipocresía, de verdad, es una prostituta muy creativa.

Deja el caos afuera


Intenta dejar el caos afuera, aunque por lo general estés tú también afuera, entre el bullicio, entre el semáforo y la factura. Trata de ir cerrando, poquito a poco, la puerta de entrada al sabotaje de la multitud confundida. Pasa la tranca a la rendija eficiente por donde se dejan colar las distracciones, las cuentas de vidrio, los fraudes silentes. Aunque recibas el empujón, el grito, la burla, no te dejes llevar y da un paso atrás como avance. Aprende a estar sólo para lo que se te necesita, para lo que requieres sinceramente. Invisibilízate a voluntad, desintégrate para dejar pasar el proyectil sólo caza-bobos que desgasta sin posibilidad de ganar. Llega sólo donde seas bien recibido o donde puedas construir algo, pero no luches tanto por eso, porque es peor el panorama retrospectivo cuando se observa desde el suelo. Si, mi pana, deslástrate, no para correr más rápido, sino para caminar más cómodo.