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lunes, 31 de agosto de 2020

Mi YO de turno

El carro de turno, la casa de turno, el trabajo de turno, la pareja de turno… y el yo de turno. El yo de turno es una de las fascinaciones que nos trae la vida, porque siendo siempre yo, el yo de turno es un regalo del presente, una rebanada de eso que nos da por llamar vida, cada turno aportando el nivel de vivencia y conciencia que le sea posible aportar “en su turno”. No importa, entre metidas de pata, manifestaciones altisonantes de amor y golpes a la mesa de discusión, este extraño ser, Yo, va expresándose, recibiendo los carajazos correspondientes del momento; una vez en el suelo, después de cada culazo, el yo se fija, reflexiona y se levanta con mayor actitud, un paso más adelante que antes, con más capacidad que hace dos días, antes de esa crisis que le ayudó a avanzar, pero solo un poco, tampoco tanto: un día a la vez. Entrados en años, es fácil mirar atrás y comparar el yo apasionado, loco, soñador, visionario, con ese yo que sobrevivió a toda ese vendaval de experiencias y que ahora puede poner en la mesa cómo era hace 30 años, lo que es ahora y emitir una sonrisa que zigzaguea entre la nostalgia y el alivio.

sábado, 29 de agosto de 2020

Ataúd embustero

No soy eso que verás en el ataúd. Soy la vida que sostiene este cuerpo ahora mismo y que ya no estará en ese cuerpo para entonces. No soy esta cubierta arrugadiza, frágil, temporal que llegará a su fin eventualmente. Soy la presencia, el brillo de mis ojos, la sonrisa de mis labios, el suspiro por ti. Te repito, no soy eso que llevarán en una caja y que luego, desobedeciendo mis deseos, enterrarán quién sabe dónde… no. Soy la inquietud, la ocurrencia; soy la chispa creativa en acción, no la decadencia de mi piel, la dolencia de mi cuerpo o el pellejo que me cubre. Por todo esto, trata de estar más o menos bien al momento en que deje mi cuerpo en algún sitio, porque no estaré más allí. Seguro que, por lo ya mencionado, estaré en algún sitio que brilla, que chispea, que crea, que trasciende. Por favor, no me sigas encasillando en la mecánica y tan poco aprovechada pasantía que desperdiciamos y que nos dio por llamar vida.

viernes, 28 de agosto de 2020

Bienvenido a la aldea

La gente en el pasado ejercía la justicia por su propia mano, se inventaba sus propios matrimonios y hasta tenía sus propios dioses. Eso no es nada nuevo. Pero es que se le une en la actualidad cada vez más gente que trabaja por su cuenta, sana su cuerpo y su mente por su cuenta, se educa e instruye sola, crea sus propias reglas para vivir y hasta se gobierna solita. Puede ser que esta tendencia de moda moleste a unos cuantos, pero lo cierto es que va dejando a muchos participantes tradicionales fuera del juego cotidiano de la vida. Así que háblame de instituciones públicas y privadas, háblame de grandes medios de comunicación, háblame de educación, pero mientras tanto, tómate un cafecito y mira, bienvenido a la nueva aldea.

martes, 25 de agosto de 2020

El amanecer trajo

Hoy el amanecer trajo algo distinto. Es una especie de promesa que normalmente no se puede detectar, pero que hoy se hace realmente evidente. Las partículas soleadas suspendidas en el aire hacen que el panorama se vea algo más brillante, más condescendiente, más agradable. Lo que comienzan a ser los ruidos de la calle no logran quitarle este brillo particular al día, aunque el movimiento allá afuera nos asegure con vehemencia que todo será tan invisible e imperceptible como siempre. Sigo mirando, escuchando, oliendo los alrededores y no se me quitan las ganas de pasarla bien, de admirar esto que yacía oculto; de simplemente contagiarme con ese yo no se qué anda por allá afuera y que de vedad no estoy dispuesto a perderme. Todo parece distinto, como si hubiese cambiado un cristal en mis ojos. Es tan agradecible que ojalá no desaparezca, y aunque no sé cómo reproducirlo o repetirlo a voluntad, percibo hoy que es infinito y con solo abrirme lograría el sosiego que cualquiera necesita en medio de sus días de tribulación. Estoy contento. Mi poder de observación se despertó de repente y me dio este regalo inusitado. Espero no pecar de avaro, pero espero que mañana se repita… eso espero.

lunes, 17 de agosto de 2020

Romanticismo criminal

Romanticismo casi criminal, ese que nos envuelve de vez en cuando y a veces para toda la vida, sintiendo, creyendo y luchando por metas que han demostrado no estar fundamentadas en la realidad, en el sentido común o en el desenvolvimiento de historia de la humanidad. Es una especie de estimación súper optimista, un cálculo que siempre da positivo, que es inmune a la crítica y se basa en una creencia heredada de alguien más, de algo que escuchamos a medias, de una revelación que percibimos algún momento y que ahora forma parte de nuestro libreto de vida o, en algunos casos molestos, solo de la boca para fuera. Pasan las épocas, se aplacan las multitudes otrora elocuentes, altisonantes, definitivas; la pasión se echa en el chinchorro y el bullicio en la mecedora. En una o dos generaciones los cínicos de siempre lograron lo suyo y nos hicieron olvidar con sus pantallas y dispositivos coloridos que una vez fuimos impactados por algo inmenso, poderoso, sagrado. Es ese romanticismo inconsistente, incoherente y perecedero que se nos mete en los huesos y que nos sirve de combustible efectivo, aunque temporal, que nos borra los verdaderos límites del deseo y el esfuerzo humanos, que nos pone a construir estructuras que mueren de mengua durante su misma construcción y cuya ruinas quedan por siglos como evidencia de cierta ridiculez solemne sobre cómo pensamos una vez que podían ser las cosas, ignorando voluntaria e irresponsablemente, las leyes fundamentales de la naturaleza… de nuestra naturaleza.

miércoles, 12 de agosto de 2020

La vida es dolor

La vida es dolor. Lloramos al nacer y después de un rato lloramos por hambre, por irritación o si sentimos que nuestra madre nos abandonó. Vamos  a estar claros: llorar nunca ha sido una señal de bienestar y comodidad. ¿Y entonces? ¿Qué vamos a hacer con ese dolor? Podemos evitar que se convierta en sufrimiento y se enquiste por años en nuestra existencia. Ya nacimos, comimos y disfrutamos de la compañía de nuestra madre, así que podemos dejar de llorar por eso. Ya comprendemos que trascendimos ese nivel de conciencia y todo eso nos parecen cosas normales de cierta época pasada e incluso irrelevantes hoy. Ciertamente, han aparecido nuevos elementos de dolor en nuestra vida, pero la gracia es que los vayamos digiriendo cada vez y los vayamos transformando en aprendizaje constructivo, estructurante; que vayamos madurando cada situación, por dramática y desgarradora que parezca, que estemos un paso delante de la lloradera, del lamento y la inconformidad, y así podamos sentir que no somos más esa criaturita que le dio por llorar cada vez que se hizo pupú.

La caminata del viejo

Pasa el viejo de nuevo delante de la casa. Pasa con ese cargamento de emociones, vivencias y conclusiones en perfecto equilibrio. Su viaje pausado, sin el afán de otras épocas, con su gorra y sus manos encadenándose a su espalda, camina barriendo con su vista los matorrales del barrio en el que ha vivido por tanto tiempo, dejando ver que los días le piden casi exactamente lo que le dan. Aprovecha para detenerse en ocasiones y arrancar una de las hojas de yerbabuena que se levantan por entre la maleza para olerlas durante unos segundos en los que se nota atento, totalmente en el sitio, como sembrado también. El sol de temprano no le niega sus rayos, y si es el caso de un día nublado igual barre las nubes grises con sus vista tranquila, como calculando el tiempo que le queda para llegar. Sigue el viejo en su caminata hasta que se me pierde de vista entre las paredes desvencijadas del vecindario, entre las estructuras de dignidad cuestionable para otros, pero que para este hombre entrado en años constituyen el camino bendito por donde se desliza cada día, quién sabe a hacer qué, ya sin las inquietudes imaginarias del mundo, sin los planteamientos fabulosos que lograron engañar a sus sentidos varias veces del pasado… ya con esa sabiduría de no preguntarse más y vivir la vida como debe: un día a la vez.

Alguien me deseó el bien

Alguien me deseó bien. No supe quién fue, pero la manera como lo hizo indicó una cercanía particular que no pude identificar. En este mundo práctico, de conocimiento, de análisis, no pude evitar extrañarme por el gesto y embarcarme en esas empresas mentales de tratar de adivinar quién era esa persona, de dónde provenía, de qué rama familiar o de allegados. Examiné la foto que dejaba ver, pero no di con ese rostro o con algún otro parecido que diera con la solución a mi problema. Leía el mensaje. Buscaba entre las líneas una pista, un alias, un gesto que dejara al descubierto a mi benefactor, pero nada: seguía el misterio. No fue sino hasta un rato después que me di cuenta de mi tremendo problema: necesitaba saber quién me deseaba el bien para poder aceptarlo. Ya lo sé, es una conducta bastante estúpida la que asumí, y en lugar de agradecer, en primer lugar esa bondad honesta y desprendida, ejercí mi consabida actitud imbécil del que debe saberlo todo antes de sentirlo, de vivirlo. Con mucha vergüenza y aún sin saber quién era mi interlocutor, le agradecí en los mismos términos cariñosos el apoyo que me daba en estos momentos de dificultad. Eso debió ser todo.

Compartiré contigo

Ya no compartiré contigo mis proyectos personales recién comenzados con pasión y entusiasmo. Tampoco compartiré contigo mis emprendimientos avanzados, probados, casi indiscutibles en los que solía apostarlo todo. Compartiré contigo ahora sí, mis obras terminadas; esas que ya pasaron por todas las fases de reconsiderar, de replantear o incluso de cierre total por anacronismo. La verdad es que quiero brindarte todo lo mejor que pueda ofrecerte sin lugar a dudas. No quiero ofrecerte más castillos en el aire o terrenos en la luna. He sido deshonesto hasta ahora y creo que no mereces semejante oferta engañosa de mi parte o de parte de cualquier otro. Esta vez quiero llegar ofreciendo y no pidiendo de manera disfrazada. Esta vez quiero merecerte. 

sábado, 8 de agosto de 2020

El arrepentimiento de Ignacio

Ignacio manifiesta, en su lecho de muerte, arrepentimiento por todos sus pecados. No cabe duda de que parece un momento cumbre en el que el hombre examina su comportamiento y cae en cuenta de sus errores, los cuales menciona delante de la audiencia −yo entre ellos−. Pero me parece una pantomima, a fin de cuentas. Si se le quita lo grave de la situación, es solo una ridiculez en un momento de desespero, de calle ciega. Este individuo nunca avanzó en eso del nivel de conciencia, así que noto que solo teme ir al infierno que tanto le profirieron o bien permanecer postrado en silencio, en evidencia −sin posibilidad alguna de levantarse e irse como siempre lo hizo− delante de tanta gente que le hizo el bien y a la que nunca prestó atención. Si, definitivamente es una farsa. El victimario murió sin redención y las víctimas quedaron igual de jodidas aquí en la tierra.

domingo, 2 de agosto de 2020

"Nos amamos"

Entre las urgencias de la calle, entre los apuros que sus familiares dejaban caer sobre sus hombros; por encima de los miedos y con el arrojo que heredaron de su incipiente vida pasada, insistían en darle sentido a las cosas: “Nos amamos”. No hubo cálculos, no hubo la precaución mínima para no volver a herirse en trampas recién repetidas. Eso sí, hubo mucha pasión a primera vista, mucho de enganche instantáneo que pareció haber sellado su razón y hasta su sentido de supervivencia, así como el nuevo emprendimiento juvenil en el que se metieron estos dos ya no tan adolescentes. “Nos amamos” pareció bastar para cuaquier pregunta que algún interesado de buena fe les formulase. Desde lejos, mirándolos agarrados de la mano en el parque, sus pareceres harto acomodaticios parecían encargarse de cualquier entuerto del mundo real con el que se hubiesen podido tropezar y que pudiera significar un impedimento para su felicidad. “Nos amamos” contra el mundo, contra cualquier buena intención que se acercara a preguntar el verdadero estado de esa unión, a todas luces repleta de artificios, de dilaciones, de distracciones, y que seguro la vida les negaría la más mínima esperanza de sobrevivir al despertar a sus escandalosas cojeras de realidad, de sensatez, de días y horas del hastío natural después de tanto saltar por las plazas y las pieles. Así fue como otro “Nos amamos” se perdió por el mismo callejón por donde se perdieron y se juntaron con otros anteriores que después de jurarse amor eterno y loco, solo trastabillaron entre seis o siete parejas accidentadas más hasta desenvocar, cuando más fortunados fueron, en su peor es nada tibia, triste y vacía del presente.