Te vi de nuevo. Después de arroparte
con años, te vi de nuevo. Depués de negarte más de tres veces sin
gallo delator, sin querer ni un poquito, mis ojos se quedaron en tu
caminar. No sé si fue bueno o no, lo que si sé es que el banco que
nos albergó por minutos obligatorios nos hizo hacer las preguntas de
rigor, por ti, por los tuyos; lo tuyo quedó igual de oculto,
presumiblemente en la alfombra que pisaste una y mil veces sin lograr
que desapareciese. Sabiendo tu verdadero tamaño, traté de filtrarte
por mis párpados canosos, pero creo que no pude. En el intento por
conservar tus trozos separados para no causarme estragos, hacía
malabares con algunos de ellos en el aire mientras otros pasaban
breve y cálidamente por mis manos algo inquietas. Entre la etiqueta
y la pretendida distancia se escaparon miradas, sonrisas, silencios.
Entre el recuerdo que comenzaba a hincar y el reconocimiento de lo
nuevo, de lo distinto, fuiste requerida sin aviso y sin protesto. No
se tendieron puentes, no se dejaron hilos. Te marchaste como el mismo
fantasta amigable y decidido que se marchó mucho antes, seguramente con la
esperanza de olvidar el momento, con el deseo ilusorio de quedar
ilesa. En dos segundos todo regresó a ser lo que era unos minutos
antes. Al menos, eso creí.
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