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lunes, 28 de septiembre de 2015

Por sus actos los reconocerás

Y entonces todos se volvieron mudos. Todos salieron a la calle, confundidos, sin poder comunicarse en un primer momento que hasta dolía. Luego, más luego, después de dejar el drama innecesario de la calamidad, se estableció que solo podríamos saber cómo era la gente, ya no por sus disertaciones brillantes, sus labias delirantes, sus sandeces cabalgantes, sino por lo más evidente y honesto: por sus comportamientos. Y fue así, pues, como ya no sabíamos a primera vista quiénes eran cristianos, comunistas, gerentes, mahometanos, obreros, homosexuales, agnósticos, budistas, capitalistas y demás grupitos en los que tanto nos gustó dividir a la gente. Sí ganamos, sin embargo, una nueva manera de acercarnos al otro y saber quién era. Ya pronto solo quedó claro quiénes eran amorosos, ladrones, prejuiciosos emprendedores, sabios u ociosos; quiénes eran solidarios, quiénes indiferentes, quienes temerosos. Supe que yo mismo arropaba mis debilidades y mis vicios con una manta de extraordinaria brillantez que tanto tonto tragaba emocionado. Afortunadamente, todo ese efecto fue temporal y todo volvió a la normalidad. Para nuestra suerte, todo se revolvió y cayó parado, como el gato. Para nuestra fortuna, todo se restauró y volvió al trono “mi pecado favorito”: la hipocresía.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Marionetas urbanas

Había una vez una arepera en el centro que se la pasaba vacía. Uno que otro venía en la noche, y ante el hambre que dan las rumbas y la soledad de la cuadra, entraba y comía. No había mucho qué hacer. El nuevo dueño, mirando lo que ocurría, se figuró una estrategia muy clara. Dos semanas después, había una arepera justo al lado de la antigua. De ahí en adelante, la mayoría de la gente, conociendo la fama de la vieja arepera, plenaba la nueva. Nuevas instalaciones, hornos, mostradores y hasta una cajera muy linda. En “respuesta”, el ahora dueño de ambas areperas comenzó a remodelar la vieja y, aprovechando las comillas, comenzó la “competencia” entre ambos negocios. Al pasar el tiempo, las dos areperas estaban muy parejas en eso de la venta de la comida y, claro, los ingresos por caja. Pronto hubo grupos de fanáticos de cada uno de esos negocios que discutían por qué comer en una y no en la otra. Muchos y muy apasionados llegaban a contar las historias de cada local con entusiasmo, con vehemencia, y hasta con cierto compromiso. Muchas veces se armaron tánganas en la que los clientes de una y de otra, vestidos con franelitas y banderillas de distintos colores se amenazaban entre ellos, se juraban liquidarse entre sí. Mientras pasaba el tiempo y los sucesos ya mencionados, desde la azotea de ambos recintos (que era la misma —una sola azotea—, por supuesto), el dueño de ambos negocios campaneaba su trago, como todas las noches y con la misma sonrisa en los ojos, admirando cuán genio era él y qué pendeja era la multitud que se escuchaba furiosa desde la altura de su sillón.

martes, 15 de septiembre de 2015

El hombre... una de vaqueros.

El hombre, lanzando manotazos de desesperación se quejaba de no poder respirar. Llegó un poco de aire, de oxígeno, y se fue tranquilizando. Poco rato después, el hombre se dio cuenta de que no podía moverse. La aflicción lo atacó, mientras se le despertaban las extremidades. Después de un instante, el estómago le indicaba la necesidad de alimentos. Entre la queja y el hambre, corrió detrás de su presa hasta dominarla. Como mucho placer la desguazó y comió las partes más deliciosas. Dormía el hombre su desayuno, cuando al despertar, se dio cuenta de que no podía ver bien. Estaba oscuro. A rastras logró reunir unas ramas secas y con unas piedras que le hicieron tropezar y caer, pudo hacer el fuego necesario para ver, para combatir el frío, para calentar su comida. Yacía el hombre recostado en la pared externa de su refugio, y mientras amanecía comenzó a ver la extensión de la tierra donde vivía. Los árboles movidos por el viento, los ríos incansables que le daría el agua para completar su sustento. Bajó el hombre de su colina y comenzó a reconocer el vasto territorio; el olor a tierra mojada, a vegetación viva. Después de pocos meses, ya todo le era familiar y se aburrió. Sentía que necesitaba más que eso, pero no sabía qué cosa podría ser. 190 mil años después, sigue aburrido. 190.000 todavía no sabe qué cosa sería esa que lo completaría. 190.000 se entretiene incansablemente hasta el día de su muerte.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Mejor no hables

Hablas de ideas, pero no se te notan en tu caminar. Hablas de espiritualidad, pero eres todo un juez. Hablas de genialidades, pero no resuelves ni tus dificultades ni las de los demás. Hablas de lo experto que eres, pero se te ve trastabillar. Hablas de visión, pero no te veo caminar. Hablas de lo saludable, pero te estás muriendo. Hablas de un mejor ser humano, pero no das el paso. Hablas de la debilidad de los demás, pero no de las tuyas. Mejor no hables.