Sorbos de amor. Sorbos de
placer. Es todo lo que necesito ahora. Basta de la glotonería, de la gula de
sentimientos y sensaciones que pasé cazando siempre. Es como comer un bocadillo
exquisito a kilos, o tomar un licor preciado por botellas enteras. La grosería
ha pasado. El regalo sin costo no medida ya no es más. Esperaré con calma, con
ansiedad controlada el próximo sorbo. Al llegar, encontrará el mantel puesto, la
cama tendida, la vela encendida. Por supuesto, llegará callado, sin decir ni
preguntar. El rito se encenderá delicadamente cada vez que ocurra la visita. Todo
girará alrededor de lo que ocurre en el momento, sin transportes innecesarios
en el tiempo. Serán pequeños platos, pequeñas copas, pequeños momentos. La aparente
y engañosa frugalidad será la inyección letal a la muerte, internando en
nosotros la misma vida intramuscular, intracardiaca, que nos hará resistir
hasta la próxima visita. Ya no dejaré derramar de mis labios ni una gota de esa
vida. Aborrezco ya los festines, las bacanales espurias que sólo dejaban sobras
irrecuperables en el piso resbaloso que nos haría caer, más adelante, en la más
escandalosa de las escaseces.
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