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domingo, 30 de junio de 2019

Ser agradecido

No es cuento. Saque la cuenta. Amanecer vivo, ver a tu madre, el carro funciona, poder caminar, ir al baño solos; el teléfono funciona, tienes comida en la nevera, tienes motivos para reír. Todas estas son una pequeñísima parte de lo que puedes disfrutar y que, si faltaran, podrías recorrer el camino que va desde la mera incomodidad hasta la mayor calamidad. Sin embargo, como somos como somos, volamos del presente hacia no sé dónde, pasamos por alto todo lo favorable de lo que gozamos y nos echamos, como los necios de la historia, al lado del camino a quejarnos de lo otro que no tenemos, de lo que nos falta, incluso de lo que no conocemos o necesitamos. Y así vamos, en vuelo rasante por la existencia, obviando desde los más delicados detalles hasta los acontecimientos más significativos, buscando nuestro significado en la escasez y no en la abundancia real que mantenemos en desprecio implícito, manoteando nuestra realidad real, anhelando una realidad ficticia, no probada, no demostrada y que, en muchos casos, nunca llegará. Y así seguimos, desagradecidos, apostando y perdiendo, creando sufrimiento para nosotros y para quienes les chispotea; seguimos mirando hacia otro lado, mientras culpamos a los demás por nuestros desatinos, deteniendo peligrosamente el flujo de los recursos, de los afectos, vistiendo de heroísmo a la estupidez, perdiendo cada minuto que pudiéramos invertir en el gozo, en el entusiasmo o en la tan necesaria aceptación. Déjate de andar por ese monteral lleno de dificultades gratuitas y vuelve al camino. Déjate de eso, cambia los lentes, despierta a la alegría de vivir y da las gracias, mijo.

viernes, 28 de junio de 2019

Manifiesto de liberación

No voy a rebajar. Ya comprobé que es mentira porque trago como un desgraciado. Saldré de ese exceso de ropa “para cuando rebaje” y que me estorba en la casa. No buscaré compañera de vida. No cambiaré mis malos hábitos solo para conservar a alguien a mi lado, cuando solo necesito compañía en poquísimas ocasiones. No seré millonario. Dejaré de reventarme trabajando, dándole electrochoques a visiones moribundas que no han funcionado; o rebajándome cada día ante gente que no parece merecer la vida que tiene. No me abstendré de hacer lo mío. Por muy estúpido que parezca, por muy banal que luzca desde lejos, esto es lo que me gusta y pasaría todo el día haciéndolo sin esperar reconocimiento de “la gente que salió adelante”. Por eso, no seré el más simpático para los demás. Estoy harto de que pasan los años y no termino mis cosas solo porque el vecino y el compañero me van juzgar y van a regar el chisme… ¡Que se jodan!, porque cuando necesito ayuda, ninguno se aparece —si se aparecieran, igual lo haría, claro—. No me voy a casar. No voy a tener hijos. No estudiaré eso. No vestiré a la moda. No me arreglaré el pelo. No seré, haré ni iré donde ni como tú quieras, ¿entendiste? …Ah, me salí de las redes.

Des-Anúdate

¿Cuáles son los nudos que tenemos en nuestra vida? ¿Qué cosas hemos “dejado así” para “no meternos en problemas”, y quedan en nuestro pasado como nudos que nos tensan el camino hoy, que nunca nos dejan dar un paso más allá? ¿Qué enredos recogimos afuera y acogimos como nuestros, como algo que debíamos solucionar, para luego desistir e integrarlos como un parcho que condiciona en el presente nuestro funcionamiento, nuestro criterio, nuestro discurso y hasta nuestros logros? ¿Cuáles de esos nudos generaron otros nudos y estos, a su vez, otros más, consagrando lo del árbol que nace torcido? Es temible detenerse a ver hacia atrás, hacia adentro, y ver solo pocos de los nudos visibles que parimos antes. Es tan temible eso, que mejor lo convertimos en una preciosa red de lacitos muy elegantes y se la restregamos a los demás en la cara con una gran cosa, en lugar de aceptar que lo que mantenemos escondido en lo profundo y con la vergüenza del caso, es semerenda maraña.

Dolor útil

Dolor útil. Dolor de crecimiento. Dolor con propósito. Dolor curativo. Dolor incomprendido. Por cierto, dolor inevitable. El miedo al dolor es como el miedo a cansarse del camino y renunciar, solo para darte cuenta luego que igual debes recorrerlo y en menos tiempo. Solo el mentiroso afirma que se no siente dolor, que se ha endurecido ante los acontecimientos: mentiroso de nuevo. No hay manera de saltarlo, de burlarse de él, porque postergarlo duele más. Luchar contra la naturaleza. Resistirse a lo que ocurre, a sus residuos. Distraerte hasta morir, con tal de no quedar solo, en silencio, escuchándote, escuchando a quien desde adentro grita y se queja sin voto. Aprovecha. Haz el ritual. Busca las golosinas y el refresco y apaga todo. Vive tu guayabo a lo ancho, despatarrado. Deja salir al fin esas lágrimas y esa rabia que se han ido acumulando antes de que te diagnostiquen. Practica el dolor útil que sirve de alivio, de curetaje; ese que al terminar tu sesión te deja el espacio que no conocías listo para explorar, para detallar sin el miedo de siempre. Deja de fingir esa fortaleza de plástico que vociferas, ese vaso de cartón. Detén la voz que desde lo alto de la plaza grita amargamente que no albergas sufrimiento. Bájate de ahí, siéntate y déjate rodear de quienes te queremos para estar un rato en silencio. Deja que comience la función que te devolverá de nuevo a la vida para que la disfrutes desde tu paz, entre nosotros. Vete para la casa.

jueves, 27 de junio de 2019

Amor en cautiverio

Una mentira. Apasionante, enloquecedora, como toda una mentira. Con visos de plenitud, de eternidad, con aroma engañoso de garantía con factura. Con todo un andamiaje de la modernidad que la aguanta, el amor yace oculto, arropado como presidiario del patrón. El “amor verdadero” se vende en los quioscos y farmacias de la ciudad, retratado en revistas, en películas de color melado de armado rápido, en historias maquilladas con fondo negro. Alguien, algunos, alguna vez, lograron clonar el amor puro y desinteresado y produjeron una mala copia, un adefesio que muta de sitio en sitio, de ocasión en ocasión. El impostor que ahora vemos en las calles, en las casas, en los corazones, fue domesticado cual bestia de carga y vendido al mejor postor. Fue forzado a verterse en infames dosis, solo en pocos seres y hasta en algunos objetos o recuerdos. Lo que conocemos ahora como “amor” es la caricatura de un ente desacreditado, vilipendiado ampliamente, que habita en cada uno de nosotros y del cual no se tiene noticia. Algunos dicen que está atrofiado de tanto castigo, mientras otros dicen que es un tesoro mágico, y que da mucho fastidio sacar al sol para que gobierne al mundo. Yo por mi parte, he escuchado golpes, he sentido dolores entre el pecho y el abdomen, y sospecho que se trata de mi papel de carcelero que está colapsando ante el susodicho reo, después de haber visto, solo por unos instantes de claridad, el verdadero rostro del amor.

miércoles, 26 de junio de 2019

Hoy se casan

Hoy se casan Ana y José. Se casan dos visiones distintas del mundo. Se casan dos paquetes de situaciones no resueltas. Se casan “para hacerse felices”, aunque solos no conocieron la felicidad. Se casan para que todo cambie, para que todo mejore.  Se casan sin llegar a acuerdos, sin negociar quién hará qué y quién no lo hará. Se casan “para toda la vida”, sin saber qué es la vida. Se casan dos para ser como uno, pero siguen siendo individuos distintos con inquietudes distintas que aparecerán y reclamarán lo suyo después de la luna de miel. Se casan para cambiar al otro, aunque sin saber nada del otro. Se casan, pues, con la imagen propia que tienen del otro, sin saber que el verdadero “otro” existirá siempre y siempre estará allí para recordárselos. Se casan, finalmente, para identificarse con la relación, para colocar todos los huevos en una cesta, para temer la separación, para “morir si se me va”. A pesar de todo, vayan nuestras felicitaciones para Ana y para José… ¿un tequeñito?

martes, 25 de junio de 2019

Optimismo moribundo

¿Qué tal si nuestra manera preferida de que se salve el mundo no es posible? ¿Qué sentirías si llegaras a la conclusión de que todo eso que estás haciendo por el bien de los demás caerá en un hueco sin fondo y no rendirá los frutos soñados? ¿Qué crees que pasaría contigo y ese montón de planillas para recoger firmas para tu iniciativa humanitaria si te enteras de que los malos ganarán de todos modos? ¿Qué pensarías si te vaticino que nos llegará el momento de partir y ni siquiera veremos el comienzo de lo que anhelamos para los nuestros? Yo acabo de tener esa terrible revelación y me levanté amargado, ojeroso, decepcionado. El día se me puso gris al pensar que la verdad de ninguno lo ayudará a salvarse, que la colaboración y la solidaridad se verán saboteadas y colapsarán, y el vandalismo burlón nos arrebatará todo; que el amor, como niebla que se disipa, se retirará y nos dejará a merced de los desgraciados de siempre, que por alguna negligencia grave, por algún descuido de los defensores de las buenas causas, estrangularon nuestras voluntades con las dos manos y al fin se cogieron todo lo que había. No sé, mi pana, hoy me dio por creer que todo ha sido en vano, que todo ha tenido lógica, que los siglos pasados de tanta humanidad tampoco auguraban nada mejor de lo que ahora se nos avecina.

lunes, 24 de junio de 2019

Autocrítica no

¿Para qué revisar mis cosas si el problema lo tiene otro? ¿Por qué preocuparme por saber si estoy equivocado, si tengo la certeza de que el entuerto viene de afuera? Autocrítica no. Autocrítica nunca. Yo no tengo ninguna dificultad en reconocer que a veces me equivoco — como cualquier ser humano normal—, pero usualmente conjugo la equivocación en pasado. Hoy no estoy equivocado y menos mañana, cuando logre mayor perfección en el discurso y el análisis. Ya estoy bien crecidito y nadie va a venir a decirme cómo es que estoy meando fuera del perol. Eso era cuando estaba muchacho y todos aprovecharon para inyectarme sus ideas retorcidas y miedosas. Pero, ya no. Estoy bien seguro de que en 10 o 20 años más, la diferencia en mis discernimientos no será muy distinta a la actual. Por eso, ahora, a mis 25 años, que siento que alcanzado un nivel superior de criterio como para tratar cualquier asunto con autoridad indiscutible, no voy a detenerme en el camino a estar examinando esos posibles desatinos que me indicas con tu humildad afectada, mamá. ¿Por qué no te revisas tú?

Maestra juventud

Agradezco la pasión de la juventud. Agradezco toda esa brincadera, las decisiones dementes, las incertidumbres por culpa de la falta de visión y las correderas que causaron. Agradezco lo pronto que comenzó todo; en ligera aritmética siento que mientras más pronto aquello, más pronto todo. Y algo parecido a “todo” se ha ido acumulando, dejando ver, con nueva calma, el camino recorrido, los resbalones, las caídas, dejando sentir que, de repetirse alguna oportunidad, tal vez no nos anotemos en esa. Todo en la cabeza y el corazón se va acomodando; todo va cayendo en su santo lugar, armando un mapa de situaciones por repetir, por considerar o por salirles corriendo de una. Agradezco a quienes estuvieron cerca y que también llevaron lo suyo; a los que avanzaron, a los que se quedaron y con quienes todavía nos tomamos un café para hojear el álbum. Agradezco pues, todos los raspones, heridas y cicatrices que esculpiendo, con cada carajazo, la perspectiva que esos momentos de la muchachada y la adultez presunta dejaron en los años posteriores, en aquellos que me recibieron con menos fuerzas, menos ganas y menos dinero, aunque con un punto de vista más intuitivo que honra más eso de que “perro viejo late echao”.

Ahora sí cae

Y siguen pasando los días, las semanas, los meses y años. Cada posible buena noticia se desinfla sin mucho sorprender con la prontitud ya acostumbrada. Da igual ver o no las noticias, porque la verdad sigue en la calle. Los argumentadores de oficio y los salvadores chamuscados aparentan seguir en funciones y abriendo puertas. “Viene Bachelet”, dicen ahora. Otros, con otro estilo de ilusión, permanecen ondeando banderas de las que no conocen historia ni propósito. Parece un desfile de muertos, de figuras fantasmales que a diario hacen fila para aparecer en los noticieros, para aparentar que hacen su trabajo. El chismecito diario, “el primo de un pana que conoce a un general…”, la invasión y el cargamento de trigo o medicamentos; todo se va poniendo piche, se va descomponiendo hasta oler a lo mismo todo. Las malas noticias, por su parte, no paran, y en ese transcurso de días, fingen ser cada vez menos a fuerza de desgano, de fastidio, de la indiferencia que da la repetición sin efectos, la vieja promesa rota, el vandalismo con factura. Muchos buscaron afuera, otros dentro y otros más adentro. A veces, sin aviso y sin protesto, nos embiste la muerte, la enfermedad o la escasez y se renueva la queja, el “maldito sea” que yacía ya dormido, quitando de golpe otro ladrillo logrado en buena lid en un pasado que insólitamente luce mucho mejor, para dejarnos, muy lentamente, más a unos que a otros, en esta tristeza y desesperanza aprendidas, a veces imperceptibles, que siguen arropando a esta tierra.

domingo, 23 de junio de 2019

Paz sin roncha


Paz sin roncha es sospechosa. Tranquilidad sin haber superado las grandes dificultades no luce posible, consecuente, ni siquiera lógico. Mientras más frágil sea la mezcla, más endeble resultará la construcción, sin duda. La fortaleza nunca resulta de la mera pulitura, de los mimos, de la mentira. Un músculo fuerte no es la consecuencia de la delicadeza de los masajes, de la elocuencia de los discursos, de la agudeza de los análisis. Hay que pasar roncha. Hay que abrir bien los ojos, buscarle la vuelta al asunto y con las ganas muy en contra, ir construyendo la verdadera tranquilidad, la fuente indiscutible de la paz futura.

¿Cómo te lo vendo?

Si un buen día amaneces con la verdad en las manos, ¿qué harías con ese tesoro invaluable? Si al despertar sientes que encontraste la puerta inequívoca a la felicidad y recibes el mandato de compartirla,  ¿cómo la ofrecerías al mundo? ¿Irías puerta por puerta, con la alegría del caso a dejarla en cada hogar? ¿La anunciarías a todo gañote en las plazas de la ciudad? ¿Perseguirías insistentemente a los transeúntes para que la acepten? ¿Le caerías a librazos a los demás hasta que entiendan que están equivocados? En último término, ¿amenazarías con el sufrimiento eterno para ver si al fin te prestan atención? Como gesto atrevido, pero que pretende ser humilde, te aconsejaría que simplemente vivas esa verdad plenamente en tu entorno cotidiano y dejes ver a los demás por una rendija la posibilidad de vivir esa verdad que acabas de conocer. Puede ser que dando el ejemplo de felicidad te presten atención y, tal vez, después se te unan espontáneamente, sin librazos ni amenazas, por convicción auténtica. Podría ser que, si haces bien la tarea, puedas demostrar sin esfuerzo la bondad que hay en esa verdad… así como lo hacen unos buenos amigos míos.

sábado, 22 de junio de 2019

¿Cuál es tu verdadero problema?

Le echamos la culpa a alguien más (incluyendo a Dios) de que la cosa se complicó y quedamos reducidos solo a víctimas de la historia. Normalmente nos quedamos con eso. Llegar a la situación original, a la que desencadenó el resto del desastre, es harto cuesta arriba, es muy doloroso como para querer resolverlo. Podríamos intentar practicar frenéticamente una secuencia de porqués, y con atrevida honestidad llegar al disparador inicial que comenzó el deslave emocional, ese, que aparenta ser un mezclote compacto y que luce como nuestro paisaje natural de siempre, pero que algo nos dice que es zona de guerra, ensamblado con situaciones traumáticas bien identificadas en su momento y que al pasar del tiempo se enmarañaron y parieron al yo actual… a esta joyita. Seguro necesitamos que venga un profesional con sus herramientas, y como plomero diligente, extraiga sin anestesia las porquerías que atesoramos hasta dejarlas todas expuestas a la vista, al corazón, para ser desmenuzadas, reconocidas y quemadas en un rito solemne en el que el perdón hará lo suyo. Será como morir y renacer. Renacer más livianos, como después de un baño caliente y luego tomarse un cafecito recién colao. Saldremos, finalmente, a estrenar nuestros ojos nuevos, nuestras percepciones nuevas y a enterarnos, a estas alturas, cuál es la oferta de la vida para rescatar los días que nos quedan.

viernes, 21 de junio de 2019

Descansa un poco

Saber tu pasado no me ayuda para nada. Yo solo veo y siento lo que tengo enfrente: a ti. Que me quieras contar sobre tus “años terribles” no agregará nada a lo que ya sé, y que me parece suficiente. Más bien quiero que te relajes, que te sientes a mi lado en silencio. Quiero que comprendas que no te estoy pidiendo nada. No quiero tu moral trabajada ni tu maleta llena de esfuerzos por “salir adelante”. Solo quiero que seas lo que el día te lleve a ser. Quiero que desde un nuevo y total equilibrio abras los ojos y sientas tu entorno de un modo distinto, nuevo, sin prejuicios, sin resistencias, porque no hay nada qué resistir. La vida no es lucha, sino flujo. Acepta y déjate llevar por la pureza de lo que eres realmente. Sin bueno ni malo, porque son solo etiquetas que colocaste durante años y que solo te sirvieron para sentenciar a tu semejante. Duerme un rato. Cuando te despiertes, nos tomaremos un cafecito y nos sentaremos en el afuera para respirar un poco del cerro y seguir en esta paz que solo produce movimientos acertados, amorosos, sin apegos. Hazme caso y verás cómo desaparecen esas gríngolas absurdas para ver, al fin, todo lo que te ofrece la vida y no apenas esa limosna que has aceptado hasta ahora con desatinada gratitud.

jueves, 20 de junio de 2019

¿La verdaíta? no

La verdad es. Solo eso: es. Sin adjetivos, sin parámetros, sin influencias, sin presiones, sin dueño. A la verdad no le importa que no creas en ella, que no confíes, que no te guste, que “debería ser de otro manera”. A la verdad no le importa la historia, las repeticiones, las estadísticas ni ninguna de esas farsas que pretenden modelarla, meterla en una vitrina y ponerla en rigurosa exhibición. La verdad es. No se pone brava, contenta o triste. Ella simplemente te espera si apuro en la bajaíta y se muestra tal como es, sin pretensiones, sin poses, sin mentiras, claro, sin todo eso que tú sí usas para defenderte de ella. Por eso, por tu resistencia a su presencia, por tu terquedad, por tu necedad incalculable y por eso que te dio por llamar “mala suerte”, es que te salen esos fantasmas raros de tu propia manufactura.

martes, 18 de junio de 2019

Tú también pasarás

Todo transcurre. Todo fenece. Todo pasa. Lo bueno pasa, lo malo pasa, lo aburrido pasa. Todo es efímero, incluso si dura décadas. Y mientras ese desfile de cosas, situaciones y personas pasa frente a nosotros, como niños caprichosos y pretensiosos, queremos tenerlas, que sean nuestras, para siempre, claro. Cuando logramos atenazar algunas de esas maravillas de las que nos enamoramos, las amarramos a la pata de la cama o la encadenamos a un poste para que no se vayan o se acaben nunca, y allí comienza nuestro acto de irresponsabilidad preferido, que es poseer. Y como toda ilusión, más tarde se desvanecerá ante nuestros ojos, ante nuestra presencia patológicamente berrinchuda y empeñada en conservar lo que nunca fue nuestro. En el mejor de los casos, luego nos daremos cuenta de que cuando lo “teníamos”, cuando era “nuestro”, lo que hicimos fue encerrarlo, contar de nuestra hazaña, temer que nos lo quitasen y finalmente esconderlo hasta que desapareció. Todo un cuadro de demencia que se antoja colectivo, contagioso, pandémico. Y así va nuestra civilización, la del éxito, la competencia, la de atesorar, la del ego inmediatista, creando superproducciones de ilusionismo puro que invariablemente terminarán en tragedia, una y todas las veces que nos dejemos arrastrar como borregos fritos al juego de luces de mentira. Mientras, seguimos abrazando con apego enfermizo cada partícula que viene y va, sin imaginar que si nos diéramos el permiso de vivir las situaciones conscientes de su temporalidad, sin apegos o emociones dañinas y ridículas, podríamos disfrutarlas sin el temor de que nos sean arrebatadas, de que se acaben. Mejor las vivimos, plenamente, agradeciendo su presencia por haber pasado cerca, por haberse quedarse un rato y compartir con nosotros la plenitud y el desenfado, con felicidad verdadera, porque créeme: tú también pasarás.

Dos mendigos pa pedir

Ya no quiero vivir lo mismo. Ya no quiero llegar de nuevo a tu lado con las manos vacías, tan solo para descubrir que tampoco tú tienes nada que darme. Sueño con el intercambio, que haya riquezas por admirar, que haya por qué quedarse. No quiero llegar con hambre a un sitio que no ofrece nada. No quiero hurgar con ansiedad en una maraña estéril. Ya no. Debo comprender que no habrá intercambio si no tengo nada para ti… para mí, en primer lugar.  Pero ¿cómo dar algo que no se tiene? ¿Cómo prometer las estrellas sin no hay el más mínimo brillo en lo que soy ahora? Pura patraña. Trataré de despertar después de una cachetada autoinfligida para agarrar el rumbo y cultivar mi propio bastimento, mis propios jardines, para, una vez cosechados, poder concientizarlos, vivirlos, disfrutarlos; y si después te miro y me interesas, ofrecértelos, compartirlos contigo en medio de una nueva sanidad. Tal vez, cuando sea ese otro más prolífico de adentro para afuera, no te necesite como ahora. Quizás, cuando me sepa ya equilibrado y en paz, no muera por ti. Puede ser que cuando me sienta completo ya haya desaparecido el drama inútil de siempre y esa terrible fotografía de dos mendigos que se juntaron para pedirse. Entonces, seguramente, podré estar contigo sin cargarte con la responsabilidad de hacerme feliz. Hablamos, mi cielo.

sábado, 15 de junio de 2019

¿Quién dijo pasión?

¡Pasión! ¡Pasión! ¡Se vende pasión! Se vende mucha pasión. Si prendes el televisor, si te metes en internet, si vas al cine, si vas al bar, si vas a la fiesta. Dondequiera que te enchufas, salen unos pompis espectaculares, unos pechorales inigualables, unos ojos bandidos invitando al baile, a la farra. Los videos musicales juveniles —sobre todo de reguetoneros— son el modelito a seguir en eso de mostrar pasión perpetua, de vender el producto rápido ese que ofrecen. No solo ha sido en esta época; basta con recordar los videos de los cigarrillos y licores antiguos para que se te pegaran las ganas de rumbear. Pero, ¿cuánto te dura esa pasión encendida? ¿Cuánto tiempo te acompaña esa energía para bailar toda la noche, meterte en la piscina y seguir bebiendo hasta amanecer? ¿Cuánto es que me dices que duran tú y tus amigos en la playa, trasnochados, llevando sol, sin comer, perdido en ese mundo alegre y ligero, sin tanto fastidio de tus viejos fastidiosos o de los policías? Dime tú, semental, ¿cuántos días es que nos dijiste que duras teniendo sexo sin parar? La verdad no quisiera yo parecer un hipócrita aguafiestas para los muchachos, pero les tengo una pregunta: y después, ¿qué? Porque eso no tiene chance de ser eterno… ni siquiera prolongable a varios días sin que les dé una vaina rara y que tu viejo fastidioso tenga que recogerte en algún hospital, si es que llegas. ¿Después qué? ¿Aquí nadie come sentao, estudia o tiene que ir a trabajar? ¿Ninguno? Solo preguntaba, por que es que sacando las horas aguantables de brincadera semanales, quedan cientos de horas todavía, ¿para hacer qué? Solo preguntaba, porque es que mirándote así de emocionado y perdiéndote con tu nuevo grupo de amigos, parece que mandaste al resto de tu vida para el carajo. Solo digo…

Padre

Te metiste por la baranda interior y llegaste de primero. Indiscutible tu lugar en el podio. Llegaste más que a tiempo para dejar la huella necesaria. Te aprovechaste de lo grandote que me resultabas y de esa voz que retumbaba para dictar algunas reglas claras, confundirme con otras no tan claras y dejar sembrada la semilla de la observación, la crítica y hasta a permitirme algunas ligerezas al hablar. Desbancaste alguna creencia profunda y dejaste que comenzara pronto y desde cero a plantearme cuestiones trascendentales. No olvido tu gesticulación, esa sonrisa leve antes de dar tu opinión con tremendo postín, esa opinión que había que escuchar, tuviese el tinte que tuviese. No olvido tu caminar pausado, tus consejos pícaros ni las escasas prácticas de béisbol que compartimos —no puedo olvidar ni entender todavía esa fanaticada loca por los muertos de los Tiburones de La Guaira—. Aún como líder silencioso, respetado, obedecido, provocabas una sonrisa al demostrar ternura a tus mujeres. Tal vez te he idealizado por lo pronto de tu partida y por tanto tiempo sin ti, pero no me pesa; el amor y el agradecimiento me permiten jalar todo el mecate que me dé la gana sin consideraciones adicionales. Tal vez los recuerdos no dan como para hacer un inventario exacto de las ganancias de tenerte, pero lo que sí estuvo muy claro entre tus ejemplos y tu legado, fue el valor del compromiso. Todavía ahora converso contigo en sueños, gratos sueños que transcurren como si nunca te hubieses ido… debe ser porque, realmente, nunca te fuiste.

"Te quiero", solamente.

Decir “te quiero” solamente, nada más. Decir “te quiero” es bonito, es hermoso, es una expresión que resume un sentir profundo de bondad y cariño hacia el otro y lo empaqueta en dos palabras: “te quiero”. Pero la expresión es un extracto que ocasionalmente se vuelve, en sí mismo y a falta de respaldo, una mentira. Comenzamos a omitir los elementos que nos llevaron a “quererte”. Saltamos por encima de los requisitos necesarios para poder decírtelo, pero incluso así, te lo seguimos diciendo. Prontito, se convierte en rutina, así como dejar la llave en el clavo, como tomar café o hacer el mercado, hasta llegar al punto de decirlo como decir “estoy bien”, cuando sabemos que estamos bien fregados. Al final, y a falta de revisión, decir “te quiero” pasa de ser un compendio comprimido y amoroso de una forma de ser, de estar, de sentir, a ser toda una falacia, un saludo a la bandera, un apaciguador vacío. “Te quiero” se convierte finalmente en un apuntador a un momento pasado ya sin vigencia. Así que… ¡a ver, mequetrefe!, ¿de verdad me quieres?

jueves, 13 de junio de 2019

Que cualquier dios te bendiga

Entonces hubo un dios amoroso, uno vengativo, uno permisivo, uno alcahueta y otro con barba; todos ellos desfilando en las cabezas de las personas, uno para cada quien, claro, dependiendo de la propia percepción de la divinidad, de la cosa superior, del todo. Personalmente, conocí a un cristiano que afirmaba que su dios le daba permiso para tomarse unas cervecitas. Puede que hasta risa produzca esta afirmación, pero creo que hay que reconocer que, al menos, estuvo dispuesto a decirlo —con desparpajo y todo—, a diferencia de quienes conciben a un “Dios” autoconfeccionado según sus propias medidas, necesidades y conveniencias, y lo tienen bien escondidito donde nadie les pregunte. Y así es como cuando van al culto semanal, cuando el pastor dice “Jehová”, cada uno se concentra en la deidad que fabricó hace algún tiempo y que se podría comportar más como su padre terrenal y no como el creador del universo. La iconografía católica tradicional, la interpretación no discutida de la Palabra, el parecer del pastor o el cura de turno, así como el maquillaje personalísimo que le aplica cada individuo, forman todos juntos un plato tan variado y desvirtuado que quién sabe si, finalmente, cada uno de los que sale del templo el domingo al mediodía lo relaciona con la espiritualidad, con esa conexión íntima y poderosa que a cada uno de nosotros nos gustaría tanto experimentar.

domingo, 9 de junio de 2019

Bondad reprimida

Cada gesto de solidaridad será reprimido. Cada señal de condescendencia será abordada de inmediato. Cada actitud compasiva tendrá una respuesta firme. La orden fue dada hace tiempo y no deberá ser violentada por ningún gesto contrario: competir y ser el mejor. Así que si detectamos cualquier avance en grupo, cualquier proyecto que apunte al bien común, cualquier organización movida por la compasión, será mejor que sus protagonistas, sus cabecillas, se vayan preparando para el castigo correspondiente, porque aquí, quien por infortunio o por negligencia no llegue a ser el primero, tendrá la obligación, como requisito mínimo, de estar bien entretenido. Así que, deja de mirar a los lados, de fijarte en tonterías del camino y retoma la ruta del éxito, tan necesario en estos días de comeflores irresponsables y fracasados.

sábado, 8 de junio de 2019

No eres tu cuerpo... ¿o sí?

No puedo dejar de pensar, de sentir que eres tu cuerpo. Creo que eres exactamente lo que puedo ver. Me siento tan ridículo a veces identificándote con ese precioso envoltorio que llevas, creyendo que todo lo valioso y adorable que tienes reside en tu físico. Te he visto dormir y tu belleza resalta por encima de tu letargo, de tu apacible apariencia. Pero después de unos segundos me doy cuenta de que era solo un encanto, una ilusión, casi un engaño. Tu rostro inmóvil no muestra la sonrisa que me atrajo en primer lugar. Tus ojos cerrados no dejan salir el brillo que me hipnotiza y me mantiene embrujado. Hay tanto que no eres cuando permaneces inanimada que sospecho que hay algo más de lo que me estoy perdiendo, algo fundamental de lo que no tengo conciencia y con lo que no estoy conectado. Temo entonces que algún tipo de ignorancia muy corrosiva y costosa me está minando las bases de lo que pensaba era un refugio eterno para mi piel y mis tranquilidades. Me atrevo ahora a considerar, por primera vez, que muy remotamente dentro de mí, en algún sitio que se va mostrando terriblemente,  ya sé que no es amor verdadero lo que compartimos, sino algo más superficial, más contaminado de estética mundana, de estereotipos, de miedos fundados en el pasado. Lamentablemente y con lágrimas de desconcierto y frustración aparecidas al pie de tu cama, debo decirte adiós.

¿Cuánta protección necesitas?

¿Cuánta protección necesitas en la vida? Imagino que toda la que sea posible. ¿Qué estás dispuesto a dar por que eso sea una realidad? A ver… ¿Quieres que levantemos una pared por dentro de tu casa para engrosar la barrera entre los ladrones e invasores y tú? ¿Quieres no salir de casa para evitar que algo malo te ocurra? ¿Quisieras no manejar más tu carro con el fin de no tener un accidente vial fatal? ¿Has considerado no acercarte a nadie para que no se enteren de tus vulnerabilidades? ¿Qué tal no enamorarte para no sufrir o que te engañen más nunca? ¿Y si dejas de soñar con una vida mejor para no fracasar? En general, si quieres protección total, te recomiendo nunca más volver a intentar nada porque siempre habrá un riesgo serio de fallar y de frustrarse si no tienes herramientas que hagan ver que todo es parte de un avance. O mejor, chico, cierra los ojos para siempre y así no ves cosas desagradables… ¡date, mequetrefe!

miércoles, 5 de junio de 2019

Ganaron mis emociones

Ganaron mis emociones. Después de tanto tratar de hablar por las buenas, de negociar con ellas para poder mantener un equilibrio emocional, fui derrotado por su locura, por su recurrencia, por su inestabilidad. Ya no me queda más remedio que explotar cuando sienta la injusticia, deprimirme cuando me sienta triste y alegrarme por cualquier pendejada. Se acabó el chance que le di a la conciencia profunda de tomar el control sobre mis pensamientos. No habrá consideración posible ante el próximo incidente porque tomaré el arma que tenga a la mano y la blandiré para defenderme como sea, caiga quien caiga. El arrepentimiento ligero y repetido será mi único instrumento cada vez que meta la pata miserablemente, igualito cada vez, porque es que a mí nadie me va a joder. Entonces, poco a poco, con cada explosión, sentiré cómo las glándulas, las vísceras y los órganos, se retuercen y dan lugar a la enfermedad degenerativa e implacable que me da miedo nombrar. ¿Que por qué insisto? Porque es que nadie va a estar por encima de mí y va a hacer lo que le da la gana mientras yo esté aquí. ¿Entendiste?