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jueves, 27 de diciembre de 2012

Pateando templos


Pasas pisoteando templos ajenos con tanta naturalidad. Vas golpeando dignidades con la sonrisa de sobrado que te adorna. Pretendes enlodar, con un zarpazo, el sedimento que ha tardado un vida para llegar a ser suelo. Arguyes brillantemente -eso sí- cada uno de tus criterios cuadrados, repletos de líneas y vértices, cada una de tus revelaciones destempladas de cómo son las cosas. Eres una cosa frígida, vacía, que flotas por sobre el paisaje colorido, cálido, profundo, asegurando que es gris, frío y plano. La sensibilidad no te interesa porque te descontrola, porque en el pasado te has vuelto imbécil por sentir. Por eso has decidido ser alguien inteligente, alguien lógico, alguien acertadísimo para huir efectivamente de eso a lo que le temes, pero que te rodea y te toca la puerta cada noche.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

¡Jódete, Ego!


Ego, te veo volando sobre la ciudad y dejando una estela que cae sobre cada uno de nosotros. Te veo gobernando las acciones, los impulsos, las decisiones. Te veo en los sitios usuales, como en TV, en las revistas, en el cine; no hay novedad en eso. Lo curioso es que también te escondes en ocasiones en las que no estás identificado, catalogado. También te veo, ego, en la caridad publicitada, en la bondad de cartón y pantalla. Te veo en las historias de salvación con patrocinadores, en los intentos forzados de redención. Eres un pícaro que se inventa insospechados escondrijos en los que, sin ser detectada tu presencia, te inflas casi hasta reventar y triunfas. Eres un maestro en eso de ser lobo entre ovejas, ego. Por eso, mi pana, te felicito, pero también debo reivindicar tu inexistencia en la solidaridad sin público, en la generosidad en secreto, en el benefactor que no se queda a recibir las gracias ...en esas cosas que tanto nos hacen falta. Por todo ésto, jódete ego.

jueves, 20 de diciembre de 2012

¡Qué falta de delicadeza, pana!

Qué fallo, qué falta de delicadeza es hablarte de mí. Qué falta de todo es decirte que ni tú ni el resto de mis seres amados son todo en mi vida. Qué vaina tan aguafiestas es decirte que tengo guardada una parte de mí que necesita recrearse lejos, renovarse en medio de la soledad. Qué desfachatez resulta venirte a contar cosas que son nuevas y desconcertantes para ti, pero que guardo desde siempre, tapadas con mi cobardía de perder lo que justo ahora parece perderse de todas maneras. Por no practicar la soledad voluntaria, necesaria, ahora la voy a practicar a los carajazos, de repente, con vulnerable virginidad. Veo arrastrarse, pues, hacia mí, cierta amputación inexorable, dolorosa, desesperante; pero también puedo ver que en la cola de mi víbora de manufactura casera hay una nota en la que alcanzo a leer: “Todo estará bien… después de todo esto tendrás tu nueva oportunidad”.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Demasiado para estar juntos


Somos demasiado ya juntos. Ya éramos mucho cada uno por su lado. Cada uno tenía sus riquezas, sus encantos fatídicos; cada quien contaba con el arsenal lleno del cariño y el amor adecuados para compartir, para brindar belleza en libertad. Solíamos leer la mente de los otros, entrando por los ojos y los labios. Éramos dos fulgores que se atrajeron y armaron un portento de juntura. Nada más atractivo existe que tales estrellas se unan para que ocurra la explosión que provea la claridad para siempre. Pero algo crujió por dentro de mí y huí. No supe más de ti. Tuve miedo. No sé qué hacer con tanto brillo –pensé–. Tal vez no brillo tanto como tú –sentí, mientras temblaba en el rincón–. Quizás no brillo como todos se esfuerzan por hacerme ver, y todo desencadenaría un desastre, una embarrada sin precedente. No quiero ser protagonista del fracaso reiterado. Mejor me quedo por acá, bien lejos de tus divinos rayos, haciéndole creer a quienes me rodean en estos tiempos, en estos predios, vendiéndoles que soy el nuevo centro de su sistema chucuto, mientras no dejo de sentirme como una despreciable estrella enana.