La puerta interdimensional de la media
hora. Pues si, así es. Con media hora antes, salgo de la casa con un
tumbao de calma, de desapuro. Con esos minutos de más, recorro mi
acera y entro en el subterráneo como si fuese al paseo de los
domingos o a la cita esperada de semanas. Y es cuando miro con
atención alrededor y entiendo mi verdadero nivel, mi real altura
ante la cotidianidad avasallante, esta vez de los demás. Si hay que
hacer cola, la hago. Si hay que esperar, espero. Si hay que discutir,
ni me fijo.Si hay un emergente, pase usted. Desde un lado sin
turbulencia, si no se puede en este vagón, será en el próximo. A
medida que camino a ritmo calmo, noto que los demás me rebasan en el
largo pasillo, con esa ansiedad diaria, inamovible, inexorable
dejando girones de salud en las losas rayadas. La música y mis
treinta minutos de ventaja mecen mi andar, casi hasta el bostezo,
mientras el torbellino siempre es ajeno. Parezco una aparición en
medio de tanta y contundente realidad. Parezco un extranjero
privilegiado en un corredor de nativos de la tensión, de la palabra
aguda, de la gota de sudor que no refresca. Al terminar el viaje, con
quince minutos aún en mi bolsillo, sólo queda la reflexión en
lugar del lamento.
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