No sabría decir si el hombre llegó a la luna, si existen los átomos o si Einstein dijo esto o aquello. No podría decir si esa noticia es falsa, si un comunicado es un invento o si aquel artista murió como leí. No lo sé, no estuve ahí, no puedo afirmar nada porque objetivamente lo ignoro. Sin embargo, me dicen que muchas cosas son verdades porque lo dice el locutor de noticias, el diario o mi youtuber favorito. Me dicen que debo confiar en estos medios, pero tampoco sé si son dignos de confianza por uno que otro episodio en el pasado. Podría, ante este escenario de escepticismo, dejarme llevar solo por lo que veo con mis ojos, pero sospecho que mi mente interpreta a su manera, según mi experiencia personal y no con la apertura necesaria para ser confiable ante lo nuevo. Que el sol salga por el este, que el lápiz se quiebre al meterlo en agua o que se presente un espejismo por el calor son solo algunos de los engaños que nos juegan los sentidos. Entonces, ¿a quién le creo? Me temo que toda esta confusión abre la puerta a la temible posibilidad de confiar y creer con base en los resultados y cómo me sienta, en medio del temor de que sea mi mente, ese instrumento voraz del deseo, el que me juegue las próximas malas pasadas.