Te miro desde
hace rato. Te miro y sé que eres muy joven. Te miro y veo la duda en tu ceño.
Veo la inocencia que motiva a la curiosidad. Veo la fuerza que atrae el logro.
Veo la ilusión que hace soñar. Veo un ramillete de cosas que a los
experimentados podría parecer un torpe proceso de aprendizaje, pero que deja
entrever lo hermoso de crecer cada día, cotidianamente, entre la ida y la
vuelta siempre distintas, aunque sean al mismo sitio. Te veo y veo ese brillo
fresco, nuevo en tus ojos. Te veo y me hace sonreír tu picardía, al mirar y
creer que nadie te ve. Sé que poco a poco lo que se repite es tranquilidad,
seguridad, salvación, y lo distinto es ansiedad, miedo, titubeo. Te veo y
deseo, por lo más sagrado de cada quien, que nadie llegue y te diga que te
equivocas, que debes detenerte; deseo que nadie te arrastre por el terrible
camino conocido que sólo regala más tiempo de vida, sin poder sentir su sabor.
Espero que, al llegar a mi edad, tus ojos conserven el brillo que los míos
perdieron… y que ahora sólo buscan el brillo ajeno para maravillarse.
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