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miércoles, 15 de mayo de 2024

Tampoco sé que no sé nada

No sabría decir si el hombre llegó a la luna, si existen los átomos o si Einstein dijo esto o aquello. No podría decir si esa noticia es falsa, si un comunicado es un invento o si aquel artista murió como leí. No lo sé, no estuve ahí, no puedo afirmar nada porque objetivamente lo ignoro. Sin embargo, me dicen que muchas cosas son verdades porque lo dice el locutor de noticias, el diario o mi youtuber favorito. Me dicen que debo confiar en estos medios, pero tampoco sé si son dignos de confianza por uno que otro episodio en el pasado. Podría, ante este escenario de escepticismo, dejarme llevar solo por lo que veo con mis ojos, pero sospecho que mi mente interpreta a su manera, según mi experiencia personal y no con la apertura necesaria para ser confiable ante lo nuevo. Que el sol salga por el este, que el lápiz se quiebre al meterlo en agua o que se presente un espejismo por el calor son solo algunos de los engaños que nos juegan los sentidos. Entonces, ¿a quién le creo? Me temo que toda esta confusión abre la puerta a la temible posibilidad de confiar y creer con base en los resultados y cómo me sienta, en medio del temor de que sea mi mente, ese instrumento voraz del deseo, el que me juegue las próximas malas pasadas.

lunes, 1 de abril de 2024

Secuestrados del presente

Estamos secuestrados del presente. Estamos presos de otros tiempos que no tejen, que no construyen, que no hacen, que no existen. Somos las víctimas de dos carceleros, uno en el pasado y otro en el futuro que, aunque no estén ahí, aunque nunca hayan estado, nos tuercen el brazo para que no miremos el único y verdadero telar de la vida: el presente. Así se nos pasa el tiempo. Botamos semanas a la basura pensando en la culpa por lo que pasó y varias otras sintiendo la incertidumbre por lo que vendrá. Cuando se suman ese montón de semanas en las que no pudimos apreciar el tejido de la vida —la bondad del otro, el calor de un abrazo, los ojos de una madre, la energía infinita de los niños, tu salud suficiente y hasta tus pertenencias materiales—, resulta que fueron semanas en congeladas, paralizadas, muertas, en las que no construimos nada, no sentimos sino sobresalto y a final de cada año el saldo fue cada vez más triste y aparentemente más definitivo: el momento de la muerte está más cerca y, aun respirando, dejamos de caminar, de mirar, de escuchar, de acariciar; es decir, sin haberlo notado, el fin de la vida nos toca la puerta y ya no importa si queremos abrir o no.