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lunes, 31 de diciembre de 2018

Arreglar al mundo

Quise arreglar el mundo rapidito, apenas detecté lo equivocado de su camino, pero no pude. Fue entonces cuando comencé a trazar estrategias, a delinear tácticas, a urdir planes que se me antojaron infalibles. Fallé de nuevo. Usé toda mi lógica para dividir el problema en trozos manejables que pudiera ir resolviendo uno a uno hasta lograr una humanidad amorosa, solidaria, unida. Una vez más la derrota derribó mi puerta. Más tarde pensé en categorizar, en tipificar las dificultades para aplicar una pequeña solución en varios lugares de una sola vez; hice gráficas, mapas muy lindos y hasta representaciones en 3D, y ¿adivinen qué? Exacto: mis cálculos, trípodes, caballetes y dispositivas PowerPoint me cayeron encima, dejándome inconsciente por algunas horas. Al levantarme del suelo, me senté enfrente de todo lo que había intentado hasta el momento, observando mi tremenda capacidad de juzgar, de analizar y de disponer de los recursos de los demás; adicionalmente, pude la testarudez y el complejo de superioridad que chorreaban de mi ego casi invencible… Por todo ello, hace días estoy intentando “arreglarme” a mí mismo, antes de salir de nuevo a componer, por allá afuera, quien sabe qué.

viernes, 28 de diciembre de 2018

La mamá del malandro

La mamá del malandro. La mamá del delincuente. La muy joven madre, sola, inmadura pero amorosa, llena de energías y años por venir, observa a su pequeño recién nacido con la maravilla indescriptible que siente una madre ante semejante milagro. La madre del antisocial hará lo imposible por protegerlo de las situaciones que amenacen su bienestar. Su bienestar. La joven madre, la joven hija, aquella que todavía recorre los primeros caminos de la vida para luego, en el mejor de los casos, poder reflexionar sobre ellos se tomó la licencia de parir un muchacho a destiempo. Asumirá el papel de orientadora de una nueva vida sin siquiera sentir ella misma la orientación de parte de nadie más. La cesta de afecto con la que quiere ver crecer a su niño aún está vacía, por lo que comenzará a proveerlo con cosas más fáciles, como el cuidado constante y algo exagerado como consecuencia de la culpa por no poderle darle todo. La madre del maleante llorará cada noche al ver que sus cuidados no bastaron para recibir del imberbe bandido algo en retribución de lo que para ella fue lo mejor que pudo hacer. La madre del estafador vivirá temiendo la llamada eventual con la que le informen que, finalmente, su amado muchacho terminó en un hospital, en una cárcel o en el cementerio.

El fin justifica los medios... ¿En serio?

Entonces resulta que el fin justifica los medios. Entonces, chico, resulta que lograr un cometido está por encima, incluso, de los valores originales que lo visualizaron. Resulta pues, que a medida que se avanza en el recorrido, uno se va desconchando y dejando ver, tal vez, las costuras de lo que realmente somos, de lo que fuimos desde el principio y que solo maquillamos con poses de moral y fortaleza idealista incólumes. Pero nada, pana, al final, después de tanto “combatir” de cerca, después de tanto embarrarse con el supuesto enemigo, todos terminaremos, al final del proceso, siendo la misma basura a la que combatimos. Entonces, cuéntame, ¿quién construirá el nuevo mundo? ¿Tú?

martes, 11 de diciembre de 2018

Estímulo maluco

Entonces resulta que nacemos todos sin conocimientos, sin vicios, que todo lo venimos aprendiendo en esta joya de sociedad que tenemos. Venimos al mundo como una esponja seca que se irá cargando con los mensajes y enseñanzas que vayamos recogiendo en el camino. Echando un ojo a las tantas esponjas que andan por ahí desde hace varios años, se pueden identificar santos, demonios y quienes pasan por debajo de la mesa. Sabiendo que nacieron como hojas en blanco y sus caracteres son producto del estímulo externo, es fácil inferir que ese conjunto de estímulos, a lo largo de sus vidas, es el causante de que sean santos, demonios o que pasen por debajo de esa mesa. Luego, se podría decir que somos un saco de caracteres potenciales esperando a que un estímulo nos toque para ser lo que nos tocó ser, para desempeñar el papel que el destino tuvo a bien asignarnos en este desastre que armó el ser humano sobre la tierra. Si determinado estímulo hizo a fulano maestro o a mengano asesino, dime tú, ¿cuál estímulo tienes guillao? ¿En qué andas, bichito?

El microbio se metió

La enfermedad entró y se sentó. Aprovechó un momento de debilidad y se escurrió por alguna grieta que mi ánimo le propinó a mi cuerpo. Yo nunca me enteré del acontecimiento, por cierto. Lo cierto es que la llamada felicidad nunca permitió que el flagelo se extendiese más allá de su nacimiento en mis predios. Mi tranquilidad aburrió al bicho y ante la falta de resistencia, no pudo pelear, no pudo conquistar gloriosamente mi territorio. Ciertamente, a pesar de que el microbio se coló durante una capa caída de mi fortaleza, este paréntesis duró poco y al volver la atención al interior, ahí estaba, pillado, desnudo, agarrado por sorpresa, con anticuerpos y demás defensas de acero, como usualmente están, solo que ahora de vuelta. Solo bastaron un paseo por el verde y azul, un beso de mi amada y una carcajada para que el intruso saliera de mi organismo y volviera mi color sonrisa, tal cual un estornudo.

La hipocresía, mi pecado favorito

No es que nos duela el abuso: es que nos duele el abuso contra nosotros. No es que una persona asesinada nos sacuda hasta los pies: es una persona asesinada a la que queríamos o bien a cualquier otra que nos sirva para tratar de demostrar algo a nuestro favor. No es que, en general, nos moleste la injusticia, sino la injusticia en contra de nosotros. Es bastante hipócrita eso, de vociferar en una tarima o en una mesa poblada cuánta moralidad nos adorna, cuando en realidad somos otro animal vulgar que solo se queja en un intento por morderse la cola. Mira que la expresión de nuestra indiferencia ante la maldad nos ha llevado a estadios sofisticados, más calmados, sumamente tranquilos y seudoespirituales. No querer saber que algo terrible ocurre más allá de estas paredes es la manera más efectiva de eludir la responsabilidad que tenemos sobre nuestra indiferencia. La verdad es que somos unos genios argumentando al momento de la omisión.

lunes, 10 de diciembre de 2018

Generalizar... mentir... ¡qué más da!

Tan fácil que es lanzar la afirmación. Tan firme que nos erguimos para escupir la sentencia irreversible. Está clarísimo: o es blanco o es negro… sería absurda otra posibilidad en nuestra cabeza. Es entonces cuando levantamos la voz para establecer que la verdad es lo que sale de nuestros labios, que cualquier otra cosa sería contraria, y, por supuesto, equivocada. Con escasas evidencias, con anécdotas de coctel y con las estadísticas en contra, embestimos con la pasión del caso, imaginando que al final de la sesión saldremos con la bandera en la mano, porque qué riñones tiene esa gente ignorante, que se atreve a opinar sobre lo que yo mismo he sufrido en carne propia. Para mí no hay grises, no hay matices, no hay medias tintas: o es todo o es nada. En mi catálogo de lo malo no hay nada rescatable, útil, ninguna lección por aprender, mientras que mi catálogo de lo bueno no cabe crítica alguna, a pesar de que soy joven y faltan cosas por aprender, figuras por completar. Alguien podría decir que me las sé todas. Alguien podría, incluso, admirarme por la seguridad que chorreo en mi discurso. Muchos podrían, eso sí, decir que el que generaliza, miente.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Llegó la noche

Llegó la noche. Llegó la oscuridad total. Llegó el silencio. Traté de evitarlo con distracciones, con ruido, con embriaguez, pero no pude. Hice lo posible por permanecer montado en la receta televisiva de la felicidad, en la hipnosis de los medios, en la seducción de lo externo. Después de revisar mensajes, comentarios, me gustas y apagar la luz de la casa, aquí estoy finalmente. Como un fantasma inquisidor y hasta burlón, aparezco yo mismo a reclamar espacio como quien espera con ansiedad a otro en casa. Después de esquivarme la mirada incesantemente para no verme ni escucharme lo que debo decir, abandono la lucha y en una confusión entre resignación y fastidio. Fue un rato largo… “amargo”, quise decir. No sabía que había tanto qué decir, qué escuchar. Después de un rato, el sermón comenzó a resquebrajar la coraza que me pongo todos los días al salir hasta dejarme agotado, con los brazos y los párpados pesados. La compasión y la bondad se abrieron camino entre la pela para hacerme saber, muy vehementemente, que todavía vale la pena eso de vivir, de esperar; que todo cuadra a pesar de nuestros complejos y que nuestra miopía puede tan efímera como convincente. Ya veré cómo es que me despierto mañana: si esto fue algo más que una pesadilla con final feliz.

La pelona se volvió loca

La pelona se volvió loca. Porái anda, recogiendo al que le parezca, sin mucho criterio, sin duda. No todo parece descabellado, pero esta vez le dio la puntada y en medio de la borrachera se le ocurrió llevarse gente que nos hacía feliz, o que, en el peor de los casos, nos sacaba una sonrisa de vez en cuando. Debe ser diciembre, no sé; debe ser que también la navidad la pone errática, como a nosotros. Porái anda, inyectando dolor a las buenas gentes y a los normales. Pasó cerca y hasta parece que se arrepintió de pasar más cerca; debe ser que ya estaba cargada y no podía volar bien si recogía otro: sea lo que sea, menos mal. Hace días que la veo desde detrás de una columna, bien escondidito, porsia, y como es lógico, pareciera descansando antes de dar de nuevo la vueltica por estos lares. Yo, como no quisiera que me agarrara descuidao, hace rato que estoy preparando la entrada de la casa, la sala y el cuarto con adornitos de bienvenida para cuando llegue. Aquí mismo estaré, con algo de nervio, pero con la sonrisa insidiosa de no estar sorprendido ni temeroso de recibir a esa imbécil.

domingo, 2 de diciembre de 2018

¿El límite? ¿Cuál límite?


El límite no será nunca la rayita dura e inamovible que pretenden los moralistas imponer al resto de los individuos, nunca sin algún atisbo de hipocresía en el intento. El límite, si lo hubiera, es el área gris que finalmente se tiñó al pasar de un lado al otro, de los llamados bien y mal, y que a uno no le dio la gana de traspasar nuevamente por cualquier razón personal. El límite de los moralistas solo tiene la tinta del miedo, de la amenaza, de la sanción de parte de esta, nuestra tan noble sociedad, y tiene la intención de meterte en la cabeza un misterio ajeno que te paralice y del que no conoces nada porque eres bueno, porque eres obediente. Pero la madre de la maldad es el miedo, y alguien repleto del miedo que los moralistas le troquelaron en el alma muy seguramente será el brazo ejecutor de las peores maldades conocidas, así el desgraciado piense que actúa de buena fe, jurando que va para el cielo al final de su destartalada existencia.