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jueves, 26 de mayo de 2016

Necesito un superhéroe

Necesito un superhéroe. Todos lo necesitamos. Me siento tan solo, tan débil, tan aislado entre este gentío. Perdimos la capacidad de organizarnos para solucionar cualquier problema común. Cada dificultad solo se acumula y forma parte del armario de problemas que todos compartimos, los que no disminuyen, por los que nos quejamos sin parar, como si fuese algún tipo de analgésico. Por eso necesitamos un superhéroe. Uno de esos con capa, con los interiores por fuera. De esos que vuelan, congelan, queman, leen la mente, se preocupan, salen corriendo y solucionan todo ellos solitos. Nosotros no. Nosotros somos un montón de bobos gritando desde la ventana nuestras tragedias para que venga otro y la solucione, y en el proceso, se cuela otro pillo y se convierte en el nuevo villano. 

miércoles, 25 de mayo de 2016

Entérate...

Entérate de todo. Entérate de todo lo que aquel serio accidente del 2 por la tarde te dejó ver. Entérate de los días que estuviste sin estar, en que los aparatos te sustituyeron en gran parte de manera temporal. Entérate de las mentiras que poco a poco te fuiste metiendo en la cabeza para protegerte, y que fueron desmontadas definitivamente. Entérate de las verdades que creías mentira o que solo parecías saber. Entérate de lo real que resultó tu familia, juzgada y desacreditada tan ligeramente por ti. Entérate de los abandonos posibles por quienes suponías que estarían a tu lado, no importaba lo grave de la situación. Entérate de quiénes no pudieron manejar la situación por miedo o inconciencia y se alejaron inexplicablemente para ti. Entérate quiénes durmieron a tu lado con tu mano en las suyas para sentir cuándo te despertarías, para sencillamente desaparecer cuando comenzaste a balbucear. Recuerda el replanteamiento sobre la vida y la muerte que este proceso te causó. Ya nada fue lo mismo. Ya nada fue igual que antes. Dejaste lo superficial guardado en el baúl y sacaste a ventilar las paces que no sabías que tenías. Te dejaste llevar entonces por la sencillez de quien tuvo suficiente turbulencia como para desperdiciar sus minutos, sus afectos, sus paisajes, sus silencios. De vez en cuando opinas, sin querer, que hubo pérdidas, pero inevitablemente recaes en la conciencia de que todo fue —y es— ganancia.

sábado, 21 de mayo de 2016

Espérame, tercera edad

Espérame, tercera edad. No te apures tanto; no me apures que ya voy. Ya voy de bajadita, sin frenos, entre titubeos muy distintos a los de los veinte, treinta y cuarenta. Siéntate a esperar, si lo que esperas es que llegue agotado, cansado, desteñido. No estoy lejos, pero vengo alegre. Temo que te desilusionarte con tanto bienestar interno, con tanta fuerza para no pujar. No cantes victoria a pesar de ver las canas, la falta de agilidad, esta seducción de colesterol y triglicéridos. Vengo con todo, y vengo a sentarme en el zaguán, a “latir echao”, como el perro del decir. Vengo a relajarme, a pasar el rato después de lo bailao. Vengo en el descenso de las hormonas y a su consecuente racionamiento: ya no en cualquier ocasión. Mírame desde tu vieja caseta de recepción. Trata de ser paciente; deja el apuro, que no vengo a forcejear. Vengo, más bien, a hacer las paces. Ya no vengo a temer a la muerte con el mismo miedo del niño. Vengo, más bien, a esperarla sentadito, disfrutando cada minuto que se atraviese… y se atravesará. Vengo a beber cada segundo del presente, a no vivir más bajo el yugo del futuro que nunca existirá, que podría acabarse mañana mientras hago mis planes ridículos, tremendamente ilusos. Así que aprovecha y más bien siéntate a mi lado; cuéntame de tus experiencias, de tus aburridos libretos para quienes llegan, de tus inyecciones de terror para quienes entran aquí con riquezas ignoradas para arrancárselas así nomás, sin que se den cuenta. Y si no quieres sentarte, tercera edad, vete pal carajo, que sigo vivo y sin ganas de desperdiciar lo que tanto ya desperdicié.

viernes, 20 de mayo de 2016

Se fue la luz

Ya medio aliviados, terminándonos de recostar en los sofás y sillones alrededor, ya nos comenzamos a sonreír por la experiencia bizarra de perder el principal motor de la vida moderna. Se fue la luz. No había cómo distraernos de estar con nosotros mismos. No había cómo huir de la presencia familiar. No hubo cómo escapar de estar a menos de dos metros de quienes eran el lubricante para la vida. Estábamos atrapados en medio de la presencia simpática y amorosa de quienes crecieron y vieron crecer todo lo que somos ahora. Los comentarios del apagón fueron inteligentemente manufacturados por mi hermano, por mi padre, por mi hijo… quién sabe. El viejo comenzó con un cuento de sus años en su pueblo, que ahora es ciudad. Contaba de los días que comenzaban y terminaban pronto, que colgaban de la luz del día. Con la mirada de los jóvenes clavada en sus ojos bonachones y sonrientes navegaba entre sus vivencias sin luz, sin esa electricidad que fue llevada luego; sin ese instrumento tan impactante que luego, con el progreso tan cacareado arrancó la juntura de quienes se amaban y los puso a mirar para otro lado. Contaba de caricias a veces disimuladas, de complicidades, de camaraderías en lo que ahora llaman solo “pobreza”, pero que sin dejar de serlo, regalaba el espacio franco para vivir una vida de amor prehistórico, de defectos y virtudes no tan elaborados, de esperanzas tímidas de que a los míos les irá mejor. De repente, como se fue, ¡vino la luz! Y quedamos mirándonos entre todos, con el ojo encandilado, y diría que casi con la nostalgia de seguir escuchando cómo era todo cuando no nos podíamos rehuir. Diez minutos después, todos los aparatos estaban encendidos y cada uno de nosotros volvimos a la hipnosis del bienestar que sí logramos, ese, que el abuelo nos deseaba... al menos eso nos dijo mientras lo rodeamos como nunca antes. Entonces deseé con toda mis fuerzas que se fuese la luz de nuevo.

lunes, 9 de mayo de 2016

Del traficante, con amor...

Tardé en darme cuenta y hasta creí que sería más difícil lograrlo, pero ya en estos tiempos desperdigados logré entrar a tu hogar y comunicarme más efectivamente con tus hijos. Eso de que no hay que ser amigo de los hijos solo puede ser cierto si te va a dar la gana de orientar a tus vástagos, darle con todo a esa tarea. Pero como no eres capaz —ni quieres hacerlo —, yo sí que soy todo oídos, los entiendo y luego ofrezco mi producto sin mucho esfuerzo. Me reúno con ellos, los llamo, los escucho sin juzgarlos, nos vamos de farra y ahí: ¡zas! Que si el diablo, que si la cigüeña, que si la semillita, que si Dios bravo, pero de ahí no pasaste, papi. El miedo, el hastío y demás basura de esa que les has inyectado los trajo derechito para acá… ¡Felicitaciones! Te has ganado una vida entera para quejarte de tu suerte, del abandono futuro de tus hijos y preguntarte qué cosa misteriosa e ingrata de la vida fue lo que te pasó. Mientras, disculpa que te deje aquí, perplejo y solo, pero es que debo atender a los hijos de tu vecino, el perfecto, el que sí les dio lo que a él siempre le faltó cuando pequeño.

jueves, 5 de mayo de 2016

¿Qué coño quieres, vale?

Si se te dice que hay un ser supremo y que confiando en él como en el pasado estás salvado, no lo crees. Está bien. Si por otro lado te dicen que la conciencia superior está a tu alcance si abandonas el ruido embrutecedor de tus pensamientos alienados por los mensajes cotidianos, tampoco lo crees. Se respeta eso. Si tu familia te acompaña en tu compunción y se ofrece para ser la solución a tus problemas, no te fías tanto en eso. Tú sabrás. Tu consorte de vida te ofrece su existencia para compartirla, para batallar, si es lo que quieres, viendo a ver si te puede ayudar en eso de ser feliz, pero ya veo tu cara suspicaz en ese respecto. Es tu decisión. De tus hijos ni hablaré. El único amigo que te aguantó desde tu niñez porque admiraba tus pocas, pero evidentes virtudes, te acaba de tender la mano para levantarte de esta, tu más reciente caída; y por lo que veo, tu testarudez se impondrá de nuevo. No me queda sino preguntarte desde esta esquina, desde la que temo decirte nada, ¿qué coño es lo que tú quieres, vale?