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lunes, 31 de diciembre de 2018

Arreglar al mundo

Quise arreglar el mundo rapidito, apenas detecté lo equivocado de su camino, pero no pude. Fue entonces cuando comencé a trazar estrategias, a delinear tácticas, a urdir planes que se me antojaron infalibles. Fallé de nuevo. Usé toda mi lógica para dividir el problema en trozos manejables que pudiera ir resolviendo uno a uno hasta lograr una humanidad amorosa, solidaria, unida. Una vez más la derrota derribó mi puerta. Más tarde pensé en categorizar, en tipificar las dificultades para aplicar una pequeña solución en varios lugares de una sola vez; hice gráficas, mapas muy lindos y hasta representaciones en 3D, y ¿adivinen qué? Exacto: mis cálculos, trípodes, caballetes y dispositivas PowerPoint me cayeron encima, dejándome inconsciente por algunas horas. Al levantarme del suelo, me senté enfrente de todo lo que había intentado hasta el momento, observando mi tremenda capacidad de juzgar, de analizar y de disponer de los recursos de los demás; adicionalmente, pude la testarudez y el complejo de superioridad que chorreaban de mi ego casi invencible… Por todo ello, hace días estoy intentando “arreglarme” a mí mismo, antes de salir de nuevo a componer, por allá afuera, quien sabe qué.

viernes, 28 de diciembre de 2018

La mamá del malandro

La mamá del malandro. La mamá del delincuente. La muy joven madre, sola, inmadura pero amorosa, llena de energías y años por venir, observa a su pequeño recién nacido con la maravilla indescriptible que siente una madre ante semejante milagro. La madre del antisocial hará lo imposible por protegerlo de las situaciones que amenacen su bienestar. Su bienestar. La joven madre, la joven hija, aquella que todavía recorre los primeros caminos de la vida para luego, en el mejor de los casos, poder reflexionar sobre ellos se tomó la licencia de parir un muchacho a destiempo. Asumirá el papel de orientadora de una nueva vida sin siquiera sentir ella misma la orientación de parte de nadie más. La cesta de afecto con la que quiere ver crecer a su niño aún está vacía, por lo que comenzará a proveerlo con cosas más fáciles, como el cuidado constante y algo exagerado como consecuencia de la culpa por no poderle darle todo. La madre del maleante llorará cada noche al ver que sus cuidados no bastaron para recibir del imberbe bandido algo en retribución de lo que para ella fue lo mejor que pudo hacer. La madre del estafador vivirá temiendo la llamada eventual con la que le informen que, finalmente, su amado muchacho terminó en un hospital, en una cárcel o en el cementerio.

El fin justifica los medios... ¿En serio?

Entonces resulta que el fin justifica los medios. Entonces, chico, resulta que lograr un cometido está por encima, incluso, de los valores originales que lo visualizaron. Resulta pues, que a medida que se avanza en el recorrido, uno se va desconchando y dejando ver, tal vez, las costuras de lo que realmente somos, de lo que fuimos desde el principio y que solo maquillamos con poses de moral y fortaleza idealista incólumes. Pero nada, pana, al final, después de tanto “combatir” de cerca, después de tanto embarrarse con el supuesto enemigo, todos terminaremos, al final del proceso, siendo la misma basura a la que combatimos. Entonces, cuéntame, ¿quién construirá el nuevo mundo? ¿Tú?

martes, 11 de diciembre de 2018

Estímulo maluco

Entonces resulta que nacemos todos sin conocimientos, sin vicios, que todo lo venimos aprendiendo en esta joya de sociedad que tenemos. Venimos al mundo como una esponja seca que se irá cargando con los mensajes y enseñanzas que vayamos recogiendo en el camino. Echando un ojo a las tantas esponjas que andan por ahí desde hace varios años, se pueden identificar santos, demonios y quienes pasan por debajo de la mesa. Sabiendo que nacieron como hojas en blanco y sus caracteres son producto del estímulo externo, es fácil inferir que ese conjunto de estímulos, a lo largo de sus vidas, es el causante de que sean santos, demonios o que pasen por debajo de esa mesa. Luego, se podría decir que somos un saco de caracteres potenciales esperando a que un estímulo nos toque para ser lo que nos tocó ser, para desempeñar el papel que el destino tuvo a bien asignarnos en este desastre que armó el ser humano sobre la tierra. Si determinado estímulo hizo a fulano maestro o a mengano asesino, dime tú, ¿cuál estímulo tienes guillao? ¿En qué andas, bichito?

El microbio se metió

La enfermedad entró y se sentó. Aprovechó un momento de debilidad y se escurrió por alguna grieta que mi ánimo le propinó a mi cuerpo. Yo nunca me enteré del acontecimiento, por cierto. Lo cierto es que la llamada felicidad nunca permitió que el flagelo se extendiese más allá de su nacimiento en mis predios. Mi tranquilidad aburrió al bicho y ante la falta de resistencia, no pudo pelear, no pudo conquistar gloriosamente mi territorio. Ciertamente, a pesar de que el microbio se coló durante una capa caída de mi fortaleza, este paréntesis duró poco y al volver la atención al interior, ahí estaba, pillado, desnudo, agarrado por sorpresa, con anticuerpos y demás defensas de acero, como usualmente están, solo que ahora de vuelta. Solo bastaron un paseo por el verde y azul, un beso de mi amada y una carcajada para que el intruso saliera de mi organismo y volviera mi color sonrisa, tal cual un estornudo.

La hipocresía, mi pecado favorito

No es que nos duela el abuso: es que nos duele el abuso contra nosotros. No es que una persona asesinada nos sacuda hasta los pies: es una persona asesinada a la que queríamos o bien a cualquier otra que nos sirva para tratar de demostrar algo a nuestro favor. No es que, en general, nos moleste la injusticia, sino la injusticia en contra de nosotros. Es bastante hipócrita eso, de vociferar en una tarima o en una mesa poblada cuánta moralidad nos adorna, cuando en realidad somos otro animal vulgar que solo se queja en un intento por morderse la cola. Mira que la expresión de nuestra indiferencia ante la maldad nos ha llevado a estadios sofisticados, más calmados, sumamente tranquilos y seudoespirituales. No querer saber que algo terrible ocurre más allá de estas paredes es la manera más efectiva de eludir la responsabilidad que tenemos sobre nuestra indiferencia. La verdad es que somos unos genios argumentando al momento de la omisión.

lunes, 10 de diciembre de 2018

Generalizar... mentir... ¡qué más da!

Tan fácil que es lanzar la afirmación. Tan firme que nos erguimos para escupir la sentencia irreversible. Está clarísimo: o es blanco o es negro… sería absurda otra posibilidad en nuestra cabeza. Es entonces cuando levantamos la voz para establecer que la verdad es lo que sale de nuestros labios, que cualquier otra cosa sería contraria, y, por supuesto, equivocada. Con escasas evidencias, con anécdotas de coctel y con las estadísticas en contra, embestimos con la pasión del caso, imaginando que al final de la sesión saldremos con la bandera en la mano, porque qué riñones tiene esa gente ignorante, que se atreve a opinar sobre lo que yo mismo he sufrido en carne propia. Para mí no hay grises, no hay matices, no hay medias tintas: o es todo o es nada. En mi catálogo de lo malo no hay nada rescatable, útil, ninguna lección por aprender, mientras que mi catálogo de lo bueno no cabe crítica alguna, a pesar de que soy joven y faltan cosas por aprender, figuras por completar. Alguien podría decir que me las sé todas. Alguien podría, incluso, admirarme por la seguridad que chorreo en mi discurso. Muchos podrían, eso sí, decir que el que generaliza, miente.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Llegó la noche

Llegó la noche. Llegó la oscuridad total. Llegó el silencio. Traté de evitarlo con distracciones, con ruido, con embriaguez, pero no pude. Hice lo posible por permanecer montado en la receta televisiva de la felicidad, en la hipnosis de los medios, en la seducción de lo externo. Después de revisar mensajes, comentarios, me gustas y apagar la luz de la casa, aquí estoy finalmente. Como un fantasma inquisidor y hasta burlón, aparezco yo mismo a reclamar espacio como quien espera con ansiedad a otro en casa. Después de esquivarme la mirada incesantemente para no verme ni escucharme lo que debo decir, abandono la lucha y en una confusión entre resignación y fastidio. Fue un rato largo… “amargo”, quise decir. No sabía que había tanto qué decir, qué escuchar. Después de un rato, el sermón comenzó a resquebrajar la coraza que me pongo todos los días al salir hasta dejarme agotado, con los brazos y los párpados pesados. La compasión y la bondad se abrieron camino entre la pela para hacerme saber, muy vehementemente, que todavía vale la pena eso de vivir, de esperar; que todo cuadra a pesar de nuestros complejos y que nuestra miopía puede tan efímera como convincente. Ya veré cómo es que me despierto mañana: si esto fue algo más que una pesadilla con final feliz.

La pelona se volvió loca

La pelona se volvió loca. Porái anda, recogiendo al que le parezca, sin mucho criterio, sin duda. No todo parece descabellado, pero esta vez le dio la puntada y en medio de la borrachera se le ocurrió llevarse gente que nos hacía feliz, o que, en el peor de los casos, nos sacaba una sonrisa de vez en cuando. Debe ser diciembre, no sé; debe ser que también la navidad la pone errática, como a nosotros. Porái anda, inyectando dolor a las buenas gentes y a los normales. Pasó cerca y hasta parece que se arrepintió de pasar más cerca; debe ser que ya estaba cargada y no podía volar bien si recogía otro: sea lo que sea, menos mal. Hace días que la veo desde detrás de una columna, bien escondidito, porsia, y como es lógico, pareciera descansando antes de dar de nuevo la vueltica por estos lares. Yo, como no quisiera que me agarrara descuidao, hace rato que estoy preparando la entrada de la casa, la sala y el cuarto con adornitos de bienvenida para cuando llegue. Aquí mismo estaré, con algo de nervio, pero con la sonrisa insidiosa de no estar sorprendido ni temeroso de recibir a esa imbécil.

domingo, 2 de diciembre de 2018

¿El límite? ¿Cuál límite?


El límite no será nunca la rayita dura e inamovible que pretenden los moralistas imponer al resto de los individuos, nunca sin algún atisbo de hipocresía en el intento. El límite, si lo hubiera, es el área gris que finalmente se tiñó al pasar de un lado al otro, de los llamados bien y mal, y que a uno no le dio la gana de traspasar nuevamente por cualquier razón personal. El límite de los moralistas solo tiene la tinta del miedo, de la amenaza, de la sanción de parte de esta, nuestra tan noble sociedad, y tiene la intención de meterte en la cabeza un misterio ajeno que te paralice y del que no conoces nada porque eres bueno, porque eres obediente. Pero la madre de la maldad es el miedo, y alguien repleto del miedo que los moralistas le troquelaron en el alma muy seguramente será el brazo ejecutor de las peores maldades conocidas, así el desgraciado piense que actúa de buena fe, jurando que va para el cielo al final de su destartalada existencia.

domingo, 28 de octubre de 2018

¿Un espíritu? ¡Qué depinga!

Qué depinga es creer que existe un espíritu en nosotros, esa cosa libre de contaminación en la que vive la conciencia y que está libre de pensamientos, de emociones, de arranques pasionales y decisiones sin sentido. No sé si es tan depinga atribuírselo a alguna imagen, a algún ser superior o grupete arribista, pero sí lo es que pudiésemos deshacernos de tanta basura aprendida, de basura que marca y condiciona, de basura que produce ansiedad y enfermedad sin siquiera ser detectada. Qué depinga fuera que, lejos de un escondite, hubiese algo parecido a un hogar dentro de nosotros al que pudiéramos regresar y ver todo desde la mejor perspectiva, sin complejos ni temores, desde la protección de lo auténtico, de lo natural, desde nuestro pedazo del universo. Sería muy depinga saber que el pensamiento es una herramienta espectacular, pero que también es capaz convertirse en nuestro carcelero y paralizarnos para no hacer, para no sentir con libertad, para no amar. Sería muy depinga, para redondear, que el espíritu fuese nuestra verdadera esencia y no nuestro cuerpo o las cosas que nos rodean, nuestra apariencia momentánea, eso tan efímero que finalmente fenecerá y quedemos, como espíritu, como energía en libertad, que quede porái experimentando tanto de este tremendo universo del que somos parte y minucia. Ojalá existiera algo tan depinga. Mientras, a medida que voy mirando cosas nuevas, haré como que sí existe. Haré que le hablo a ver si algún día me contesta con la profundidad del caso y así depurar los días por venir de tanta cosa inútil, dañina y malintencionada.

El viejito loco


El viejito loco se la pasaba en la plaza, mirando los árboles, sintiendo el sol de la mañana, dándole pan a las palomas. Yo no sé qué le pasaba, si todo eso es tan aburrido: no tiene sentido. Seguro se levantaba en la madrugada a dar vueltas, a limpiar cosas, a dejarlas exactamente en la posición en que las tomó. Parecía loco. Veía, cuando me asomaba por su ventana, que comía pausadamente, mirando su plato, como agradeciendo algo al utensilio. Qué loco eso, ¿no? A veces lo veía como con la mirada fija en la montaña, luego se sonreía, luego despedía una lágrima. Ese sí que estaba muy loco. Cuando salía a sus diligencias los zapatos no combinaban con su ropa, sin mencionar esa gorra horrible que siempre cargaba. Alguien normal como yo no podría tener la menor idea de cómo podría sentirse cómodo con todo ese envoltorio desagradable a la vista, quién sabe si un poco maloliente. Pobre loco.
Hace pocos días me dijo un vecino que el viejito loco había muerto. El vecino me dijo que había acompañado al viejo en sus últimos momentos. Me dijo que antes de cerrar los ojos le dio las gracias por acompañarlo y se despidió con una sonrisa en sus labios rosados. “Murió en paz”, dijo el vecino. Da como cosa esa historia, ¡uy! Reflexionando supe que yo no viviré una vida desquiciada como esa, para “aparentemente” morir en paz. Yo soy normal. Yo soy de los que necesita distraerse con emociones fuertes, con experiencias que me sacudan, para en la noche dormir feliz, dormir cansado. Lo que no puedo ocultar, como cualquier persona normal, es que la muerte me da mucho miedo… pero vamos, eso no tiene qué ver con la vida.

lunes, 8 de octubre de 2018

¡Cumpleaaaños feeeliz!


Otro año más. Uno nomás. Otro día aparentemente imperceptible en medio de la rutina general de las cosas. Un cumpleaños más, entre los tantos que llevo contados, entre los tantos que llevo retratado, produciendo sedimentos, parado sobre la pila, buscando la pretendida trascendencia, cierta reflexión interesante que sirva de mantel para lo que venga, para lo que pueda ser. Trataré una vez más de recoger las ideas, los sentimientos, los recuerdos que me hagan sentir que todo esto tiene algún rumbo rescatable cuando se piensa en lo dejado atrás, en lo que se vislumbra para el cacareado porvenir. No hay resumen posible. No hay estadística válida a la mano. No hay proyección respetable a considerar, a publicar en alguna revista. La promesa de saber y dominar los temas resultó un fraude. Cada respuesta solo produjo más preguntas. Nada me hace pensar que gané certeza en algún tema, experticia en alguna materia. Sigo, aunque con más herramientas en la caja, sin ningún método claro qué aplicar. No hay fuegos artificiales en el cielo oscuro. No hay aperturas incondicionales ante cualquier demanda de la vida. No hay nada cierto, aparte de este maldito reloj imparable que tictaquea enfrente de mí, restando segundos a lo que pudo ser todo un acontecimiento.

martes, 2 de octubre de 2018

lunes, 3 de septiembre de 2018

Credo insalubre


Creo en Dios, pero en ese que es a mi imagen y semejanza. Creo en el dios que me apoya y está siempre de mi lado, dándome ánimos, diciéndome que soy mejor que el de al lado. Creo en el dios que no me va a poner pruebas terribles para que “aprenda” o “tenga conciencia”: ese no es mi dios. Creo más bien en el dios que me proveerá comodidad, riqueza, bienestar, prosperidad, porque lo nombro a cada rato y le concedo la gracia que luego verterá de vuelta sobre mí. Creo en el dios que piensa como yo y que castiga al desatinado que esté en mi contra, por supuesto, porque estaría también en contra de Dios. Ese dios en el que creo no dejará que me equivoque nunca y hará que corrija, cada vez, al equivocado que me lleve la contraria. Mi dios no es el dios de todo el mundo. Mi dios es un dios bien particular, uno que sí me comprende y me da luz verde para usar cualquier medio para lograr mis objetivos porque, a fin de cuentas, a ese dios, a mi propio dios, me lo inventé yo.

Necesito un perdedor


Necesito un perdedor. Necesito uno, pero rápido. Necesito que alguien falle para sentirme superior, para sentir que soy mejor y hasta que le puedo aconsejar. Necesito ver que todo se hunda a mis derredores para sentir que me elevo. Necesito detonar explosivos en otras bases para quedar erguido, solo, en medio del desastre. No veo otra manera. La cosa está difícil. Mis fracasos se cuentan en tales magnitudes que no me queda sino hacer tropezar a otros, dificultarles el camino, cerrarles las puertas que todavía quedan bajo mi control, justo antes de mi extinción definitiva. Ganador es ganador, mi pana: yo no hice las reglas.

jueves, 9 de agosto de 2018

Malena ama a su capitancito


Malena ama al capitancito. No es la gran cosota, pero es su noviecito. Le ilusiona el Proceso, y en medio de esto, también el dinerito. Pero todavía es pronto para aspirar tanto: hay que esperar y plegarse a lo que hay. Tan lindo. Con su cortaúñas y su pañuelito viene y la visita, le promete días mejores y un futuro bonito. Malena está bien encaminada, con paciencia y con su destino bien claro, porque es que le han dicho que la milicia da, que la posición proveerá, si no ahorita, algún día será. En su barrio querido a juro escuchaba cuentos de esposas de generales, de acciones de clubes, de viajes, del cortejo; de cenas y apartamentos con pixina. Por eso, Malena lo alienta y le explica cada día por qué es que él debe llegar arriba, en este Proceso o en cualquier otro, no importa; lo que importa es que siga… que siga. Y mientras el capitancito se mantiene fuerte, inamovible en su encomiable encomienda, todo se cae a pedazos aquí y allá. Solo se mantienen las promesas de su niñez, las del mandatario y las de Malena —si no es que es lo mismo—. Mientras Malena ve clarito el carrote que llega a buscarla para llevarla a la reunión de su futuro marido con personeros importantes, con gente de poder, el capitancito pare por transporte para llegar al cuartel, a casa de sus viejos, al bar de los amigos; bota tiempo en colas para comer y acoge su enfermedad sin remedio. Ya compró cinco dólares que guarda por si las moscas. Pero Malena le ha dicho que no importa, que palante, que no suelte el puestecito, esa oportunidad inigualable de acceder al bienestar, a esa prosperidad de película. El capitancito, siempre cumplido, puntual al llamado, la verdad es que ya se está cansando de ahorrar en un banco fantasma, de poner todas las ñemas en la misma cesta, de apostar el sueldo en un juego de gorditos que mienten, que fingen empatía, que se van, rollizos y divertidos, con su futuro en sus bolsillos. El capitancito ya no quiere seguir en este juego que se convirtió en burla destapada y continuada. La elocuencia de su delgadez y su cansancio no le deja lugar para más dudas sobre el quehacer. Es más, ahora mismo se dirige —a pie, claro— al centro de la Ciudad, a esa pensión de San Juan, por Capuchinos, a decirle ahora mismo a Malena que está harto, que no va pal baile, se vaya a la mierda.

viernes, 3 de agosto de 2018

Bájate del autobús!


Si usted necesita ir a un sitio específico y debe tomar un autobús, usted no toma cualquier autobús; usted toma el autobús que va a ese sitio. Una vez que comienza el viaje, usted se limita a ver por la ventana, a leer, a dormir: cualquier cosa mientras confía que ese aparato lo llevará donde dijo que le llevaría. Pero ¿qué pasaría si usted nota que el autobús comienza a desviarse, que agarra por un camino distinto al previsto? Usted pregunta de nuevo al chofer, ¿verdad? Si el chofer le confirma que va al destino original, usted se queda tranquilo de nuevo y comienza a leer de nuevo, pero levanta la vista de vez en cuando para saber si ese camino lo está acercando a su destino. Si usted nota que el autobús, en lugar de acercarse “a su destino suyo de usted”, definitivamente se aleja, usted reclama y se baja, ¿verdad? …no estamos para perder tiempo. Entonces usted, defraudado, en un sitio desconocido, busca ubicarse para tomar otro autobús que lo lleve donde quería ir en primer lugar.
¿No está usted de acuerdo en que es una locura seguir montado en un autobús desviado de su ruta esperando a que algún día llegue al destino ofrecido? ¡Bájate de ese autobús!

miércoles, 18 de julio de 2018

Tan buena gente yo

A uno le gustaría que nuestros ídolos fueran, además de buen cantante, buen actor, buen deportista, un dechado de virtudes y perfecciones que nos complacieran en un cien por ciento. Pero en algunos casos resultaron ser joyitas que salieron de familias estropeadas, que se desarrollaron en ambientes hostiles y debieron ponerse duros para echar palante, hasta ser hoy una figura indiscutible en su oficio; aunque bueno, lejos de los micrófonos, de las cámaras o las arenas globales, gente a quienes no quisiéramos abrirle la puerta de nuestra casa. Pa bichito, yo.

martes, 3 de julio de 2018

A los coñazos...

El cambio definitivo no puede comenzar por darse golpes durante décadas o siglos contra una pared más fuerte que nosotros. No sé si debe ser altisonante o desmedidamente apasionado, pero sí ecuánime, inteligente y constante, que socave poco apoco, muy controladamente, lo que se quiere reemplazar. Los tiempos avanzan, tal vez no en calidad, pero sí en magnitud; el tiempo pasa y solemos repetir las mismas acciones ante las mismas injusticias. Con mucha razón o sin ella, arremetemos ante el enemigo del momento, el de esa generación, usando viejas y desusadas referencias, ignorando la naturaleza de los días que se viven hoy. No será la primera vez que se acaba con la corrupción oficial antes de detectarla de nuevo. No será la primera vez que se derrota al enemigo temporal para instaurar las nuevas y esperanzadoras reglas que apuntan a la salvación. No será la primera vez que nos envilezcamos con el poder en la mano y seamos el nuevo verdugo a ser derrotado. En menor magnitud que las eras geológicas, pero con algún parecido, tenemos demasiado tiempo caminando por estas calles e ignorando los siglos que siempre se repiten como para no notarlos; sin embargo, seguimos enceguecidos por nuestro presente —porque claro, es el nuestro— y pensamos que muchas cosas cambiarán en nuestra generación solo porque es nuestra y no porque se acometen las situaciones de la manera adecuada, efectiva. Es nuestra locura, nuestra pasión, nuestro atropello en lo que cabalgamos como eternos adolescentes tratando de buscarle sentido a lo que no entendemos, y buscando la banderita que tengamos más cerca y la que más nos sirva, salimos a cobrar vidas y reputaciones, a imponer verdades y a aplastar detractores con una voluntad temeraria. Seguiremos, pues, gritando consignas aprendidas, copiando modelos ajenos, pronunciando palabras extranjeras antes de definir desde nuestras propias realidades, como colectividad, la acción efectiva que deje al ignorante y al criminal fuera del juego. Y por supuesto, toda esta madeja de conceptos iría solo después de expulsar nuestros propios demonios, nuestras propias cegueras, nuestras propias hipocresías que guardamos muy dentro, como individuos alejados del amor propio y del amor al otro. Nada fácil.
...Como que mejor nos compramos un carro nuevo, chamo.

martes, 19 de junio de 2018

Enemigo en retruque


¿Y si al final del camino el adversario siempre lo hemos llevado dentro? ¿Y si a la conclusión del paseo el enemigo a muerte se esconde, muy convenientemente, en nuestro pellejo? Tal vez esa lucha encarnizada, esa construcción apasionada y definitiva que esgrimimos a diario es solo la antesala de lo que podría ser, en nuestros sueños, nuestra propia dictadura.

domingo, 17 de junio de 2018

Fin de la función ¡Comienza la función!


Como en una película vieja, pero que aún no termina, miro hacia atrás y ya no es lo mismo. En la medida en que mi memoria logra unir los trozos de acontecimientos y emociones, van apareciendo los planteamientos y las conclusiones logradas en cada circunstancia. Determinaciones con la convicción que merecía la ocasión, por supuesto. Es una sensación agridulce que va rociando el presente y me tuerce el brazo amorosamente para que comience a comprender, luego de tanto caminar, de qué se trata todo esto. Una voz creciente en mi hombro exige suave, pero firmemente, que replantee la perspectiva para resto del camino, para el atardecer de este paseo. Entonces me siento a media luz y comienzo a detallar cada escalón de mi existencia, sin saber si subía o bajaba; cada decisión, cada ligereza, cada compromiso, cada ilusión, cada frustración. Y mientras voy avanzando en el inventario de mis episodios se desvela la fragilidad de esa construcción ya vieja, ya anacrónica e inservible que pide ser revisada y replanteada. Ese fantasma con mi cara que todavía me define, y que de alguna manera me sostiene, me susurra desde su escondite que ya es tiempo, que se acabó la función apasionada, que ya no aguanta más el ritmo. Noches despiertas pensando en los años dormidos. Trapitos sucios. Dolor. Reconocimiento. Algo de luz por fin. Un buen día me levanté con disposición a dejar el lastre donde corresponde, a caminar con menos estorbos en mi camino… un nuevo camino. No sé qué pasó. No sé de dónde salió esa nueva voz ni cómo comenzaron a caer los escombros de la tristeza y la frustración que anidaban en mi cabeza y enmudecían mi corazón. De buenas a primeras miré hacia atrás de nuevo y solo vi la esencia aprisionada que cobraba volumen, ya libre de ataduras, de los prejuicios ya vencidos. Ya no hay ruido, ya no hay urgencias, ya no están los pensamientos superfluos que me llevaban a perseguirme la cola interminablemente. Es un nuevo panorama, uno espacioso, calmado, lleno de gozo. Ya vengo… voy a caminar.

miércoles, 13 de junio de 2018

Siempre estuviste allí


Estuviste allí todo el tiempo. Allí, acá, acullá… pero siempre. Nunca te vi. Tal vez escuché tu nombre, pero no hubo diferencia. Siempre anduviste en varios sitios, como para que yo te notara, pero mi atención apuntó siempre en otra dirección, a otros temas, a otras pasiones. Mientras transcurrían los años, todo fue cambiando: a veces por las buenas, a veces por las necesarias. Aun así, no nos acercamos mientras viviste. Definitivamente, la vida tiene tantos estadios que es posible no encontrarse en medio de esa inmensidad, la cual comienza en nuestra cabeza, pasa por nuestro corazón y, para completar, termina en nuestro planeta. Así, pues, cumpliste tu ciclo de vida en estos lares y te fuiste. Te fuiste afirmando estar en paz, agradecido, “preparado”; eso me agradó mucho cuando lo supe. En fin, me perdí verte en vivo o en directo, y cuando supe de tu partida, de tu fama generalizada, por mera curiosidad te leí y te escuché. Revisé tu legado y quedé prendado de tus ideas, de tus percepciones y de los retruques que les dabas a todo lo que habías experimentado con alegría, con tristeza, con pérdida, para ser ahora una referencia inevitable al momento de la reflexión. Ahora, pues, con algún tipo de guayabo, con un cariño platónico muy particular, busco cualquier papelito en el que pudiste escribir algún garabato; registro las redes a ver qué dejaste; escucho de nuevo tu mensaje de paz, de alegría, de comunidad, de esa utopía que describías pero que podría ser la solución a esta realidad desechable que vivimos entre los seres humanos y que desencadena la perdición anestesiada que avanza, que gana terreno casi imperceptiblemente. En fin, chico, te agradezco tu existencia y lo que pueda producir en mi vida, en nuestras vidas. Espero, ahora sí, encontrarme contigo “personalmente” para agradecerte y tomarnos un café, si es que hay café por allá.

viernes, 1 de junio de 2018

Cayó el tirano


Cayó el tirano, llega la República, la libertad… ¡Viva la República! Cayó el tirano, llega la Democracia, la libertad… ¡Viva la Democracia! Cayó el tirano, llega el Socialismo, la libertad… ¡Viva el Socialismo! Cayó el tirano, llega la libertad… Y así con los zares, con las guerras civiles después de la independencia, con cada reparto vergonzoso de las riquezas después de abalanzarse nuestros dignos representantes sobre ellas.

Es como necia la repetición, casi fotográfica y nos vemos imbuidos en el fervor del momento, de nuestro tiempo, de nuestra causa colectiva y hasta en nuestra razón para vivir. La lucha por la “libertad” se torna incierta y turbia a la vez, quizás porque no podemos definir qué tipo de libertad, para quiénes, para cuándo. Los regímenes pasan en un desfile manchado de sangre, de hambre, de indignidad, de dolor, mientras pasamos por alto los patrones que se repiten una y otra vez y nos volvemos a montar en ese tren de la pasión.
Dando un paso atrás para ver mejor, se me ocurre que tal vez el enemigo no está allá afuera, como lo preferimos ver. Tal vez el adversario no vive en el rancho ni en la mansión, como elegimos pensarlo hace tiempo. Tal vez el opositor a nuestros genuinos deseos de una vida mejor no se esconde en un edificio, un yate o en el barrio marginal. Tal vez estamos enfrascados, por nuestras contradicciones, en una lucha perdida a priori. Tal vez nunca desaparecerán las escaramuzas que vemos de cuando en cuando y sigamos viendo este macabro desfile de emociones por el resto de nuestras vidas. Tal vez, y como perros tratándose de morder la cola, solo hemos estado luchando contra nuestra propia naturaleza, contra la misma “naturaleza humana” que nos define.

Tal vez por eso es que nunca podemos ganar para siempre.


jueves, 31 de mayo de 2018

La conciencia colectiva no existe

La conciencia colectiva como causa no existe. La conciencia colectiva deberá ser el producto, la suma, de la conciencia individual. Si cada quien anda por su lado, robando, transando con influencias y aplicando la apatía ante sus propios problemas, para comenzar, no importa que se vista igual que su grupo social o político; no importa que haya estudiado lo que haya estudiado en la mejor universidad o que tenga amigos buena gente: es el átomo que conformará una sociedad de corruptos con discursito barato. Lo colectivo no cala en lo individual porque no nace de la esencia del ser humano, sino de un grupo con intereses particulares. Lo colectivo no baña el espíritu porque es externo y rebota contra nuestras propias paredes. La única manera de pensar que lo colectivo permea profundamente en el ser humano es pensarlo con harta ingenuidad o pensarlo con malicia.

miércoles, 30 de mayo de 2018

Ignorar a Dios

¿Cómo se “ignora” a Dios? ¿Cómo se “aleja” alguien de Dios? ¿Cómo se “distrae” alguien de su poderosa figura? ¿Cómo puede ser posible que quien le declaró creer en él y aceptarlo como su único dios y salvador, ahora aparente estar alejado, distraído de semejante presencia? Son preguntas que desde lo lejos me hago. Son inquietudes que de alguna manera me afectan cuando noto que hay algo que no anda bien por los “Caminos del Señor”. Me afecta tener alguna certeza de un grupo de mis semejantes juegan a la ligereza, utilizando su libro sagrado, sus sitios de culto, sus reuniones revestidas de la formalidad de la ocasión, regando la matica solo los domingos o cuando se acuerdan. A esta distancia no sé cómo es que muchos pueden alejarse de quien, según su misma declaración íntima y pública, los creó y los ama a cada día, brindándoles sin condición la luz en su camino a la salvación. Ignorar a Dios es como para el caraqueño ignorar el cielo azul, el blanco de las nubes o Cerro El Ávila en un día soleado. En ese caso, podría el caraqueño encerrarse en su casa, cerrar las puertas y ventanas y quedar al margen de tal belleza… pero siempre sabrá que está allá afuera, esperándolo con la paciencia de la eternidad. Incluso en este caso ficticio, se esconde el hombre de algo que cree que existe; que si se abre él mismo, es inevitable que entre esto e inunde con su presencia. Es tan confusa la situación que desde aquí, desde este espacio quieto y frío, se nota que quien alguna vez aceptó la luz, ahora se empeña en experimentar pequeñas oscuridades intermitentes, normales, ocasionales, que se juntan con la visita y los cánticos del domingo para formar un amasijo moral color plastilina, así como cuando se unieron varios colores y al final surge un feo marrón grisáceo. Si tomamos como premisa que la persona una vez creyó fervientemente en la presencia divina, preveo que habrá mucha dificultad y confusión tratando de saber qué pasó en el camino que ahora esta misma persona “se aleja” de Dios. Para mí, desde afuera, con el respeto posible del caso, la única respuesta al estado actual de las cosas, es que esta y muchas personas más se dejaron llevar por otros desde el comienzo, creando un mundo de fantasía que nunca cuajó, que no evolucionó como para convertirse en vida espiritual. Para mí, en conclusión apremiante, ni esta ni muchas personas nunca creyeron de verdad.

jueves, 17 de mayo de 2018

La próxima vez que quieras salvarme...


Cuando quieras salvarme, avísame primero. Cuando te entre ese ímpetu poderoso de ser útil y salvarme, te ruego que me expliques, con detalles, cómo es que piensas hacerlo. Antes de exigírtelo, te pido encarecidamente que revises el entorno, los alrededores, todos los elementos que están a tu favor y en contra para llevar a cabo esa tarea tan loable que es salvarme. Por supuesto, debo pedirte también que revises tus aspiraciones personales, los dictámenes de tu ego, los sueños que de chiquito abarrotaban tu cabeza y que ahora deseas honrar solemnemente. Si notas que te pido mucho, te pediré además que me disculpes, porque es que en estos últimos años, mis años, los años de mi tierra, han aparecido varios con ese mismo discurso de salvación y la verdad, nos ha ido mal. Pero solo puedo hablar por mí. Siento que debo respetar que mucha gente se identifique con las ideas que expresas en la tarima, en el canal de televisión, por los pasillos. Entiendo que cada quien procesa su experiencia a su modo, a su paso e incluso, a su conveniencia. No me mire así. No te pongas así. Solo trato de transmitirte mi precaución con el mayor respeto posible, tú sabes… así no quedo como otro detractor de esos que te grita cosas en la calle. Solo trato de precisarte, porque quiero saber si es que en tu camino de logros visualizas ahorita o serás capaz luego de sacrificarme a mí y a la tranquilidad de mis seres queridos en pos de lograr, como sea, tus objetivos, ¿recuerdas?, esos que vienes acariciando desde niño y que es ahora o nunca para eso de “ser alguien importante”, “hacer historia” o simplemente para que no te olviden por un buen rato a costa de perder tus propios afectos, a costa de que las familias ajenas se despedacen o a costa de cualquier cosa valiosa para mí que esté fuera de tu alcance o tu interés. La verdad, de pana, y ahora sí te exijo que me expliques cómo es que me vas a salvar, porque tal vez, estimado y diligente amigo, no quiera yo que me salves.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Vive en la calle


Vive en la calle. Su techo es circunstancial, improvisado. Su refugio a veces no lo es. Lo tomó prestado a algún proyecto urbanizador del pasado, de cuando estaba del lado de los que “aportan algo valioso a la sociedad”. No sabe a qué hora comienza su día; algunas veces sus días parecen noches eternas en las que pasa desapercibido, en las que el sol le niega, según él, su luz. Sentado o acostado detrás de algo, debajo de algo, ve pasar los pies apurados de quienes cargan con sus respectivas metas, sus respectivos pensamientos, sus demonios correspondientes. Por supuesto, son metas, pensamientos y esos demonios muchos más refulgentes que los de él, que yace en silencio, casi sin respirar, exigiendo lo mínimo necesario de su entorno marginal, despreciable para otros, la mayoría de las veces invisible. De vez en cuando algún niño extraviado lo encuentra con la vista, se acerca y se presenta sin miedos, sin prejuicios, sin argumentos brillantes de por qué las cosas son como son “y te jodiste”. En esos pequeños momentos de milagrosa apertura, en los que se ve a sí mismo a esa edad, en los que se permite recordar los paseos con su mamá, las fiebres atendidas, el Niño Jesús; en esos momentos en que se deja llevar a los días en que pertenecía a algo suave, cálido, perfumado, de besito de buenas noches, es que reflexiona fugazmente lo afortunado que es su visitante… lo feliz que era él antes de que se quebrara todo y comenzara esta etapa. El grito repentino de la madre que lo retira con aprensión rompe con el instante extraordinario y todo vuelve a ser como es, como ha sido por años, como no quiere que deje de ser en medio de una extraña libertad y control sobre el territorio que lo cobija a espaldas del resto, y mira, sin mucho problema aparente.

martes, 15 de mayo de 2018

Nunca moriré


Nunca moriré. Nunca. Mi cuerpo sí, claro; así debe ser para un estuche temporal. Cuando mi cuerpo muera saldré de él y me iré por ahí, a flotar, seguramente donde flotaba antes de mi nacimiento. Al momento de mi escape de lo material, dejaré mi cuerpo recostado donde me agarre el campanazo. Lo irá a encontrar quien pase por el sitio y seguro habrá alguna conmoción —anhela mi ego—. Espero que quienes vean mi cuerpo sin mí se den por enterados de que solo es el guante vacío con el que claro, me identifiqué, me identificaron desde siempre. Ya no seré eso que yacerá en el cajón. Yo seguiré siendo lo que ahora ocupa este cuerpo vivo, pero sin incertidumbres, sin miedo, sin opinión emocionada. Al fin habré logrado eso de no juzgar más a nadie, de no identificarme con lo físico, con la tendencia del momento. Lo que casi podría asegurarte con alguna precisión es que estaré muy cerca de ti en ocasiones, moviendo alguna de tus rizos, soplando alguna de tus orejas, rozando la punta de tu nariz o induciendo algún recuerdo que te lleve a cierta sonrisa, que te guíe hacia algún aprendizaje juntos ya olvidado. Ya lo sabes: soy más de lo que puedes ver, de lo que puedes tocar, escuchar, y será eso lo que quede libre de ataduras cuando alrededor, todos afirmen con vehemencia... que ya morí.

viernes, 11 de mayo de 2018

En retrospectiva, todo cuadra


En retrospectiva, parece que todo cuadra. Tomar algo de distancia aparenta nunca ser contraproducente. Una vez que todo transcurre, que baja el polvero y se asientan las emociones, se pueden comenzar a delinear cuestiones que antes no se dejaban ver, y que en su transcurso estaban todas muy por encima de nuestras posibilidades de discernir, de precisar, de atrapar. En retrospectiva, todo comienza a parecer un retrato más o menos estático, observable con toda la calma y desparpajo que permita el momento. Podemos vernos desde lo alto a nosotros mismos en ese pasado infantiloide, perdidos, desorientados, echando plomo a cualquier cosa que se nos apareciese enfrente. Pero hoy, mirando de nuevo la vieja escena, resulta que éramos una caricatura confundida de lo que somos ahora. A la distancia, solo vemos la vieja piel que acabamos de mudar y de la que parece que nos deshicimos con el dolor respectivo. Deriva todo en una especie de pase de página, de apertura, de bienvenida sin drama, sin esa miopía —tan cómoda ella—, sin la justificación de quien se recuesta en los hombros de su misma historia para poner siempre la torta. Hoy siento que, a pesar de haber dejado trozos de mí en el camino, he podido crecer.

jueves, 10 de mayo de 2018

Las emociones se apoderan de mí


Las emociones se apoderaron de mí. Soy un amasijo desordenado de pensamientos agudos y repetitivos que hacen ruido mientras trato infructuosamente de tranquilizarme y avanzar. Camino para allá y para acá y no logro apagar las voces, ideas o figuras extrañas que desfilan frenéticas en mi cabeza. He sido colonizado poco antes de lograr el objetivo: la paz, el equilibrio. Repaso la receta otrora efectiva para bajar la presión, pero no cede; la verdad es que parece conservar toda su fuerza fastidiosa y sigue goteando sobre mí su sustancia pesada, viscosa, indeleble por ahora. La imagino con cierta sonrisa de sadismo, con el puntaje a su favor. Trato de estar por encima de la situación, pero un techo duro, infranqueable, invisible, evita muy fácilmente que salga de esta mortificación. Dicen por ahí que saber de la enfermedad es el comienzo de la curación, pero al menos por ahora, para mí, eso no es verdad. No puedo despertar…


sábado, 5 de mayo de 2018

Tan sereno que arrechas

Eres tan sereno, tan tranquilo, que me inquietas. Las cosas pasan y tú así, tan quieto, tan de lentos parpadeos y sonrisa desdeñosa. El mundo se está incendiando y miras todo como con una lupa gigantesca y analítica que te hace llegar rápidamente a tus conclusiones desenfadadas de mierda. Uno anda alerta, corriendo con las noticias, brincando con los anuncios, mientras tú y tu cacareada percepción tan solo echan un vistazo y manoteas con desdén al emisor de la calamidad, te das la vuelta y sigues leyendo esas vainas raras que tanto te entretienen. Ya no sé qué hacer. Creía que eras mi amigo, alguien que se interesaba por mí, por mis problemas; pero cada vez que te vengo a contar de mi nueva inquietud, me pones muy amablemente la mano en el hombro y me cacheteas con una frase de esas sacadas de alguno de los pasquines de esos que te la pasas leyendo… ¡qué arrechera, vale! Ojalá se te pudran todas esas frases cuasi-célebres que inventas cuando estoy cerca y te estallen en la cara los problemas de la realidad real… no de esa entelequia a la que llamas existencia.

No sabía de eso, "Villam"

Tu talento brinca por encima de tu ingenuidad y se deja ver, se deja apreciar. Tu ingenuidad es manifiesta, y aunque se podría alguien afirmar que entorpece el arte terminado, la verdad es que más bien le aporta color, le da la forma que no podría lograr la academia. Sale de las tripas, de un berrinche, de no me importa qué. Se manifiesta inundando el sentir por medio de la vista y avanza como el agua en una pendiente estropeada: simple y pura, natural y sin pretensiones ocultas, sin subterfugios elaborados… solo es, solo se manifiesta como se le antoja, como sale de la fuente y se muestra. Ese ha de ser tu sello, tu firma, la manera de expresar lo inmanifiesto que vive en ti… lo que te mantiene así de vivo.
Breve homenaje a mi amigo Manuel Villamar, artista.