Si volvieras. Si estuvieras. Si
despertases a mi lado y me lo hicieras saber con tu calor. Si me vieras. Si
supieras que ya aprendí a hacer lo que tanto me reclamaste. Si imaginaras. Si
me recordaras… si me recordaras. Ya me aprendí todas tus comidas favoritas, tus
paseos favoritos. Si lo entendieras. Tomé todas tus cartas de tinta lágrima y
me rehice pensando que si lo vieras, te echarías una pasadita de visita. Ya no
dejo mis cosas regadas. Ya no dejo un plato sin lavar. Ya no se me escapan
detalles, delicadezas, modos de vivir. Si lo supieras. Aquí estoy, preparado,
listo. Aquí estoy, sentado en la misma silla en la que me dejaste sentado,
pensando, confundido, inconciente. Sigo mirando el reloj entre sonrisas
desquiciadas, creyendo, con tu foto arrugada por la espera, desgastando la
mecedora, la puerta, el cristal de las ventanas. Han sido muchas las cenas que
debí gastarme yo solo, mientras la otra copa me miraba con interrogación. Han
sido las noches que dejé tu lado mullido de la cama, sin sentir que nadie
llegase en madrugada alguna. Es mi dosis de locura. Estoy seguro, muy seguro de
que ya lo sabes todo, que lo has visto todo, que sólo no me quieres matar de la
emoción, y que, muy seguramente, llegas a dormir luego de mi vigilia y te vas
antes de mi despertar. Por eso es que estoy vivo, esperándote, para siempre.
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