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viernes, 30 de septiembre de 2011

Dame otras cosas


Dame otras cosas. Dame puntos de vista. Regálame otras perspectivas. Obséquiame la posibilidad de sentirme equivocado de nuevo y cambiar una vez más. Adelanta mi andar, muéstrame lo que no pude ver y dime otra vez lo que no quise escuchar. Hazme sentir que fui un estúpido insensible, un desconsiderado de primera, el egoísta de la ocasión. Dame la oportunidad de verme a mi mismo y decidir un cambio, de verme en un espejo ajeno, y aún así, muy cercano que se me antoja necesario. Dame el instrumento para impedir el inútil desgaste y darme cuenta cada vez, otra vez, siempre.

Te buscaré en un mapa


Buscaré un mapa y te buscaré en él. Miraré por donde hay más brillos, más colores. Buscaré por dónde haya más gente sonriendo de verte. Estaré atento, con una lente, aumentando las huellas que dejaste, a ver adonde te llevó el despecho. Haré trazos, proyectaré parábolas, te encontraré. Si por casualidad hay agua entre tú y yo, caminaré muy rápido con mis dedos y saltaré hasta tenerte cerca. Aplanaré las montañas con mis manos, doblaré el papel y te acercaré obligada. Jugaré a ser Dios. Cuando vea que te mueves, que te alejas, borraré el camino recorrido, y quedarás exhausta de intentarlo. Cuando ya esté mirándote por encima de tu hombro, muy de cerca, te susurraré, te pediré perdón entre lápices, escuadras y transportadores; insistiré hasta sacar punta de nuevo, hasta que, cansada de ser querida, mires hacia arriba y pidas ser rescatada.

Agridulce cobardía


La cobardía, agridulce arte de no entrar, salvación sin buen recuerdo; a veces, cerrar los ojos y la boca, cerrar voluntariamente el entendimiento. Parece ser la cobardía un salto a la supuesta supervivencia. Costoso salto, sin gloria, sin gracias, y, para colmo, con ocasional publicidad. ¿Cuándo la precaución se viste formalmente de cobardía? ¿Cuándo dejamos de ser inteligentes para ser unos pobres cobardes? ¿Cuándo un mecanismo natural de autoprotección se convierte en una desgracia crónica, en una manera de vivir? Ojalá el tiempo adicional de vida que me obsequia esta manera de existir, baste para enterarme de algo bueno; mientras, el tic-tac me sigue quemando mis esperanzas.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Quiero ser víctima


Yo quiero ser víctima. Me siento mejor así, siendo una víctima. La gente viene y me acompaña, me habla, me brinda apoyo, se interesa en mí aunque sea por un rato. Ser culpable sí que es malo. Ser culpable significa críticas, volteadas de ojos... hasta gritos. Ser culpable es muy feo; hasta tú mismo te criticas. Dejas de dormir, de comer, de ir al baño y a veces de respirar (cuando te tiras por la ventana). Yo no quiero ser culpable. Ser culpable significa desprecio, miradas escrutadoras dondequiera que vas. En cambio,  ser víctima da más nota porque siempre el culpable es otro. Últimamente he sido culpable y es maluco. Por eso, quiero ser víctima... pero no tengo cómo demostrarlo.

No me vengas ahora con esa vaina

No me vengas con eso. Ya sé que no me quieres... ni siquiera te gusto. No me lo harás más. Ya estoy curado contra ese tipo de mentiras poderosas que lo ponen a uno a pensar bonito. No importa que trates de acariciarme, porque no sentiré lo mismo; no importa que me vengas con palabritas magnéticas, porque no me pegaré más. No me hables, porque no te responderé. No cierres lo ojos, porque yo los tendré más abiertos que nunca. Me arriesgaré a no sentir, ni siquiera lo bueno... pero no me van a echar más vaina. Tengo listo el arsenal de defensa para que todas las cosas que disparen hacia mí, reboten y todos se queden con lo que me querían dar. Ya tuvieron su chance. Ya comencé a pensar que la vida pide más de lo que da y ustedes son los “tomadores”, como decía Hopkins. No seré más el que da y da, y cuando recibe, sólo obtiene retazos, trancazos y bofetadas. Ya no tengo más mejillas. Ya me puse mi mascarilla para no sentir más olores a piel, a perfumes, a alientos revolutentes. Se jodieron todos, carajo, al momento de esperar algo de mí.

Cuando sonreíste


Cuando sonreíste, todo cambió. Cuando tus labios se abrieron, mi asombro y tu encanto irrumpieron en la escena. Tu fría belleza de mármol se quebró y dejó ver tus suavidades; esa brujería de ojos ocultos antes por tu escudo de temor, se mostraban al fin para dejarme boquiabierto, extasiado, dispuesto a hacerte la vida imposible… conmigo.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Hoy me las echo al hombro


Hoy voy a tomar un respiro. Hoy no pensaré en la naturaleza humana. Hoy me tomaré el día para entretenerme y divertirme hasta perder la razón. Por hoy, basta del calentamiento global, de la contaminación. Me duele la cabeza. Hoy la justicia no tendrá defensor en mí, y los agentes de la justicia podrán ejecutar sus picardías porque estaré lejos de la gente, de los organismos de representación ciudadana. La guerra, hoy, tendrá un opositor menos en la calle.  (A ver, ¿qué hay en la alacena?) Hoy, la verdad, la igualdad y la libertad deberá sostenerse con algo de inercia propia ( ¡Mira, béisbol! ¿Quiénes juegan… a ver…). Hoy me quedaré sentado y apagaré el teléfono, y cualquier aparatico que pite por mi atención; hoy no atenderé las señales de los necesitados: que se valgan hoy de lo que les he mostrado (Sí, hay hielo). Hoy, ni el pasado ni el futuro decidirán por mí. Hoy me entregaré a mis más superficiales instintos, sin aprendizaje alguno, cometiendo un par de pecadillos en secreto y burlando la moralidad bien entendida de los de afuera (ñam…  sabroso). De verdad que hoy hay sido un día bien bueno, descansado, de ojos cerrados. Pensándolo bien... como que no me gustó el día; siento algo de culpa por todo lo que dejé de hacer. Más bien, me siento terrible: ¡Qué bolas tengo yo!

De todas maneras rosas


Comenzaste con la autoridad de decir las cosas, y yo te escuché. Comenzaste por ser el referente al momento de actuar, y actué. Todo lindo, todo ideal, hasta que comprendí que tus imperfecciones existían. No eras perfecto. No eras infalible. Y como buen resentido, me lancé a los brazos del otro extremo, de lo opuesto, con la esperanza ilusa de un ciego al guiñar los ojos. Pero las cosas no eran tan fáciles como correr al otro lado. Mis pretendidos principios, furiosamente firmes, incólumes, comenzaron a doler, a quemar, y no vi otra opción que quitármelos de encima para evitar el sufrimiento. No sé qué llegó primero, si comprender lo extraordinario que seguías siendo para mí, o lo manchada que debía ser una vida de la que ya no me puedo bajar.

Que no eres un gato, vale


Existen tantas formas de representar a un gato como gatos hay, como personas los puedan ver, como se puedan pensar, como se puedan desear. Y a pesar de que hay tantas y tan distintas formas de ver lo mismo desde distintos puntos de vista, desde distintas situaciones, éste no deja de ser un gato. A pesar de que son distintas personas quienes perciben, distintos momentos en los que se perciben, no dejará de ser un gato. Hay elementos definitivos que siempre permitirán saber que es un gato lo que se retrata, independientemente del giro que se quiera dar. Sin importar el entorno idéntico, la perspectiva similar, la exactitud del enfoque, el de la derecha no es un gato. Por mucho esfuerzo que se haga para que parezca lo mismo, por muy buena intención que se tenga, por muchos deseos de la infancia que se tengan, o por amplia que sea la experiencia en la vida de una persona extremadamente hábil en torciones de la verdad, el animal de la segunda gráfica nunca llegará a ser un gato… comprende, mi amigo, no eres un gato. Tal vez eres algo mejor, pero no eres un gato.

El río no llegó al mar


¿Dónde están aquellos días de estar juntos? ¿Dónde quedaron las conversaciones que entre todos tanto disfrutábamos? ¿Qué fue de la mesa que nos veía discutir, reír, rezar? ¿Qué hicieron con aquella casa, en la que cada cosa estaba puesta de una manera mágica? ¿Por qué crecemos sin la posibilidad de fabricar algo igual? ¿Será la escasez de dificultades, la falta de unión para la dificultad, para la necesidad entretenida? ¿Dónde están las prendas viejas que nos acobijaban como nada más lo ha podido hacer en estos días? No había mucho brillo, pero se veía bien cuando llegaban quienes más nos querían, quienes más nos cuidaban, quienes, tal vez, no sabían decir las palabras que ahora manipulamos vacía y abusivamente. No me enteraba si sobraba algo, pero, seguramente, no faltaba nada… todo estaba en su punto, en su momento. Ningún exceso hacía que la diligencia de cuidar los tesoros logrados fuese emocionante. Esos tesoros, esos que nunca sirvieron de chantaje, de bofetada, de manipulación, eran las más vistosas vestimentas de quienes, sin saberlo, hicieron nacer y crecer mis conversaciones internas, mis sueños, mis benditas disyuntivas entre el bien y el mal. Voy a ver cómo me levanto y miro lo que llevo dentro, para ver si queda material para reproducir en otros, en mí mismo, la riqueza que se me otorgó y que no veo esparcida por ningún lado.

Conjugar desaprender


Desaprenderé. Daré vuelta atrás y conjugaré tan enrevesado verbo. Me deslastraré de mis pesos inútiles. Mi paso será más efectivo, aunque no más rápido, cuando las amarras liberen mis tobillos. Mis dolores reales e imaginarios irán desapareciendo con el buen sabor de los días próximos. Mis párpados sentirán nuevos motivos, nuevas fuerzas. Mis ojos y entendimiento podrán escuchar de nuevo. No puedo negar el dolor que causa la decisión, pero mis eternas jorobas descontaban días de vida, de buena vida sin piedad. Es como quitarme mi propio traje, vestido al revés, y colocarlo “al derecho”. Es un bienestar que todavía no entiendo, pero la razón no brinda paz, esa paz que tanto esperé y que ahora toca la puerta.

Llegué al llegadero


Decidí por la tranquilidad. Decidí por el disfrute sencillo. Sin apuros, sin sacrificios, sin colas ni agotamientos. Decidí por mí, por vivir más por menos, escogiendo con más paciencia, con más atención. Ya no es lo más alto, lo mejor en las carteleras, en los catálogos, en las listas, en las pizarras. Debo dejar la pereza y comenzar a tantear con conciencia de mi mismo, de lo que llamo “mis necesidades reales”. Espero que, después de recorrer el nuevo camino, sin perder mucho, ganando, con calma, con mucha certeza, llegar a mi sitio preferido, por el que corrí, por el que desesperé muchas veces; por el que caí y me levanté en tantos intentos. Será otro comienzo, sin muchas dudas, sin muchas incertidumbres. Será como descansar de un largo viaje, sólo para tomar mejores energías, con medios no tan misteriosos para seguir con el itinerario no escrito… y todo esto, sólo para que mis vísceras entiendan que a partir de hoy, las escucho bien.

martes, 27 de septiembre de 2011

Adolescencia Difícil, ésta

Aburrido y en apuros, repentinamente se levanta el sicólogo de su poltrona con el último invento: La Adolescencia Difícil. Vendióle la idea a algunos padres, quienes lo patrocinaron de inmediato. Los muchachos, después de varias sesiones con el profesional, vieron en este embutido entre la pubertad y la adultez un escenario para desplegar la más notoria de sus habilidades: Joder.

Gracias desde dentro

Muchos saludos a quienes leen el blog desde fuera de Venezuela. Es todo un honor saber que desde el exterior del terruño hay una audiencia que se toma unos segundos en echar un vistazo.

¡Salud!

De lejitos te ves mejor


Siempre te veía de lejos, así como ahora. Siempre la distancia te favorecía; tu sonrisa, tus palabras inaudibles, tus gestos, eran arropados por mis ideales, por mi deseo desprendido de algo que no conocía. La gente que te rodeaba te brindaba exactamente lo que esperabas de cualquiera: atención. De ahí, tu bienestar aparente, ese bienestar que mi ilusión deseaba que compartieras conmigo. Pero hubo la decisión. La distancia comenzó a desaparecer. Los metros fueron siendo cada vez menos con cada paso que daba, con cada empujón que el entusiasmo, ingenuamente, me daba. Y la calamidad se posó sobre mi hombro, mientras me recitaba mi triste descubrimiento. No existía el brillo que imaginé desde la distancia. No emanaban las palabras que esperaba. Tu sonrisa elaborada me recibió en modo cóctel. Me convertí en tu trofeo durante efímeros segundos de vigencia. No supe qué hacer; reí sin querer, respondía sólo porque sí, y en un momento supe que estaba en el lugar y momento equivocados. Al ver mis pies sin piso, usé mi honestidad para convertirme en desechable, en fuera de lugar, en un engañado voluntario. Me fui, me alejé de nuevo. Hoy, al pié de esta escalera, me atrevo a disfrutar de nuevo de tu presencia, con la certeza de que hoy eres mi creación, de lejos, a salvo, con mucha tierra de por medio.

Mi corazón en un tusero


Escucho a mi corazón decir que te odia, pero sé que no es para tanto. Te recibiría cada vez, una tras otra, a pesar de lo que he dicho. Te soñaría con repeticiones morbosas, mientras sienta que no desgasto dentro de mí con ello. Te contestaría siempre que me llames, sin excepción. Miraría siempre hacia donde crea que estás y asistiría a cualquier ensayo de lo peor que haya, sólo por saber que estás cerca. Quisiera escuchar tu voz desde detrás de algún muro, alguna reja. Correría muchos caminos por sólo asegurarme de que me veas, fugazmente, una vez más, sólo para regresar sonriente y conforme. Te soñaría todas las noches si supiera por dónde se le ordena al subconsciente estúpido cómo hacerlo. Trataría de vivir lo que nos faltó, buscando, sé que infructuosamente, de encontrar algo que me decepcionase mortalmente de ti, pero luego de verte en otros brazos, escuchando otros labios, conformándote con otra vida, sé que me será imposible.

Casi lo alcanzo


Casi lo alcanzo, pero no lo he hecho; sólo sigo. Horas, días, años de ansiedad, de creer que lo tenía en el bolsillo, de creer que era su dueño, y resulta que siempre ha estado a cierta distancia, que no lo he tenido nunca. Debo reconocer que me ha servido de guía, para saber hacia dónde voy, lo que quiero, pero parece que terminaré, en algún momento, muy cansado, desilusionado. Es como el cuento del burro y la zanahoria, en el que una promesa casi palpable se mantiene tan cerca como para atraer, pero tan lejos como para no ser. He imaginado el sabor, el aroma; he soñado con estar a su lado, tranquilo, descansado, o al menos con alguna certeza, aunque sea adversa. La conciencia de mi situación no me da energías para detenerme, para decidir de una vez. Soy un enfermo con conciencia de su enfermedad, pero sin disposición a cambiar. Soy mi propio verdugo, y los dos papeles me quedan al dedillo…tal vez, en silencio, decidí no renunciar a ninguno de los dos.

Casi pleno


Esto casi pleno de algún tipo de sabor negativo. Permanecí muchas horas, días, mientras me llenaba de esa extraña sustancia perniciosa. Seguramente me hacía falta para lidiar con alguna situación normalmente difícil, y ya que todo pasó, esta sensación parece ser inútil. Pero no pasa. No pasa e inquieta. No pasa y no deja de recordar para qué sirvió. Busco por todos los flancos y no encuentro ningún drenaje que pueda usar. Quito las tapas, abro las válvulas y no sale nada. Por el contrario, parece haberse solidificado y quedado a vivir dentro de mí. No quisiera pensar que debo acostumbrarme a estar así, impaciente, expectante, ansioso por nada aparente. El pecho está paralizado en una inspiración. Las manos tiemblan mientras duermen. Estoy alerta inútilmente. Espero que sea sólo el estallido de comprensión ante lo que ocurrió, y que está cobrando sus emolumentos con mis vísceras, con mis ojos paranoicos, con mi tranquilidad.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Te quise creer y no pude


Te quise creer y no pude. Quise lo mismo que tú, pero no bastó; dijiste mentiras que no terminan aún, y mi ingenuidad tiene un límite. La realidad iba por otro carril y no lográbamos alcanzarla, ni siquiera con toda la esperanza en la alcancía. Así no es. Ahora no, así no. Ahora es de otra manera que no logro descifrar, y te digo, no me estás  ayudando. Pasan los minutos y no puedo evitar pensar que eres un estorbo más entre mis ojos y lo que pasa allá afuera. Pasa el rato y créeme que estoy considerando quitarte de en medio para ver si estreno mis sentidos, mis criterios y me doy por enterado de la vaina, por muy dolorosa que parezca. Es más, chico, quítate de ahí: vete y deja la puerta abierta.

Está tipificado


Resulta que ahora está tipificado. Resulta, pues, que cada cosa que hacemos constituye un retazo residente en una teoría de alguien estudioso. Nada escapa: un guiño, un berrinche, el silencio más sospechoso está predicho, está diagnosticado por un grupo de batas blancas, como “normal en estas circunstancias”. Lo que aparenta ser magia, un giro el destino, está cuadriculado hace setenta años en una página escondida de una manual de trivialidades humanas. Nuestra conducta, en algún momento, obedece a un esquema, a un dibujo en la pizarra que ningún mortal conoce. Mis noches de alcohol, de pérdidas, mis llamadas repetidas, no lo dudo, estaban siendo observadas, entre convicciones predeterminadas, entre asentimientos grupales y petulantes, entre tubos de ensayo burbujeantes, pipetas y mecheros. Tal vez, lo que más podría fastidiarme, es que esta servilleta escrita esté guardada ahora mismo en una gaveta etiquetada como “indeseables varios”

Necesito tu necesidad


Necesito que me necesites, pero no lo haces. Necesito que mueras por mí, pero no te interesa. Necesito que te invada una sensación enfermiza de dependencia, pero no veo posibilidades ahora. Necesito que sientas lo que yo siento, o, incluso, un poco menos. Necesito que me mires más veces de las que el pasar te brinda. Necesito que tengas una duda acerca de mí, una inquietud remota de por qué hago las cosas. Necesito que sepas que tengo los ojos más ocupados del sitio, aunque estén cerrados. Necesito que me saludes, aunque sea por accidente, y así me brindes la grandiosa oportunidad de hablarte. Necesito que pronuncies mi nombre sin querer, y así sabré que comencé a existir, al menos por equivocación, por azar, por poco, por algo. Necesito que tu manera de ver las cosas esté enviciada por la mía. Necesito que uses mi alfombra, mis brazos, mi cobija. Necesito que seas mía, pero a mi modo.

Méceme en tus brazos


Méceme en tus brazos. Cobíjame en tu pecho. Acaríciame el rostro con tus cabellos. Regálame ahora un trozo de vida inapreciable. Que tu mano paseando en mi cabeza sirva para sosegarme, una, otra y otra vez. Que tu regazo sea mi espaldar, mi mágico mirador, mi almohada. Que tus ojos sean el explosivo para mi timidez o mi locura. Que tu aliento sea el hipnotizador de mis párpados sumisos. Exijo que tu piel sea el cobijo de mis noches, de mis sueños. No aceptaré no por respuesta. Después de conocerte así de cerca, lo más decente de mi parte es un serio berrinche, un enérgico reclamo, un sollozo casi fingido hasta que aceptes… y aceptarás.

¿Raíces incorrectas?


Ya ha pasado mucho tiempo. Ya hubo diásporas, invasiones, migraciones. La naturaleza, la guerra o la legítima voluntad han hecho que los unos se muevan donde están los otros y creen, queriendo o no, algo distinto a lo que había. Hay renovación, hay evolución. Nosotros no escapamos y el concepto de identidad se difumina y es casi tan variado en la población como el número de habitantes. Muchos somos hijos de gente que vino, y en pocos siglos somos capaces de hablar de lo autóctono, de lo nuestro, de las raíces. Con un idioma impuesto, un cuatro que parece una guitarra, un arpa que parece una lira y un bajo eléctrico, afirmamos categóricamente que tocamos música de nuestras raíces, nuestra música. Las palabras con la que transmitimos nuestros pensamientos, cambian al pasar de los tiempos. El olvido hace lo suyo y las nuevas modas comerciales hace que “lo nuestro”, séalo o no, sea lo nuestro. La globalización sigue en su intento porque  “lo nuestro” sea “lo de ellos”, mientras los hechos y pensamientos de la historia local se van olvidando y pasando a un segundo término, a ser un tema más de conversación que se termina, para salir cuando hagamos turismo nacional, entre una hallaca o un pabellón, seguramente en la capital. Entones, ¿Cuáles son nuestras raíces, nuestra cultura? ¿Es incorrecto usar alpargatas, velos o turbantes? ¿Es tan fuchi llevar música del Llano, Los Andes u Oriente en el carro, mientras los hijos reguetoneros se quejan? ¿Es tan fea la independencia? Sin ser mojigatos, ha de ser como el amor romántico el amor por la tierra, entendiéndolo cada quien a su manera, de cerca, de lejos. Ha de ser un concepto por el cual la gente se una y cree una querencia común llamada, en nuestro caso, Venezolanidad. Tal vez querré a mi tierra desde una mecedora en El Conde, entre libros y vecinos de toda la vida. Tal vez querré a mi tierra desde el trabajo en el campo, en la costa, en la oficina. Tal vez querré a mi tierra de lejos, como quien recuerda su primer amor, aquello que pudo ser y no fue. Comoquiera que la quiera, y sea de verdad verdad, hay un pedazo de raíz en cada uno que nos hace ser parte de esta tierra que no morirá por decreto, por voluntad ajena. Asumamos entonces nuestra fracción, nuestro aporte a lo propio, que por más etéreo que sea, siempre tendrá ese saborcito sabroso y refrescante de papelón con limón.

sábado, 24 de septiembre de 2011

¡Manos barriga!


Tierna piel. Cálida piel que da vida, que la mantiene. Ingenuidad prolífica en sonrisas, en suspiros y berrinches. Naturalidad sensual que desembocó en esta escena de olores tempranos y amamantamiento; en purezas sin argumentos dichos, escuchados ni escritos; en horas de irrigación divina, total. Comienzo de algo. Nacimiento de miradas y químicas en el aire. Madrugadoras y potentes intenciones de edificar, de echar raíces, ser “alguien” para una escasa, atenta y quizás implacable audiencia. Como foráneo admirador de tan seria empresa, sólo queda desearte suerte, en esta, tan particular y divina fuente de recuerdos.

Lo más "ufff"


Me encontré con el superlativo. Me encontré con lo mejor de un pedazo. Fue impactante cada paso, cada movimiento, cada mirada. La escena no tenía desperdicio; nunca había visto algo semejante, impecable, sorprendente. Prestidigitación, maestría en la ilusión, vehemencia en el hablar. Pero llegó el que todo lo descubre, el aguafiestas: llegó el tiempo. Después de un rato, de unos días, el espectáculo se tornó monótono. Después de ver la rutina una y otra vez, después de saber el paso próximo, ya la novedad no maravillaba. El acto fue cada vez más de lo mismo y el brillo de ojos que arrancó en algún momento se preguntaba si eso era todo. Poco a poco tomé mi butaca usual, a buena distancia, a metros inmunes, a buen resguardo de tus trampas.

viernes, 23 de septiembre de 2011

El maltrato masculino (o ¡Agáchate pana!)


Suena raro, ¿no?  Su antiguo y tan afín maltrato femenino ha ocupado los espacios a lo largo de la historia en las conversaciones, en los diarios y programas de radio y TV. Es curioso que las causas para ocultar, tanto el maltrato femenino como el masculino es el mismo: El machismo.

Cuando un hombre maltrata física o síquicamente a una mujer, al saberse se juzga exactamente como lo que es: un acto de cobardía de parte del hombre. Paradójicamente, cuando se sabe de un abuso femenino de una mujer sobre un hombre, también se cataloga como un acto de cobardía por parte de un hombre.

Antiguamente, según he escuchado, el hombre que maltrataba a su compañera o a cualquiera otra dama, estaba excusado por ciertas reglas implícitas del entorno, es decir, podía ser un escándalo pero podía ser, de cierta forma, normal.

Más contemporáneamente, cuando una mujer ofende de palabra o físicamente a un hombre, no puede ser realmente  un “abuso”. Seguramente será una pataleta, un berrinche, un exceso, pero prácticamente nunca se concretará esta acción en una denuncia ante los vecinos o las autoridades; muchísimo menos, claro, en una llamada de auxilio para que este grupo de asistentes vengan en plan de ayuda cuando ocurra la violencia.

“Coño, Ignacio, ven rápido que Eulalia me está insultando y hasta se atrevió a darme un golpe… ¡Apúrate!”. El molde cobrará fuerza en el amigo al que se recurre y no sería rara una respuesta del tipo: “Pero bueno, pendejo, ¿te vas a dejar? ¡Métele su coñazo pa que respete!”.

Es una situación compleja en la que un abuso de una persona veja a otra, pero como “la cosa no debe ser así, sino al revés”, no es posible que se ejerza el derecho que nos asiste a todos en caso de violencia doméstica por pudor… total, si es por pasar vergüenza, tal vez evitar al público sería mejor, ¿no?

Para concluir debemos siempre enfatizar el dicho “A la mujer, ni con el pétalo de una rosa”. Pues extendamos, muchachas de usual expresión ardiente, el pétalo sobre nuestro gremio y así vivir en sana y queridísima paz.

Hola, Julián


Recuerdo que de niño tenía un amigo con quien conversaba de vez en cuando, desde mi timidez; de quien escuchaba historias muy entretenidas, al  punto de perder la noción del tiempo. Era el viejo Julián, quien era un vecino nuestro a eso de mis diez años. Julián murió luego, después de que nos mudamos, dejando ese mal sabor de la pérdida de alguien que se alegraba cuando te veía sentado enfrente de la casa y se sentaba a tu lado como el mejor de los amiguitos. Julián era como un maestro en mis tiempos libres; mientras mis padres estaban trabajando y llegaban en la noche al barrio a dedicarme sus minutos de amor cansado, ya Julián había hecho parte del trabajo. Recuerdo que en esas aproximaciones a monólogo del viejo se comenzaban a mostrar algunos valores, como la honestidad y la solidaridad. La simpatía pedagógica de mi amigo era, pensándolo ahora, su herramienta para colaborar con mi crianza, para dejar muy cerca de mí algunas opciones a utilizar en el futuro. Ya Julián no está, pero muchas de sus enseñanzas permanecen útiles en mi camino… cosa que siempre agradeceré. Por cierto, recordándolo ahora y sin preguntarle a mis viejos o a los vecinos de entonces, no supe nunca la religión de Julián, su tendencia política, sus preferencias filosóficas; seguro las tenía, porque a veces lo veía discutiendo con los otros  viejos en términos no entendibles para mí. Lo único que sé es que al momento de hablar, Julián poseía el don de maravillar a un niño de diez años con la idea de hacer el bien; y yo, en retribución, le dedicaba mis momentos libres de prejuicio a aquel vecino que la vida me regaló.

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jueves, 22 de septiembre de 2011

Quitarme la violencia


Quiero quitarme la violencia. Quiero eliminarla de mí. Quiero arrancar esa espina dorsal tan citadina, tan eléctrica que me hace reaccionar tan violentamente como fui provocado. Quiero quitar ese guión preconcebido con el que crecí, y según el cual debo defenderme y quedar sin manchas, sin afrenta pendiente. Ese mismo guión que también creció entre multitudes y convirtió a la guerra en su trofeo. Quisiera poder, al intentar ser ofendido, dar un paso atrás y sacar una escopeta cargada de condescendencia, con segundos de holgura, de la decisión implícita de escuchar y ser escuchado. Quiero dejar de hacer apología al poder del insulto, del golpe, de la bomba, para hablar en otros términos, con palabras que deslicen la ofensa al albañal sin hacer ruido, sin ser notada. Quisiera intentar llegar a la paz sin usar mucho el perdón de algún agravio previo, sino de modo profiláctico, saludable, aséptico. Quisiera, pues, cambiar los ángulos por las curvas, el silencio por melodía, paz sin guerra.

No ondeo tus banderas


No ondeo tus mismas banderas. No peleo por tu misma causa. No discuto por tus motivos. No me muestro en las mismas tarimas que tú a exhibir la vehemencia de un mensaje. La fábrica fue otra; miraba hacia otro punto cardinal, y por esto mismo no crecí con los mismos frutos, con las mismas semillas para sembrar, con las mismas historias que contar. Por esto mismo, es difícil creer que el sol sale y se mete por el mismo sitio por donde tú lo ves. Por eso, de las verdades desperdigadas, nos tocaron dos distintas; a veces antagónicas, a veces, mágicamente concordes. Puedo ver en tus ojos que somos más afines de lo que las etiquetas que nos escogieron, que escogimos, nos ordenan ser. Por eso, te pido que no pisotees mis puntos, porque yo tengo en buen resguardo los tuyos, a los que examino y desgrano, tomando las lecciones a las que haya lugar, oportunamente, cuando mis queridos prejuicios me lo permitan.

Magia


Todo puede ser tan implícito, que parece ser magia. Las cosas ocurren sin decir, sin aparecerse, sin escogerlas… sólo queriendo. Un pensamiento, una evocación basta para ocasionar estampidas, huracanes, avalanchas. Una mirada de reojo dice más que una explicación brillante. Un roce a destiempo puede causar nuevas e inexplicables locuras. Una sonrisa sin ver succiona la atención en modo enfermizo, desata preguntas y exigencias absurdas de respuesta. La ansiedad es el vehículo, la ansiedad es conjuro del asunto. Son los sentidos del uno y las sensaciones del otro. Son los ruegos del uno y la complacencia del otro. Es el cerrar los ojos de uno, y la caricia del otro. Dicen que la magia no existe, pero podría atribuirse a la miopía de quienes pretenden ser invulnerables, de quienes prefieren vivir escondidos.

La zafra


La zafra. La justicia terrenal. La cosecha de lo que se sembró cuando había menos conciencia, menos sentimiento, menos voluntad para detenerse a ver mejor. La mejor o peor oportunidad para darse cuenta de lo que fuimos y lo que se nos devolverá. La mano tendida, una sonrisa, un oído oportuno; constancia, cierta coherencia simpática, condescendencia con el otro. Incertidumbre ocasional de no saber qué llevamos en el saco a cuestas, que, a diferencia de las cargas usuales, nos ayuda a seguir adelante. La sonrisa es en serio. La paz es de celebración… como dicen los tíos, espero que te hayas portado bien. Un Abrazo.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Perdido en la oscuridad


Ahí estaba, en el mismo rincón de hace días, en el sórdido local. Las luces no lo buscaban ya, no importaba a nadie. Ya no era un cliente; se había convertido en adicto de la oscuridad, del torbellino inaudible, de toda la basura que entraba por cada orificio dispuesto. Sus párpados pesados sobre sus ojos entreabiertos ya no bastaban para agarrar el vaso de licor derramado para acercarlo; sus manos ciegas habrían de ayudar en su lugar. Un sorbo que cae en el pecho y a recostarse de nuevo en el cuero fétido que lo abrigaba. Abajo, la multitud desvanecida entre ecos se movía de un lado a otro con el ritmo electrizante de las mezclas de trance. Decenas de embriagueces vestidas de gris y metal bailaban a un ritmo que ya no seguían, que no entendían. La pestilencia del cigarro, el alcohol y demás porquerías se adhería como una caricia maldita a cualquier cuerpo, a cualquier objeto en el lugar, especialmente en los escombros de la conciencia. La vibración que producía el sonido le alimentaba el hueco que sentía en la cabeza, en su pecho. El otro cigarro también se había consumido entre sus dedos amarillentos, y sin sentir el calor que quemaba, se fabricaba cicatrices en sus manos, en sus labios. De repente, una figura muy distinta del entorno entraba al local y buscando con su vista entre las cortinas, los espaldares, el mareo, preguntó al barman. Viró su mirada hacia el balcón y subió por la escalera de caracol en carrera. Al aproximarse, una lágrima apagó el cigarrillo que consumía ya el pantalón de aquel miserable. Lo levantó hasta sentarlo, y entre palabras de consuelo, de esperanza, de afecto, buscaba en sus ojos para asirse de él de alguna manera. Ella le increpaba, le conminaba, y entre abrazos y besos apurados sólo lograba una silueta muda en sus ojos ya apagados. De pronto, los párpados del desahuciado se abrieron como una flor efímera, en un último esfuerzo para dejar salir un “te amo” sonreído. Pero se vació el rostro. Los brazos cayeron y los ojos se cerraron al fin. Se reanudaba de nuevo el ruido del sitio en sus oídos. No hubo nada más qué hacer con ese cuerpo regado en el rincón; y mientras ella se levantaba de la escena desastrosa, retrocediendo para no ver más, bajó y se perdió entre la misma multitud mugrienta que la vio llegar hacía tan sólo unos segundos.

No quisiera tener que verte


No quisiera tener que verte. Quisiera querer verte. Quisiera tener el agrado espontáneo de verte. No quisiera horarios obligatorios, compromisos esclavizantes. No quisiera invasiones con mi propio consentimiento, ni batallas para verte. Quisiera tu aparición, el devenir de tu sonrisa, la sorpresa de tus ojos. No quiero contratos justos, junturas inteligentes ni libertades represivas. Sólo quisiera querer verte, y por supuesto, verte.

Dame un beso.

Amigo: mientras más lejos, mejor


Quiero que seas mi amigo, pero te prefiero lejos. Quiero que seas mi confidente, pero que no me puedas ver mientras digo mis cosas. Quiero que, mientras me confieso, sólo puedas leer y figurarte mi situación sin ver la vergüenza en mis ojos. Necesito que estés allí, como buen amigo, pero no tan inmediato como quien se sienta enfrente, en mi mesa. Prefiero escribir y borrar para tener tiempo de estructurar la idea, de enviar el mensaje cuando me sienta mejor con la frase escogida para mis embarazosas circunstancias, mis tontas alegrías. Quiero que, por diferido, sea perfecto; por remoto, sea cómodo; por invisible, sea manejable. Te quiero presente, pero no te quiero cerca… y gracias por estar siempre allá para mí.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Evolución... ¿todavía no?


Por supuesto, la arrogancia del ser humano le hace pensar que ya evolucionó y que toda la historia termina en la actualidad. La verdad es que no. La verdad es que el medio circundante es el que modela la evolución de los seres vivos, y, ciertamente, el medio ha cambiado, dejando tarea al fenotipo del ser humano para modificarse de nuevo.
Ya no vivimos caminando, erectos, como cuando la naturaleza nos ordenó agarrar los frutos de los árboles, correr, saltar. Ahora vivimos sentados en nuestras casas, en las oficinas, en las plazas, centros comerciales y atenciones al público de las operadoras celulares, por ejemplo.
Ahora pensamos más (al menos quienes no jugamos tantos video juegos), por lo que el cráneo dará paso a mayor volumen al cerebro, dando a la cabeza un aspecto más sobresaliente que el actual. En la cabeza, los oídos irán disminuyendo hasta llegar al tamaño de los audífonos que fabrica Apple. Ya no escuchamos al prójimo porque no nos interesa; así que no importa el pabellón de la oreja para orientar la proveniencia de las voces, los ruegos o las arengas políticas.
La nariz seguirá del mismo tamaño, ya que husmear y meterla donde nadie nos ha llamado será menester por unos cuantos siglos. La boca crecerá hasta llegar a las poquitas orejas que nos queden, porque aunque no escuchamos a los demás, si nos damos el permiso para hablar como emisores locos y descontrolados cuando se nos da la oportunidad de hablar (ni hablar de la delicia de escucharnos a nosotros mismos durante horas).
Los ojos disminuirán su poder sensitivo de tanto no querer ver las cosas como son, dejando al gran cerebro de la nueva era construir realidades a partir de lo poquito que nos animaremos a ver (casi como ahorita, pero con más necesidad).
Respecto del tacto, las punta de los dedos serán ajustadas al teclado QWERTY y la sensibilidad en el resto del cuerpo se irá perdiendo por falta de estímulos, como caricias, cachetadas, golpes y besos, como “cuando la gente se veía  en persona”.
Los investigadores dicen que habrá más cambios, pero no se atreven a publicarlos por considerarlos perturbadores para quienes damos rienda suelta a nuestros munditos mezquinos sin considerar lo que dejaremos a la posteridad.

Deja que te lleve una melodía


Deja que te lleve una melodía. Deja que tus ojos se cierren como venciendo la adversidad impotente. Recuéstate sobre el pasto y atrévete a abrir los ojos, a ver destellos de luz colados entre las hojas danzarinas. Osa sentir el calor del sol al mediodía sin que éste te lacere. Corre y asómate al borde del precipicio con la autoridad de resistirte a caer. Duerme, duerme. Despierta sin una lista de cosas por hacer hecha por otros. Despierta y atrévete a escuchar tu voz al hablar, para que tus pensamientos hablen por ella en adelante. Calla. Calla para que escuches esa misma voz, con una flor en la mano, pidiéndote dar un paso o quedártelo. Calla para que escuches tantas cosas que no conocías. Calla para que te conviertas en tu propio espejo y puedas ver hacia adentro, como en un estanque generoso, tímido, temeroso. Deja el pudor prohibitivo y date el permiso de sonreír con tu boca, con tus ojos, con tus años: Vive.

Muy celoso


Estoy celoso. No estás, no apareces, no llegas. Miro el reloj y nada. No llamas, no escribes, resuenan las llaves abriendo la puerta. Contabilizo fugazmente mis errores y sé que no lo he hecho muy bien, por lo que seguro me la vas a cobrar. Seguro hay un galán recién cobrado con disposición a atenderte y así parchar mis abandonos. Qué vaina. Llegó un carro y no eras. Llegó un avión y no venías ahí. ¿A quién miras? ¿A quién le prestas atención? ¿Por quién te apuras en desplazarme? ¿Qué hora es? Ya sonó el himno y no llegaste entre ninguna de las estrofas. Pasó El Zorro, los programas de opinión y el noticiero. Claro, vale, tú eres libre, pero yo tengo  que saber qué haces, con quién te ves, qué conversas. Tengo derecho, coño: ¡Soy tu hijo!

Desde hace rato...


Desde hace rato ejecutas tu andar, tus maneras brillantes, tus destrezas sobrenaturales. Desde hace mucho te miro y no dejo de maravillarme. Busco una pizca de error en tu desempeño, y no encuentro nada… aunque de repente, erraste. Lo hiciste. La sorpresa de la nota discordante, mis ojos exageradamente abiertos pudieron ver tu gesto humilde, esa rareza de tus días, intentándolo de nuevo… por supuesto, con éxito esta vez. Y volviste al mismo rictus de perfección que te caracteriza ante todos nosotros. Retomaste la sutil petulancia a la que te llevan los aplausos. Sin embargo, me queda ser espectador de aquel instante en el que se derrumbaron tus seguridades, tus garantías, tus proyecciones de bienestar eterno. Me queda el regalo de saber que todo lo que has logrado es con mucho esfuerzo, hora tras hora; que no eres un ser extraplanetario, un autómata programado. Es tu mérito ser lo que eres, lograr lo que has logrado, aunque te eleves y nos veas desde arriba… pero recuerda, te vi, sé quién eres detrás de la fortaleza que vendes. Por un rato, entre en la ranura que abrió el destino para saberte más cerca, más humana, y, de cierto modo, más mía.

Dámelo ahora


¿Qué tal si antes de morir se nos hace el favor de manifestarnos el amor? ¿Qué tal si todos los pensamientos represados salen cuando los podamos abrazar? ¿Qué tal si, en forma pausada, se nos inyecta el afecto que circula en otras venas, en otros latidos? ¿Por qué es tan difícil? Soñemos un día, cualquier día, que sea antes de morir para recibir las miradas de quienes nos aman. Reclamemos el llanto airado durante nuestro final para un momento anterior, oportuno, existente… Cámbiame sollozos y gritos en una tumba por te quieros y abrazos en vida… no importa, se acepta que te sientes cerca y me digas algo gracioso. Te trueco el cortejo final por una cena, por un paseo. Levanta tu mano ahora, para ayudarme a levantarme, en lugar de levantarla para decirme adiós o para secar tus lágrimas dedicadas a mí. Agarra las docenas de flores que dejarás abandonadas sobre mi tumba, y regálame una cada año, desde ahora mismo, cada vez que te alegres de verme. Dame, en lugar de recuerdos lejanos e idealizados, una llamada, una palabra, el saber que andas cerca. Dame pues, lo que más quieras darme ahora, lo más que puedas, en lugar de esperar a que me vaya para siempre. Yo, te juro, por lo más sagrado, que también haré lo propio.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Himno nacional (disponible)



El polvo de nuestras tierras
se levanta al golpe de las botas del soldado
que defenderá la patria
El cielo azul atestiguará el derrame
de tu savia liberadora de dignidades
para luego regresar a tus venas
como trabajo enaltecedor
como justicia infinita
como realidad virtuosa
pues empuña ahora
la pluma creadora de pensamientos
Dispara tu creatividad solidaria
y teje el nuevo blindaje
de nuestro futuro invencible.

Aquí te espero. Ya lo sabes


Te espero recostado del poste, mirando el reloj, con mi camisa de cuadritos y mis zapatos de goma. Hace rato ya está bien oscuro, no hay ni un ruido distinto de los grillos, sapos, del viento y de una lluviecita que ya pasó. Pero ven. Si no vienes, te jodo.

Amanecí contento


Amanecí contento. No sé por qué. Sería bueno saberlo, pero en vista de que no aparece la causa, seré resignado en la felicidad. Sonrío solo, sin pensar; es un impulso extraño que pasea por mis ojos y labios. Cosquillas furtivas dan a luz picardías espontáneas, para nada evitables. Soy un farol el día de hoy. Soy una buena influencia. Los minutos no arrancan el bienestar. El calor del día no humedece mi visión. Las gotas de llovizna me buscan para tener buen final. En fin, el día de hoy es un reto al entorno para que golpee mi entendimiento, mi certeza en medio de la falta de claridad respecto de mi benefactor secreto.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Fabricante de endorfinas


Soy un fabricante de endorfinas. Para eso he venido al mundo. Mi misión es ser una esponja que tome de adentro y de afuera y escurra alegría, placer. Mi tarea principal es lidiar con lo gris, con lo opaco, y sacarle brillo para ponerlo a andar con buen impulso. No creo en malas noticias, sobre todo en las que son todas malas… alguna rodaja de buen sabor sale y se puede paladear, créanme. No creo en desperdicios, en depósitos de inutilidad. Creo en la oscuridad como fábrica de buenos y promisorios momentos. Creo en el cambio y el ajuste, aunque sea forzado; y si es forzado significa que justo en el último momento, nos salvamos. Creo en el llanto como puerta a la sonrisa y en el dolor como instrumento de comprensión de lo bueno por venir.
Así que… cambia esa cara.

Luces contento


Estás contento, ¿verdad? Se te nota. Hacía tiempo que no te veía así, con brillo en los ojos, con los dientes sin timidez. Hacía tiempo que no recordaba cómo eras cuando te pasaba algo bueno, algo que te animase a reírte así. Es bueno saber que no pierdes ya el tiempo en cosas que sólo te quitan la sonrisa. Hacía mucho que habías olvidado alegrarte e imagino que te costó recordarlo, ¿cierto? Es bueno que aprendas a sonreír más seguido, para que no se te olvide, para que goces, sin autoprohibición, cómo vivir después de salir de la oscuridad, de la ceguera. Es necesario que comuniques a tus amigos y familiares que estás dispuesto a estar bien y a compartir tu bienestar como semilla de otros. No tienes idea de lo contento que me pone tu contentura, después de verte sufrir, de verte llorar por cosas que desde lejos no lucían tan grandes. Espero que sigas así, para cuando llegue otro momento difícil, sepas que hay salida y que sólo es “otro momento necesario” que servirá para sacudir tu enfermiza tranquilidad de entonces. ¡Salud, Pana!

Abrir los ojos


Es mirar por primera vez. Es quitar la venda olvidada y abrir los ojos ante la belleza de un verde que invade las sensaciones. Es decir “no puede ser”. Es darse cuenta de ser el verdugo propio, inexplicable; pero parece no importar ahora, ahora que lo que ocurre es tan descabelladamente bueno, ahora que no caben detalles perniciosos en lo que se ve. El recuerdo se doblega. El sufrimiento desapareció de repente, después de ser nuestro pan. Si borrasen mi pasado precisamente ahora, no me importaría, porque acabo de experimentar la misma experiencia, el mismo efecto. Siento remotamente que hay gente a mi lado, celebrando, congratulando, pero en un reflejo de mis brazos, me deshago de lo que me pueda tocar y me entrego a esta sensación de poder flotar, de disfrutar sin esfuerzo, sin límite, sin pago de deudas pasadas. Este momento es mío, y aunque, afortunadamente, otros pueden celebrar, ninguno podría sentir lo que siento, ninguno podría saber a lo que me aferro desde ahora… igual no entenderán, para bien o para mal.

La moral llamó a tu puerta


La moral llamó a tu puerta y abriste, como es natural, ¿cómo más podría ser? La invitaste a pasar y sentar en tu sala ordenada, le ofreciste café. Sacó ella una libreta de pocos años de uso y te preguntó un trío de cosas. Quedaste atónito. Quedaste como una mesa con dos patas. En medio de tu silencio, ella se levantó y se fue sin beber tu café. No hablaste más por un tiempo. Resultó que no llenabas los requisitos de la moral para pertenecer a ese selecto club. Resulta que habías tenido unos deslices, unas tentaciones, unos malos consejeros. Resulta que el brillo pretendido era artificial, cosmético. Resulta que no trajiste los recaudos a tiempo, y el asunto no tenía prórroga. Sin embargo, y muy a pesar tuyo, casi sin explicación, te sientes muy bien y hasta orgulloso. Sin embargo, no puedes cotejar lo que sientes ahora con lo que esperabas ser. Sin embargo, y casi afortunadamente, no lamentas el hecho, no te quejas ni te flagelas lo suficiente como para que los demás te consideren digno.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Yo me codeo


Yo no ando con cualquiera, mi negro, yo me codeo. Ando con presidentes, viceministros, gerentes. Me echo los tragos con dirigentes, con directores. Me reúno frecuentemente con socios, prohombres y pensadores. Converso a diario con poetas, con cantantes y demás artistas. ¿Qué es eso de andar con amigos de la infancia, con familia o con desconocidos del Metrobús? ¡Nada de eso, amigo mío! Esta mañana conversé con un general de la República, con el dueño de un club y con el hijo de un jeque. Acabo de ver a Osmel pasar por aquí mismito, mientras esperaba yo a un financista de proyectos arrechísimos. Esto de ser chofer no es cualquier cosa…

Generosidad es...


La tarde de un día cualquiera, en un vagón del Metro, un hombre joven con apariencia tranquila, entró y entre muletillas y repeticiones y dijo:
- Buenas tardes, señoras y señores. Mi intención no es molestar, por lo que voy a ser breve. Hace cuatro meses salí del penal de Tocorón, y prefiero venir aquí y pedir esta colaboración antes de meter mi mano y hacer algo indebido.
Miré alrededor y pude aprecia que nadie le prestaba atención directa, y menos, hubo la colaboración solicitada. Después de un paseo de un lado al otro del vagón con la mano extendida y agradeciendo de antemano, se escuchó una nueva conminación:
- Dado que nadie me paró bolas, voy a tener que recurrir al mecanismo alterno, por lo que – sacando un revólver – señoras y señores: esto es un atraco.
Inmediatamente comenzaron a ondear billetes en las manos. Billetes de veinte, de cincuenta y hasta uno de cien.
Después de apilar los billetes arrancados de las manos temblorosas, nuestro personaje levantó la vista, se dirigió a la audiencia, y mientras con una sonrisa en los labios y metiéndose el inmenso bulto de billetes en su bolsillo, asestó:
- ¿Vieron? Yo siempre he creído que a la generosidad hay que darle un empujoncito.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Sobre salvajes (Gustavo Pereira)


Los pemones de la Gran Sabana
llaman al rocío Chirike-yeetakuú
que significa Saliva de las Estrellas.
A las lágrimas Enparupué
que quiere decir Guarapo de los Ojos.
Al corazón Yewán-enapué,
Semilla del Vientre.

Los waraos del Delta del Orinoco dicen Mejo-koji
El “Sol del Pecho” para nombrar el Alma.
Para decir amigo dicen Ma-jo karaisa,
“Mi otro corazón”.
Y para decir olvidar, dicen: Emonikitane,
que quiere decir “Perdonar”.

Los muy tontos no saben lo que dicen.
Para decir Tierra dicen Madre.
Para decir Madre dicen Ternura.
Para decir Ternura dicen Entrega.
Tienen tal confusión de sentimientos
que con toda razón las buenas personas que somos
los llamamos Salvajes.

Un mundo más humano


El amor es humano. El odio es humano. La poesía, también. El crimen es humano. La amistad es humana. La envidia, por supuesto, es humana. La solidaridad es humana. El asesinato por dinero, indudablemente, es humano. Los ideales son humanos. La indiferencia es muy humana. Tal vez, cuando deseamos un mundo más humano, ya se nos fue concedido con creces.