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jueves, 31 de mayo de 2012

Una limosnita, por el amor a mí


La limosna dada a un desafortunado ocasional te dará la entrada al cielo. Ser benefactor de minucias apreciadas por quienes con menos cuentan, sin siquiera mirarlos a los ojos, igual te henchirá el pecho y sabrás que eres buena gente. Con tu semblante en modo coctel pasarás por la fila de manos extendidas y las regarás con monedas y pelusa que sacarás de tu bolsillo. Tu redención habrá llegado cada día, y la petulancia te haga sonreír cuando tú sí des y el de al lado no. De resto, podrás dedicarte a la indiferencia planificada, a no estar cuando se te necesita, a infringir cualquier ley o principio que se te antoje, total: ya diste limosna.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Violencia agazapada


Crecí con mis gramos de violencia en la sangre, mientras la recogía del ambiente, con los sentidos, inexorablemente. Hubo aprendizaje. Hubo práctica. Afortunadamente, pasó el tiempo y la razón vino a desplazar a la violencia de mis pensamientos, de mis actos, instaurándose como el modus vivendi del nuevo ser. Sin embargo, y muy a pesar del nuevo ser, cenizas quedan. El brío que ha sobrevivido en las rendijas, en la oscuridad, se niega a extinguirse. Sus motivos no desaparecen, permanecen agazapados, esperando los momentos en los que pueda salir y declarar su existencia rebelde, definitiva. Es así, pues, como voy por la calle, en la oficina, en lo foros, en la academia, con una muy pretendida pose de intelectual, de espiritualidad y búsqueda interna, trascendental, mientras por dentro, de vez en cuandito, me dan ganas de ahorcar a ese desgraciado, ¡de desaparecerlo de este mundo!

martes, 29 de mayo de 2012

Digamos que necesito.


Necesito caminar hacia fuera y mirar luego hacia adentro. Necesito pararme encima de mí y ver desde más arriba. Necesito lanzar mis pensamientos hacia arriba y ver si caen parados. Necesito cerrar lo ojos, dar dos pasos y abrirlos de nuevo para saber si es que logro desplazarme. Necesito ver con lupa y telescopio y saber si mi miopía supera la distancia y los tamaños. Necesito un tubo de ensayo y error. Necesito una red antes de caer. Necesito un seguro de vida… de buena vida. Necesito un paraguas que parezca una sombrilla. Necesito recuperar camino con menos tiempo. Necesito un contrato, una lista, unas especificaciones. Necesito menos ruido con más movimiento. Necesito una mirada que sea más que una promesa, y una sonrisa que no se convierta en deuda. Necesito que la vida se parezca más al gastado sueño. Necesito naufragar en el sitio correcto.

No veo el puente


No veo puente. No por ahora. Sólo veo la brecha, sólo veo el vacío. Más adelante, seguro mis ojos verán el nuevo paisaje, el nuevo camino. Por ahora, el puente es un sueño, el nuevo horizonte es un anhelo que no llega a ser espejismo. Ya lo he sentido. Ya lo he palpado sin haberlo cruzado. No quiero sabotajes en el camino, no quiero golpes en la mesa, no quiero reclamos. Todo se va descubriendo a una velocidad alucinante, aunque pausada. Es casi perfecto, tomando como perfecto lo que no desaliña la escena. Hasta ahora todo parece navegar entre procesos de ajuste, entre criterios y argumentos abiertos de oídos, generosos en caricias. Las palabras mudas parecen llover, pero cada vez suenan menos y dejan pasar a la tranquilidad que avanza con pesadez, sin pausa, sin sobresaltos amenazantes. Aquí estoy, sentado, calmo. Aquí estoy, con colores enfrente, con una sonrisa racionada entre mis labios. Aquí sigo, conversando, escuchando, diciendo con confianza propia lo que siento, aunque sin temor a ser juzgado; con algo de temor a equivocarme… pero ¿Quién dijo que no era la manera necesaria de sentirse? ¿Quién dijo que había otra manera de descubrir lo desconocido que conspiraría a nuestro favor? ¿Quién dijo que había una manera aburrida de conseguir la felicidad?

domingo, 27 de mayo de 2012

Quiero una historia contigo


Quiero una historia contigo. La requiero con urgencia. Necesito saber que queda vida. Quiero una historia contigo, sin importar incluso, que sea desechable. Quiero que algo comience de una vez; torcido, no importa, pero quiero sentir las punzadas que da el dolor de la equivocación, de la necesidad de pedir perdón. Quiero errar y acertar, quiero darle un latigazo a la pasión dormida, casi moribunda. Quiero practicar y que practiques tus prejuicios, duros, absurdos, peligrosos. Quiero portazos, indiferencia fingida, llamadas perdidas. Quiero sentir el tobogán de tu intimidad, que comience lento y dudoso, y termine en una senda inevitable, repleta de cosquillas, de te quieros y de promesas no examinadas. Quiero mi paréntesis, me lo merezco. He derramado mis piezas vitales en el largo camino, y sin saber si lo merezco, quiero mi vaina. Exijo a la vida mi remesa de afecto, de ensayos y errores ya refinados. Emito mi solicitud, mi requerimiento serio y responsable para conmigo. Quiero, si es posible, en caso de falla, una despedida digna, poética, con clase. Exijo, al final de mis días, poder decir que viví mucho más allá que de latidos del corazón, de respiraciones, de mentiras magnificadas, de días tibios para fríos de imbécil supervivencia.

sábado, 26 de mayo de 2012

Allá rodaste


Creíste que por sólo ser linda, algo inteligente y atrevida, me tendrías fácilmente. Pensaste que era yo más cabeza hueca de lo que realmente soy, y que con chasquear los dedos acudiría, incondicionalmente, al llamado. Se te ocurrió, tal vez por este semblante, que tenías necesidades urgentes con las cuales sacarías ventajas. Pero no, mi estimada. No es así y rodaste amplia y estruendosamente. De repente estabas ahí, tratando de disparar un cañón sin pólvora, una lanza de punta torcida, un petardo sin voz. Después de quedar extenuada de hacer bastantes maromas, como que al fin te fuiste dando cuenta de la verdadera magnitud de tu dificultad. Fue entonces cuando te acercaste, acomodando tu pelo por tanto brinco, arreglando tu cinturón por tanta contorsión, y comenzaste a hacer las preguntas que debiste ensayar al principio. Pero nada, chica; no estuve ni cerca de atenderte, ¡y menos! después de ese circo que montaste. Lo siento, pero no estoy interesado.

Flores moribundas


Te traigo este ramo de flores moribundas en señal de mi amor. Las arranqué del jardín, donde vivían a la luz del sol, al rocío de la mañana. Las pondré aquí, en este recipiente con agua, para que duren aparentando vida, hasta que no sean de tanta rareza y las deseches por feas, por marchitas. Las dejaré aquí, para hinchar mi ego y el tuyo, como suele ocurrir, a costa de algo más que no tiene culpa. Pero eso no importa ahora; lo que importa es agradarte con flores, mientras pongo la cagada con mis muy escasos recursos para hacerte el cortejo.

viernes, 25 de mayo de 2012

En medio del salón

En medio del salón, como invitado de no me acuerdo quién, y con la intención de sacar el clavo, agrieté la multitud. Un trago picante en la mano, un ritmo asincopado de claves y congas que hacían virar la mirada a la banda. Me hice de un banco en la barra y decidí quedarme allí, a sentir desde lejos. Un bolero, dos tragos y tú. Apareciste como un remolino vestido de negro, entre quienes te rodeaban y te coreaban alguna estrofa atrevida, ante la que abrías tus preciosos ojos oscuros con esa picardía criminal. Pasaban las canciones, tornándose la ocasión en una fiesta desatada, entre contorsiones serpentinas de las damas de torso humedecido por el calor del lugar. Algo narcotizado, no sé si por el ron o por mi visión de ti, ahí, no muy lejos, comencé a sonreír para de alguna manera caprichosa hacer mover tu cintura, como hasta hace un rato. Te guiñaba los ojos como halando tus hombros sueltos, ligeros, y que derramaban la coquetería esquinzada que me mantenía atento ante el acontecimiento que habías llegado a ser. Sobrevino otro bolero y el cantante, visiblemente en reposo, secaba su frente mientras acometía la nostalgia de otras épocas. Fue ahí cuando clavé mi mirada en tu rostro súbita, sorpresivamente entristecido. No pude evitar fantasear. Dejando el vaso, no quise dejar de pensar que estarías compungida por culpa de un tipo como yo, uno que cometió el error de liberar ese portento de mujer que se apreciaba desde esta oscuridad. Tuve el impulso de acercarme y preguntar cualquier tontería creadora de circunstancias, pero como siempre, pronto perdí el valor. Y entre mi cobardía recurrente y el nuevo cambio de clave, me alejé dejando unos billetes debajo del vaso medio lleno, y una absurda autocompasión en esa extraña, pero encantadora  taguara, a la que no garantizo dejar de, en adelante, asistir con frecuencia irresponsable.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Sin nada qué escribir


No tengo qué escribir. Nada se me ocurre. Ninguna de las ideas que tengo anotadas me da nota. Miro por aquí, por allá, y nada. No ocurrió nada en el metro, en el noticiero, en el coco que se derramara en una página, en media, en un cuarto. La musa, de nuevo, al menos un día de permiso sin permiso. No importa, la venganza será consumada. Cuando aparezca, prometo agarrar toda la inspiración, todas las ideas y girones de obra, y las voy a engavetar como genio maluco, como castigo a su berrinche, como escarmiento a su atrevida ausencia. Me dejó embarcado, mirando lejos a ver si venía. Me dejó con la pluma en la mano, goteando sin magia, con el traje de la cena ya arrugado. Aquí te espero, c de tu m. 
Tu Padre.

martes, 22 de mayo de 2012

Mira al que mira


Ella entro en el vagón y se situó cerca de la puerta de enfrente, sujeta al tubo. Venía escuchando música con audífonos. Venía distraída, con la vista entre el suelo del vagón y el paisaje del tramo. Él, la miraba de arriba a abajo desde el tubo opuesto. Podría decirse que había cierta lascivia en la observación de él hacia ella, la chica distraída de falda colegial. El otro, parado en el tercer punto del triángulo formado con los otros, lo observaba a él. Lo observaba sabiendo que él la miraba con tal falta al respeto, al sentido cívico, a esas cosas decentes. Al mirarlo, sólo pensaba “mira al desgraciado ese, cómo la mira”. Yo, obviamente, los miraba a los tres, a cada uno y su situación particular y en ese amasijo de pensamientos e impulsos posibles, mientras, sentado en mi asiento, con mi lonchera en la mano y mi libreta abierta en la otra. Sólo espero que si alguien me miraba en ese momento, sea lo más discreto posible... uno no sabe cuánto entrometido hay porái en estos tiempos.

Te voy a prensar...


Te hice un favor y ahora te voy a prensar. Esperé tanto por este momento. Al fin cacé lo que necesitabas con urgencia y te lo ofrecí con la sonrisa del verdugo. Te tengo como quería, lejos de la antipatía engreída esa que me dispensabas. Te tengo agradecido, ofreciendo lo que sea por agradecerme mi gesto generoso, mi desprendimiento, mi ciega bondad hacia el prójimo. Pero lo que te pienso devolver no se acerca, ni en chiste, a lo que puedas imaginar. Prepárate a pagar el favorcito. Así que espera un poco a recibir lo que te tenía preparado, lo que mi incapacidad para atraer gente tanto resiente.

¿Libertad es conocimiento?


La información expresa, cuenta, narra, describe la realidad. El destinatario se entera de la realidad leyendo, viendo, escuchando y se hace su idea de la realidad... a su propio estilo. Entonces es cuando se va inyectando el veneno en el sistema , alterando la fulana información. Es cuando la realidad en la cabeza del destinatario se crea en función de la voluntad del tipo de la pluma. Es ahí cuando el carajo del megáfono no cuenta la realidad, sino que la crea. ¿Entones, chamo? ¿”Libertad es conocimiento”?

domingo, 20 de mayo de 2012

Sin pirotecnia ni fanfarria


Todo terminó sin platillos, sin fanfarria, sin anuncio. No dio tiempo para la protesta, para el arrepentimiento, para la reivindicación; ni siquiera, para ver el sitio de la caída y aprestarse a recibir el golpe. Creí que todo duraría hasta el final, pero terminó antes.  Lo peor es que no hay ninguna instancia a la cual recurrir, taquilla en la cual formular la queja, planilla para presentar el reclamo. Mientras, por ahora, camino por estas calles solas, como de día feriado y gris, trato, esta vez, de leer los anuncios del camino, los mensajes a tiempo para no tropezar tan estrepitosamente como hace un rato.

Existe una magia


Se me ocurre que existe porái una magia. Algunos le pondrán nombre, armarán grupos, crearán políticas y riquezas groseras-. Se me ocurre que hay un hechizo que sensibiliza el alma. No muy eficiente en eso de impartir justicia, según mi presunta miopía aprecia, pero con un gran poder para motivar en positivo, para avanzar hacia la utopía soñada. Se me ocurre, además, que por muy descabellada que resulte ante las pruebas en tubos de ensayo y criterios de expertos, mueve montañas. Mirando en mi casa, por las calles, en el trabajo, se me ocurrió que a pesar de lo concurrido de sus sitios, no es sino desde muy dentro que nace y crece. Se me ocurre, por último, que en caso de ser asaltado por esa magia en algún momento, preferiría hablar directamente con el dueño del circo, y no con… con los otros.

¿Tendrás un billetico por ahí?


Se me otorgó algo que para muchos sería insólito, pero así fue. Un poder (divino, bancario, mercantil) me citó y me dijo que, en adelante, podría tener la riqueza material que deseara, pero sin manipular dinero. Podría yo, entonces, adquirir objetos y artefactos con sólo pedirlo. Podría viajar adonde se me antojara sin ninguna dificultad de acceso. En fin, lo único que no podría hacer sería acumular dinero en ninguna de sus formas. Con los ojos muy abiertos y mi boca salivando, por supuesto que acepté; me ahorraría todo eso de usar los bolsillos o la billetera para albergar pacas o tarjetas de uso recurrente, tedioso. Pero al pasar el tiempo, luego de satisfacer los primeros caprichos y hacerme de mis juguetes preferidos, apareció un síndrome que todavía estoy tratando de establecer. A pesar de que, con chasquear los dedos puedo obtener  casi cualquier cosa sin tener el dinero en la mano, no me produce la misma satisfacción. Sin una docena de billetes en mi bolsillo para sacar y mostrar, no es lo mismo. Sin una cuenta bancaria con qué compararme con el prójimo y demostrarle que tengo más, no siento el mismo agrado. Voy a sitios, me encuentro con gente, hablo con chicas, pero no puedo ostentar mi poder mágicamente obtenido, y echarle en cara a nadie el origen o la naturaleza de ese tesoro. Ellos me miran con suspicacia. Ellos no creen, siquiera, que yo lo merezca. Ellos saben que nunca obtendrán nada de mí por el modo como manejo mis posibilidades materiales: nunca verán un billete mío en sus manos ni una transferencia de mi parte en sus cuentas. Ellos, en dos platos, se alejan y me aíslan en medio de un poder que fue confeccionado para mi ego… pero como sabemos, el ego necesita audiencia, y de eso no tengo en este momento.

viernes, 18 de mayo de 2012

¿Mandadero, mi pana?


Él no es él. Él es el mandadero del otro. El otro no manda, realmente, sino que obedece, a su vez, a otro más. Ella no es ella, sino la mandadera de la otra. La otra, claro, no se gobierna, sino que trabaja en favor de otra más. Todos parecen ser agentes, lacayos de alguien muy distinto de su propia conciencia. Todos entran en escena con bombos y platillos, con un afiche gigante a sus espaldas, esgrimiendo criterios mandados a decir, a hacer sentir. Todos se cuelgan del podio con desparpajo y fingida pasión a sabotear ideas, a hacer creer, a meter saña. Y en una madeja de despistes, de fintas y verdades tildadas de imposibles, nada de lo que parece, es. Así que, mi amigo, discúlpame, pero por ahora no puedo creer lo que me dices con tal vehemencia sin pesar que eres otro agente, otro mandadero en busca de almas ingenuas.

Metro sofoque


Entré en el vagón de las cinco de la tarde, repleto de gente, como siempre, y sentí inmediatamente el abrazo del calor por la falta de aire acondicionado. Las personas alrededor se lamentaban y abanicaban, quejándose de la falla en el servicio; pero no hay mucha alternativa cuando se esta apurado, por lo que todos permanecíamos allí. Como es usual, cuando estoy en esas situaciones, trato de no moverme, forcejear, gestualizar, para evitar sofocarme, como el resto. Se detuvo el tren en la próxima estación y entraste, no teniendo más lugar donde permanecer que enfrente de mi. Dado el apretujamiento, lo normal fue verte de reojo. Tu pelo largo, brillante, caía en tus hombros y acariciaba la blusa blanca que te adornaba el torso delgado, delicado, elegante. Tu mirada, acostumbrada a los piropos y los ojos indiscretos, se perdía en el suelo, mientras tu brazo pasaba faltándome el respeto, colgado, casi amordazándome. El vagón se detuvo en el túnel, entre estaciones, y el calor no tardó en inquietarte. La piel encima de tus labios comenzó a brillar, y tu frente se unió al ritual colectivo de la transpiración. No podía ni quería evitar mirarte. Tu mejilla, muy cerca de la mía, mostraba un rubor propio de la temperatura del sitio. Ahí si comencé a sudar con la propiedad de quien se altera por algún estímulo divino a nula distancia, como tú. Con la excusa de secar mi frente, miraba el rocío que brotaba de tu pecho y comenzaba a deslizarse hacia tus senos, mojando la blusa que transparentaba tus colores íntimos. Pude sentir tu aliento en una exalación que dejaste escapar como queja por la parálisis del vehículo. El aviso del operador por los parlantes anunciando que pronto continuaremos la marcha, hizo levantar tu mirada y clavarla en la mía, aún entretenida en tus pechos relajados. Al saberte molesta por mi osadía de macho primitivo, paseé mis ojos fuera de los tuyos, pero aún en tu rostro, en el cabello adherido a tu frente humedecida. No pude evitar que mi cuerpo se despertara ante el bombardeo de feromonas con los que abofeteadas mis sentidos ya apabullados. Al fin avanzó el tren, encendiéndose, súbitamente, el aire acondicionado. Hubo suspiros de alivio masivo, mientras recogías tu pelo y exponías tu cuello y hombros al refresco del compartimiento. Esta vez, ante la nueva coquetería del destino, ante tus pezones arropados por el frío repentino, preferí quitarte la vista y alejarme, si eso fuese posible, de la fuente grosera de la tentación. Abrióse la puerta del vagón y preferí bajarme antes de ser pillado en alguna travesura descontrolada, en alguna expresión animal que sentí que sobrevenía. Di un paso atrás, saliendo al andén, al mismo tiempo que te acomodabas y quedabas de frente al cristal de la puerta. Entonces no te quité los ojos de encima. Se cerraba la puerta y comenzabas a alejarte, mirándome con una insólita sonrisa que derramaba picardía. Levantando mis cejas, para que leyeras mis labios, murmuré: Tu madre...

miércoles, 16 de mayo de 2012

Hay formas de decir las cosas


Descubrí que pronunciar “4” te enojaba y me frustré un poco, porque era lo que quería decirte. Una vez, por accidente, dije “2+2”, y ante el temor de haberla embarrado, te miré de reojo esperando la represalia. Con sorpresa vi que no fue así, que más bien estabas agradada, algo contenta. Ante esta manera de reaccionar, probé con un “8/2”, y con más confianza, te vi carcajear sin empacho. Después de intentar con “4” y recibir la bofetada, comencé a hacer malabares con “16/4” y me aceptaste de nuevo. Decir lo mismo, pero de distinto modo, de uno que fuese más acorde con lo que esperabas de mi, me hizo comprender lo importante del estuche. De allí en adelante, te desfilaba y obsequiaba con “6-2”, “raíz cuadrada de 4”, e incluso con “4+0”. Desplegando infinitos modos, incluso coqueteando con lo prohibido, nunca repetí la fórmula exacta para que me armaras un peo.

Hazlo con ganas


Hazlo con ganas. Hacerlo con técnica es muy bueno, y a veces necesario. Hacerlo con conciencia es deseable. Pero lo que si debes tener es ganas. Aleja al aburrimiento, la inactividad no solicitada o el mejor es nada. Cuando tienes ganas de realizarlo, seguro ocurrirá; y si no ocurre, sólo se pospondrá. No seas un pan frío, una sopa tibia. Trata de entrar en esa sensación de sabrosura que da querer y hacer, en lugar de ir empujado por algún bien intencionado. Busca tu propia receta y aplícasela a los ingredientes inexorables del camino. Dale la vuelta, marca el ritmo y haz pasar por tu molino todas los frutos y semillas que puedas. No sea aguao, no seas corriente, no seas aguafiestas. Si no haces caso, la queja repetitiva y cansona llamará a los demonios que te alzarán por los brazos y te dejarán caer en mil veces tú.

Perdí el deseo


Perdí el deseo. No sé qué accidente sufrí, pero ya no siento la ansiedad que me solía embargar. Parado en la avenida, mirando a mi derredor, sigo con la vista a las damas cuyo estereotipo acostumbraba admirar, pero el apetito ha desaparecido. Lo primero que ocurre es una sensación de espanto, y en medio de la duda, descubro que no he cambiado de equipo, que de hecho, en este momento ya no tengo equipo. Y en esta anestesia que no sé si es temporal, el panorama cambia radicalmente. Los colores cálidos se enfrían y todo comienza a ser mucho más nítido, sin curvaturas caprichosas, sin mentiras, sin prejuicios, sin temores. En pocas horas he descubierto que la falta de apego irracional se ha extendido a las otras áreas de mi existencia, dejando poco a poco de forcejear conmigo, con el otro, con el resto. Amaneció el día de hoy, y con la luz del nuevo día me desarropo y la mitad de mi cuerpo ha ido desapareciendo a la vista, mostrando una transparencia que no duele. No estoy preocupado. No temo lo que pasará. Siento que se va abriendo una puerta que deja pasar una luz intensa que irradia paz, que no encandila mientras parece inocularme brillo en la mirada, parsimonia a mi corazón. En un rato indeterminado, siento no sentir con la piel y dejo mi cuerpo colgado en la ventana, elevándome a pocos metros sobre el suelo, en un vórtice de silencio pintoresco, de un torbellino de arrullos, de algo que tal vez había soñado pero creí imposible.

lunes, 14 de mayo de 2012

No hay otro


No hay conciencia del otro. Nadie más existe en esta ciudad, en el planeta. Todos ustedes son accesorios del mundo que debe rodearme. Iré entre los pasillos, sin frenar los codazos que tenga a bien clavar en tus costillas. Recorreré los vehículos de la avenida, trenes y aviones, y me apoderaré de mi espacio y del tuyo, si me dejas, si no te quejas. Mi derecho, tu derecho: cuanto viejo y falaz. Lo que existe son mis cosas y por ellas velaré, me desvelaré. Que cada cabeza es un mundo es un decir, porque el mundo lo tengo yo... y si no lo tengo, lo tendré pronto. Así que si me ves caminando por la calle, apártate; si me escuchas diciendo algo, no interrumpas; si me notas avanzando en lo mío, no obstaculices. No hay conciencia del otro, ¿y no sabes por qué? porque no hay otro.

Muda elocuencia


Yo la miraba mientras ella me manifestaba sus afectos. Miraba su boca concescendiente, articulando cada palabra hábil y desprendidamente. Cada esquince de sus mejillas sacaban de su interior cada sentimiento traducido en graciosos sonidos, en divinas caricias. Su aliento de perfume transportaba la tibia vibración que hipnotizaba a este cautivo casi involuntario. Debo confesarte que esta última vez no entendí tus palabras, pero asimismo debo garatizarte que el mensaje llegó igualmente.

No busques por ahí


No busques más defectos, que sólo hay los que puedes ver. No te esfuerces en hurgar más allá de lo sensato. No te desvivas por encontrar algo que dé al traste con que puede comenzar entre los dos, porque no lo hallarás. Lo que ves es lo que hay; ni más ni menos. No hay doble fondo; no hay trampa pendiente por develar. Por eso, por ésta, la última vez, te pido que te relajes, dejes salir la sonrisa que te acredita como mi dueña y te subas a esta nube deliciosa.  

domingo, 13 de mayo de 2012

Mi estimado Ego


Mi ego. Mi titiritero. Quien ordena. Yo, un simple esclavo de sus requerimientos. Yo, un prófugo ocasional de sus deseos. Mi ego necesita reconocimiento de la academia, apapachos de la audiencia, espaldarazos de las estructuras sociales. Por eso, mi señor me hace engullir cantidades ingentes de recetas, de procedimientos, de deberías. La multitud que mira está esperando de mí lo máximo, el gesto condescendiente, el esfuerzo ciego y permanente. En la noche, en el silencio que otorga el cansancio ante tanta sandez, mi ego se queda dormido y es en ese momento cuando abro mis ojos y puedo sentirme como soy en realidad, en libertad. El perro guardián está amarrado a la soledad de esta hora, cuando nadie husmea, cuando no debo ser mejor que el otro. En este breve y afortunado paréntesis, no me importa nadie más que yo mismo. Es en este instante cuando reclamo mi espacio para la paz, mi desprendimiento de los objetos desechables. Es ahora cuando ejerzo mi reclamo a ser yo mismo, a pesar de los temores que aparezcan. Estoy dispuesto a afrontar mi responsabilidad y mis dilemas como esclavo recién liberado, que está lejos de lograr su independencia.

viernes, 11 de mayo de 2012

Lo que me gusta


Lo que me gusta, me gusta porque sí. Me gusta sin reglas, sin estándar, sin estudio de factibilidad. No hay vistazo al costo y su beneficio. Me gusta sin plantillas, sin recetas, sin consejo. No habrán expertos en esta materia, peritos petulantes que vengan a decirme cómo es la cosa. No habrá padres preocupados con aventurado tino para indicarme el camino. Será un total despiste a la colectividad, que se pregutará “¿qué le ve?”. Afortunadamente, será un problema ajeno despertado por la espontaneidad de mis gustos desprendidos. Tan desenfadado proceder aplicará a las damiselas, a la pintura, a la música y a cualquier otro elemento a percibir de cerca y me enamore... porque me da la gana.

jueves, 10 de mayo de 2012

Tu presencia


Tu presencia debería iluminar este lugar. Tu presencia debería lustrar este momento y dejarlo con un brillo exagerado, descontrolado, hasta grosero. Tu presencia debería dar sentido a muchas cosas que ahora vagan sin dirección, en medio del silencio menos aconsejable, entre la oscuridad más contraindicada. Tu presencia es el arma muda, pero invencible que derribará uno que otro muro mal puesto en tu camino. Malas caras, grises miradas, rostros completos en tensión sentirán que algo se soltó y los dejó en libertad, calmando su dolor, despertando expectativas de buen augurio... todo eso por presenciarte, por permanecer muy cerca de ti. Pero no sabría festejar ahora por esa buena noticia, porque desde hace tiempo ya no te tengo.

martes, 8 de mayo de 2012

No seré tu arriero

No quiero haberte proporcionado la clase magistral, el conocimiento prefabricado, el entendimiento teórico. Prefiero ser el transeúnte que con dos pinchazos despertó una inquietud que no te dejó dormir. No quiero ser quien te guió de la mano, con cierta libertad, con cierto autoritarismo. Quiero ser quien, desde un humilde banco de madera recorrida, te brindó una mirada inesperada que te dejó incertidumbre sobre lo que ya dabas por sentado. No quiero ser un manual de instrucciones, un procedimiento, una conclusión de verdades vitales que guardes en tu bolsillo. Prefiero ser el que inyectó la duda  razonable, la disidencia, la protesta que se aleja del silencio cómplice que nos rodea. Ni pagado con cesta de frutas querría ser quién te mostró el llegadero, sino el que te dio las hogazas de pan por si te extravías.  Te quiero.

¡Dispárate, caramba!


Gatillos. Extrañas situaciones que disparan situaciones. Situaciones que sólo esperaban apresadas a ser liberadas… y tenemos ahora la excusa: El gatillo. Súbitos, acomodaticios, convenientes, espléndidos. Una palabra, una expresión, un movimiento involuntario del cuerpo, hará que pase algo, hasta ahora subyacente, entre barrotes hechos de nada. Excusas, simples actos de magia para disimular la cobardía, para coronar la incertidumbre, y llevar a la tumba el equipaje de infelicidad completo, intacto. Inconformidad que se gira para que, en ángulo insólito, inconcebible, se convierta en certeza, en tranquilidad. Vana sensación de rectitud, ya embadurnada de divinidades prohibidas. Terrible sensación de hacer lo correcto, de cumplir la receta dictada, mientras duele el resto del cuerpo.

Volver no fue bueno


Una nube gira hasta darme la espalda. La lluvia, muy lentamente, deja de caer sobre mí. Mis pasos por este paraje húmedo, de verdes que gotean, van mojando mis zapatos y se hacen más pesados cada vez. Me siento en un banco vestido de agua reposada y no siento frío, no siento mayor molestia. El barro en mis pantalones y los rasguños en mi piel descubierta dicen de mi jornada, del reciente y desalentador viaje que termina e este asiento. Mi respiración no está alterada; más bien luce desganada y sin mucho horizonte. No sé en qué parte de mi camino estoy, pero el peso de mis ropas especula que debe ser el final… del camino… del mío propio. Mis párpados sólo ven la mitad de las cosas, y, por cierto, la mitad más oscura, la mitad inferior. No hay cabellos, no hay frescura. No hay palmadas en la espalda, no hay gratitud en la recepción. Llegar no fue bueno. Volver no fue bueno.

Fuera del perol, mi amor...

No me entiendes. No entiendes nada. Estás encandilada por el brillo, por la superficie. No entiendes cuando la mano extendida es por necesidad, por infortunio. Estás tan ocupada de retocarte que no comprendes los dolores provocados desde afuera hacia adentro. Estás tan pendiente de caminar adecuadamente para la ocasión, que no te fijas que pisas a quienes te rodean. Triste escena repetida que, muy lejos de sumar, sustrae con cinismo, sin consideración al otro. No quisiera que incursiones en el heroísmo, que seas caudillo salvador o mártir; sólo quisiera un poco de decencia de tu parte, al menos en mi presencia ...al menos para agradarme como pretendes.

Pasan las horas


Pasan las horas y una extraña ansiedad me arropa. Puedo reír, puedo gritar y puedo alegrarme, pero persiste ese manto que respira un poco más rápido que yo. Los días pasan, la vida sigue, pero a un ritmo diferente. Se espera el paso rápido de los días que restan. Se trata de saltar muy rápido sobre algunas experiencias menos importantes. El sueño parece buena manera de asesinar a mi meticuloso y gentil asesino. La contemplación es maestra al llevarme fantasmalmente a tu lado y reparar el daño. Sin hipótesis, sin teorías, sin burdos despliegues de imaginación, el sonido de los segundos sigue a paso lento, seguro, martirizador. Sonidos, colores, sabores extraños me quieren distraer, sonsacar, borrar la mente y darme “mejor vida”, pero yo no la quiero. De alguna morbosa manera quiero sufrir, si sufrir es por ti; si sufrir es la esperanza de que aparezcas. El silencio quema los minutos. El viento parece llevarte en sus brazos y producirme envidia. La lejanía te nombra, te muestra, te lleva.

Moriré y veremos


Ya más nunca seré yo, el de siempre, el que fue a diario. Moriré y ya entre velas comenzaré a crecer en el discurso, en las mentes, en el imaginario colectivo. Moriré y comenzaré a tener fama por cuestiones distintas a lo que fui. Mi sabiduría crecerá en los labios de los conocidos, de los que escucharon mi retórica. Comenzaré a ser un sabio apenas deje de respirar. Con la tibieza de mi cuerpo residual, se irá mi cotidianidad humana y me elevaré entre los vivos; comenzarán, inevitablemente, los mitos urbanos acerca de lo que signifiqué para mi entorno, de lo bueno que fui, de lo buen hijo, buen padre y buen marido que fui (con todas), para luego volar entre la neblina citadina. Todos comentarán mi presencia fantasmal entre ellos, recordando anécdotas exageradas e inventadas para animar el momento y hacerse buenos amigos. Contarán, algunos, que llegaron a darme la mano, y no faltará quien ponga mi foto en un altar de solicitudes desesperadas.

Ovación abrasiva


Todos coreaban su canción, y mientras más prolongada era la ovación, más perdía su alma el merecimiento de todo aquello. El aplauso interminable y su letra en boca de la multitud corroyó la belleza de lo que lo había llevado ahí.

sábado, 5 de mayo de 2012

Cómo te explico el nacionalismo...


¿Cómo te explico el nacionalismo? A ver, imagina que tu madre tiene varios defectos, como en efecto ha de tenerlos. Imagina que en algún momento, algún pana te lo comenta. Te quedas pensando y le das la razón, le dices que así es la cosa, pero que por encima de todo, tú amas a tu madre, y lo que te queda es sobrellevar la situación, tratando de obtener lo mejor de ella ofreciéndole tu mejor esfuerzo. Imagina que tu pana se queda mirándote y vuelve a hacerte la crítica sobre tu madre, destacando esta vez lo mejor que es la madre del vecino. Imagínate que a la tercera o cuarta vez que te lo dice le pegas un empujón y lo mandas pal coño. El nacionalismo ha de ser la dulce irracionalidad que todo amor encierra. No importa si tienes razón: te estás metiendo con lo mío.

Sentido... ¿común?


-Los peatones tienen un sentido común. Los conductores tienen un sentido común. Los ladrones tienen un sentido común. Los poetas tienen un sentido común. Los asesinos tienen un sentido común. Los rockeros tienen un sentido común. Los políticos tienen un sentido común. Los niños, los músicos, los vendedores ambulantes, los filántropos, los plomeros… todos tienen su sentido común. Así que, Ignacio, cuando hablas de sentido común, ¿A cuál te refieres?
-Por supuesto: al mío.

viernes, 4 de mayo de 2012

Descansa en paz


Que descanses en paz. Que duermas el sueño completo, sin perturbaciones. Que cuando se cierren tus ojos, lo hagan espontáneamente y no a propósito, como huyendo de la vigilia de la realidad. Descansa en verdadera paz, después de practicar los equilibrios, los balances durante el día. Descansa con sinceridad, con honestidad... hasta con una sonrisa, planeando una nueva picardía, una osada travesura causada por tu falta de lastre. Descansa con sana cotidianidad, con ligera capacidad. Que descanses en paz te deseo, yendo más allá del simple obituario para ausentes. Rescatemos esa expresión para los vivos.

Quise herirte


Quise herirte con urgencia. Quise herirte, claro, para cobrar el daño. Me propuse herirte, pero con una ofensa comedida, curable, que permitiera el perdón a futuro. Quise hacerte mal de una manera quirúrgica, de mano izquierda, perfecta. Pero me sobrepasé y te causé una desgracia imborrable. Me excedí en la fuerza y la naturaleza y te dejé postrada, sumergida en el dolor, en el odio que planeé temporal. Veo tus ojos sin brillo y sé que no hay solución, reintento posible, esperanza alguna. Poco a poco, al pasar de las horas, de los días, he sido yo quien me descubro en un charco de manufactura propia, en una flamante calamidad fabricada por mi consabida estupidez.

jueves, 3 de mayo de 2012

Te voy a robar


Te voy a buscar para esa vaina y te voy a robar. Ya se acabó el tiempo de la consideración, de la formalidad, de las poses, de la espera. Que se vayan todos para el carajo, porque llegó el momento de la verdad, de los resultados... de mi hora y la tuya, sin estorbos bien intencionados. Así que agarra tus tres trapos y espérame en el patio, que llegaré en mi brioso corcel -o su equivalente-, para quererte como me da la gana, como tanto te gusta.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Libertad no es salir de la jaula


Libertad no es salir de la jaula... Ese es sólo el principio del planteamiento. Dar un paso fuera del presidio y sentir la brisa en la cara es sólo un detalle romántico de lo que es ser libre. La carga emotiva es tal, que la ansiedad nos convierte en nuevos ciegos ante la vida. Las heridas por las cadenas todavía causan dolor y necesitan cura. No es ese dolor el que construirá en adelante. No es el resentimiento el que mostrará el camino al amanecer. Ya sé que la emoción te embarga, te atosiga, te obnubila, pero tranquilízate. Bebe algo de agua fresca, prueba bocado y siéntate aquí, en este cálido y callado zaguán, desde donde verás lo que hay afuera sin atropellos. Acobíjate los hombros demacrados y deja salir las lágrimas que puedas tener a bien. Deja que salga el temblor de tus manos, la ira contenida. Date cuenta del veneno que corre por tu sangre y necesita aclarar para convertirse en experiencia, en aprendizaje que allane tu caminar. Sí, claro, te entiendo, pero te quiero y no quiero que choques contigo mismo, mientras corres hacia un espejismo urgente. Respeto tu nuevo abanico de posibilidades y si decides salir y seguir corriendo, te apoyo con mis reservas. Al fin y acabo, chico, te felicito y gracias por pasar por aquí.

martes, 1 de mayo de 2012

Nos queremos tanto todos, pero...


En esta población de 128, los otros 64 nos quieren perjudicar con la norma. Lo siento, pero rodilla en tierra. De los 64, los demás 32 no son confiables, por lo que fuera de aquí. De los 32, los 16 aquellos se pronunciaron en contra, qué vaina. De los 16 de más abajo, vi que 8 no dijeron exactamente lo que pensábamos, y eso no puede ser: descartados. De los 8 que estamos, ellos, esos 4 del rincón, no me gusta cómo me miran y murmuran: cierra la puerta. De nosotros 4, ustedes dos no comulgan con nosotros: lamentamos mucho que haya resultado así después de tanta lucha. Mira, mi pana, entre los dos, entre tú y yo sólo debe quedar uno, porque sabes que yo soy el indicado: yo te hago un reconocimiento luego en público (sí, pajúo, sigue creyendo). 

Cayó el fruto


¿Cuánto dura el fruto del esfuerzo original, el envión que creó todo este bienestar? ¿Cuándo se vence la convicción de que se hace lo correcto, de lo que debe prolongarse en el tiempo? Todo era para que mis hijos tuviesen lo que yo no tuve, y nada detuviese el impulso natural de avanzar. Pero los veo, en medio de la buena intención, del orgullo del logo de sus padres, coquetear con la parálisis; los veo de lejos, con impotencia, sumergirse en la tentación del despilfarro. Lo tuvieron todo, coño, y ahora lo dejan gotear sin dolor alguno, con la seguridad ligera de que nunca se acabará. Pero no podría esperar más; ellos crecieron sin la espada ni la pared. No podría forzarlos, transfundirles mis dolores, mis necesidades, mis experiencias para que continúen con este formidable producto de toda una vida… mi vida. No hubo para ellos ni el hambre ni el frío que hace despertar y estar alerta. Tal vez sus hijos tampoco los tengan. Por ahora, estoy seguro de que alguien debe pagar por todo este desastre, y se me ocurren, sin duda, esas decenas de rostros que permanecen allá abajo, en eterna carrera, transpirados de paciencia, hipnotizados por su bozal invisible.

Píntame angelitos


Pinto sin marco, libre, caprichoso, sin ajustes convenientes, sin fines de lucro. Pinto ajeno al adorno, al clavo olvidado en la pared, a la transa frívola y finita. Pinto con el pincel del momento, a todas luces el más adecuado. Pinto sin pesadez, pero sin sobresalto. Los trazos no son de lo mejor, pero expresa lo más auténtico de adentro. Se acaba el color original e invento nuevos momentos, nuevas iluminaciones que usen colores distintos, posibles, maravillosamente adecuados al lienzo de siempre. La obra se extiende amorfa, sobre superficies insospechadas. No se escatima en dimensiones, en descubrimientos… eso sería como buscarle la simetría a una nube y no queremos eso, ¿verdad?