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martes, 31 de marzo de 2020

¿No es cierto, Doctor?

¿Y si todo lo que dijeron siempre era mentira? ¿Y si, en el mejor de los casos, todo era un montón de información inexacta? ¿Qué pasaría contigo ahorita si te enteraras de que muchas de las cosas que tenías como regla dura, como ley, como verdad absoluta estaban montadas sobre una pila de desinformación? “Bañarse después de comer hace daño”, “afeitarse con gripe es peligroso”, “la Autohemoterapia es dañina”, “tomar limón produce acidez” y un largo etc., forman parte de una gigantesca colección de mentiras o al menos de afirmaciones imprecisas, de medias verdades, de pareceres sesgados que fueron pasando enfrente de nosotros y luego tragados a la fuerza… cualquier fuerza. En algún momento la información precisa, el esfuerzo amoroso, el interés desinteresado se convirtió en red de seguridad ajena y desembocó libremente en un ambiente propicio para el engaño, para el truco, para la delincuencia disimulada con visos de conocimiento serio, de autoridad ineludible, de ley absoluta. Ahora todo es patraña y los pillos se ven sorprendidos en su desespero, lanzando manotazos violentos para ver si recuperan su credibilidad pasada, ese sentimiento de protección que nos embargaba cuando visitábamos al profesional o al señor de honroso oficio… ¿no es cierto, Doctor?

lunes, 30 de marzo de 2020

A medio camino

¿Cómo hago para echar palante una vez identificado el camino? ¿Cómo asumir cada paso seriamente, desde este momento, sin que parezca tan difícil? ¿Cómo tomar cada acción pequeña siempre con lo grande en mente? ¿Cómo divido ese proyecto tan "arrecho" en pedazos más digeribles? Ciertamente, intelectualmente tenemos casi todo resuelto, pero la falta de convicción y la distracción me dejan siempre a mitad de camino, dejándole todo el control a la moda o los caprichos colectivos de determinado grupo interesado. Alguien mencionó la verdad, me gustó lo que escuché y me imaginé en ese sendero, ¿pero cómo hago para no perder el interés y caer, como siempre, hastiado a un lado de la carretera, preguntándome, frustrándome cada vez? ¿Cómo puedo ganar la paciencia, la conciencia, la sabiduría para girar alrededor de lo que ya identifiqué como mi punto de llegada e ignorar todo lo que me rodea y me hace torcer la vista y el empeño? Por ahora no lo sé, pero espero no estar siempre como dice mi amigo: “te mandé a cruzar el río y te pusiste a cazar cocodrilos”.

domingo, 29 de marzo de 2020

Fantasía herida

Quisiera que el tigre no despedazara al venado para comer. Quisiera que el león no matara las crías del león anterior al llegar a una nueva manada. Quisiera que no lloviera cuando tengo cosas por hacer. Quisiera que mi perro durara treinta años para no sufrir su partida. Quisiera que nadie me mintiera. Quisiera que nunca llegue mi muerte ni la de mis seres queridos. Yo quisiera, claro. Quisiera con todas mis fuerzas. Pero resulta que la vida no se comporta como yo quisiera, sino como es. Mis quisieras son como mi pecho apostado recibiendo carajazos a mansalva porque no digiero de qué se trata todo esto, cómo es que funciona este asunto. Y así voy, forzando la fantasía de lo que tengo en la cabeza y ejerciendo mi hipocresía cuando las cosas “salen mal”, sorprendido, desconcertado, desconsolado ante lo que ocurrió en la realidad real, lejos de mis caprichos. “¿Por qué a mí?”, “La vida la tiene agarrada conmigo”. Es demente pensar que nada, en ningún momento, fallará y causará dolor;  pero al parecer, tenemos estampados en la mente que nuestra vida por delante es un camino “de rosas sin espinas” (como dice la canción) y nos empeñamos tanto en este espejismo que salimos apaleados, cada vez, por la misma razón: nuestra fantasía testaruda, nuestra programación ficticia que produce las mentiras en las que creemos incondicionalmente. Da un paso hacia atrás y lo verás mejor. Acoge, de una vez por todas, la realidad. Acepta y fluye. Deja de negarte, de resistir.

sábado, 28 de marzo de 2020

Nada que no fuera el miedo

No fueron los inventos de dos filos. No fue otra especie. No fueron las pandemias. No fue nada externo a sí misma lo que exterminó a la raza humana: fue el miedo. En medio de la ilusión del bienestar, inmersos entre espejismos que llevaron siglos arduos de trabajo y creatividad malentendida, apareció el demonio en el momento preciso del autoengaño y se lo llevó todo por delante. No sirvió de nada llorar, arrodillarse, suplicar. Trancarse durante milenios al amor verdadero engordó la maldad —voluntaria o no— llevó todos los caminos a un callejón sin salida, donde nos encontramos todos por última vez para pedirnos disculpas, decirnos adiós y recibir la sentencia de culpabilidad. El mismo que apretó el botón fue el perfecto modelo de la civilización actual. El que decidió, en medio del pavor, ordenar la masacre física, nunca supo lo que fue tener una familia amorosa esperando en casa; solo miró de lejos en patios ajenos la alegría, los abrazos, el cariño y el reconocimiento de quienes pudieron haber sido sus maestros, sus amigos y hasta algunos desconocidos con capacidad de acercarse y hacer por él lo que cualquiera haría por un ser humano digno. Así que nada: este digno representante de su multitudinaria comunidad se van pal horno por haber despreciado el regalo original y se lleva con él a todos los que aplaudimos por tanto tiempo su payasada disfrazada de gloriosa ocurrencia.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Acepta

Acepta, anda. Acepta cada cosa que pasa, incluso si te desagrada, si te enfurece. Acepta porque así son las cosas, así es como han sido. Fluye. ¿No te gusta cómo son las cosas? Acepta lo que no se puede cambiar ya, como el pasado. ¿No te gusta el panorama? Si no te gusta, podrías ver si puedes cambiarlo: aceptar no es calársela, resignarse, sino dar espacio a lo que ya lo tiene, a lo que ya tomó la escena por ahora, a lo que YA ES. ¿Quisieras que las cosas hubiesen sido distintas? Es válido quejarse un rato, pero al final pasó lo que pasó. Esta semana morirán muchas personas en el planeta por enfermedades, en accidentes, por violencia de cualquier tipo. ¿Te has fijado que por eso no te mortificas? Puede ser que en medio de “eso no es mi peo”, “eso no lo provoqué yo” o “yo no tengo la culpa de eso” se hace más fácil aceptar los acontecimientos lejanos más que los más próximos, los más íntimos. Seguro que mientras más cerca pega el trancazo, mientras más nos afecte la vida cotidiana, más nos resistimos a lo que ocurra aunque se puedan aplicar los mismos argumentos de lo lejano para aceptar, para no resistir tanta cosa que ya ocurrió. Si me escucharas quejarme de la altura de esa ventana todos los días, ¿qué me dirías?, ¿qué me recomendarías? Apuesto a que me mandarías a tranquilizarme o a gastarme unos reales en bajar la ventana unos centímetros. Resistirse a todo lo que ocurre produce, como sabes, frustración, ira, tristeza. Aceptar requiere cambiar la percepción de lo que ocurre alrededor y en el interior. Hay una pelea eterna entre lo que tenemos en la cabeza y lo que al fin siempre ocurre, y eso nos pone como en un cuadro de demencia casi voluntaria, pero crónica, y no nos deja ver —como escuchamos hace un tiempo— que la vida es mucho más benevolente que lo que nuestra mente nos depara.

martes, 24 de marzo de 2020

Sarna con gusto no pica

Sarna con gusto no pica. Y uno se pregunta, ¿para qué tener sarna? La vida se nota algo loca si uno ve la preferencia del alivio momentáneo y efímero a la cura definitiva, aunque pasajeramente dolorosa. Sarna. Enfermedad. Encontrar el medicamento adecuado para nuestras dolencias nos da un fresquito y nos alegramos, llamamos a nuestros familiares y amigos y les damos la buena noticia. En ese mismo momento nos desvinculamos espectacularmente, como por arte de magia, de la causa de la dolencia y de la relación que puede tener con nuestro estilo de vida —que no debe ser ninguna maravilla—. Comienza entonces un tobogán de locura que no ve más allá del paliativo, del pañito caliente, del tómate esta cosita que es una maravilla. La salud mental no marcha muy lejos de ese esquema, en el que preferimos pensar otra cosa distinta a resolver nuestros asuntos pendientes con nosotros mismos, con nuestros seres no tan queridos, y que por algún tipo de castigo omnipotente, se refleja esa evasión constante en la salud del cuerpo aquel, el de la pastillita, el de la enfermedad crónica, el que grita en silencio mientras muere. Entonces, ¿Sarna?… ¿por qué no?

lunes, 23 de marzo de 2020

¿Adónde nos lleva el rastro?

Se me ocurre que somos ahorita el resultado inevitable de lo que hemos vivido. Se me antoja que cada alegría, cada desengaño, cada reflexión, cada esperanza, cada acontecimiento del pasado terminaron por moldear lo que somos hoy, a esta hora. Y si así fuera, se podría decir que cada cosa que decidimos hacer o dejar de hacer, pensar o dejar de pensar, forma parte de nuestra percepción actual de la vida. Es decir, que si quitáramos o pusiéramos algo distinto en esa experiencia pasada, el resultado sería distinto al que tenemos hoy. Parece lógico; de hecho, parece impecable. Aparenta ser que todo lo que ocurre es el producto perfecto de lo que ha ocurrido, de las circunstancias, de las decisiones, de las omisiones. Eso querría decir que cada cosa que no nos gusta proviene de causas que lo dictaron así y habría que observar con atención esas causas y claro, nuestra percepción para el momento. ¿Y qué podríamos hacer, si toda la existencia está regida por antecedentes? Bueno, podríamos ensayar —como en las películas— cambiar las cosas ahora, cuando se puede, para que después resulten mejor, más satisfactorias… al menos quedar nosotros más conformes. Y habría que hacerlo ahora mismo, porque el futuro termina con la muerte: con nuestra muerte. Habría que hacerlo ahora porque es cuando siguen fraguándose las causas de lo que resultará después. En otras palabras: siguiendo el rastro de pasado siempre llegaremos adonde estamos caminando ahora mismo. No sé ustedes, pero veo que en las películas, al momento de morir, el tipo siempre se arrepiente de lo mismito… ¿será que vamos a terminar igual que ese mequetrefe?

sábado, 21 de marzo de 2020

Necesito creer

Debo creer en lo trascendental porque si no la vida no vale la pena. Debo creer porque si no la existencia resulta ser una parcelita de dolor y distracción sin tanto sentido. Debo creer porque el amor humano tiene tanto hueco que termina por no bastar. Debo creer porque la vida parecería un pescado sin cabeza ni cola, que cuando lo sirven nunca se sabe qué es, de dónde vino ni qué sentido real tiene. Debo creer porque hay momentos raros que no obedecen las reglas de la empresa, de la familia, del grupo; momentos que no son de este mundo y parece que hay una cortina detrás de la cual se podría echar un vistazo para descubrir, tal vez, lo que nos gobierna realmente; ver por primera vez la dimensión total, democrática, permeable de ese romanticismo recortado y peligroso en el que nos embarcamos como niños inexpertos y salimos con las tablas en la cabeza. Debo creer para no seguir atornillado en este mar tormentoso de sueños inducidos, de éxitos que producen cáncer, de haceres eternos que no permiten disfrutar del paisaje que pasa irreversible a mi lado. Debo creer para no declarar la satisfacción desierta, el esfuerzo infructuoso; para no caer en el vacío cada noche, durante cada silencio, en cada oscuridad que se me atraviese. No sé ahorita qué nombre le pueda poner a esta creencia necesaria, pero lo cierto es que necesito creer para no seguir en esta inconformidad que grita, viviendo este fraude de lucecitas que se repite día a día, estos proyectos que fallan invariablemente, estas utopías que solo sirven para caminar… estoy cansado de caminar.

miércoles, 18 de marzo de 2020

¿Corona... qué?

La chicungunya mata más gente, pero la atención la tiene la gripe china. La delincuencia mata más, pero la gripe china es el grito. La desidia hospitalaria mata más, pero esto del coronavirus es algo de película. El hambre y los accidentes de tránsito matan más, pero vamos a encerrarnos pa que la peste no nos vea. La ignorancia sobre el funcionamiento del propio cuerpo causa mayor sufrimiento históricamente, pero no, corramos a comprar papel tualé. La guerra y las invasiones no publicitadas dejan pedazos de cuerpos y almas regados en el terreno, pero gastemos el dineral en armas y la disposición del ser humano en odio y en empresas suicidas. No hay maquinita para medir el efecto de la indiferencia, pero apuesto sin duda a que mata más gente. Entonces dejémonos de cuentos, mequetrefe mediático y político, que se te ve la costura. Es por eso y por mucho más es que sigo parafraseando al diablo aquel: “La hipocresía… mi pecado favorito”.

lunes, 16 de marzo de 2020

Me duele la mente

Me duele la mente. Ya se dio por vencida. Ya el portento de instrumento se cansó y pidió cesantía. No bastaron las vacaciones anuales. A falta de problemas reales, como bajar una manzana de un árbol alto, matar un venado para comer o aparearse para reproducirse, se dedicó hace tiempo a inventar cosas cada vez más complejas, como la rueda, el carro, el cohete, la neurosis y el sufrimiento. Pero llegó al llegadero; se reventó porque ninguno de esos inventos deslumbrantes lo llevó a mejor puerto. Ante el deseo imparable producido por un vacío interminable, creó maratones sucesivos y entre el esfuerzo y el logro, sumando, cada vez, poco más de cero en una aritmética que nos antoja ridícula ahorita, cuando nos ponemos sinceros, cuando la crisis se estacionó y al notar lo absurdo de nuestra situación, otrora exitosa, salió a flote el grito “¡no juego más!”, dijo el encargado de nuestras decisiones y dejó el local al verdadero dueño. El ego se hartó y se bajó del vagón que manejaba, dejando esto abandonado. Acaba de comenzar el milagro…

viernes, 13 de marzo de 2020

Ahorita no pasa nada

Ahorita no pasa nada. Dije ahorita. Estás sentado cómodamente en ese sitio, con esa vista, pero ya se te olvidó que es cómodo, ya se te olvidó por qué compraste ese sillón y esa casa con balcón. En lugar de gozar de este momento, estás enredado pensando en lo que hiciste y en lo que harás. La vida se te escurre entre pensamientos y no te das cuenta de que cada minuto que pasa se convertirá en un minuto a mendigar al final de tu camino. No te das cuenta de que todo lo que tienes en la cabeza es un entrenamiento de porquería diseñado para juzgar, criticar, resistir lo que se te atraviese sin dar oportunidad más allá de tus etiquetas disparadas a mansalva. ¿El futuro? No lo sé. Quienes vayan a morir en estos días no tienen futuro y aún así malgastan el día tramando fantasías burlonas que se carcajearán más despuesito porque son solo proyecciones de tu cabeza. Entrenado para sufrir. Capacitado para lo efímero y doloroso. Podrías estar viendo el Monte Fuji, las llanuras africanas, las pirámides o la torre Eiffel ahorita y en dos días buscarás ya aburrido y desesperado otra ilusión sobre la cual saltar y redirigir tu adicción, tu miedo, tu nuevo apego. Pero eso solo ocurre con tu programación, con tu apuro, con tu inconformidad interminable, porque de verdad, ahorita no pasa nada: ahorita todo está bien.

lunes, 9 de marzo de 2020

Amor de a poquito

Para muchos el amor es una especie de fluido que se dirige como con manguera. Un poquito para este, un poquito para el otro; para mi mamá y mis mijos, claro. En medio de su pasión sexual, de padre o cachorro mamífero, juran que es amor verdadero. Así es, pues, como en su cabeza el amor se puede dirigir como si fuese agua recién llegada, y cuando salen a la calle, desdeñan al resto de los seres vivos porque su pedacito de parcela a regar con su supuesto amor está confinado a cuatro o seis paredes. La indiferencia y el maltrato hacia el vecino, hacia los desconocidos y hacia quienes necesitan salen de la cabeza de alguien que cree que ama y que incluso daría su vida por alguno de esos poquitos reservados en su corral de afecto, pero que solo vive haciendo favores, saciando sus ganas o cuidando a su manada. Pudiera decirse muy fácil y ligeramente que esa pequeñez, esa tacañería al dar no es amor verdadero, ese que trasciende, que se muestra como es, sin miedo a perder, con una sonrisa desinteresada, una mano y un corazón extendidos. 

domingo, 8 de marzo de 2020

Vidas separadas, por favor

Nuestras vidas, cada una por separado, eran perfectas, como se supone que debían ser. Tus momentos y los míos, cada uno por su lado, vivían cada cosa a su momento preciso, pertinente. Los intentos y fracasos de cada uno iban hilando, a su paso particular, los triunfos que vendrían luego. El universo parecía estar funcionando para ti y para mí como la máquina de equilibrios y ajustes que tanto se menciona. Eran tu vida y la mía, cada una en su carril, una obra maestra de la realidad posible. Pero no. Teníamos que arruinarlo todo. Tuvimos que halar por los pelos esos dos proyectos en marcha ascendente y hacerlos colisionar entre sí. En medio de la pasión y la ilusión transitoria, pero artera, nos enredamos y desmantelamos todo lo que venía formándose hermosamente para dejarlo tirado al lado de la cama. El empeño en que éramos el uno para el otro, el truco mal ejecutado de nuestra unión y unos pocos meses de hartazgo de nuestro amor una vez invencible, bastó para declarar la quiebra de este negocio tan mal concebido. Ahora, con la cojera de un lado, intentamos reiniciar sin mucho éxito lo que un día fue perfecto, pero esta vez con la carga de un fracaso innecesario e inoportuno encima.

sábado, 7 de marzo de 2020

Oh, joven médico...

Oh, joven médico. Comiéndote el mundo, dando en el clavo… primer año sobre ruedas. Oh, joven médico de bata blanca impecable, de saludos altivos por los pasillos, que tanto gozas con los cumplidos, que te regodeas entre tus jóvenes colegas, que llenas tu primera solicitud para comprar vehículo. La universidad ha podido cubrir casi todos los casos de catarros, torceduras y dolores de estómago. Tus ganas de ser el mejor, de cobrar bien, de demostrarles a tus padres que sí valiste la pena, te arrojan a la aventura de la inferencia destemplada, de la adivinanza, de la ligereza cuando examinas a un paciente complicado que te triplica la edad. Una preguntita a tu amigo del consultorio de al lado, una consulta en internet, una corazonada, te hacen echar para adelante ese tratamiento atrevido con el que, tienes la certeza, ganarás el primer trofeo de tu carrera. Pero mirándote de reojo desde aquí, desde la sala de espera y con el televisor de fondo, observo cómo el monstruo de tu ego ya recrecido por tu experiencia incipiente va arrasando con todo lo que pueda significar fracaso, temor, incluso duda. Viniste a mi rincón y me dijiste, con tus estadísticas adolescentes, que lo mío era de por vida, que no me preocupara, que debía tomar esto y aquello hasta el día de mi muerte —que ahora creo que será más pronto que tarde—. Con tu sonrisa profesional casi me convences de que todo estará bien en adelante, si sigo sus indicaciones… “de por vida”.

viernes, 6 de marzo de 2020

Un espacio alrededor de mí

Siento un espacio alrededor de mí. Es algo nuevo, extraño. No sé si se originó como algo físico o sicológico, pero ahí está. Es un espacio que me deja moverme, en el que tengo libertad de acción; tengo a veces la impresión de que esa franja que me envuelve me da tranquilidad y me protege. Veo cómo las palabras y las acciones de los demás están más allá de ese espacio, y que la distancia es tal y tan adecuada que no me afectan, no me desaniman, no me vuelven loco o me ponen a correr o a llorar. Creo incluso que detrás de esa barrera silenciosa también han quedado mis lamentos, mis incomodidades, mis tormentos. Cuando veo una chispa que sale o se acerca a mí, esa zona de seguridad me proporciona antelación suficiente para observar el fenómeno sin ofuscarme, sin responder a la ligera, y puedo entonces colocar todo en perspectiva, mirar lo que hay detrás, identificar y separar la realidad de la ficción para luego responder, si fuese necesario, en términos pacíficos, constructivos, y aún así, creativos. No sé cuándo llegó este paréntesis entre yo y mi entorno, entre yo y mi interior, pero de verdad que estoy infinitamente agradecido.

Con mi parcela no te metas

Nos encanta separar. Nos embriaga desconectar, marginar, segregar, aislar. “Analizar”, dice el licenciado; delimitar, clasificar, disgregar, disociar “para estudiar mejor”. Y así dejamos todo: separado, desconectado, como el niño que juega, se cansa y deja todo regado. Así es como vemos el mundo al día de hoy, en parcelas, en propiedades, en trozos irreconciliables, desconectados. El médico del estómago resiente que el médico de la cabeza le diga qué hacer. El político de un color es enemigo del político del otro color. El habitante de una latitud es superior al habitante de otra latitud. Ni hablar de colores. Separados por dentro y por fuera, partidos y repartidos en pedacitos que originalmente se concebían como una sola cosa, durante el supuesto avance, como producto del tan cacareado progreso, quedó todo atrapado en estratos, encarcelado en catálogos, habitando en jaulas irreconciliables entre sí. No es raro ver ahora, como consecuencia lógica, un mundo en el que uno debe “marcar la diferencia”, “destacar entre los demás”, “callarle la boca al vecino”; un mundo de guerras sin sentido para la mayoría, de muerte y asesinatos interminables; un mundo en el que el pensamiento, las utopías, las ideologías, la ciencia y la tecnología no dan pie con bola con la solución última del ser humano, con su felicidad auténtica, porque hace siglos ya de la separación, de la pérdida de la unidad, del establecimiento del otro como enemigo por miedo, por egoísmo, por mezquindad y de nuestra identidad interna partida en roles, en funciones que nos traicionan de alguna manera y convierten la vida en una costosa y lamentable pantomima.

jueves, 5 de marzo de 2020

Llámame, pero bien.

Llámame para decirme que estás bien. Llámame esta vez para aclararme que la cosa se había complicado, pero que te moviste y ahora estás tranquilo. Llámame, chico, para preguntarme cómo me siento, para ponerle solución al problemita ese del que sabemos. Llámame a buena hora, en tu mejor momento, para compartir algún descubrimiento que hiciste durante el día y que te ayudará a resolver muchas de las cosas que hasta ahora te aquejaban. Llámame para plantearme una duda y una visita con café. Llámame para algo bueno, o en su defecto, para contarme cómo es que conservas el entusiasmo y la esperanza en medio de la crisis. Llámame para proponer, para celebrar, para llorar, si es el caso, pero que sea con la intención de salir adelante. Si no tienes ahorita ganas de ninguna de estas llamadas y prefieres conservar tu disfraz de nube gris, por favor, no me llames.

miércoles, 4 de marzo de 2020

Resistirse a la vida real

Llegó el ser humano con la pretensión de dominar la vida, de someterla a sus antojos, de resistirse las leyes que la rigen, ignorando las consecuencias de tal despropósito, pasando por alto la temporalidad de todo lo que hay en ella: de su propia salud, de sus propios objetos, de su propia existencia. Fue así, pues, por la ilusión de dominar lo indómito, de canalizar fuerzas mucho mayores para un supuesto provecho, que levantó castillos y monumentos sobre el barro, y ante la inminencia del hundimiento, intenta echarle la culpa a los demás, a lo demás. La ficción desechó la responsabilidad para siempre. Esa ilusión enceguecedora se erigió sobre la razón, sobre lo que es como es y seguirá siendo a pesar de los caprichos, le hará terminar su vida cansado y vencido por ese caudal todopoderoso, frustrado por no haber logrado la empresa demente de dominar todo cuanto le rodea, sin haber comprendido que era solo una pequeña parte de algo inmenso, fluido, perfecto; una partícula minúscula y atrevida, aparentemente inteligente que siempre falló y seguirá fallando en su cometido.

domingo, 1 de marzo de 2020

¿Una vida consciente? Ojalá.

Al parecer, hay una vida consciente que no hemos experimentado aún. Es decir, una vida verdaderamente consciente. Dicen que es una manera de vivir en la que la mente es la herramienta perfecta para solucionar situaciones, pero que a estas alturas no para de producir pensamientos inútiles, repetitivos y destructivos. Afirman por ahí que en ese nuevo contexto se pueden examinar los pensamientos que nos mantienen incómodos, angustiados, enojados, y en el proceso, estos se van apaciguando hasta un grado inofensivo, claro con la ayuda imprescindible del sufrimiento pasado. También dicen que esa conciencia que vigila de cerca a la mente llega a ser la fuente interminable de una nueva paz, de una tranquilidad insospechada en estos días de enredo y contradicciones constantes. Escuché también que al entrar en esa existencia consciente se van desapareciendo algunos gustos y disgustos que hasta ahora nos gobiernan, pero que a cambio surgen nuevos escenario de aceptación, gozo y entusiasmo. Eso dicen, pero yo no sé. Ojalá algo nos pueda salvar de toda esta pésima historia que llevamos construida hasta ahora y que seguro terminará muy vergonzosamente.