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sábado, 30 de octubre de 2021

Lo que quiero es tu respeto

No me quiero tu honestidad, quiero tu respeto. Este no es un concurso sobre intereses, disertaciones o verdades absolutas. No me interesa lo que pienses y no te lo pregunté. Yo estaba hablando con un compañero e interrumpiste para decir airadamente lo que creías sobre el tema. No hablaba contigo. No te pedí tu opinión de cómo es que estoy equivocado o de cómo todas las variables o los controles que utilizo fallan tan estrepitosamente como lo indicas. ¡Fuera de aquí, carajo!

Solo no

Si advertirlo tanto, voy quedando solo. Después de un tiempo en estas consideraciones, siento que me alejo de lo que antes era lo principal. Voy como en cámara lenta, soltando las amarras, el ancla y solo me quedo con las velas de la embarcación. Mis apegos se van soltando de mis manos y se van convirtiendo en una referencia de bienestar cada vez más efímera, más temporal, aunque igual de encantadora y visitable: disfrutable sería la palabra. El hecho es que la soledad, aunque recibida con los ojos cerrados esperando el carajazo, no golpea si se le abre la puerta. Aceptar la soledad es como sentir que te curas mientras dejas atrás mucho de lo que antes necesitabas y que ahora espanta no necesitar más. Un huraño, un ermitaño, un sacaculo, pues. Pero no puedo hacer nada porque se va dando solo, como la aparente consecuencia natural de todo lo vivido. No sé si es madurez, no sé si es crecimiento; lo cierto es que en lugar de muerte, después de un rato, se va pareciendo más bien a un renacer.

El pasaje final

Mi madre, padres. Mis hermanos. Mis hijos. Mi abuela y mis tíos. Mis compañeras. Mis amigos. La sonrisa de un buen compañero. El color de una tarde de algún año. El paisaje amarillento grabado cuando era niño. Una canción. Mis sueños de niño, mis logros, mis miedos, mis mentiras involuntarias, mis arrepentimientos, mis descubrimientos. Todo desfila clara, aunque rápidamente, mientras los tengo a ustedes alrededor de mi cama, turnándose mis manos para estar.

Me arreché

Hoy me arreché por varias cosas. Comencé arrechándome por el tiempo oscuro con el que amaneció. Me arreché por el viento que me apagaba la vela. Me arreché también porque comenzó a lloviznar apenas salí. No pude evitar —ni quise— arrecharme también porque la lluvia fue tan fuerte que derribó un árbol, lo que ocasionó la pérdida de mi cita médica de hoy. Así fue como terminé bien arrecho. Y lo peor es que si ocurriese lo mismo mañana y pasado mañana, me arrecharía igual. Mirándome desde aquí, al parecer voy por ahí, al garete, enojándome por lo que ocurre de forma natural, sin la empresa o la mala intención de nadie, por cosas que nunca podré controlar. Pensándolo bien, eso no es de gente sensata, creo… parezco loco, ¿no?

Mis últimos zapatos

¿Qué tal si estos zapatos nuevos fuesen mi último par de zapatos? ¿Será que me seguiría enredando la vida con pendejadas? ¿Será que seguiría inventando dramas para quedar, a como diera lugar, como la víctima? ¿Será que si estos “guachicones” fuesen la última inversión en mi pies? Podría sonar trágico, pero en algún momento haremos nuestra última movida o nuestro último acomodo sin saber que son los últimos. Después de cierta edad, se comienza a pensar en ese tipo de inflexiones y rectas finales de la vida y se anima uno a pensar en el ánimo con el que deberíamos enfrentar el final del paseo, dejando atrás el tabú con el que siempre se trató el tema. Por ahora, déjame ponerme mis zapatos nuevos y caminar por el parque. ¡Nos vemos!

Disculpa mi sonrisa

Disculpa que me ría y no sepa por qué. Perdona que no digiera la inconformidad. Dispensa mi disposición a sentirme bien y desdeñar, sin querer queriendo, los malestares del colectivo sobre tal o cual tema que nos debería aquejar más, “mucho más”. Seguramente te parezco un desconsiderado que no comparte la queja de tu grupo con la vehemencia con la que me la traes a colación. Para ti debo parecer un payaso que, agarrado de frases hechas, camina por la cuadra con la intención de chocar a los demás que, como tú, pasan el día desgarrándose hasta más no poder y se van a su casa afligidos, más por su empeño de pasarla mal, que por lo que ocurra en la realidad de la calle. Te pido disculpas de verdad, porque al no conocer tu verdadera motivación al eterno malestar, solo te juzgo e igual me voy sonriendo.

¿Qué hay detrás de lo que dices?

¿Qué hay detrás de lo que dices? Ya sé que lo que sientes no siempre es lo mismo que significas. ¿Qué causa tus palabras, tus gestos, tus reclamos? Como un idiota, he reaccionado a tu expresión de una manera bastante chocante, sin considerar, siquiera, si hay algo que te apesadumbra y lo que toca es escucharte amorosamente. Debo saber lo que hay detrás de tu discurso, esas motivaciones que te hacen actuar como lo haces. Debo conocerte. Debo, con mi torpeza a cuestas, practicar la empatía, la compasión y todo lo que me lleve a apreciar tus palabras solo como un salpicón, como una manifestación afectada de cómo te sientes en realidad. Así que cuando me veas fijarme atentamente en ti, en lo que dices, no me alejes: piensa que estoy tratando de conectarme contigo… después hablamos de mí.

miércoles, 27 de octubre de 2021

Conocimiento no es bienestar

Existe una creencia bastante difundida, harto aceptada y defendida de que el conocimiento conlleva al bienestar. No voy a entrar en los recovecos de esto, pero la mayor expresión del conocimiento en la actualidad es la ciencia y la tecnología. Todos se rinden ante las facilidades que tenemos actualmente a la mano que no tenían los seres primitivos, como el tratamiento del dolor de muelas, de un traumatismo, de una epidemia; los avances en la comunicación y la difusión instantánea del acontecer mundial; y así, un largo etcétera. Se me antoja que, mirando lo jodidos que estamos para aceptar nuestra humanidad, ante la lejanía creciente con la familia y el vecino en la salvaguarda de nuestros objetos queridos, ante la oferta engañosa eterna de un futuro mejor, todo este mundo de conocimiento, de progreso, es toda una falacia, un mojón gigantesco. El conocimiento nos promete una verdad “que necesitamos saber” —la tranquilidad que da saber— por un lado, mientras a la vista está que todo lo que ha dejado es el miedo, la incertidumbre y el asomo de la autodestrucción. Lo que necesitamos es la paz que trae el verdadero bienestar, la mejoría en nuestras relaciones, y está claro que, paradójicamente, mientras más sabemos, más incertidumbre surge. Pues, suerte con esa úlcera.

lunes, 25 de octubre de 2021

Muertos de miedo

El miedo es el mecanismo más efectivo en el control del otro, sin duda. Con un buen trabajo de amedrentamiento, usted podrá obtener el control sobre el terreno. Pregúnteles al padre y a la madre, al cura y al pastor, al político y al funcionario, entre muchos otros y verá en sus ojos que meter miedo ha sido una tentación ineludible. Por eso, no es de extrañar que al final de nuestras vidas muramos de miedo, lamentando el terror con el que vivimos, arrepintiéndonos de las cosas buenas y placenteras que nos perdimos por no haber sabido nunca hasta dónde llegaba el jardín que debíamos cuidar.

viernes, 22 de octubre de 2021

El engaño de la bidimensionalidad

Pueda ser que muchos estemos viviendo la ilusión de una existencia extensa, infinita ante la vista entrenada, pero que, finalmente, sea una vida plana, en solo dos dimensiones. Navegamos entre dibujos, mapas y proyectos que ofrecen solo un rendimiento instrumental, operacional, pero que pueden carecer de profundidad, de una tercera dimensión que nos afloje la soga al cuello. Tal vez por eso es que todo resulta, en últimas, aburrido, repetitivo, sin sustancia permanente. Tal vez por eso caemos en la trampa de las metas sucesivas, sin fin, recurrentes, como para que la vida tenga un sentido a juro, a ultranza, solo en el hacer. La eterna insatisfacción, la inconformidad perenne, eso de no apreciar nunca lo que se tiene a la mano, sino la práctica enfermiza de querer algo más, siempre algo más, puede lograr el enredo máximo en la superficie, en esas dos dimensiones que no bastan para darle sentido a la vida. Caminamos cada día por entre lo que unos llaman “la creación” sin fijarnos, sin ni siquiera usar los sentidos o la conciencia para saber que somos parte de algo inmenso que hasta ahora resulta invisible. El tiempo pasa y seguimos persiguiéndonos la cola como perros empeñados en tener razón en el momentico de turno, solo para darnos cuenta, poco tiempo después, de que todo va cambiando a medida que nuestras percepciones cambian, cuando en realidad en el mundo todo sigue exactamente igual. Debe haber un marco más amplio, más profundo en el que todas las cosas, los pensamientos y los comportamientos caben y se explican. Seguro vale la pena conocer al menos la puerta de entrada a tal recipiente tan magnífico y liberador de las tensiones que se dan en nuestras dos precarias dimensiones de siempre para terminar, definitivamente, en la verdadera experiencia de vivir.

sábado, 16 de octubre de 2021

¿Qué pasó con nuestra amistad?

¿Qué pasó con nuestra amistad? ¿Sí era amistad o era una excusa pa taparte el hueco de turno?, porque el turno hasta corto resultó. ¿Será que este carapacho de cómo estases y me gustas por las redes fue lo único que quedó de tu interés aparente del principio? ¿Será, chico, que esta momia petrificada que exhibo en mis conversas con otros con cierta reserva y con la etiqueta “es un buen amigo con sus propios problemas, como todos” es solo el premio de consolación por ser bastante estúpido y creer que la cosa iba en serio? La verdad es que no sé dónde quedó ese abrazo y la presencia prometida para los momentos difíciles y no tan difíciles. De hecho, todo parecía urgente, constante y hasta insistente, pero por algo que solo tengo que responder yo mismo, te alejaste disimuladamente y creo que quedamos siendo solo un retrato en alguna gaveta, en algún cuaderno, en algún baúl que oculta algún oprobio, alguna vergüenza, alguna imposibilidad. Pero tranquilo: si en algún momento decides aparecerte, hablar y sentir cosas de gente grande otra vez, espero ser lo suficientemente ecuánime para aceptarte, abrazarte y no mandarte pal carajo… otra vez.

Que no llegue la crisis

Que no llegue la crisis, por favor. No quiero ver lo que resulta cuando todos los muros de contención se derrumban y dejan salir lo que hay detrás, lo que hay dentro. Te pido que no permitas que estalle todo y, aunque parezca un paso evolutivo necesario, que demasiadas cosas se reinicien, que se desubiquen para siempre, que se cubran de una desolación bienintencionada. No quiero que se rompan los puentes que hace tanto tiempo amarré con dejadez criminal, con la esperanza de que nunca nadie se diera cuenta del parcho. Sigamos fingiendo por un rato que todavía hay recursos, que hay tiempo, que hay amigos y que todavía nos quedan algunas farsas por disfrutar. Sigue conmigo. No te quites el disfraz todavía. Sonríe a la cámara y aguantemos un poquito más para ver si aparece un inusitado salvador de mediocres, de autoengañados convencidos, de gente que se equivocó en la definición del merecimiento. Te doy lo que quieras, vale, pero que por favor no aparezca el demonio que he estado llamando desde siempre con mis silencios, con mis omisiones y mis complicidades. Anda, ¿sí?

viernes, 15 de octubre de 2021

Confort, ¿es la vaina?

Ante el llamado de ayuda, prefiero, digamos, trabajar. Ante el planteamiento afectivo a resolver, prefiero seguir poniendo ladrillo sobre ladrillo en otro sitio. Ante la demanda de herramientas un poco sofisticadas, prefiero lo seguro, lo rutinario, lo mío. Prefiero hacer algo que sepa hacer y sobre lo que tenga control fácil —aunque agote—, que meterme en vainas que seguro otros pueden hacer mejor. Pasará el tiempo y me iré alejando de lo que se necesitaba de mí, pero ante el espanto de abrir mi pecho, correré, siempre despavorido, a continuar mis manualidades de siempre, total (y con risita infeliz): "eso lo hago por ti".

jueves, 14 de octubre de 2021

Inocencia al coleto

Perdiste la inocencia y ya no te acercas a lo que ocurre con la misma ingenuidad, con la misma bondad y curiosidad. Ya no fluyes naturalmente con lo que acontece, sino que, espantado, le colocas tu etiqueta más eficiente y dejas el sitio. La habilidad que tenías para dibujar lo que tenías enfrente se dañó y en todo ves una amenaza, un borrón, un posible engaño. El pasado te maltrató tanto que tu paisaje empañó para siempre, convirtiéndote en el sospechador de oficio, en el brillante destructor de sueños que sonriente ofrece tarjetas de presentación. Date un chance.

Disfraz de vida

Mi vida comienza con mi respiración, con el latir de mi corazón. Sigue con abrir mis ojos, con lo que siento, con la luz del Sol y con saber que amanecí, que estoy en casa, donde puedo estar todo el tiempo que quiera. Poco a poco la vida se va extendiendo, hacía mis cosas, mi ambiente de confianza; hacia mi gente querida, a quienes y de quienes necesitamos intercambiar un "estoy bien". Me siento bien mirando alrededor; me siento pleno. Pero es entonces, ya supuestamente despierto, mis pensamientos se van más allá de mis humildades, conformidades y una voz imaginaria comienza a inquietarme con apuros, con pendientes, con éxitos por alcanzar. Lo bueno es que esta última parte, la imaginaria, no es parte de mi vida porque no existe; es una proyección hacia un futuro que lejos de reconfortarme, me complica. Temo que, al final de mi vida, las cosas sencillas mencionadas al comienzo, mi vida verdadera, esa que se toca, esa que da una mirada y un abrazo, haya desaparecido a causa de esta loca carrera por alcanzar logros ajenos, harto lejos de lo que verdaderamente soy.

viernes, 8 de octubre de 2021

No eres tan especial... ¿o sí?

Si te poner a ver bien, no eres tan especial. Si le pones la lupa al tiempo de las generaciones, es casi imposible que “hagas la diferencia”. Estás atrapado entre el condicionamiento de tus ancestros y la voluntad de tus descendientes. Eres una piedrita en medio del terreno del pasado y el futuro, pretendiendo ser un agente de cambio, cuando en realidad tus elecciones que afirmas “libres” están sometidas por el equipaje que guardas en tu cabeza, de tu casa, de tus padres, de tus amigos y tus tropezones, incluso porque elegiste lo contrario a eso porque decidiste ser, de nuevo, “libre”. De pronto te podrías dar cuenta de que te pareces tanto a esos viejos que cuestionas hasta el cansancio y que a la vez no causaste los efectos esperados en los que vienen detrás. A pesar de saber en tus profundidades que sí eres especial para ti y para unos pocos más, es inevitable, en algún punto del camino en el que no sabes si es bueno o malo o no importa, que eres solo tú, con tus penas y tus glorias, igual que toda esa gente que ves pasar a tu lado.

¿Por qué a mí?

Siento siempre esa cosquilla que me llevó a hacer alguna travesura y pensar que mi mamá no se enteraría, que no me castigaría, ¿verdad? Es la misma picazón paralizante de no llevar la tarea a la escuela porque total, por una tarea no me iban a raspar, ¿verdad? No cesa la cosquilla pasados los años y se presenta al momento de estar con mi novia sin protección, total, justamente en este momento tan especial no tiene por qué salir preñada, ¿verdad? Presente siempre, como parálisis mental, como huida hacia adelante, cuando le monto cachos a mi mujer, total, ella me maltrata y eso me otorga licencia para sinvergüencear y además, ¿quién se lo va a decir, verdad? Y así siguen pasando los años y ahora dicen hay un virus letal que supuestamente afecta la vida de la gente en todo el mundo —cosa que me parece un invento—, y como las cacareadas medidas de seguridad contra el bendito virus son un fastidio: dan calor, uno no se escucha, en fin... Y en medio de esa negación enfermiza y de la invocación tardía a santos que no me paran bolas —parece que es verdad la vaina—, la cosquilla de siempre, mi salto tan arraigado al precipicio, me dice insidiosa e incesantemente que no parezca ridículo ante los demás, que no me muestre paranoico por un virus, que no me sume a esos pendejos militantes del cuidado y, en mi conseja de siempre, decido que no tiene por qué pegárseme justamente a mí, ¿verdad? Ahora, aquí, bien jodido como antes, como siempre, aunque ahora con una contundencia irreversible, valoro y lamento la tremenda equivocación que he cometido al saltar por sobre todas las soluciones y terminar, como todo buen testarudo, entre el miedo y lo guapo, padeciendo de mi castigo de turno… Qué vaina.

miércoles, 6 de octubre de 2021

Se siguen yendo

Se siguen yendo. Siguen partiendo. Con una arbitrariedad aparente, la gente de cualquier color o intención, sigue desapareciendo bajo el signo el maldito virus. Ya es hora de que quede atrás eso de que no te crees el cuento o de que no te dé la gana cuidarte. Aunque nunca se sabrá la totalidad del cuento de cada caso —la ignorancia, la incredulidad, el descuido resultante o el miedo paralizante—, alguien cercano parece siempre sospechoso de conducir el bicho. Lo importante no es juzgar quién anda regando el asunto entre los demás, pero de cierto tiene que esa ligereza puede matar a muchos otros y no solo a quien la porta. ¿Fue solo el virus o había algo detrás que el virus terminó de precipitar? Con el apuro, la escasez, la negligencia o la indiferencia manejando el autobús, nunca sabremos exactamente qué es lo que nos arranca la vida. Es frustrante que siendo tan miedosos, el susodicho miedo ni se aparezca para mantenernos alejados del peligro. Quién sabe hasta cuándo seguiremos en esta paja. Quién sabe cuántos podremos contarla. Come bien.