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miércoles, 27 de diciembre de 2023

¡Amor romántico mis cojines!

El amor romántico parece ser la cubierta de lo valioso que debería haber debajo. Debería, el amor romántico, ser el efecto de una verdad subyacente mucho más poderosa por real. Pero no, no lo es. El amor romántico terminó siendo, en estos tiempos de compra y venta, de vitrina y crédito, un arma peligrosísima. El ramo de flores, la tarjeta, el poema y demás especies se convirtieron en el aspaviento inicial, en el mentiroso, en el que no deja ser como soy para que caigas, en el que predica a oídos sordos que todo irá bien porque nos queremos. Solo para eso quedó: para pantalla y parcho. El engaño, la indisposición para llegar a acuerdos adultos solo para retrasar el momento final se apodera de la relación y la reconciliación se convierte en el oxígeno, en el impulso para volver a la acción, y claro, para reconciliarse, hay que pelear. Así que, ya que me di cuenta, deja la florecita barata y vacía para otro día, para otra gente.

Eterno presente

Finalmente, llego el presente constante. Ese que todos vaticinaban que llegaría por mi edad, por mis costumbres. Le llaman “enfermedad”. Resulta que ahora soy “senil”, lo cual parece, mirando la cara de los demás, algo malo. Estoy investigando eso. Por lo pronto, sentado en mi jardín, en el balcón o parado en la acera, paso las horas —algunas bajo el sol— mientras la gente pasa e intercambiamos saludos. Escucho la música, veo las nubes y los árboles, los niños y sus mamás, con novedosa maravilla. A pesar de que me siento abstraído, no siento alteraciones importantes del ánimo y gozo de tranquilidad. No hay estrés por asuntos pendientes. Alrededor, veo a los míos llorar, discutir, correr, pero no sé de qué se trata. Imagino que tienen algún problema. Por mi parte, cuando quiero comer, como; cuando tengo sed, bebo; cuando quiero ir al baño, voy. A veces estas buenas gentes me ayudan. No hay historia que recuerde. No hay proyecto encima. Soy lo que soy hoy sin saber, sin controlar. No siento miedo. Miro la hora del reloj, pero no significa nada para mí; para los demás, sí: veo que miran el reloj y corren mientras se quejan. No entiendo mucho de lo que veo o escucho, pero parece que no es importante para lo que yo necesito. A veces se dirigen a mí como si fuera un niño y me da risa. Ahí vienen otra vez. Creo que dejaré de escribir esto para seguir comiéndome este pancito con café con leche.

Una sensación me afecta el cuerpo

Tengo una sensación que me afecta. Siento que el corazón se aceleró y sacude el resto de mi cuerpo. Es el efecto de una emoción. Hace rato me conmovió una noticia e inmediatamente comenzó esto. Aunque ya mi mente se tranquilizó, el cuerpo sigue agitado. Es curioso de cómo me di cuenta de la relación entre algo que me dijeron y el malestar que siento ahorita, incluso después de identificarlo. No es la primera vez. Ya ha ocurrido antes y me produjo acidez estomacal, me mandó para el baño, me puso de mal humor o no me dejó dormir. Ahí está todavía, aunque con menos intensidad. Parece que me escuchó echar el cuento y se siente aludido. Tal vez, al sentirse descubierto, traído a la conciencia, fuera de su escondite, es como desaparece. Quizás, como dice Gualberto, es un dolor cobarde.

martes, 5 de diciembre de 2023

Las palabras esconden la verdad

Las palabras esconden la verdad. Las palabras tratan de representar la verdad, pero nunca podrán porque la única manera de saber la verdad es vivirla, no escucharla, no leerla, tampoco es repetir las palabras. Desde hace mucho tiempo, cuando llegamos a crear el lenguaje, se creó también la idea de las cosas, la imagen mental de la realidad que vendría, poco a poco, a sustituirla. Por muy detallada que sea nuestra narración, contar una experiencia —con lágrimas, con sobresalto, con emoción— a alguien nunca llegará a ser igual a la experiencia misma. Ilusamente, queremos convencer a los demás de lo que decimos, pero esto es solo lo que decimos. Incluso, si tuviésemos la verdad en nuestras manos, la única manera en la que se nos ocurriría para proporcionársela a los demás es con palabras de nuestros labios, en un papel, y el otro solo captará sonidos, verá símbolos y se hará su propia idea usando el filtro de su percepción. Las palabras, por su insuficiencia y su imperfección, solo llegan a ser el lente roto o sucio mediante el cual vemos la realidad. Las palabras parece ser, en últimas, las creadoras de las versiones de la realidad de la que cada uno es esclavo.