No quiero tu devoción. No quiero ser
tu santo, el medio y fin de tus plegarias. No quiero
sobreprotecciones ni altares. No quiero caricias pegajosas que
destilen temor y apego. No quiero que al levantar mi mano te coloques
en posición de sacrificio, ni que al cerrar los ojos te sientas
libre. Eso es mucho compromiso para lo que estoy dispuesto a aceptar.
Soy un pecador, un pícaro, y como tal merezco algo de desconfianza,
de vigilancia enfermiza. Quiero reclamos airados, manoteos que
terminen en agarrones y besos, en abrazos y cama. Quiero sublevación
y propuestas en contra. Quiero huelgas y declaraciones de guerra desintencionadas, si
eso fuese posible. Quiero pasión.
Quieres una vida...
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