Soy como un imán. Inofensivo de lejos,
sin gravedad que arrastre. Podrás pasar alejada, mirar sólo un poco
y retirarte con éxito. Por mi parte, podría orbitarte sin colisión,
sin turbulencias en la ruta. Pero cuidado. Si te distraes, si tus
pasos te traen, queriendo o sin querer –según tú–, no podrás ni
querrás evitar el impacto. No podrás moverte de mi lado; te
quedarás pegada por uno de mis polos, y como víctima fatal, como
suicida sonriente, te dejarás traer hasta unir tu mejilla con la
mía, tus brazos con mi espalda, tus labios con los míos. Así que
te recomiendo, muy encarecidamente, que permanezcas exactamente a esa
distancia si no quieres perder la elegancia que viste tu andar; si no
quieres perder la claridad que te protege y te guía, mientras me
miras desde detrás de la reja.
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