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domingo, 25 de diciembre de 2011

Que tire la primera piedra, pues

Que si libre de pecado, que si la primera piedra. Y bueno, ¿por qué no? La primera piedra será, pues. El pedacito de roca voló por los cielos y cayó en la cabeza de un inocente, en la mesa de un hambriento, en los sueños de un niño. El Libro me hubo dado permiso para este desafuero calculado, y yo casi que obedecí. Todo pasó y fui un pecador de los originales y certificados. Pero el asunto no paró ahí. El miedo al castigo fue quebrado en pocas horas y nació el cinismo moderado. Para este momento, ya sabía más de piedras, de punterías, de destinos, y no pude, ni quise evitar reincidir. Ahora eran más piedras; ahora tenían mayor frecuencia en sus aciertos. De hecho, hasta calendario tienen, dejando saber cuándo y dónde tendrá lugar el próximo atentado. A estas alturas, no hablo de pecados, menos de respeto y definitivamente nadita acerca de moral, pero tengo una extraña e imperturbable sensación de bienestar.

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