Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"

lunes, 24 de noviembre de 2014

Aquí te espero, muerte

Aquí te espero, muerte. No correré más. Total, ya sé cómo es que te mueves. Llegas de repente o avisas con tiempo para aumentar el temor que te tenemos todos… que ya no te tengo. Cuando quieras, asoma sus cacareadas huesudas fauces y tengamos la conversa pendiente. Ya no temo. Ya no temo y te diré el porqué. Porque siempre has estado presente en mi vida, tomando de la mano a los míos y ajenos. He presenciado los episodios más variados de tus apariciones. Ya me aburriste. Ya estás retratadita. Ya no eres el misterio que todos creíamos cuando pequeños. Eres sólo la parte final de la vida, y la gente te teme sólo por las cuentas fallidas que hay que darte, por esos descuadres, por la malversación de tiempo y esfuerzo en empresas equivocadas. Ya me puse mi bata de baño, muerte, que es como me quiero ir. Ya escribí la nota de despedida  -muy tierna y alegre, te participo-, en la que te desenmascaro ante los míos. Ya me tomé el trago de inspiración. Comprendo que te has ido arrechando a medida que me lees, muerte, pero es que no tengo la culpa de la comprensión que al fin me arropa. Ahora te demoras, parca. Ahora quieres ensayar de nuevo el truco fallido del “todavía no”. Ahora soy yo quien te espera sobrado. Por más malabares que hagas ahora, por más trucos sucios que gestes en estos instantes, mira:  Nadie me quita lo bailao ni la sonrisa que deja.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Descalabro

Allí estaba sentada ella, simpática, expectante, con ganas de vivir. Iba en el metro al trabajo, como todos los días, con la esperanza de dar con el botón que la haría realizarse como profesional, como mujer, como ser humano, en un futuro no muy lejano. A su lado, como cada día, su esposo. Él, con el invariable sopor que lo arropaba desde algún momento de la relación hasta ahora, entretenido con su teléfono inteligente, jugaba  algún jueguito de moda, mostrándole a su mujer, de vez en cuando, que había logrado superar el nivel actual.
Ella lucía espectacular. No era estereotípicamente linda, pero su mirada y su sonrisa recortada provocaban la mirada de los caballeros alrededor. De pronto, dejó caer sin querer el bolsito del almuerzo.  Su querido gordo (como ella le decía) seguía absorto en su pequeña pantalla, al mismo tiempo que un joven, desde el otro lado del vagón, casi se arrodilla para recoger el bolso y depositarlo en sus manos estilizadas, bien preparadas para asir, para acariciar, y muy pronto, para dejar ir.
El gordo sólo pudo ver el celaje de algo que se acercó a su esposa y desapareció, pero no se fijó que de nuevo, ella clavó suavemente su mirada encantadora sobre su fugaz benefactor en señal de agradecimiento.
Ella miró al tipo que estaba a su lado en el asiento, en su cama, en su vida, y de nuevo se argumentó que todo estaba bien, que todo mejoraría en el futuro. Ella seguiría, por amor a su querido gordo, capeando todas las atenciones que le prodigarían príncipes y villanos en el intento de hacerse de esos ojos por un rato, por unos días, por toda la vida.

Al menos…  eso era lo que ella pensó entonces.