Tal vez es la costumbre.
Tal vez es la inercia. Tal vez lo artificial de la necesidad de correr hacia
delante nos obliga a vestirnos de un problema distinto cada día. Tal vez
debamos descansar detrás de un árbol, mientras terminamos de jadear, donde nadie
nos pregunte. Tal vez sea necesario, después de estos años, lograr que nuestra
respiración sea lenta, que lo sobresaltos, las pesadillas y los complejos de
culpa den un paseo indefinido, sin presión. Esta vez, tal vez decida cometer un
par de pecados y sonría luego, con un “¿y qué?” desvergonzado en mi cara.
Seguramente, dormiría sin la usual ayuda moderna. Seguramente, despertaría sin
saltar de la cama. Probablemente, podría sentir, en mi soledad bien ganada, el
aire que entra por el balcón ahora abierto en mi cara, hasta sentir que todo es
fresco, como ya no recordaba.
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