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lunes, 30 de diciembre de 2019

Tu extraña comprensión del tiempo

Entonces me estás diciendo que el tiempo es fijo, inamovible de tu comprensión; que las duraciones se pueden medir con el aparatico ese que llevas ahí. Te encerraste en tu cuartico sordo y afirmas vehementemente que no hay nada nuevo qué entender sobre el paso del tiempo, de lo importante que es, de lo imprescindible que resulta en nuestras vidas. Me manoteas mientras afirmas que tu día son ochenta y seis mil cuatrocientos tictacs que hay que rellenar para cumplir. Planificas arduamente para hacer las cosas el día adecuado a la hora precisa, “porque si no, todo se daña”. Y después de toda esa cantaleta sobre precisión y oportunidad, se te pierden los ojos involuntariamente y me dices pensativo que cuando te descubres en algún momento sublime, amoroso, gozoso, “se te pasó el tiempo rápido”, o que cuando estás en una tarea tediosa, en medio de una angustia o incertidumbre, todo ocurre “como más lento”. Regresas luego al ahora solo para mirar el reloj y asegurarte de que vas encaminado, de que todo está bajo control; pero tus extraños temblores me dicen otra cosa. Intentas agarrar tus sueños, tus expectativas más trascendentales, tus mejores momentos y embutirlos en las gavetas displicentes, frías y burlonas del tiempo. Conviertes una comida deliciosa en “media hora para comer”. Le quitas las dimensiones reales a todo y lo aplanas para meterlo en la máquina de medir a ver si puedes, si te alcanza. La verdad, me parece un tributo absurdo. Me parece, de hecho, una extraña religión.

No sé si gritarlo o seguir callando

No sé si parar el tránsito, subirme a un muro y gritar mis verdades relativas, mis puntos inconclusos de honor… o quedarme calladito, imperceptible a la multitud y seguir tejiendo mis asuntos para, más adelante, sí, lanzar al mundo mi manifiesto definitivo e irrefutable. No sé si sea oportuno alborotar ahora mismo a todo el que pueda convertirse en mi adversario y prevenirlo sobre mis cosas. No sé si resulte todo como lo deseo si parte de mis oficios es regarlo, explicarlo, establecerlo. No sé si restregar al otro en la cara con una disertación altisonante vaya a ser lo que otorgue el poder y la credibilidad a mi proyecto. Pero chico, sobre todo, más allá de cualquier consideración secundaria, no sé si darlo a conocer por miedo a que algún transeúnte del argumento me visite y derrumbe fácilmente toda esta construcción precaria que por ahora me emociona tanto, y me niegue así la oportunidad de defenderme como es debido.

El facilitador indetectable

Eres el facilitador indetectable, ese que motiva con una frase, con una pregunta, y se marcha dejando la semilla, la inquietud agazapada que luego tomará la forma de un acontecimiento. Eres simple y agradable para la conversa, pero te conviertes en algo imperceptiblemente necesario; eres alguien con una especie de misión, pero hasta ahora nadie, tal vez tú incluido, sabe cuál es. Eres alguien que rompió el cascarón, y al contrario del flujo usual del mundo, despertó a otro tipo de experiencias, de comprensiones, de realidades. Eres alguien que en algún momento se alivió sabiendo que el gozo no tiene maquillaje, no tiene etiquetas, no tiene sobresaltos; que la risa está sobreestimada y solo alterna con el sufrimiento en estos ciclos efímeros que sirven solo para prorrogar esto de respirar sin vivir. No conozco tu pasado, pero no aparentas tenerlo. Eres presencia ligera, llevadera, tranquilizante. Afortunadamente, tu paso por mi lado es breve… así no tengo tiempo de ubicarte en mi odioso catálogo de gente rara o peligrosa. 

sábado, 28 de diciembre de 2019

Papá: Estás quedado

Papá, estás quedado. En medio de tu letargo disfrazado de sabiduría, crees muy seriamente que dominas el entorno en el que estoy creciendo… no es así. En el poco tiempo en el que miras hacia donde estoy, vienes, haces alguna pregunta de chequeo y ante cualquiera de las respuestas prehechas que te propino, me acaricias la cabeza con autocomplacencia y te alejas de nuevo a tus espacios preferidos en los que los demás te escuchan con atención, en esas parcelas en que recibes admiración incondicional. Te veo −de lejos, claro− y tus luchas, tus sueños, parecen avanzar satisfactoriamente mientras siento que te alejas poco a poco de mis necesidades, de mis gustos, de mis rumbos. La tristeza eventualmente aparece, pero estoy por aceptar que lo que me une es este amor grandote e inevitable y no tu capacidad de guiarme, de orientarme en medio de mis confusiones, mis disyuntivas, mis cuestionamientos. Ya se me hace tan evidente que debo ver por mi lado cómo voy solucionando mis problemas, que no voy ya a tratar de llamar tu atención. Mirando alrededor y con algo de introspección, creo que ya he comenzado a tejer el comienzo de mi vida futura. Tal vez no te necesito tanto, aunque no ha habido placer ni orgullo en admitirlo. Del héroe que alguna vez fuiste; del tipo que todo lo podía responder; del ídolo que alguna vez esperé cada día a que me sentara en su regazo y me prodigara mimos y besitos, pasaste a ser solo mi viejo papá, con sus achaques, con sus mañas, con sus viejas creencias y maneras. Me disculparás, viejo, pero de tantas cosas que sentía por ti, solo me queda el amor grandote. Igual no temas, mi querido viejo, que igual te cuidaré.

lunes, 23 de diciembre de 2019

¿Cómo entender la espiritualidad?

¿Cómo entender la espiritualidad? ¿Cómo meterse a entender ese fantasma de comiquitas que siempre nos mostraron como algo divertido, siniestro o destructivo? ¿Cómo abrir una puerta hacia algo que desconocemos, pero que no nos resulta tan descabellado a medida que se desvela? ¿Cómo entender algo profundo y vital, pero bajo una luz y una lente comprada con dinero? Tal vez alguien se robó la espiritualidad y la quiso secuestrar en alguna mazmorra —como ocurrió con los libros— para mantener encerrada lo que luego resultó ser solo una caricatura que todavía sigue saliendo en suplementos y películas, sin conversa ni debate, lejos de la luz del sol. Es como un miedito que el señor de los cañones le tiene al despertar de la gente. Entonces, ¿cómo bajar la palabra “espíritu” del pedestal de mármol, sacarla de la penumbra y colocarla al nivel de la palabra “conciencia”? Tal vez descubrimos al final que no era un fantasma, sino el mismísimo despertar de un malo y prolongado sueño que solo sirvió para consumirnos a merced de la inconciencia.

¿Y tú eres médico?


¿No han tenido un jefe que ante una situación de salud de un familiar o un amigo, en la cual uno se encarga de resguardar la seguridad de la persona afectada y esto hace que el horario de trabajo se haya visto afectado, te dicen “¿Y acaso tú eres médico?”? De verdad es que esta gentecita que es capaz de anteponer el horario de trabajo a la salud o el interés de quienes muestran afecto por los demás —que por cierto no abunda últimamente— podría catalogarse como un peligro para la sociedad, como cómplices descarados del empobrecimiento del ser humano. Ya sabemos por dónde vienen y a qué. Con esa pequeñita expresión fecal ya tenemos una muestra de la herencia emocional que arrastran, y aunque no creo pertinente un castigo de nuestra parte, sí pienso que hay que tener mucho cuidadito e ir agarrando los cachachás para mudarse de establecimiento de estos rateritos de la vida.

Nostalgia, dulce trampa

Nostalgia, dulce trampa que nos mantiene anclados en el pasado. Perfecto espejismo que se maquilla cada vez que se mira al espejo. Fuente permanente de condicionamientos y dramas para el ahora. Curiosa cantera de respetos, admiraciones y gozos diferidos que se disfrutan un tanto fríos, pero con una sonrisa y un definitivo agradecimiento. Saludos, pues, a quienes siguen visitando en sueños, a quienes aparecen en mi mente después de mencionar una frase ligada a un momento, a quienes modelaron en algún grado y sin saberlo, estrechando mi mano o no, el lente con el que ahora aprecio la existencia.

domingo, 22 de diciembre de 2019

El que se fue y vino

El que fue y vino conoce el camino. El que desobedeció el mandato y luego volvió, conoce el camino. El que pecó y resintió su pecado, conoce el camino. Por otro lado, el que recorre el camino, a pesar de tener solo una perspectiva de él, sabe que esa perspectiva es un hecho, no un fantasma. El que recorre el camino gana certeza. El que no ha recorrido el camino solo tiene la idea inducida. El que “no debe” recorrer el camino, incluso le huye a la idea inducida: ni siquiera habla de ella. Con tanta contaminación, con tanta interpretación, con tantas intenciones sueltas, sería difícil saber por qué no recorrer el camino, por qué ceñirse al dictado, resultando todo en la curiosidad. La curiosidad mató al gato, metió en drogas al muchacho, preñó a la chica y quién sabe cuánto estropicio más. Así que, si me disculpan, me voy a recorrer el camino y a echarme encima mi mala fama. Ya dependerá de ustedes, los que se quedan mirando, fantaseando, especulando y despotricando, recibirme luego de mi periplo. Si se portan bien, hasta podría contarles parte de esa verdad que ignoran… ¡Chaíto!

Oye, Adolescente: ¡NO!

Ya sé que estás harto de no tener el control en casa. Ya sé que tus padres no están en nada y no te entienden (yo también lo creo). Ya sé que tus hormonas te tienen calenturiento con el culito aquel. Ya sé que estás en edad de valerte por ti mismo y salir a trabajar en lo que sea, total, lo que llevas de estudio mocho te preparó ya mismo para algo mejor. Nadie comprende que estás enamorado de ella, que te duele tanto cuando se separan en la noche y ya sé que quisieras amanecer con ella y compartir toda tu vida con esa mujer de tu vida. Ya sé que probaste algo que te quita la arrechera y hasta te hace reír por un ratico, aunque ello esté vetado por la decencia de la sociedad. Sé también que tu cerebro ya funciona a mil por hora y que tu inteligencia no se compara con la de tus padres, viejos anacrónicos que lo que hacen es joderte desde que amanece hasta que llegas en la madrugada. Sé que ya le propusiste a tu futura mujer escaparse de casa e irse ambos a vivir en cualquier sitio y así matar dos pájaros de un tiro, mientras levantan cabeza y comienzan su futuro promisorio. Pero, ¿sabes qué?, mucha de esa brincadera emocional va a pasar y el pulso se te tranquilizará. Aunque los viejos no van a cambiar mucho a causa de este desbarajuste, aprenderás a quererlos más y hasta a agradecerles su torpe esfuerzo por que sobrevivas a tu juventud. Del “amor de tu vida”, aprenderás que solo fue tu primer amor y que después de los besos y los orgasmos en medio de una vida rutinaria y de supervivencia precaria, las explosiones multicolores se atenúan bastante y probablemente termines en un callejón sin salida mucho más doloroso, desesperante y sin recursos de salida que el que sientes ahora. Tu inteligencia prodigiosa sí te ayudará a ganar dinerito y a arreglártelas por ti mismo luego, pero no te ayudará mucho en las situaciones que requieran amor del bueno y dirección. Por ahora la tranquilidad viene de los subibajas de las sustancias y las fiestas interminables, pero pelo a pelo irá siendo descubierta a medida que tomes el verdadero control de tus acciones y emociones. No quiero desilusionarte diciéndote que esto requerirá años de fogueo, pero no hay atajos. Mientras, mi pana, al menos intenta joder a la menor cantidad de gente posible y ocuparte en algo constructivo que te ayude a levantar una vida plena de satisfacciones y de poco arrepentimiento por experimentar. Después hablamos.

sábado, 21 de diciembre de 2019

Todo esto fracasó

Todo esto fracasó. Todo esto es una farsa; pero como es tan grande y omnímoda, todos creyeron que era la única manera de vivir. El resto de las perspectivas desaparecieron de la pizarra. Los que critican al sistema lo hacen tan ridícula e hipócritamente, que la audiencia opta rápidamente por ignorarlos. El dinero es el valor indiscutible predominante que demuestra el triunfo. El poder se levanta con toda su fuerza y sus medios e para hipnotizar a todos mientras les sabotea su esencia. La solidaridad pasó a ser una pérdida de tiempo, una acción fallida, desprestigiada sobre todo por aquellos que pegan codazos y aplastan cabezas para poder acariciar el llamado éxito. El amor verdadero dejó de ser el tema central para dejarle el paso libre a la inyección de sueños absurdos y apasionados que mantienen a los borregos comiendo de la limosna que se torna cada vez más escasa. La paz es un cuento chino que solo existe en los artículos de revistas que enseñan a respirar para arreglar la vida y en películas que no impactan para nada las taquillas. La alegría es un boleto para llegar ahí mismito, efímero y engañoso que sirve cada quincena para aplacar la percepción del fracaso total del modelo de vida que vende el sistema. Y así seguimos, enmarañados en la pasión, el logro efímero, el placer externo, el miedo y la desesperanza, dándole la bienvenida a los narcóticos que al fin vendrán a quitarnos el temblor por un ratico. Y es con ese cohete por detrás, que nos persigue, nos exige, que no nos deja opción, que queremos durar, permanecer lo posible haciendo el papel de mendigos profesionales, orgullosos, que gritan sus ofertas engañosas impunemente. Queremos tener una subsistencia duradera, un hogar duradero, un trabajo duradero, unos amigos duraderos, sin importar, al fin, qué clase de basura es la que nos empeñamos en llevar a cuestas durante todo el resto de nuestra existencia.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

¿Se acabo el amor?

Se acabó el amor. Se desapareció el amor. Quedé en medio del escenario vacío, oscuro y sin razones, sin explicaciones, sin pista alguna sobre lo que ocurrió. Me dicen que el miedo y la desconfianza lo vencieron. Afirman que el amor cambia y se desencuentra. Me juran que así es la vida, que me seque las lágrimas y siga adelante en la nueva búsqueda del amor… del que sí va a ser para toda la vida. Me pregunto si era amor, amor verdadero. En la noche me atrevo a preguntarme si no era un plan predestinado a fallar por falta de cimientos claros, de bases que aguantaran la pela de los años. Una vocecita burlona me dice al oído que tal vez todo fue ilusión infantil o pasión carnal venida a menos. Me da terror pensar que todo fue una costosísima historia rosa o una explosión de ego lo que ayudé a tejer sin consideraciones de gente grande, consecuentes, amorosas en el sentido amplio. A medida que pasa el tiempo, se me hace menos imposible pensar que el final fue tan natural como el de un proyecto planteado por ignorantes en la materia, por seres todavía en aparente crecimiento, por quienes creyeron honestamente en las estupideces que el entorno “moderno” siempre les sembraron en sus cabezas. Pensándolo bien y dejándome de tonterías, ahora que lo pienso, me parecería todo un milagro que ese esperpento de colores estuviese todavía en pie.

lunes, 16 de diciembre de 2019

Me enamoré de un rol, versión tú


Me enamoré de un rol, de tu rol. Siempre te visitaba entre la multitud para apreciar tu trabajo. Me enamoré de ese rol que todos admirábamos y del que todos querían un pedacito. Pero fue una atracción fatal hacia solo una parte de ti. A medida que fui conociéndote, pude ver de cerca la perfección de tu ejecución. Sin embargo, cuando quería que bajases de tu pedestal para que conversáramos del día a día, de tu familia, de tus sueños, de lo que yo podía ofrecerte, te alejabas con violencia después de proferirme una mirada de pánico, de desconfianza. Nunca supe supe lo que ocurría contigo en ese momento, pero me siento como un tonto por ilusionarme con compartir mi vida contigo, sobre todo cuando ahora veo claramente que eres solo un trozo de alguien que no pudo labrar cada aspecto de su vida y buscó como último recurso el encierro dentro dentro de lo único que sabía hacer con esmero: lo suyo.

Me enamoré de un rol, versión yo

Me enamoré de un rol. Me enamoré de solo una parte de mí. Me enamoré de ese retazo que cultivé hasta llegar a la perfección. Cuando estoy en esa parcela irrepetible, no hay nada que me pueda perturbar. Soy el amo de esos lares, de esos dominios, y mi bandera está clavada allí para que sepan que no deben meterse con eso. El problema sobreviene cuando debo salir de este entorno de ejecución inmaculada al exterior, a la vida normal. Una vez terminada la labor y ser arrojado al mundo de la incertidumbre con el que todos están acostumbrados a lidiar, me convierto en un ser discapacitado. Tengo dificultad para conversar, para compartir. Me paraliza una solicitud de colaboración, y más todavía de convivencia. No entiendo los códigos de quienes pasan por mi lado comentando su día, expresando sus sueños, sus dolores. Mi comprensión sobre el otro es nula. El intercambio entre los demás me produce tal parálisis, tal repulsa, que el miedo me hace quitar la mirada, manotear y salir corriendo hasta llegar a mi casa, mi otro refugio. Así que permanezco adicto a mi rol, ese triunfador y aislado del que les hablaba anteriormente; y aunque asumo que debo buscar ayuda para ajustarme a lo que llaman “cotidianidad” o “empatía”, trataré en lo posible, como un niño malcriado, de encerrarme el mayor tiempo que pueda en mi hueco de salvación.

domingo, 15 de diciembre de 2019

El inmenso universo y sus reglas

El curso del universo es inmenso, coherente, inevitable. Solo nuestras pequeñas y efímeras mentes no se dan cuenta de su perfección porque somos solo insignificantes islas en medio de un mar inmenso que promete mucho más de lo que se puede mirar a simple vista. Todo es más amplio de lo que podemos observar, aunque esta visión superficial nos lleve toda la vida en completarse: no tiene caso. Son retazos de conocimiento que solo pueden notar con escasez tímidas aproximaciones de la realidad. La realidad. Esa realidad de la que nos sujetamos y a la que defendemos de cualquier manera apasionada será solo nuestra propia perspectiva; nunca será la verdad lo que digamos porque nuestras lentes y nuestros medios están ridículamente contaminados, enrarecidos o retorcidos por nuestras experiencias y nuestras creencias. Es como pedirle a un ciego que nos describa el vecindario sin haber salido de casa. Así que déjame seguir contemplando todo cuanto ocurra y tener la ilusión de que puedo cambiar algo, de que existe un futuro por conquistar, cuando realmente somos las hormigas en el lomo del elefante. Todo pasa y todos pasaremos. El circo resultó no ser nuestro y hay que conformarse con saber que somos solo los payasos que se distraen con sus propios malabares.

lunes, 9 de diciembre de 2019

No me importa nada

No me importa nada. No me importa que haya gente muriendo de hambre, de enfermedad, de ignorancia; total, yo estoy muy bien. No me importa que se esté destruyendo la fuente de los recursos que sostienen la existencia del ser humano en el planeta; total, no estaré vivo para cuando eso estalle. No me importa robar un poquito –si es que le quieres llamar así–; total, todos andan en lo mismo y al final ni se nota. No me importa perder semanas sin hablarle a mi madre, a mis hijos, a mi mujer; total, ando arrecho y distraído con cosas más divertidas. No me importa mentirme a mí mismo por un rato más; total, todo mejorará aunque todavía no sepa cómo. A diferencia de muchos comeflores escandalosos, no me importan muchas cosas que ellos quieren usar para que yo quede como un tipo insensato que actúa como cierto tipo de pato: un pasito, una cagadita.

La alegría está sobrevalorada

La alegría está sobrevalorada. Una emoción tan efímera no debe ser el blanco de tanto deseo, de tanto plan, de tanto estropicio. Sí, claro, los acontecimientos importantes, los logros, las metas cumplidas producen alegría, pero no es por estar alegres o felices que nos embarcamos en estas luchas. Es por estar distraídos, ocupados, por “estar en algo” que nos trazamos estos objetivos, muchas veces alejados de lo que somos realmente. Estar alegres es como estar bañados: se siente bien, se siente fresco, se siente correcto, pero en algún momento habrá que repetirlo para que valga la pena; y a ese ritmo inestable, quien no tiene suficientes acontecimientos alegres, tanta leña para mantener esa costosa flama encendida, desarrollará esa adicción conocida a la sonrisa forzada, a la búsqueda incesante de retazos baratos de material a consumir que mantengan andando ese vehículo tan solicitado y atiborrado de gente que llaman alegría.

El rincón de las certezas

Me levanté un buen día con las certezas que había soñado. Podía resolver cualquier situación con mis nuevas herramientas de lógica y cálculo en un dos por tres y sin mucho miramiento a la posibilidad de fallar. Todo se me daba tan fácil que los demás me producían, cuando más, compasión. Hasta un libro escribí. Pero ese supuesto despertar no duró mucho. Resulta que pasé por alto los contextos y escenarios de mis afirmaciones y resultó que todo lo que pensaba era cierto e invencible solo para una muy pequeña parte del tiempo y del universo. Resultó que me había convertido en un necio que lanzaba sentencias ligeras sin darme cuenta del ridículo escandaloso al que me arrojaba con la confección de cada nuevo teorema. Fue solo tiempo después de aquel descalabro mental que cierta perspectiva menos ególatra me ayudó a ver algunas verdades más allá de mis emociones. Todo se simplificó como por arte de magia, pero esta vez no fue mi mente con sus retorcidos excesos de pensamiento lo que dejó ver los nuevos caminos a seguir, sino la paz silenciosa y poderosa, lejos de la cual me mantuve balbuceando en este presunto rincón de las certezas.

domingo, 8 de diciembre de 2019

Muchas puertas, por supuesto

Después del primer proceso doloroso que me llevó al foso del sufrimiento por algún tiempo para luego emerger triunfante de entre las cenizas del incendio previo, se abrió una puerta de bienestar. Sentí entonces que había logrado traspasar el umbral a la madurez y hasta a cierta espiritualidad que me haría el camino más fácil por el resto de mi vida. Pero estuve equivocado. Caí una y otra vez en medio de nuevas cegueras, de hipnotismos enloquecedores que me secuestraban cada vez. El malestar se hacía presente de nuevo. Al asumir la frustración y el aprendizaje respectivo, veía que se abrían nuevas puertas que aliviaban, en cada circunstancia, el dolor que se hubiere acumulado, resultando siempre el proceso en un paso hacia adelante. Muchos años después, sé que muy poca gente recibe el regalo de la puerta definitiva y la verdad, ya no lo anhelo. Una puerta llevará a otra, dibujando siempre un nuevo camino por recorrer. No es que sea malo: es como es. Ya asumí que vendrán nuevas caídas; asumiré sus dolores y aprendizajes, y sé que pronto vendrá una nueva puerta que me situará en el mejor de los entendimientos para el momento. ¿Qué si quisiera mi puerta definitiva? Claro que sí, pero no hace daño asumir que nunca llegará sino como en forma de pruebas de diferentes caras y tamaños. Estoy conforme. Estoy contento. Ya desapareció el drama.

sábado, 30 de noviembre de 2019

Te debo honestidad

Creo que te debo honestidad. Pareciera parte del respeto que también te debo. No me siento bien cuando dejo de decirte lo que considero importante, lo que siento que podría aportarte y por temor me guardo. En mi defensa, debo decirte que la razón por la que no soy completamente honesto contigo es que no sé cómo hacerlo sin afectar nuestra cercanía. Siento que si lo hago mal, te vas a resentir y aun sin decírmelo, te alejarás y nada será como ha sido hasta ahora. Sin embargo, como sí te debo honestidad, debo honrar esa deuda permanente y por eso buscaré la manera de hacerlo bien, con tacto, aunque con sinceridad. Mis percepciones estarán ahí para darle un tinte particular al asunto, pero lo que quiero ahora es que te centres en mi genuino interés por tu bienestar. Si quieres, lo discutimos; si quieres, profundizamos en el asunto y así yo puedo ganar una mejor perspectiva sobre el tema, pero lo que no quiero es espantarte y perderte en la oscuridad. Creo que expresar mi punto de vista será como bañarse con agua fría, porque espero que solo será incómodo al comenzar. Ojalá no me equivoque. Ojalá no meta la pata, pero es que ya no aguanto más callar sin dejar de señalarle a alguna puerta de salida a tu dolor.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Lo que crees ver

Lo que ves no es lo que crees ver. Lo que ves es solo un reflejo de lo que tu cabeza te dice que debes ver haciéndole caso a tus pobres percepciones. Lo que ves en aparente reposo es solo un instante congelado de una circunstancia mucho mayor; es solo una parte fugaz de una escena de mayor complejidad, con causas, antecedentes, razones y consecuencias. La amañada simplicidad de tus sentidos y el carácter reduccionista de tus caricaturas mentales están muy lejos de comprender toda la situación, por lo que se queda en un punto terco de perspectiva que abraza y celebra sus limitaciones. Afortunadamente, ya llegará el momento en que el panorama se irá ampliando y tu “darte cuenta” comenzará a trabajar cabalmente por primera vez en tu vida. Así que, si lo que ahora ves es un tigre flotado en el aire, todavía te faltan muchos kilómetros de camino tortuoso antes de sentarte a descansar.

Rituales...

Rituales. Estorban mi visión. No dejan ver lo que realmente está detrás. Normalmente hay una realidad, una verdad detrás de ellos, pero con tanto brinco y repetición no me dejan saber cuál es. Rituales. Anclas que sirven para enganchar la verdad a un relato, a una actividad, a una señal, que permitan que la resolución de las situaciones llegue sin mucha comprensión, y parezcan algo así como milagroso. Si hay un orden superior, si hay una conciencia profunda, si hay un Dios amoroso, la verdad es que con tus malabares, con tus manipulaciones y tus entusiasmos alocados, no me los dejas ver… no me los dejas reconocer. Es por esto que te voy a pedir, muy encarecidamente, que te alejes por un rato y me dejes solo, en silencio, para ver si sacudo tus monerías de mi cabeza y comienzo a mirar las grandezas que la vida me tiene deparadas antes de que vuelvas a robar mi atención.

martes, 26 de noviembre de 2019

Debilitar los estímulos

No tenemos que resistir estoicamente cada respuesta inesperada o indeseada del entorno. No tenemos que forcejear y ni coquetear con la frustración cada vez que no entendamos algo que ocurrió. Se va tornando algo cansona, aunque increíblemente imperceptible, toda esa serie de bofetadas que recibimos del exterior una y otra vez. Dicen que la fortaleza está en levantarse cada vez que uno cae —y suena bonito—, pero ¿para qué caerse tanto? ¿Para qué hacerse el héroe, el que se las sabrá todas después de las contusiones? ¿Para qué centrar la atención en cada evento que no depende de nosotros? “No sé” puede ser una respuesta válida. La incertidumbre no juega en contra, sino a favor. No hay nada escrito, a menos que tú mismo quieras escribir una tragicomedia solo para ir y contarla a tu círculo de aplaudidores desinteresados. ¿Para qué traerse por las greñas cada piedrita del camino y armar una historia de terror? Creo que exageras. Creo que te gusta la vaina. Creo que debes ocuparte en ti como no te habías ocupado antes; así verás que tienes mucho por escudriñar, por descubrir, por entender, por gozar, en lugar de estar buscando pichaches efímeros que te hagan sentir vivo. Si me lo permites, déjame ayudarte a no luchar contra los monstruos, sino a desenchufarlos. Al final del camino, segurito, encontrarás unos anteojos más limpios para ver mejor hacia afuera también… después me cuentas.

viernes, 22 de noviembre de 2019

La luz de la conciencia

Arrojar luz sobre la oscuridad y apreciar las cosas como realmente son, sin prejuicios, sin especulaciones, sin condicionamientos. Caminar, y en el camino seguir dejando caer rayos de luz sobre cada sitio hacia donde veamos, hacia cada situación por resolver. Eso es la conciencia. Luz que no se acaba, que no tiene fecha de caducidad, que no se apaga. Eso no ocurrirá jamás. Por el contrario y por fortuna, cada candil que se enciende va sumando a la claridad que ya nos venía guiando. Es un torbellino creciente y a favor sentir por primera vez que por ahora seguimos albergando oscuridades y que en algún momento les llegará su oportunidad para desvelarse. Muchos de esos misterios todavía tienen un sentido de existir. No saberlo todo se convierte en el nuevo estado de honestidad desenfadada que permite aceptar y continuar. La ignorancia natural se destapa y nos deja sin complejos, listos para plantearnos cualquier rumbo sin miedo ni resistencias. El brillo deja sin efecto el drama. Todo comienza a tener sentido, un sentido distinto del que conocíamos y lo que antes era una puerta trancada que ahora aparenta dejarnos entrar sin objeciones, sin condiciones, a la luz de la nueva conciencia en crecimiento, a un ritmo distinto, con una óptica inédita que nos reafirma, cada vez, que nuestros párpados siempre estuvieron cerrados… hasta ahora.

Química que apesta a muerte

Siento bullir las toxinas en mi cuerpo. Siento revolverse la calma de mis vísceras y convertirse en caos. No tardan en asistir a este aquelarre del fracaso, el dolor, el entumecimiento, el mareo. En medio de mi rutina cotidiana de mejorar, de superarme, de superar a otros, de superar a la vida misma, llegó la visita que me contaban inexorable. Sumido entre los planes, los mapas del tesoro, los álbumes de fracaso, me agarró este retortijón de tripas que me grita en la cara que ya basta, que no se puede más, que deje de hacer lo que estoy haciendo y me recueste, al fin, en el espaldar. No demora mucho en aparecer cierto hormigueo en las manos, el conocido desmayo parcial que tan bien sé disimular, el palpitar de las arterias hartas de tanta exigencia. Siento el desfile de porquerías por la sangre, la amargura en el tubo digestivo, el temblor en las manos y la parálisis ante la tarea pendiente del momento. Justamente hoy, que tenía esta entrega importante; justamente hoy, que se abre una puerta al bienestar soñado, siento que mi cuerpo se fríe en su propio sudor. 

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Buscando el equilibrio

Todos buscamos el equilibrio. No importa lo enredado, no importa que parezca lo contrario. Somos el resultado de las fuerzas que contienden en nuestro interior y nos empujan, como aritmética fatal, a actuar como actuamos, a desear como deseamos. No importa quiénes o cómo, de alguna manera actuamos para encontrar ese balance que perdimos hace mucho a manos de quienes nos amaron primero. No importa si con conciencia o sin ella, no importa si laboriosa y sutilmente o a los carajazos, buscan el equilibrio el monje, el drogadicto; el miserable y el acomodado; el preso y el maestro; el bebé y el anciano; el corrupto y el funcionario —cuando no fuesen o mismo—; el que ora y el que maldice. El equilibrio vendría siendo ese estado promedio que nos ayuda a vivir otro día más sin ceder ante la desesperación, ante el agobio, ante el descalabro que resulta evidente y grosero en estos días de decepciones y desesperanzas. Buscar el centro para no irse por el barranco se presenta como la única manera de capear el temporal y ninguno escapamos de eso. La manera como lo hagamos podría darnos la paz, un premio Nobel o mandarnos a la cárcel, el hospital o el cementerio. Lamentablemente, solo pocos lo logran. Desafortunadamente, las herramientas para pendular hacia el otro lado están en escasez. Lapidariamente, quienes si no consigues encontrar las válvulas para dejar salir tus tormentas, lo pagarás con desinfles y explosiones esporádicas que embarrarán al otro, al que te quiere y te acompaña en esta época. Así que… mosca cómo es que buscas tu equilibrio.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Quiero que todo fluya

Quiero que todo fluya. Quiero que todo avance con naturalidad, así como el agua lo hace. Quiero que todo se encauce y establezca una nueva forma de recorre el camino. No quiero más excusas, no quiero más obstáculos infranqueables —tal vez porque ya sé que no existen—. No quiero más un problema para cada solución propuesta. Quiero que quienes tengamos una necesidad, un interés genuino y honesto, volteemos y nos dirijamos al sitio respectivo en el que se encierra el alivio a los sufrimientos. No quiero cuentos, no quiero historias, no quiero dramas, impedimentos que solo existan en nuestras mentes para dar paso a la realidad real y no a la caricatura dolorosa que guardamos en la cabeza y nos mina el cuerpo. No quiero la convivencia de dolores y pendientes para siempre. No quiero morir manchado por la inconformidad habiendo tenido todo a la mano. Es más: ¡no me da la gana, chico!

Comenzar desde cero

Comenzar desde cero. Sin pasado, sin drama, sin culpa. Saberse solvente, sin deudas, sin pendientes, sin más obligaciones que las que tu cuerpo impone. Sentir las fuerzas renovadas, la frescura, la novedad. Saberse capaz a medida que se va resolviendo cada necesidad, cada pequeña cosa que va apareciendo sin doble fondo, sin mensaje entrecortado, sin truco preconcebido. Comenzar a construir nuestro verdadero y propio entorno, lo que nos rodeará inmediatamente. Sin prejuicio, sin desperdicios en el camino; con ojos nuevos, limpios, inocentes. Sentirse pleno con uno mismo, alegre sin razón aparente, sin argumento. Firmar conforme el intercambio exacto, pertinente, automático entre lo que somos y lo que nos rodea. Después de lograr este equilibrio impoluto, quién sabe, luego abrir la puerta a lo que está afuera, a lo que habita en el exterior, lejos, donde una vez estuve… toda la vida. ¿Quién sabe? Quién sabe si esa decisión sea posible finalmente, cuando lo que se anhela es algo más trascendente.

lunes, 11 de noviembre de 2019

Alienados, ¡y a mucha honra!

Somos víctimas de alguna influencia alienante que nos dicta mensajes permanentemente y que nos obliga sutilmente a actuar de una u otra manera, a tomar posiciones específicas, a decidir, finalmente, el rumbo de nuestros días desde un momento en adelante. Y así vamos, recogiendo banderas ajenas, pareceres distintos, luchas anteriores a nuestro entendimiento, y embutimos todo ese paquete así de grande y lo convertimos en nuestra personalidad. Y así salimos a la calle, vestidos con atavíos de extraña etiqueta, formulando sentencias sin juicios ni hipótesis, disparando a los otros, a antiguos inocentes que también fueron poseídos por alguna otra influencia que había en el aire donde se criaron, en las aguas que bebieron, en los panfletos que leyeron o en las historias que escucharon con tanta credulidad. Y así moriremos, ante la falta de la conciencia del propio existir, sin haber medido con herramientas propias la turbia cotidianidad que se debatía entre lo propuesto y lo imaginario, sin darnos cuenta de que alrededor sobraban las señales para construir un camino propio, con ojos y entendimiento propios, con fallas y soluciones propias… con vida propia.

Sutilezas mutiladoras

Sutilezas mutiladoras. No haré eso porque me puede hacer daño. No haré aquello porque puede ser perjudicial. Mejor no salgo por si las moscas. Y así vamos, evitando esto y aquello por miedo a sufrir de alguna manera. Evitamos, incluso, lo grande que toca a la puerta por evitar lo que nunca termina de ocurrir. Parece una estadística engañosa, terrible si sale el numerito; pero la vida parece ser eso mismo de cabo a rabo. Amanecer vivo parece un premio de una lotería que nos ha favorecido hasta el día de hoy. Dejar de vivir por seguridad, por miedo a resultar dañados, suena a mal negocio. A pesar de los riesgos, siempre pensamos en los peligros previstos, no en los otros, los repentinos, los que al final saldrán al paso y de cualquier forma tomarán lo que vinieron a buscar. La vida sigue pareciendo el mayor premio recibido y recortarle pedacitos para meterlos en la nevera o la alacena por si acaso, es tan loco como cierto que recibirás, con la suerte de siempre, 24 horas más de vida sin importar las que creíste acumular, que creíste ahorrar, que ilusamente pretendiste arrancarle a la muerte. Una vida así no debería ser tu trofeo. Así que si no tomas Gatorade porque tiene sal, retiene líquidos y te pondrá gordo o gorda, será mejor que vayas contactando a un siquiatra para recuperar la cordura y así comenzar a vivir con un poquito más de plenitud antes de arrepentirte de tantos días tirados a la basura.

No practicas lo que predicas

Escucho tu verbo y me gusta lo que escucho. Al parecer, siempre tienes esas cosas interesantes por decir. Indudablemente, tienes la posibilidad de ayudar a otros a tratar de enderezar su camino en momentos de crisis. Sin embargo, en otras situaciones lejanas a la reflexión, pude ver cómo te comportas, observé ciertos detalles que consideré muy inconvenientes. Parado aquí y comparando tu manera de hablar con tus acciones, puedo detectar y establecer una clara estafa, una oferta harto engañosa, un entuerto bien cubierto de flores. Ahora pienso en todos quienes te escuchamos y reforzamos parte de nuestra existencia en tus consejos, y el fraude adquiere dimensiones gigantescas. Por ahora, no sé qué hacer. Por lo pronto, dejaré de escucharte y así evitaré una recaída que me empegoste en tu incoherencia y me convierta en tu cómplice. Tal vez luego, cuando encuentre mis propias herramientas, te confronte y hasta te dé la oportunidad de contarme qué te llevó a convertirte en semejante delincuente de la confianza ajena.

domingo, 10 de noviembre de 2019

La felicidad es un mito


La felicidad vendría siendo un mito. Tiene siglos existencia, se habla mucho de ello, y aun así nadie sabe con certeza qué animal es ese. Al imaginar una persona “feliz” aparece en nuestras mentes un rostro con la risa permanente que produce la tranquilidad de un entorno seguro, lejos de las hostilidades del mundo. Se escriben canciones, se moldean conferencias y se afirma con vehemencia en momentos de pasión: “soy feliz”. Pero la susodicha felicidad no aguanta la pela y rueda de nuevo con todas nuestras esperanzas por el barranco. Solo bastan algunos instantes para que la desazón regrese y comencemos a sentir otra vez que nos falta algo para completarnos. Con un nuevo intento, cada vez, el espejismo del bienestar constante se renueva a los carajazos con juguetes y promesas que sirven de puente entre un pasado infeliz y un futuro mejor, dejando huérfano a un presente desatendido que se deja sin saborear, que a pesar de que es el verdadero vehículo para la dicha, solo estorba o se manipula para lograr algo mejor que nunca llegará, que continuará siendo un mito.

viernes, 8 de noviembre de 2019

Maldita dualidad

Esta maldita dualidad. Soy uno mientras soy otro. Soy uno y después soy otro. Algo, en algún sitio, en algún momento, activó esa división y ahora soy uno para cada ocasión. Nunca más fui mi unicidad experimentando varias cosas, sino varios yoes, cada uno en lo suyo. Y claro, como soy más de uno, cada uno de ellos tiene sus maneras, sus preferencias, sus decisiones irreversibles. “Amo a mi madre por sobre todas las cosas” vive con “La odio más que a nadie por haberme maltratado”, y entre muchas otras dualidades hierven decenas de contradicciones, de incoherencias, de posiciones locamente irreconciliables. Soy uno en casa y otro en el trabajo. Soy uno cuando estoy con mi mujer y otro cuando estoy con mis amigos. Soy uno cuando estoy solo y otro cuando estoy acompañado. “Hay cosas que no deben hacerse”, grita cada una de las piezas de mi rompecabezas y clava su bandera en el terreno, pero claro, eso durará mientras llega la vergüenza, el miedo o la ira. Soy uno cuando converso con el portero y otro cuando hablo con el presidente. La verdad es que tú, amigo mío, deberías fijarte bien con quién hablas cuando te sientas a tomar café enfrente de este cuerpo, de esta mente repleta de voces que gritan cada una su tema, su parecer, su prejuicio.

Jueces negligentes

Jueces ligeros que vamos juzgando a todo lo que se nos atraviesa. Eso jugamos a ser. Sin abordar causas, atacamos los síntomas con el más fuerte moralismo, erigiéndonos como el mismísimo todopoderoso. Prescindimos alegremente de los antecedentes, de los orígenes, del punto de partida de cada circunstancia a la que llegamos tardísimo a etiquetar con la autoridad que nos otorgan los caballos salvajes de nuestro ego. Es así como apreciamos, de lejitos, claro, al resto de la fauna, esos desgraciados que nacieron malos, flojos, conflictivos, inconscientes, y no como nuestras mercedes, tan refinados, así de perfectos y preclaros en todo. Qué circo. Qué farsa. Qué manera de ver en los demás lo que no nos gusta de nosotros mismos, y que como falsos profetas vamos regando por la comarca mientras apuntamos con el dedo a los pecadores de turno, es decir, al que se atraviese.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Inmolación cotidiana

¿Qué te hace dedicarte a otros y a olvidarte de ti? ¿Qué extraña lógica te lleva a quitar de tu boca para darle a otros? ¿Qué te impulsa a olvidarte por completo de tu salud y a arder hasta el último aliento por quienes parecen necesitarte? ¿Qué es lo que te motiva a permanecer en esa misión que acogiste con tanta seriedad? Pues, por muy hermosa que pueda ser o parecer tu respuesta, debes tener en cuenta que todo tiene un límite. Tu mente y tu cuerpo necesitan del alimento del que estás prescindiendo, de las atenciones que estás prodigando, del amor que pareces solo tener con otras personas. Ni siquiera sabemos si esa conducta ultraaltruista tiene origen o sustento sanos, por lo que te invito a examinarte y a reformular tus tareas, a mirarte al espejo y a responder algunas preguntas fundamentales antes de retomar tu inmolación cotidiana. Sobre todo recuerda que si de verdad amas a tus protegidos, una muestra de amor sensata sería una muestra de amor por ti mismo, por quien supone que durará toda la vida para ayudar a otros.

martes, 5 de noviembre de 2019

El tiempo de Dios es perfecto... ¿o no?

El tiempo de Dios es perfecto. La frase se usa mucho, según he visto. A veces parece una justificación ante la adversidad prolongada o ante la llegada de lo que pudiéramos llamar “justicia”. Pero a veces pareciera una sentencia acorde a lo que ocurre, ajustada a lo que deberíamos esperar. En ocasiones, aparenta exacta sincronicidad entre la espera y la llegada de aquello necesario. En ocasiones, parece el anuncio del premio después del recorrido. Es como que si ocurriera de otro modo, estaría mal, sería inoportuno, habría fallado la experiencia. No se podría saber el criterio usado por quien diseña un universo, pero seguramente ese diseño comprende un equilibrio lento −aunque demoledor− en sus acontecimientos, en un flujo que, aunque resulta lógico en retrospectiva, es harto difícil de entender por nuestra mente brillante y entrenada, porque es que… sigue siendo muy pequeña para entender las grandes cosas.

Sin sacrificios, por favor

Por alguna extraña razón,  no me gustan los sacrificios, aunque debería; es la forma usada. Aun así, nunca he tragado con agrado ese tan popular recurso. Nunca me ha gustado dejar de vivir para vivir luego, un “luego” que no se sabe si llegará algún día o si estaremos en capacidad de detectarlo o darle la bienvenida. Engañoso, eso de sacrificarse; y es que me da la impresión de que cuando uno comienza a usar este truquito, a veces logra el objetivo y corre el peligro de que se convierta en el instrumento elegido para el avance. Detener el flujo de las propias aguas se va erigiendo como el mecanismo indiscutible a utilizar en el camino, creando baches prolongados, vacíos insoportables mientras llega lo de cumplir el sueño, el objetivo trazado, el nuevo punto de llegada. Se corre el riesgo de ser la versión moderna de eso que mientan “alguien sacrificado”, eso que va dejando escurrir cierta amargura por haber vendido unas partes de la existencia para conseguir otras, y eso, quiérase o no se quiera, se admita o no se admita, va a cobrar sus tributos de violencia, de despojo, de desolación cuando llegue el silencio. Lo que queda, para siempre, es jugar con la rentabilidad de los logros, de eso que se pudo conseguir a costa de un momento del pasado en el que necesitamos algo y nos dedicamos a otra cosa que consideramos de mayor importancia para después… una y otra vez.

viernes, 1 de noviembre de 2019

He entrado al paraíso


He acariciado la paz durante segundos, tal vez minutos. He mordido muy poco de eso que sospechaba que existía, pero que el ruido y las imágenes confusas de mi mente no me han permitido disfrutar. Es una especie de parálisis inducida por un dictador imaginario que no deja liberarme del pasado, del futuro, de las facturas, de los compromisos, del qué dirán. Como un prisionero ordinario, al tratar de escapar de la pequeña celda al gran paisaje, siento el llamado de la autoridad a cargo y soy halado de nuevo a los trabajos forzados a los que estoy asignado y que una vez elegí como medio de vida, de presunta estabilidad. Pero siempre recuerdo esos pequeños instantes en los que me sentí pleno, expandido, en un espacio que se hizo inmenso y que, como elevado por una mano muy grande y benevolente, me dejó ver todo desde arriba. Todo aparecía muy claro y sencillo ante mi vista. Por ese lapso maravilloso, no sentí problemas, no sentí deudas, no sentí pendientes; sentí que esas dificultades cotidianas eran una tontería que se podía resolver con acallar la voz fastidiosa –y por los momentos, ausente− que tenía como oficio permanente lamentar y preocuparse. Quiero ir de nuevo a ese sitio, a ese momento en el que la vida “vale la pena” totalmente. Quiero volver… quiero quedarme.

martes, 29 de octubre de 2019

Impostor a la medida

Uno cuando estoy contigo, otro cuando estoy solo, otro más cuando estoy con ellas, uno más cuando estoy con ellos. Soy tantos según la ocasión que ya no recuerdo cuál soy, quién soy, cómo soy en realidad. Esta dualidad multiplicada adquirida a medida que pasan los años me resulta una capacidad venida a menos, una mimetización sin propósito, un disfraz raído. Como suele pasar con muchas mentiras a la vez, son tan difíciles de sostener que se caen en el lugar equivocado, en el momento menos adecuado. La confusión me tiene loco. Mezclo las ocasiones y comienzan a salir retazos del monstruo aquí y allá, ya sin control, como si un poder ajeno a mí se olvidó de mi plan de ajuste y me puso de marioneta definitiva, como el producto perfecto de la falsedad y ahora, colgado en la oscuridad, no sé cuál de mis historias creerme.

Ver todo en blanco y negro

Ver solo
en blanco y negro. Hasta suena a discapacidad. Hasta huele a moralidad rancia. Definitivamente sospechoso. La incapacidad para notar los matices en todo lo que ocurre, para darse cuenta de que las cosas no deben ser o totalmente buenas o totalmente malas, solo dan lugar a una compulsión, a un nervio extraño, a una patología; en el menor de los casos, a una conducta que levanta ojeriza. Suena a la miopía que produce una desilusión pasada pero no superada. Tiene eso pinta de cualquier cosa, menos de comportamiento ajustado a cierta realidad que, aunque desborde toda la dificultad antes desconocida, no deja de merecer una mirada calmada, sobria, en silencio. Así que… que te aproveche tu voluntario y apasionado daltonismo de grises.

lunes, 28 de octubre de 2019

Creí que era el único

Creí que era el único. El único que se ponía triste a veces y lo escondía; el único al que la preocupación le pegaba en la panza y lo mandaba para el baño; el único que sentía que siempre faltaba algo y no sabía qué; el único que no le veía sentido a la mayoría de las cosas y sin embargo las seguía haciendo por años; el único que se recriminaba en secreto; el único que tapaba sus miedos con maltratos a los demás; el único que buscaba un culpable allá afuera; el único que buscaba la perfección sin saber qué era eso; el único que siente que nadie le para bolas y que nada vale la pena… pero aparte de no ser el único, me asomo por la ventana en cualquier momento y puedo ver el tremendo ejército de la desilusión.

domingo, 27 de octubre de 2019

No te cuelgues

Siempre estaré para ti. No albergues la menor de las dudas. Es un placer devolver parte de lo que me has dado, de lo que soy. La gratitud es un ejercicio que me agrada. Pero por favor, no te cuelgues. No dejes caer todo tu peso sobre mis hombros porque entorpeces mi paso y nos podemos caer; déjame conservar ese paso que me ayuda a tener el impulso necesario para ayudarte mientras construyo mi camino. Te pido, con la mejor de las voluntades, que me ayudes a ayudarte, que no agotes la energía que nos ayuda y nos mantiene unidos, porque entre mi frustración y tu desilusión el futuro se empaña de contrariedad y dolor. Te mando un abrazo.

Ser padres ahora


Ser padre ahora. Perder el primer round obligado contra las pantallas y sus mensajes destructivos. Ser agarrado fuera de base por las influencias sociales que tienen un pie dentro de tu casa. Lidiar contra el peso de tu propia crianza y tratar de embutirle las maneras de hace unos treinta años. Bajar las defensas y la dignidad ante el temor del abandono futuro de parte tu única razón para vivir. Creer en el tiempo infinito para hacer “entrar en el carril” a la criatura ya grande, en medio de intentos ingenuos, lentos, insustanciales. Fomentar, sin saber, la tiranía de quien no vio en ti sino un proveedor sin compromisos a cambio. Mostrar ilusamente la moral de las banderas apasionadas del bien y el mal sin los matices ni las consideraciones del caso. Sembrar con ojos ciegos el trauma futuro y el perdón que tardará en llegar. Vaya empresa.

Déjame sentir el futuro

Déjame ver el futuro. Déjame mirar hacia adelante con la claridad y el color que siempre soñé. Déjame gozar del sol del amanecer de ahora en adelante; sentir el calor en la piel y sentirme parte de algo mayor, de algo a lo que pertenezco desde antes, desde siempre… algo a lo que no soy ajeno, pero que hasta ahora ha estado vedado para mí. Déjame caminar sin estudiar el rumbo, sin calcular el destino, sin atascarme en los riesgos. Déjame probar qué se siente saberme capaz después de haber probado la derrota por un rato. Déjame andar solo, libre, expuesto; responder al cada desafío con el extraordinario instinto que tengo como aliado. Puedo, ahora mismo, recoger lo que necesito para el viaje, y con tu bendición, comenzar a escribir mi propio relato, mi propia aventura. No te opongas y anda: échame la bendición.

viernes, 25 de octubre de 2019

Ángeles aislados

Ángeles aislados. Cada uno separado del otro, lejos del otro, librando solos su propia lucha; intentando, incesantemente, cumplir su misión. Se dan cuenta, preguntan, corren, cumplen. En medio del cansancio que parecen no acusar, un día tras otro, aportan mucho más que un grano de arena por el bienestar del otro, de su prójimo. Desde afuera, la misión parece ingrata. Sin embargo, estos ángeles parecen cargar combustible de alguna fuente para muchos desconocida. Esta gente de verdad le echa pichón a eso de ayudar, de no dejar solo a nadie, de no permitir que la inercia y la indiferencia se salgan con la suya. Entre bambalinas los veo cansados, extenuados, casi por darse por vencidos; sin embargo, por razones del impulso superior, la tarea se ejecuta y se termina, cada vez, con grato resultado. Hay que hacer que nazcan y se acerquen entre sí estos querubes para que su fuerza conjunta irradie más y mejor energía, disposición, decisión, al entorno que normalmente pide su colaboración con esto y con aquello. Hay que hacer que esa unión entre ellos y los otros de más allá se convierta en una fuerza invencible de ayuda para los demás; pero también para ellos, quienes son los que se levantan todos los días con un pendiente inmenso y que parece, desde afuera, que sin ayuda y sin cohesión con el resto de sus compañeros, no podrán coronar el objetivo final de la salvación.