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martes, 27 de diciembre de 2011

Sólo bastó un momento


Sólo bastó un momento para acabar con todo. Demasiado corto para terminar con tanto. Una imprudencia, un mal movimiento, una omisión, y todo lo que era nuestro mundo, se fue. Gritos, lamentos, gente alrededor, y aún siendo todos extraños, la compasión nos arropó. Desesperación, llamadas, miradas tratando de buscar lo que ya no había; los cuerpos yacían entre el amasijo de metal y cuero, entre el silencio recién instaurado. No había nada qué buscar, aunque quisiésemos; no había respuesta de los rostros recién inmortales, que hasta hace segundos se rodeaban de sueños, se bañaban en esperanza. Los minutos traen el lamento resignado de los impotentes. La tranquilidad excesiva, el viento que canta melodías pasadas, el calor temprano de la última mañana del cuento sólo nos ponen en el camino lento e inevitable de la pérdida, de la extrañeza, de la negación de todo lo que pueda construir ahora, en este momento de confusión.
Hace poco pasé cerca de sitio, y no pude evitar se halado por las tres cruces clavadas en el árbol marcado de ese camino, el único testigo presente del fin de la historia, la única pieza del azar dispuesta ese día, para esos ausentes.

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