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domingo, 22 de febrero de 2015

Caramba, hermano

Caramba, hermano, dame luz para llegar a tu oscuridad. Bríndame una pista para aterrizar cerca de ti. Dame tú, hermano, en principio, la oportunidad de saberte, de apreciarte como bien mereces, y saber, de primerísima mano el camino que te mantiene cautivo en el infierno. Disculpa la invasión en tus predios, pero percibo que estás en peligro de perder tus oportunidades futuras de sonreír con ganas, de sonreír sin miedo. Disculpa mi miopía al solicitarte paso a tus ternuras temblorosas, a tus tesoros maltratados. Considera, por favor, lo limitadas que son mis persistencias, mis intenciones, mis disposiciones alienadas por los años de bienestar. Ayúdame a ayudarte, mi hermano, antes de caer de nuevo en la entretenida y superficial inconciencia del egoísmo.

viernes, 13 de febrero de 2015

Entre nos... Hereje.

Si me escuchas, contesta. Si mejor te suena: “Por favor” ¿Eres tú quien me usa, o soy yo quien te usa a ti? ¿Acaso tu nombre en mis labios debería tupir las respuestas a mis hermanos y sus inquietudes? Si yo hago tu voluntad, ¿qué pasa con la mía? Flaco albedrío, sospecho, gobierna mis decires. Dime, ¿tu voluntad es tu responsabilidad? De ser así, la tentación de culparte por mis desatinos se enciende de cuando en cuando, con el temor subyacente de estar orquestando peligrosa payasada. ¿Qué pasa con quien está fuera de este compinchazgo? Les hablo de ti, pero no me atienden ¿Cómo puede ser ignorada la verdad tan adrede, incluso si se dice gritada? ¿Será culpa tuya, también, mi torpeza al aproximarme y contarles tu historia, la mía? ¿Puede ser así? Yo, como instrumento tuyo, como tu brazo ejecutor, sólo cumplo tus designios. No me mandas tus mejores palabras. No me envías tus mejores frases; aquellas que hacen comprender al instante tu presencia. Me paralizo al tratar de argumentar a tu favor, de echar para afuera toda esa pasión por ti que pretende ser constructiva. Creo que he descubierto una pared entre tú y yo, y hasta se me ocurre que es por culpa tuya.

jueves, 5 de febrero de 2015

Reiteración odiosa

Qué fastidio necesitar tiempo. Tiempo para mirar, tiempo para sentir, tiempo para aprender. Las cosas deberán pasar y pasar, repitiendo su aparición antes de que nos enteremos de la verdad. Pasó enfrente la primera vez y no vimos nada. No nos dimos por enterados. Pasó la segunda y tercera y supimos que algo había, pero todavía no nos interesaba. Pasó de nuevo la cuarta y la quinta, y fue en la sexta, muchos años después –tal vez demasiados–, me enteré de que aquello existía. No dejaba de pensar, no dormía pensando en ello, que de una manera harto necia, no lograba descifrar. Fue entonces que me levanté, con canas en mi pelo, y dirigí mi interés en saber de qué se trataba todo aquello. Finalmente doblegué mis paradigmas anacrónicos; lo comprendí todo y lo acogí como propio. Al fin pude comenzar a disfrutar de lo que me hubiese gustado disfrutar en mi juventud. Pero es una reflexión que raya en lo ridículo, y para justificarme me digo a mi mismo que no era posible esta adquisición cuando no sabía, ni siquiera, que podía existir; que no lo hubiese valorado. Debo apaciguar mi ansiedad y mi frustración tratando de entender que la luz tarda en encenderse en nuestras vidas distraídas; que el convencimiento no llega sin tiempo para resolver los dolores y sus curaciones. Por ahora, mejor me callo… y sonrío, claro.