Si las cosas hablasen, contasen. Mi puerta
extraña tu aparición, tu rosa escondida, tu espera mientras yo adentro me
apuraba a recibirte. Mis sillas se quejan por no tenerte mientras yo salgo de
cocinar, de bañarme, de despertarme. Mis ventanas no aguantan ya que la luz ya
nunca venga desde adentro, cuando veías el cielo casi lluvioso, augurando un
rato más conmigo. Mis corredores, escaleras, temen olvidar tus caricias al
pasar, al explorar con curiosidad. Mi cama ya no puede evitar la soledad al no
tenerte en las noches en las que sólo recibe pasión solitaria, lágrimas y algo
de rabia que tranquiliza el torrente que fenece lenta y firmemente con cada
oscuridad ociosa. Mi techo, mis paredes, mis retratos, mi chimenea; todos te
extrañan como yo, y si pudiesen hablar, contar historias, confesar, seguramente
lo harían mucho mejor de lo que yo lo hice. Si todos ellos hablasen, te
contarían de la historia de cobardía y tristeza que ahora me habita.
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