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lunes, 30 de diciembre de 2019

Tu extraña comprensión del tiempo

Entonces me estás diciendo que el tiempo es fijo, inamovible de tu comprensión; que las duraciones se pueden medir con el aparatico ese que llevas ahí. Te encerraste en tu cuartico sordo y afirmas vehementemente que no hay nada nuevo qué entender sobre el paso del tiempo, de lo importante que es, de lo imprescindible que resulta en nuestras vidas. Me manoteas mientras afirmas que tu día son ochenta y seis mil cuatrocientos tictacs que hay que rellenar para cumplir. Planificas arduamente para hacer las cosas el día adecuado a la hora precisa, “porque si no, todo se daña”. Y después de toda esa cantaleta sobre precisión y oportunidad, se te pierden los ojos involuntariamente y me dices pensativo que cuando te descubres en algún momento sublime, amoroso, gozoso, “se te pasó el tiempo rápido”, o que cuando estás en una tarea tediosa, en medio de una angustia o incertidumbre, todo ocurre “como más lento”. Regresas luego al ahora solo para mirar el reloj y asegurarte de que vas encaminado, de que todo está bajo control; pero tus extraños temblores me dicen otra cosa. Intentas agarrar tus sueños, tus expectativas más trascendentales, tus mejores momentos y embutirlos en las gavetas displicentes, frías y burlonas del tiempo. Conviertes una comida deliciosa en “media hora para comer”. Le quitas las dimensiones reales a todo y lo aplanas para meterlo en la máquina de medir a ver si puedes, si te alcanza. La verdad, me parece un tributo absurdo. Me parece, de hecho, una extraña religión.

No sé si gritarlo o seguir callando

No sé si parar el tránsito, subirme a un muro y gritar mis verdades relativas, mis puntos inconclusos de honor… o quedarme calladito, imperceptible a la multitud y seguir tejiendo mis asuntos para, más adelante, sí, lanzar al mundo mi manifiesto definitivo e irrefutable. No sé si sea oportuno alborotar ahora mismo a todo el que pueda convertirse en mi adversario y prevenirlo sobre mis cosas. No sé si resulte todo como lo deseo si parte de mis oficios es regarlo, explicarlo, establecerlo. No sé si restregar al otro en la cara con una disertación altisonante vaya a ser lo que otorgue el poder y la credibilidad a mi proyecto. Pero chico, sobre todo, más allá de cualquier consideración secundaria, no sé si darlo a conocer por miedo a que algún transeúnte del argumento me visite y derrumbe fácilmente toda esta construcción precaria que por ahora me emociona tanto, y me niegue así la oportunidad de defenderme como es debido.

El facilitador indetectable

Eres el facilitador indetectable, ese que motiva con una frase, con una pregunta, y se marcha dejando la semilla, la inquietud agazapada que luego tomará la forma de un acontecimiento. Eres simple y agradable para la conversa, pero te conviertes en algo imperceptiblemente necesario; eres alguien con una especie de misión, pero hasta ahora nadie, tal vez tú incluido, sabe cuál es. Eres alguien que rompió el cascarón, y al contrario del flujo usual del mundo, despertó a otro tipo de experiencias, de comprensiones, de realidades. Eres alguien que en algún momento se alivió sabiendo que el gozo no tiene maquillaje, no tiene etiquetas, no tiene sobresaltos; que la risa está sobreestimada y solo alterna con el sufrimiento en estos ciclos efímeros que sirven solo para prorrogar esto de respirar sin vivir. No conozco tu pasado, pero no aparentas tenerlo. Eres presencia ligera, llevadera, tranquilizante. Afortunadamente, tu paso por mi lado es breve… así no tengo tiempo de ubicarte en mi odioso catálogo de gente rara o peligrosa. 

sábado, 28 de diciembre de 2019

Papá: Estás quedado

Papá, estás quedado. En medio de tu letargo disfrazado de sabiduría, crees muy seriamente que dominas el entorno en el que estoy creciendo… no es así. En el poco tiempo en el que miras hacia donde estoy, vienes, haces alguna pregunta de chequeo y ante cualquiera de las respuestas prehechas que te propino, me acaricias la cabeza con autocomplacencia y te alejas de nuevo a tus espacios preferidos en los que los demás te escuchan con atención, en esas parcelas en que recibes admiración incondicional. Te veo −de lejos, claro− y tus luchas, tus sueños, parecen avanzar satisfactoriamente mientras siento que te alejas poco a poco de mis necesidades, de mis gustos, de mis rumbos. La tristeza eventualmente aparece, pero estoy por aceptar que lo que me une es este amor grandote e inevitable y no tu capacidad de guiarme, de orientarme en medio de mis confusiones, mis disyuntivas, mis cuestionamientos. Ya se me hace tan evidente que debo ver por mi lado cómo voy solucionando mis problemas, que no voy ya a tratar de llamar tu atención. Mirando alrededor y con algo de introspección, creo que ya he comenzado a tejer el comienzo de mi vida futura. Tal vez no te necesito tanto, aunque no ha habido placer ni orgullo en admitirlo. Del héroe que alguna vez fuiste; del tipo que todo lo podía responder; del ídolo que alguna vez esperé cada día a que me sentara en su regazo y me prodigara mimos y besitos, pasaste a ser solo mi viejo papá, con sus achaques, con sus mañas, con sus viejas creencias y maneras. Me disculparás, viejo, pero de tantas cosas que sentía por ti, solo me queda el amor grandote. Igual no temas, mi querido viejo, que igual te cuidaré.

lunes, 23 de diciembre de 2019

¿Cómo entender la espiritualidad?

¿Cómo entender la espiritualidad? ¿Cómo meterse a entender ese fantasma de comiquitas que siempre nos mostraron como algo divertido, siniestro o destructivo? ¿Cómo abrir una puerta hacia algo que desconocemos, pero que no nos resulta tan descabellado a medida que se desvela? ¿Cómo entender algo profundo y vital, pero bajo una luz y una lente comprada con dinero? Tal vez alguien se robó la espiritualidad y la quiso secuestrar en alguna mazmorra —como ocurrió con los libros— para mantener encerrada lo que luego resultó ser solo una caricatura que todavía sigue saliendo en suplementos y películas, sin conversa ni debate, lejos de la luz del sol. Es como un miedito que el señor de los cañones le tiene al despertar de la gente. Entonces, ¿cómo bajar la palabra “espíritu” del pedestal de mármol, sacarla de la penumbra y colocarla al nivel de la palabra “conciencia”? Tal vez descubrimos al final que no era un fantasma, sino el mismísimo despertar de un malo y prolongado sueño que solo sirvió para consumirnos a merced de la inconciencia.

¿Y tú eres médico?


¿No han tenido un jefe que ante una situación de salud de un familiar o un amigo, en la cual uno se encarga de resguardar la seguridad de la persona afectada y esto hace que el horario de trabajo se haya visto afectado, te dicen “¿Y acaso tú eres médico?”? De verdad es que esta gentecita que es capaz de anteponer el horario de trabajo a la salud o el interés de quienes muestran afecto por los demás —que por cierto no abunda últimamente— podría catalogarse como un peligro para la sociedad, como cómplices descarados del empobrecimiento del ser humano. Ya sabemos por dónde vienen y a qué. Con esa pequeñita expresión fecal ya tenemos una muestra de la herencia emocional que arrastran, y aunque no creo pertinente un castigo de nuestra parte, sí pienso que hay que tener mucho cuidadito e ir agarrando los cachachás para mudarse de establecimiento de estos rateritos de la vida.

Nostalgia, dulce trampa

Nostalgia, dulce trampa que nos mantiene anclados en el pasado. Perfecto espejismo que se maquilla cada vez que se mira al espejo. Fuente permanente de condicionamientos y dramas para el ahora. Curiosa cantera de respetos, admiraciones y gozos diferidos que se disfrutan un tanto fríos, pero con una sonrisa y un definitivo agradecimiento. Saludos, pues, a quienes siguen visitando en sueños, a quienes aparecen en mi mente después de mencionar una frase ligada a un momento, a quienes modelaron en algún grado y sin saberlo, estrechando mi mano o no, el lente con el que ahora aprecio la existencia.

domingo, 22 de diciembre de 2019

El que se fue y vino

El que fue y vino conoce el camino. El que desobedeció el mandato y luego volvió, conoce el camino. El que pecó y resintió su pecado, conoce el camino. Por otro lado, el que recorre el camino, a pesar de tener solo una perspectiva de él, sabe que esa perspectiva es un hecho, no un fantasma. El que recorre el camino gana certeza. El que no ha recorrido el camino solo tiene la idea inducida. El que “no debe” recorrer el camino, incluso le huye a la idea inducida: ni siquiera habla de ella. Con tanta contaminación, con tanta interpretación, con tantas intenciones sueltas, sería difícil saber por qué no recorrer el camino, por qué ceñirse al dictado, resultando todo en la curiosidad. La curiosidad mató al gato, metió en drogas al muchacho, preñó a la chica y quién sabe cuánto estropicio más. Así que, si me disculpan, me voy a recorrer el camino y a echarme encima mi mala fama. Ya dependerá de ustedes, los que se quedan mirando, fantaseando, especulando y despotricando, recibirme luego de mi periplo. Si se portan bien, hasta podría contarles parte de esa verdad que ignoran… ¡Chaíto!

Oye, Adolescente: ¡NO!

Ya sé que estás harto de no tener el control en casa. Ya sé que tus padres no están en nada y no te entienden (yo también lo creo). Ya sé que tus hormonas te tienen calenturiento con el culito aquel. Ya sé que estás en edad de valerte por ti mismo y salir a trabajar en lo que sea, total, lo que llevas de estudio mocho te preparó ya mismo para algo mejor. Nadie comprende que estás enamorado de ella, que te duele tanto cuando se separan en la noche y ya sé que quisieras amanecer con ella y compartir toda tu vida con esa mujer de tu vida. Ya sé que probaste algo que te quita la arrechera y hasta te hace reír por un ratico, aunque ello esté vetado por la decencia de la sociedad. Sé también que tu cerebro ya funciona a mil por hora y que tu inteligencia no se compara con la de tus padres, viejos anacrónicos que lo que hacen es joderte desde que amanece hasta que llegas en la madrugada. Sé que ya le propusiste a tu futura mujer escaparse de casa e irse ambos a vivir en cualquier sitio y así matar dos pájaros de un tiro, mientras levantan cabeza y comienzan su futuro promisorio. Pero, ¿sabes qué?, mucha de esa brincadera emocional va a pasar y el pulso se te tranquilizará. Aunque los viejos no van a cambiar mucho a causa de este desbarajuste, aprenderás a quererlos más y hasta a agradecerles su torpe esfuerzo por que sobrevivas a tu juventud. Del “amor de tu vida”, aprenderás que solo fue tu primer amor y que después de los besos y los orgasmos en medio de una vida rutinaria y de supervivencia precaria, las explosiones multicolores se atenúan bastante y probablemente termines en un callejón sin salida mucho más doloroso, desesperante y sin recursos de salida que el que sientes ahora. Tu inteligencia prodigiosa sí te ayudará a ganar dinerito y a arreglártelas por ti mismo luego, pero no te ayudará mucho en las situaciones que requieran amor del bueno y dirección. Por ahora la tranquilidad viene de los subibajas de las sustancias y las fiestas interminables, pero pelo a pelo irá siendo descubierta a medida que tomes el verdadero control de tus acciones y emociones. No quiero desilusionarte diciéndote que esto requerirá años de fogueo, pero no hay atajos. Mientras, mi pana, al menos intenta joder a la menor cantidad de gente posible y ocuparte en algo constructivo que te ayude a levantar una vida plena de satisfacciones y de poco arrepentimiento por experimentar. Después hablamos.

sábado, 21 de diciembre de 2019

Todo esto fracasó

Todo esto fracasó. Todo esto es una farsa; pero como es tan grande y omnímoda, todos creyeron que era la única manera de vivir. El resto de las perspectivas desaparecieron de la pizarra. Los que critican al sistema lo hacen tan ridícula e hipócritamente, que la audiencia opta rápidamente por ignorarlos. El dinero es el valor indiscutible predominante que demuestra el triunfo. El poder se levanta con toda su fuerza y sus medios e para hipnotizar a todos mientras les sabotea su esencia. La solidaridad pasó a ser una pérdida de tiempo, una acción fallida, desprestigiada sobre todo por aquellos que pegan codazos y aplastan cabezas para poder acariciar el llamado éxito. El amor verdadero dejó de ser el tema central para dejarle el paso libre a la inyección de sueños absurdos y apasionados que mantienen a los borregos comiendo de la limosna que se torna cada vez más escasa. La paz es un cuento chino que solo existe en los artículos de revistas que enseñan a respirar para arreglar la vida y en películas que no impactan para nada las taquillas. La alegría es un boleto para llegar ahí mismito, efímero y engañoso que sirve cada quincena para aplacar la percepción del fracaso total del modelo de vida que vende el sistema. Y así seguimos, enmarañados en la pasión, el logro efímero, el placer externo, el miedo y la desesperanza, dándole la bienvenida a los narcóticos que al fin vendrán a quitarnos el temblor por un ratico. Y es con ese cohete por detrás, que nos persigue, nos exige, que no nos deja opción, que queremos durar, permanecer lo posible haciendo el papel de mendigos profesionales, orgullosos, que gritan sus ofertas engañosas impunemente. Queremos tener una subsistencia duradera, un hogar duradero, un trabajo duradero, unos amigos duraderos, sin importar, al fin, qué clase de basura es la que nos empeñamos en llevar a cuestas durante todo el resto de nuestra existencia.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

¿Se acabo el amor?

Se acabó el amor. Se desapareció el amor. Quedé en medio del escenario vacío, oscuro y sin razones, sin explicaciones, sin pista alguna sobre lo que ocurrió. Me dicen que el miedo y la desconfianza lo vencieron. Afirman que el amor cambia y se desencuentra. Me juran que así es la vida, que me seque las lágrimas y siga adelante en la nueva búsqueda del amor… del que sí va a ser para toda la vida. Me pregunto si era amor, amor verdadero. En la noche me atrevo a preguntarme si no era un plan predestinado a fallar por falta de cimientos claros, de bases que aguantaran la pela de los años. Una vocecita burlona me dice al oído que tal vez todo fue ilusión infantil o pasión carnal venida a menos. Me da terror pensar que todo fue una costosísima historia rosa o una explosión de ego lo que ayudé a tejer sin consideraciones de gente grande, consecuentes, amorosas en el sentido amplio. A medida que pasa el tiempo, se me hace menos imposible pensar que el final fue tan natural como el de un proyecto planteado por ignorantes en la materia, por seres todavía en aparente crecimiento, por quienes creyeron honestamente en las estupideces que el entorno “moderno” siempre les sembraron en sus cabezas. Pensándolo bien y dejándome de tonterías, ahora que lo pienso, me parecería todo un milagro que ese esperpento de colores estuviese todavía en pie.

lunes, 16 de diciembre de 2019

Me enamoré de un rol, versión tú


Me enamoré de un rol, de tu rol. Siempre te visitaba entre la multitud para apreciar tu trabajo. Me enamoré de ese rol que todos admirábamos y del que todos querían un pedacito. Pero fue una atracción fatal hacia solo una parte de ti. A medida que fui conociéndote, pude ver de cerca la perfección de tu ejecución. Sin embargo, cuando quería que bajases de tu pedestal para que conversáramos del día a día, de tu familia, de tus sueños, de lo que yo podía ofrecerte, te alejabas con violencia después de proferirme una mirada de pánico, de desconfianza. Nunca supe supe lo que ocurría contigo en ese momento, pero me siento como un tonto por ilusionarme con compartir mi vida contigo, sobre todo cuando ahora veo claramente que eres solo un trozo de alguien que no pudo labrar cada aspecto de su vida y buscó como último recurso el encierro dentro dentro de lo único que sabía hacer con esmero: lo suyo.

Me enamoré de un rol, versión yo

Me enamoré de un rol. Me enamoré de solo una parte de mí. Me enamoré de ese retazo que cultivé hasta llegar a la perfección. Cuando estoy en esa parcela irrepetible, no hay nada que me pueda perturbar. Soy el amo de esos lares, de esos dominios, y mi bandera está clavada allí para que sepan que no deben meterse con eso. El problema sobreviene cuando debo salir de este entorno de ejecución inmaculada al exterior, a la vida normal. Una vez terminada la labor y ser arrojado al mundo de la incertidumbre con el que todos están acostumbrados a lidiar, me convierto en un ser discapacitado. Tengo dificultad para conversar, para compartir. Me paraliza una solicitud de colaboración, y más todavía de convivencia. No entiendo los códigos de quienes pasan por mi lado comentando su día, expresando sus sueños, sus dolores. Mi comprensión sobre el otro es nula. El intercambio entre los demás me produce tal parálisis, tal repulsa, que el miedo me hace quitar la mirada, manotear y salir corriendo hasta llegar a mi casa, mi otro refugio. Así que permanezco adicto a mi rol, ese triunfador y aislado del que les hablaba anteriormente; y aunque asumo que debo buscar ayuda para ajustarme a lo que llaman “cotidianidad” o “empatía”, trataré en lo posible, como un niño malcriado, de encerrarme el mayor tiempo que pueda en mi hueco de salvación.

domingo, 15 de diciembre de 2019

El inmenso universo y sus reglas

El curso del universo es inmenso, coherente, inevitable. Solo nuestras pequeñas y efímeras mentes no se dan cuenta de su perfección porque somos solo insignificantes islas en medio de un mar inmenso que promete mucho más de lo que se puede mirar a simple vista. Todo es más amplio de lo que podemos observar, aunque esta visión superficial nos lleve toda la vida en completarse: no tiene caso. Son retazos de conocimiento que solo pueden notar con escasez tímidas aproximaciones de la realidad. La realidad. Esa realidad de la que nos sujetamos y a la que defendemos de cualquier manera apasionada será solo nuestra propia perspectiva; nunca será la verdad lo que digamos porque nuestras lentes y nuestros medios están ridículamente contaminados, enrarecidos o retorcidos por nuestras experiencias y nuestras creencias. Es como pedirle a un ciego que nos describa el vecindario sin haber salido de casa. Así que déjame seguir contemplando todo cuanto ocurra y tener la ilusión de que puedo cambiar algo, de que existe un futuro por conquistar, cuando realmente somos las hormigas en el lomo del elefante. Todo pasa y todos pasaremos. El circo resultó no ser nuestro y hay que conformarse con saber que somos solo los payasos que se distraen con sus propios malabares.

lunes, 9 de diciembre de 2019

No me importa nada

No me importa nada. No me importa que haya gente muriendo de hambre, de enfermedad, de ignorancia; total, yo estoy muy bien. No me importa que se esté destruyendo la fuente de los recursos que sostienen la existencia del ser humano en el planeta; total, no estaré vivo para cuando eso estalle. No me importa robar un poquito –si es que le quieres llamar así–; total, todos andan en lo mismo y al final ni se nota. No me importa perder semanas sin hablarle a mi madre, a mis hijos, a mi mujer; total, ando arrecho y distraído con cosas más divertidas. No me importa mentirme a mí mismo por un rato más; total, todo mejorará aunque todavía no sepa cómo. A diferencia de muchos comeflores escandalosos, no me importan muchas cosas que ellos quieren usar para que yo quede como un tipo insensato que actúa como cierto tipo de pato: un pasito, una cagadita.

La alegría está sobrevalorada

La alegría está sobrevalorada. Una emoción tan efímera no debe ser el blanco de tanto deseo, de tanto plan, de tanto estropicio. Sí, claro, los acontecimientos importantes, los logros, las metas cumplidas producen alegría, pero no es por estar alegres o felices que nos embarcamos en estas luchas. Es por estar distraídos, ocupados, por “estar en algo” que nos trazamos estos objetivos, muchas veces alejados de lo que somos realmente. Estar alegres es como estar bañados: se siente bien, se siente fresco, se siente correcto, pero en algún momento habrá que repetirlo para que valga la pena; y a ese ritmo inestable, quien no tiene suficientes acontecimientos alegres, tanta leña para mantener esa costosa flama encendida, desarrollará esa adicción conocida a la sonrisa forzada, a la búsqueda incesante de retazos baratos de material a consumir que mantengan andando ese vehículo tan solicitado y atiborrado de gente que llaman alegría.

El rincón de las certezas

Me levanté un buen día con las certezas que había soñado. Podía resolver cualquier situación con mis nuevas herramientas de lógica y cálculo en un dos por tres y sin mucho miramiento a la posibilidad de fallar. Todo se me daba tan fácil que los demás me producían, cuando más, compasión. Hasta un libro escribí. Pero ese supuesto despertar no duró mucho. Resulta que pasé por alto los contextos y escenarios de mis afirmaciones y resultó que todo lo que pensaba era cierto e invencible solo para una muy pequeña parte del tiempo y del universo. Resultó que me había convertido en un necio que lanzaba sentencias ligeras sin darme cuenta del ridículo escandaloso al que me arrojaba con la confección de cada nuevo teorema. Fue solo tiempo después de aquel descalabro mental que cierta perspectiva menos ególatra me ayudó a ver algunas verdades más allá de mis emociones. Todo se simplificó como por arte de magia, pero esta vez no fue mi mente con sus retorcidos excesos de pensamiento lo que dejó ver los nuevos caminos a seguir, sino la paz silenciosa y poderosa, lejos de la cual me mantuve balbuceando en este presunto rincón de las certezas.

domingo, 8 de diciembre de 2019

Muchas puertas, por supuesto

Después del primer proceso doloroso que me llevó al foso del sufrimiento por algún tiempo para luego emerger triunfante de entre las cenizas del incendio previo, se abrió una puerta de bienestar. Sentí entonces que había logrado traspasar el umbral a la madurez y hasta a cierta espiritualidad que me haría el camino más fácil por el resto de mi vida. Pero estuve equivocado. Caí una y otra vez en medio de nuevas cegueras, de hipnotismos enloquecedores que me secuestraban cada vez. El malestar se hacía presente de nuevo. Al asumir la frustración y el aprendizaje respectivo, veía que se abrían nuevas puertas que aliviaban, en cada circunstancia, el dolor que se hubiere acumulado, resultando siempre el proceso en un paso hacia adelante. Muchos años después, sé que muy poca gente recibe el regalo de la puerta definitiva y la verdad, ya no lo anhelo. Una puerta llevará a otra, dibujando siempre un nuevo camino por recorrer. No es que sea malo: es como es. Ya asumí que vendrán nuevas caídas; asumiré sus dolores y aprendizajes, y sé que pronto vendrá una nueva puerta que me situará en el mejor de los entendimientos para el momento. ¿Qué si quisiera mi puerta definitiva? Claro que sí, pero no hace daño asumir que nunca llegará sino como en forma de pruebas de diferentes caras y tamaños. Estoy conforme. Estoy contento. Ya desapareció el drama.