Dulce y desatinado Niño
Jesús. Puntual como un buen funcionario. No había manera de que me trajeras lo
que pedía… seguramente por falta de antelación, pero nunca quedaste mal. “El
niño es un espíritu que entra por la ventana y deja los regalos”, me decía mi
mamá, mientras yo me imaginaba una sombra azul, escurriéndose por entre las
rendijas de la ventana, moviendo la cortina de la sala y haciendo su acto de
magia en la esquina de la pared verde esmalte. Sí pude saber que no llegabas al
campo, cuando me iba de vacaciones… seguramente porque no había antenas
repetidoras porái y la carta se quedaba corta. Unos añitos después, se planteó
la aventura de pensar que el Niño Jesús no era el espíritu en cuestión, sino
algún familiar cercano (sacrilegio no muy castigado, por cierto). Luego de
muchos años y dos hijos, ya se despejó la incógnita: El Niño Jesús soy yo.
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