Haré un corte de
cuentas, pero de verdad. Haré un corte de cuentas, pero al revés. No resumiré
lo que he hecho o sido hasta ahora para ver cómo voy. Borraré, en cambio, la
historia. Aniquilaré el pasado. Terminaré de un plumazo con la inercia, con la
tradición, con lo que siempre ha sido así, con el oscuro pasado. Hoy seré
bendecido por el amanecer. Hoy sentiré una nueva brisa en mi cara, un nuevo
mensaje qué dar y recibir. No me importan tus días antes de hoy al conocerte, y
espero que me correspondas con eso. Hoy, a esta hora, comenzará la construcción
limpia, sin contaminación alguna, con la frescura y la emoción de lo nuevo, de
lo incierto. Ya no hay decretos ni prohibiciones enquistadas en mi mente, en mi
corazón. Así que, de ahora en adelante, caminaré a un nuevo paso, con los
oídos, los ojos y la piel abiertos a la nueva verdad que ocurra ante mis
sentidos, ante una cabeza abierta y sin prejuicios. Desde ahora, seré libre.
Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"
sábado, 31 de diciembre de 2011
Tiempo
Decir
“te quiero” dura un segundo. Un abrazo, por muy encimoso que sea, ha de durar
menos de 30 segundos. Llamar a tu mamá, papá, abuela, u otro familiar sólo para
saludar, podría durar 4 minutos. Comprar un dulce camino a casa, podría
retrasarte 10 minutos. Tomarse una cerveza con un pana… eso son unos 20
minutos, y si son dos, seguro menos de una hora, y para el año que se dejarán
de ver, hasta 5 cervezas podrían caer muy bien. Enviar un mensaje por correo a los seres bien
recordados, con correcciones y todo, serán 5 minutos. Almorzar son 20 minutos,
y si es acompañado, mejor. Así que cuando me dices que no tienes tiempo… ¿a qué
tiempo te refieres?
Por ahora, si
Por ahora, seré defensor
de mis principios. Por ahora iré tan lejos en mi rectitud como me sea posible, cuidando los derechos
ajenos, el bienestar colectivo. Por ahora, mis valores serán mi bandera ante
los entuertos de la vida en la calle, en la oscuridad pegajosa. Por ahora, la
compasión y la empatía serán la lente que usaré para mirar al prójimo. Pero eso
será por ahora. Luego, no. Luego, cuando esté hastiado de colocarme como escudo
de monolitos anticuados y retrógrados, dejaré pasar a los malos y miraré de
cerca el lado oscuro. Nada me importará, y menos después de tantos años de
pelea perdida, sostenida por parpadeos, por destellos que me decían que todo
iba a salir bien. Luego, me hundiré hasta la superficie y disfrutaré de lo que de
hasta ahora me escondía por tóxico. Moriré con ambas experiencias vividas y con
el promedio calculado. Por ahora, los tobillos ya están temblando en esta
corriente incesante, y no creo ser de los que se parten los huesos por tal
bandera sin estrellas, aunque digan que vale la pena, aunque sea bonito cuento
para mis hijos.
viernes, 30 de diciembre de 2011
Pesadilla con Shakira
La luz de la rendija de la ventana me despertó y el dolor de
cabeza me contó del final de mi noche. Giré sobre mí mismo y sin poder terminar,
fui interrumpido por otro cuerpo en mi cama. Era Shakira. Emm si, era Shakira,
que se había despertado con el empujón. Me miró, la miré, y ahorrando preguntas
y respuestas obvias, le pregunté: “¿Qué haces aquí?”, a lo que respondió: “Nos
vinimos anoche, después de conocernos en la discoteca”. Tratando de no quitarle
la vista de encima, sólo hice esfuerzos inútiles para recordar. Al ver su loba figura
por entre mi vieja cobija, sonreí y le dije: “y mira, chica, ¿qué tal un
besito?”; y mientras hacía yo el puchero para recibir mi premio, nuestra
estrella miró el reloj de Mickey que tengo en el closet, y brincó de la cama:
“¡Coño, me tengo que ir!”, y mientras abría los ojos y ver el afán de su
merced, le pregunté con desespero: “¿Qué pasó, Chaqui? ¿No vamos a hacer
nada?”, y desapareciendo detrás de un portazo, respondió, con falsete y todo:
“Ya lo hicimos, amor… ¡me tengo que ir!”
¡Anda, vale,que viene Año Nuevo!
Anda, llora, eres blando,
vulnerable, accesible. Anda haz tu berrinche, manifiéstate con tu lenguaje
imperfecto, airado, desconsiderado. Anda, ven y grita, patalea, dime tu razón
prohibida al público. Anda, pues, haz lo que te salga del alma cabeza caliente;
di lo que debas decir para que tu corazón se calme y la vida siga, al menos sin
problemas orgánicos. Después que salgas de la calentura, sonríe; anda, hazte un
poema, un escrito en una servilleta y siéntete bien, útil a la caricia,
cómplice de la blandura que llevas dentro. Anda, coño, reflexiona, vuélvete un
enredo para saber qué quieres, qué necesitas, qué te da la gana vivir. Siente,
por poca vez en tu tiempo, que no estás arrastrado a los designios ajenos,
concientes, superdotados de alguien a quien admires, respetes, temas. Anda, con
la tranquilidad de tus años, pensar en lo que ahora te haga hacer silencio sin
miedo de escuchar; que te facilite ser como quieres, ser, y quien sabe, como ya
eres.
jueves, 29 de diciembre de 2011
No sé... ni quiero saber.
No sé. No sé y parece
estar mal. Pero la verdad es que no sé. No sé cómo enfrentar el juicio de los
demás respecto de mi ignorancia. No sé si es voluntario o no. Hay muchas cosas
que no sé, y una de ellas es cómo corregir lo que no puedo entender, lo que no
puedo, ni siquiera, percibir. Son versiones, opiniones en voz baja las que me
llegan mientras, en mi ingenua tranquilidad, en mi ensimismada paz. Padezco,
según la audiencia, de una enfermedad; podría decir yo que no duele, que no
incomoda, no mortifica. Estoy asintomático, en una gravedad demasiado llevadera
como para notarla. No sé y no sé si quiera corregir eso. No sé y por más
preocupado que deba estar, no lo estoy. Pasa el tiempo y nadie ausculta a
favor. Pasa el tiempo y mi isla parece ser, según los entendidos, más pequeña.
Por mala suerte, no veo la calamidad acercarse. Por culpa de mi ceguera
crónica, no detecto la inminencia de la catástrofe. Esto de no saber es algo
muy extraño, que no da para saberse perdido y poder continuar en lo que en los grandes
tomos se cataloga como locura, como indiferencia, como negligencia o
irresponsabilidad… pero no sé, no sé si seguir escuchando voces agoreras, a mi
ignorante manera de ver, o cerrar los ojos y sonreír, y celebrar mi
desconocimiento puro y escandaloso.
Parada ahí
Veo que
estás parada ahí, enfrente de mí. Llegué aquí, corrí hasta aquí para hablarte,
para me que mirases. Pero no me miras. Tus ojos se pierden en el camino que
también se pierde. Te hablo, te suplico, te hago señas y nada. Después de un
rato, se me antoja que no te has dado cuenta de que estoy allí, rogando, tarde
ya, el regreso. Te asemejas a una estatua preciosa que deja su cabello pasear
por la brisa que sí se atreve a acariciarte. La sentencia parece ser
definitiva, aunque no queda claro quién la dictó. Sólo me queda mirar impotente
una lágrima en tus ojos inamovibles, que baja por tus mejillas indiferentes a
mi angustia. No hay por favores, berrinches o pataletas trasnochadas que te
hagan reaccionar a mi favor, a lo que todavía creo nuestro favor. Estoy seguro
de que esa visión bizarra del abandono es el único recuerdo que me quedará de
ti, del accidente fatal que resultó lo nuestro.
Desde afuera... siempre
Los cantos de los gallos y
el cacareo incesante de las gallinas, dicen cada día, que la expresión es lo
más importante. Sacar lo que se piensa, lo que se siente, hasta con cierto
adorno, con cierto ribete. Conocerse, acariciarse por dentro, saberse vivo y
comprometido con algo, con cualquier cosa, con lo más ridículo que uno pueda
soñar. Y mientras digo esto, miro hacia un lado, no sé si hacia abajo, y miro
rígidas fracciones de vida provocadas por necesidades más enfáticas, aún más
viscerales que las mías, que las que me empujan a decir tantas cosas, a dar
forma a mis más íntimos berrinches existenciales. Es otro tipo de hambre; es
otro tipo de incapacidad, más permanente, más imponente. Son paredes que no
muestran peldaños, que no dejan ver saliente donde apoyar el pié para
impulsarse y salir del encierro. Son ignorancias menos voluntarias, pero más
definitivas. Es el agua al cuello, es nariz y boca tapada, sin permitir algo de
aire pasear por la tristeza imperceptible, inconcebible, que vigila y controla desde
la oscuridad. No tengo argumento inteligente. No puedo apoyar en nada que se me
pueda ocurrir… la cuerda que agarra el cuello no da más, ni un ápice a favor de
nadie. Con mi capa no puedo arropar a nadie. Veo a todos desde lejos, pero con
tanto dolor ignorante de mi parte. Crecí en otro entorno. Crecí entre espinas
más redondeadas, más fáciles de esquivar. La indiferencia era entonces una
buena herramienta para crecer, para ver sólo los colores pastel, para escuchar
sólo los cantos de las aves y del agua al caer. Crecí en medio de una felicidad
que ahora me parece desconsiderada, burlona y silenciosa, que me parece
hipócrita; y lo peor, es que no puedo dejar de jactarme de ello, aún mirando y
oyendo los gritos del otro lado, los lamentos que no sé curar, las heridas que
tienen parte de mi nombre en algún lado que no deja de sangrar.
Préstame tus ojos
Préstame tus ojos.
Regálame algo de tu mirada. Dime lo que ves allí, donde estás ahora… sé que es
mejor, sé que me gustaría verlo. Préstame tus percepciones de lo que te rodea.
Envíame por un correo especial los olores de la tierra mojada y del pasto donde
estás sentada. Hazme saber del alimento que te mantiene caminando lejos de mí.
Dime si algún recuerdo me lleva de vez en cuando a tu lado; dime si alguna
lágrima honra mi ausencia, si algún suspiro me invoca sin tu permiso. Toca una
de tus mejillas como quisieras que yo lo hiciese. Mírate en un espejo para
desde tus ojos saberte la misma de siempre. Canta en silencio alguna de
nuestras melodías, para hacerlo a dúo, como antes. Corre por el campo, para
perseguirte un poco más lejos y siente esa cosquilla de cuando se está a punto
de ser alcanzada por la picardía, y cuando al descansar del juego divino caigas
al piso, por favor, haz que te duermes en mi regazo, con mis caricias.
miércoles, 28 de diciembre de 2011
Idealízame, anda...
Idealízame siempre. Idealízame cada
día. Borra de tu mente mis más antipáticos defectos y deja lo más
acomodadito que encuentres. Déjate llevar por mis gestos elocuentes
y mis palabras enrevesadas, domingueras, contundentes. Olvida, por
favor, y en nombre de lo nuestro, mis desafueros, mis estalidos, mis
faltas al respeto, torciéndolos poco a poco hasta llegar sólo a mis
ternuras, mis pasiones, mis aciertos invencibles. Bota esa foto, y
esa, y esa. Deja estas, la del traje brillante y el peinado favorecido
por la luz de la cámara. Déjame, por un rato más, seguir siendo tu fantasía
viviente, la solución a tu problema, lo que nunca podrás encontrar
en ningún otro.
martes, 27 de diciembre de 2011
Seducción insolente
Te veo y tienes serias
intenciones de raptar mi dignidad, mi orgullo. Tus manos comienzan sus
movimientos rituales para recuperar mi atención. Tu mirada, que sube lentamente
desde el suelo, caminando por tus intenciones, hasta llegar a mis ojos ajenos,
maestro en fingir indiferencia. Tomo un libro, enciendo la lamparita de
siempre, y a través de la tenue luz amarilla puedo ver serpentear tus vestidos,
como dejando saber que hay algo dentro de ti que me quiere encerrado entre tus
brazos. Pero no cederé, no seré la víctima, nuevamente, de tus suspiros a
quemarropa, de tus susurros punzantes. Me vestiré de minusvalía; ninguno de mis
sentidos querrá funcionar ante tus artes delincuentes. Pero parece ser una
empresa dura y cada vez insostenible. Parece ser que mis fortalezas te
recuerdan. Parece ser que el triunfo comienza a recorrer tus mejillas, y el
velo de delicadeza cae de tu rostro, amenazando, mortalmente, mi recién
conquistada paz.
Sólo bastó un momento
Sólo bastó un momento para
acabar con todo. Demasiado corto para terminar con tanto. Una imprudencia, un
mal movimiento, una omisión, y todo lo que era nuestro mundo, se fue. Gritos,
lamentos, gente alrededor, y aún siendo todos extraños, la compasión nos
arropó. Desesperación, llamadas, miradas tratando de buscar lo que ya no había;
los cuerpos yacían entre el amasijo de metal y cuero, entre el silencio recién
instaurado. No había nada qué buscar, aunque quisiésemos; no había respuesta de
los rostros recién inmortales, que hasta hace segundos se rodeaban de sueños,
se bañaban en esperanza. Los minutos traen el lamento resignado de los
impotentes. La tranquilidad excesiva, el viento que canta melodías pasadas, el
calor temprano de la última mañana del cuento sólo nos ponen en el camino lento
e inevitable de la pérdida, de la extrañeza, de la negación de todo lo que
pueda construir ahora, en este momento de confusión.
Hace
poco pasé cerca de sitio, y no pude evitar se halado por las tres cruces
clavadas en el árbol marcado de ese camino, el único testigo presente del fin
de la historia, la única pieza del azar dispuesta ese día, para esos ausentes.
Pues sí, chica
Pues, si, aquí
estoy. Con esta sonrisa atrapada entre mis dientes. Después de lo que pasó,
pensé que no ocurriría más, esto de estar así de ligero. Y yo que pensé que era
el final de mis días, que sin ti nada tendría sentido. Incluso me dejé caer en
el suelo y esperar que una muerte dramática, pintoresca, una muerte que rayase
en lo cursi, viniera y me recogiese de mi postración. Pero no fue así; me quedé
esperando y esperando… después de un rato, nadie vino, nadie se compadeció y
sintiéndome en medio de una tremenda ridiculez, tuve que levantarme y usar mis
pies, ya no tan desahuciados. Tanto la figura como el fondo eran oscuros,
inciertos y lo que provocaba era renunciar. Pero resulta que renunciar no es
tan fácil; para renunciar se necesita más valor que para seguir en el juego…
por eso, me vine y me di un baño y me vestí para caminar hacia algún lado, y
comenzar a buscar el sentido que pareciste llevarte, y que finalmente, lo que
pudiste hacer fue esconderlo muy bien. Espero que estés igual de bien, igual de reconciliada.
La mente no dormirá
La mente seguirá trabajando. Nos haremos los imbéciles, buscaremos de
qué reír, en qué invertir el tiempo, el sueño profundo; pero detrás de la
cortina de la inconsciencia se nos apagarán los párpados. Las vísceras
continúan escuchando las palabras reverberantes que permean desde nuestra
cabeza y nuestro corazón, sin posibilidades de ignorar, de pasar agachadas. El intelecto
seguirá jodiendo con todo el material diario, constante que le otorguemos a
consignación. Será tal proceso lógico que no habrá más responsable que tú mismo.
Por eso, mi pana, cambia ese ajuar enmohecido, abre las cortinas poco a poco,
deja que entre luz y frescura en tus cabellos, para comenzar. Ya verás cómo
casi imperceptiblemente, tu mirada recobra el brillo y el ceño se diluye en la nueva
tranquilidad que se pasea por tus sienes, por todo tu cuerpo, posponiendo
indefinidamente el próximo colapso preparado para ti.
lunes, 26 de diciembre de 2011
No te oigo más
No te oigo. No sé
qué me quieres decir. No puedo, aún si quisiera…y no quiero. Ya escuché todo lo
que debía hoy. Es más, creo que ya escuché lo que debería haber escuchado en
demasiados días. Si te paras enfrente de mí, si me haces señas, aún si me
gritas, no viraré la mirada para saberte, ni a ti ni a nadie. Es por eso que
ahora estoy en la terrible digestión de ideas, de palabras, de insultos
maquillados, de sonrisas con filo. Es por eso que ahora tengo mis puertas
blindadas a todo mensaje posible. Por eso, te pido, por favor, que no intentes
buscar en mí una mirada atenta, una sonrisa honesta, un oído pendiente. Por eso
te pido que te mantengas lejos de este adelanto visual de lo que soy, de este
pellejo indiferente, de estas manos distraídas.
En sus marcas, listos, ¡Qué va!
Traté de
hacerlo y no pude. Fue el peor error que pude cometer. Yo sabía que si lo
hacía, me iría mal. Tantos me previnieron… el miedo se transformó en certeza.
La terrible posibilidad se convirtió en certeza y creo que para la próxima no
lo intento. Necesito certezas, garantías, protección; no puedo cometer este
tipo de tonterías que atentan contra mí. Pasa e tiempo desde aquel episodio, y
siento la misma necesidad de cuando lo intenté, pero más temor que entonces. El
hecho es que lo sigo anhelando en silencio, y a pesar de que hice otras cosas
más seguras para compensar mi necesidad, no surtió el efecto esperado. Fue como
beber cuando se necesitaba comer. Ahora, como un fantasma incisivo, surge de
entre mis pensamientos y aparece detrás de cada esquina, de cada árbol. Siento
que perdí algo, pero no sé qué es con certeza, tal vez el valor, tal vez la
esperanza, tal vez la cordura. Aquí estoy ahora, al comienzo de la bajada, muerto
del terror, con el casco puesto en el sudor, con las manos en el manubrio que
mira hacia delante con más frescura que yo… nos vemos en un rato, y espero
contarles una mejor historia.
Los rayitos del...
Fui despertado por un rayo
de sol en mi cara. Hacía tiempo que no sentía la extraña sensación de tibieza
sobre mis ojos cerrados. Temprano, de mañanita, cuando el sol apenas balbucea
lo que será su brillo pleno, son caricias las que regala mientras recorre el
cuerpo; es como si buscase algo en ti, cual linterna curiosa. No molesta, no
incomoda. Es una especie de baño invisible, de invasión permitida. Es un saludo
al día recién nacido, a las nuevas intenciones, a las nuevas fuerzas que el día
anterior menoscabó. Es una inspiración antes de recobrar la conciencia. Es una
bienvenida de parte de un aliado no entendido. Debo levantarme, asearme y
colocarme mis lentes oscuros, para preferir ignorar lo que me hizo despertar
suavemente y entregarme a lo que me trasquila a diario.
Del Metro: "Gracias, mijo"
“Se les recuerda a los señores
usuarios que los puestos azules en los vagones están reservados para
embarazadas, personas de la tercera edad y personas con
discapacidad”. A ver, muchachos, ¿Qué tan embarazada puede estar
una chica? Tal vez, una joven de 25 años con dos meses de embarazo
tiene menos achaques que yo, por lo que darle el puesto sería,
netamente, un gesto de caballerosidad. ¿Qué tan de la tercera edad
puede ser una persona para darle el puesto? Tal vez un adulto mayor
de 65 años no tiene este tremendo dolor de espalda y talones que
cargo yo ahorita, ¿no? ¿Y qué tan discapacidad es esa del pana que
tengo parado enfrente? Seguramente por una sordera temporal no hay
que darle puesto un carajo, vale. Lo más gracioso de la vaina es que
mientras estaba yo en esta disertación mental brillante, una señora
más vieja que yo, con dos bolsas se levantó de su puesto y me lo
ofreció con mirada compasiva.
domingo, 25 de diciembre de 2011
Que tire la primera piedra, pues
Que si libre de pecado, que si la primera piedra. Y bueno, ¿por qué no? La
primera piedra será, pues. El pedacito de roca voló por los cielos y cayó en la
cabeza de un inocente, en la mesa de un hambriento, en los sueños de un niño. El
Libro me hubo dado permiso para este desafuero calculado, y yo casi que obedecí.
Todo pasó y fui un pecador de los originales y certificados. Pero el asunto no
paró ahí. El miedo al castigo fue quebrado en pocas horas y nació el cinismo
moderado. Para este momento, ya sabía más de piedras, de punterías, de
destinos, y no pude, ni quise evitar reincidir. Ahora eran más piedras; ahora
tenían mayor frecuencia en sus aciertos. De hecho, hasta calendario tienen,
dejando saber cuándo y dónde tendrá lugar el próximo atentado. A estas alturas,
no hablo de pecados, menos de respeto y definitivamente nadita acerca de moral,
pero tengo una extraña e imperturbable sensación de bienestar.
¿Y mi regalo?
Amaneció navidad y me
desperté corriendo a ver qué me había
traído el Niño Jesús. Fui al arbolito, y no estaba allí. Miré en la mesa, en los adornos para la cena
y nada. Miré en todos lados de la casa, salí al garaje y no había nada en el
carro. Seguí corriendo, pasé por el jardín, subí a la terraza y vaya que me
sentí mal. Le pregunté a mi esposa, a mis muchachos si no habían visto mi
regalo de Niño Jesús y no me supieron responder. Sentado al borde de la
piscina, después de buscar en el gimnasio, que me di cuenta de que ya hacía
algún tiempo, el Niño me había traído mucha prosperidad, una familia
espectacular y una salud inigualable. Para el año que viene le pediré algo de
sensatez (qué bolas tengo yo).
¿Una vida sencilla? Si, Luis
Una vida sencilla. Al parecer,
la mejor manera de llevar una vida sencilla es no sabiéndolo. El equilibrio en
la ignorancia parece ser espontáneo, expedito. Pero, caramba, uno se entera de
la vaina y se complica todo. Comienza la reflexión, el enredo, la frustración. Entonces
cada momento de equilibrio no se debe a causas naturales, sino al estudio, a la
observación minuciosa, a la concientización de los factores circundantes. La verdad
es que quisiera llevarme un golpe en la cabeza como en las malas historias de
TV, en las que uno se olvida sólo de lo inconveniente y así desaprender el
punto de vista complejo para ver lo sencillo, del enredo para llegar a lo
simple, de lo fastidioso para llegar a la paz.
Saquear la vida
Saquear la vida. Tomarlo
todo en lo posible. Truncar los crecimientos, el florecimiento pausado,
violentando procesos naturales, inevitables, necesarios. Pretender forzar la
cosecha sin haber sembrado semilla alguna, cuando ya no hay tiempo para el
crecimiento, para la comprensión. Vandalizar la caminata, quitando el avance y
convirtiéndolo en un desplazamiento sin sustancia, aunque artificialmente
colorido y ruidoso. Tomar atajos, pisar hombros, comprar la medalla. Pero vendrá
el nuevo amanecer, a pesar de las dudas y los falsos fundamentos. Llegó el
alba, poderosa, inexorable, majestuosa, y dejará ver el desastre de la noche
anterior, cuando algunos pensábamos que no habría más allá, que todo se
retiraría dejando el fin de la historia. Sale el sol, entonces, haciendo
preguntas difíciles de contestar por nuestra estupidez, por nuestra
precipitación, por la ceguera escogida como modo de vida. Recuerda siempre que
habrá mañana, y mientras lo haya habremos de ser pacientes, reflexivos,
festivos, pujantes, constantes. Así que quítate la máscara y las ganas de
saquear, y comienza a disfrutar del resplandor que se fabrica con el goteo
diario, y que llenará el recipiente, sin duda alguna, y dejará el botín ese que
querías al principio.
viernes, 23 de diciembre de 2011
Llegó la Navidad ...oootra vez
Llegó la navidad, de nuevo con sus
frías mañanas regalando las reflexiones de este año. Llegó
diciembre avanzado, con lo solo de las calles y ascensores, con el
tono de jodienda venezolano preguntando qué hay pa hoy. Llegan de
nuevos estoy días de cierta magia, en los que nos damos el permiso
de sonreír, tal vez sin decir lo que sentimos y tememos. La familia
siempre familia, con los presentes visibles e invisibles, con el pan
de jamón, hallaca y ponche, ron o cervezas mientras la parranda y la
gaita suenan en la sala y llegan los primos, los sobrinos y los tíos.
Diciembre que rompe dietas, silencios e indiferencias. Fin de año
que se acerca, precipitando expresiones sometidas durante el año,
empujando promesas traviesas que se dicen con disimulo, porsia.
Semana final de amores de todos los sabores, para los niños y
jóvenes, para los viejos y para el ojo picao de lejos. Días de dos
canas más y una pollina menos. Un año más de vida y uno menos de
vida, que ojalá haya sido de buen saldo como para recordarlo dentro
de otros, más adelante... coño, tía, ¿no hay maní del otro?
Me voy al fin
Me voy para otro lado. Me voy adonde
pueda estar relajado, a lidiar co n problemas más parecidos a mis
soluciones. Me alejo de la moralidad ajena y me voy a encontrar la
propia... será mucho más fácil ser responsable por algo. Voy a
quitarme esta camisa de fuerza en la que no puedo sacar los brazos y
abrirlos con frescura. Haciendo las maletas me doy cuenta de que no
necesito llevar mucho adonde voy; me percato de que, a pesar del
miedo a mis sencilleces, el destino me depara bienes que no estorban,
que no se desechan, que no se ofrecen en aparadores, por lo tanto,
cuesta más que se pierdan o estén sujetas al costo de oportunidad.
Me voy a saber dónde es que queda el carajo, que mientan.
Estableceré mi yugo, mi dictadura, mi régimen, mis propias
injusticias y vicios sin más audiencia y víctima que yo mismo. Seré
la víctima feliz del secuestrador y sus sindromes de Estocolmo.
miércoles, 21 de diciembre de 2011
Moriré de arrechera
Me moriré de la
arrechera1
sin que nadie lo note. Iré de escenario en escenario echando la culpa de las
cosas a ellos, sin mencionar nunca mi inquietud. Iré, entonces, con mi cara de
culo2, sembrando preguntas en los demás, a quienes ni crean que
responderé cuál es mi problema de siempre. Seguiré, entonces, rellenándome de
amarguras sembradas y cosechadas por mí; diciendo que sí cuando no y viceversa,
para no entrar en detalle.
1 Rabia.
2 Culo.
Detrás de la emoción
Quiero saber qué hay
después de la emoción, de la explosión de pasiones, de la pirotecnia. Quiero saber
-claro está, después de vivirlo-, qué se ofrece cuando la dulce escaramuza baja
la intensidad y queda el silencio ocasional inevitable. Necesito conocer qué
regalos moderados puedo propinarte para arrancar una sonrisa y un abrazo. Quiero
ver la curva de voltaje potencial que encierra tu cuerpo, tu mente, tu
espíritu, totalmente ajeno a un banderazo de novedad, a esos chispazos locos
que tuvieron a bien aparecer al comienzo de nuestra historia. Ahora, siento esa
misma fuerza, pero llena de silencios, de miradas, de decisiones que destapan
el raro compromiso sin obligación que siento tocar a la puerta cada mañana.
Compré pintura
Compré mucha pintura, al
fin. Prefiero mirar al futuro y dejar a un lado el pasado. Pintaré todo lo que
pueda para dar una nueva cara a todo, y
así dejaré todo en orden. Hay algunos huequitos, pero no importa, no se verá si
lo miras desde este lado. Sí, claro, hay algunas parece sucias, pero eso con la
pintura quedará tapiado en el tiempo pretérito. No niego las grietas y la
humedad, pero la brocha los pondrá a
dormir por un rato, mientras se necesita otro poco más de este color oscuro. No
estará perfecto, pero está mejor. Se cayó un pedacito, pero con un brochazo
llené el vacío y viéndolo bien, no se nota si uno pasa rapidito. Carajo, creo
que no podré seguir pintando; se me cayó una pared y puedo ver el resto de la
ciudad, ahora más indiferente que nunca. Creo que todo fue una payasada muy mal
planeada y con mucha audiencia como para alcanzar el éxito. Hace dos horas que
estoy entre los escombros, impotente, desgraciado, y con este maldito olor a
pintura que me tiene loco…
Qué ladilla todo
Es tan bonita, pero nada más; qué
ladilla. Huele a nuevo todavía, pero estoy fastidiado. Si, claro, el
aparato es lo último que salió, pero apenas lo uso. Todos los días
lo mismo. Qué aburrimiento este otro trabajo. Ya no encuentro qué
más estudiar; puro caletre sin uso. No hay películas buenas este
mes. Hasta el periódico se pone tedioso con los mismos muertos, con
los mismos robos, con los mismos jonroneros batiendo récords. Ya
conozco el mundo entero, o bueno, las principales capitales; tendré
que ir a Marte y Júpiter a pararme en una nube ácida a ver que
novedad trae. Entre cortes de pelo, barba y bigote; entre ropas con
flequitos del 2020 y gimnasios de marca, ya no puedo estar más
bueno. Qué ladilla. Ya no encuentro qué tener, qué buscar, qué
botar. Me dicen que hay gente que con mucho menos que yo que logra el
bienestar, la tranquilidad, pero yo estoy seguro de que esa gente
está aburrida... lo que pasa es que no lo dice.
martes, 20 de diciembre de 2011
Sales a asomarte
Música extremadamente linda y sales a asomarte.
Cosquillas detrás de las orejas y un baño de agua tibia sobre mis ojos cerrados
y mis labios de risa tenue. Caricias aterrizan de mis recuerdos, de mis
anhelos, para rendirse a mi humilde petición, a mi apresurada demanda. Un
regalo inesperado, quién sabe si merecido. Un gesto fantasmal vestido de rosa.
Un paseo por la vida escurridiza, coqueta, de timideces ingratas pero
inobjetables.
Si volvieras...
Si volvieras. Si estuvieras. Si
despertases a mi lado y me lo hicieras saber con tu calor. Si me vieras. Si
supieras que ya aprendí a hacer lo que tanto me reclamaste. Si imaginaras. Si
me recordaras… si me recordaras. Ya me aprendí todas tus comidas favoritas, tus
paseos favoritos. Si lo entendieras. Tomé todas tus cartas de tinta lágrima y
me rehice pensando que si lo vieras, te echarías una pasadita de visita. Ya no
dejo mis cosas regadas. Ya no dejo un plato sin lavar. Ya no se me escapan
detalles, delicadezas, modos de vivir. Si lo supieras. Aquí estoy, preparado,
listo. Aquí estoy, sentado en la misma silla en la que me dejaste sentado,
pensando, confundido, inconciente. Sigo mirando el reloj entre sonrisas
desquiciadas, creyendo, con tu foto arrugada por la espera, desgastando la
mecedora, la puerta, el cristal de las ventanas. Han sido muchas las cenas que
debí gastarme yo solo, mientras la otra copa me miraba con interrogación. Han
sido las noches que dejé tu lado mullido de la cama, sin sentir que nadie
llegase en madrugada alguna. Es mi dosis de locura. Estoy seguro, muy seguro de
que ya lo sabes todo, que lo has visto todo, que sólo no me quieres matar de la
emoción, y que, muy seguramente, llegas a dormir luego de mi vigilia y te vas
antes de mi despertar. Por eso es que estoy vivo, esperándote, para siempre.
Un cliché más
Si las cosas hablasen, contasen. Mi puerta
extraña tu aparición, tu rosa escondida, tu espera mientras yo adentro me
apuraba a recibirte. Mis sillas se quejan por no tenerte mientras yo salgo de
cocinar, de bañarme, de despertarme. Mis ventanas no aguantan ya que la luz ya
nunca venga desde adentro, cuando veías el cielo casi lluvioso, augurando un
rato más conmigo. Mis corredores, escaleras, temen olvidar tus caricias al
pasar, al explorar con curiosidad. Mi cama ya no puede evitar la soledad al no
tenerte en las noches en las que sólo recibe pasión solitaria, lágrimas y algo
de rabia que tranquiliza el torrente que fenece lenta y firmemente con cada
oscuridad ociosa. Mi techo, mis paredes, mis retratos, mi chimenea; todos te
extrañan como yo, y si pudiesen hablar, contar historias, confesar, seguramente
lo harían mucho mejor de lo que yo lo hice. Si todos ellos hablasen, te
contarían de la historia de cobardía y tristeza que ahora me habita.
Dulce y desatinado Niño Jesús
Dulce y desatinado Niño
Jesús. Puntual como un buen funcionario. No había manera de que me trajeras lo
que pedía… seguramente por falta de antelación, pero nunca quedaste mal. “El
niño es un espíritu que entra por la ventana y deja los regalos”, me decía mi
mamá, mientras yo me imaginaba una sombra azul, escurriéndose por entre las
rendijas de la ventana, moviendo la cortina de la sala y haciendo su acto de
magia en la esquina de la pared verde esmalte. Sí pude saber que no llegabas al
campo, cuando me iba de vacaciones… seguramente porque no había antenas
repetidoras porái y la carta se quedaba corta. Unos añitos después, se planteó
la aventura de pensar que el Niño Jesús no era el espíritu en cuestión, sino
algún familiar cercano (sacrilegio no muy castigado, por cierto). Luego de
muchos años y dos hijos, ya se despejó la incógnita: El Niño Jesús soy yo.
Un paso... no más.
El equilibrio automático no existe, es
una ilusión ingenua. Desmembramos el tiempo en el próximo paso,
como los animales menores. No hay tendencia planificada, a menos que
seas un pillo. No hay un patrón coherente e inteligente al mismo
tiempo. Sumamos uno a lo que hay y nos acogemos a esa minucia; no
miramos de lejos para saber si torcemos la suerte con cada pasito, o
si conservamos lo que tanto ha costado. Palante es pallá, pero como
los perros y la cola, no terminamos pronto de dar vueltas, de
marearnos y sólo esperar el carajazo contra el piso. No botamos los
lastres, no reacomodamos lo útil y lo superfluo llena nuestras horas
inmediatas para mañana acabar en la basura. Lo que esperamos es más
grande que lo que viene y no cabe, así lubriquemos con excusas y
aparentes brillanteces. Los días pasan y no dejan de pasar factura:
ninguno es gratis o sin costo adicional... por cada 365 perdidos,
optas al premio de un año menos de vida.
domingo, 18 de diciembre de 2011
Y te miro
Te miro desde
hace rato. Te miro y sé que eres muy joven. Te miro y veo la duda en tu ceño.
Veo la inocencia que motiva a la curiosidad. Veo la fuerza que atrae el logro.
Veo la ilusión que hace soñar. Veo un ramillete de cosas que a los
experimentados podría parecer un torpe proceso de aprendizaje, pero que deja
entrever lo hermoso de crecer cada día, cotidianamente, entre la ida y la
vuelta siempre distintas, aunque sean al mismo sitio. Te veo y veo ese brillo
fresco, nuevo en tus ojos. Te veo y me hace sonreír tu picardía, al mirar y
creer que nadie te ve. Sé que poco a poco lo que se repite es tranquilidad,
seguridad, salvación, y lo distinto es ansiedad, miedo, titubeo. Te veo y
deseo, por lo más sagrado de cada quien, que nadie llegue y te diga que te
equivocas, que debes detenerte; deseo que nadie te arrastre por el terrible
camino conocido que sólo regala más tiempo de vida, sin poder sentir su sabor.
Espero que, al llegar a mi edad, tus ojos conserven el brillo que los míos
perdieron… y que ahora sólo buscan el brillo ajeno para maravillarse.
No quería llegar
Llegué y no
quería llegar. Estaba embelesado en el trayecto. Miraba hacia los lados, hacia
arriba, hacia atrás y adelante. Mi movimiento producía brisa en contra, lluvia
de frente. Como avanzaba, podía aprovechar uno que otro tropiezo para ver las
cosas desde otro punto de vista. Pero ahora, ahora parezco varado; me dieron
mis papeles en regla, mi abrazo y mis congratulaciones, y a pesar del júbilo
público, mira, ya no siento la brisa, la lluvia, los buenos tropiezos como
antes. En lugar de recoger alas, tengo lastre en los bolsillos. En lugar de
navegar, siento que el agua sube por mi cuello y respirar se pide por favor. No
hay puntos de vista distintos a éste, mi flamante y rasante. Mirar hacia los
lados requiere hundirse un poco más, así que no sé si prolongar mis miopes
exploraciones hasta que entre otra piedra en mi bolsillo casi lleno, o hacer un
último forcejeo, un último berrinche que espero efectivo, definitivo. No sé si
tenga tiempo de pensar, y temo basar mis próximas estrategias en clichés, en plantillas,
en calcos que se habrían quedado adheridos en mi cabeza durante mis tiempos de
despreocupación, en los días cuando vivía el teatro, la tragedia sólo como
espectador.
Vivo preso
Dicen que vivo preso, pero
aún así, me siento bien. En este espacio limitado, puedo caminar, correr, ver.
Es más, puedo pedir que alejen de mí la reja, ampliando el espacio a niveles a
los que critican mi situación, no podrían llegar. Tengo un horario, una hora de
salida, de entrada y de recreación. A veces trato de buscarle el sentido a ver
mi situación como un encierro, a lo que estoy sometido, pero tengo más que
otros, puedo más que muchos. Además, mi espacio crece entre las rejas, así que
parece que no estuviesen, que nadie las hubiese puesto. Es más, hay un sitio
desde el que no se ven rejas, aunque sepas que están… están… si están… Bueno,
me olvidaré de nuevo de mis rejas y seguiré admirando lo que me fue dado.
Seguiré entrando en el hoyo que hice, y miraré el cielo, ese espacio infinito
que nadie podrá encerrar, recoger. No hay remedio, debo seguir empujando esta
sonrisa en público y seguir jugando al rey de los argumentos.
Sin palabras, por favor
Me preguntas
por qué y no sé responder. Buscas una razón, un motivo por el que todo ocurrió…
pero no puedo hablarte. Esto ocurrió naturalmente, sin palabras, sin quejidos
ni suspiros. No sé explicarte el porqué de estar aquí, parado frente a ti, con
esta disposición a hacer lo inimaginable, lo imprevisto, lo inaudito. Todo
parece fluir de esta manera inevitable, sin alternativa, casi sobrenatural, y
tú te limitas a preguntar “por qué”. Tal vez es así como comienzan y terminan
las cosas; tal vez es así como ocurren y se desenvuelven tantas situaciones. Al
encontrarte, fue por dejarme llevar, por cerrar los ojos y dar pasos que
resultaron siendo nuestros aliados. Durante nuestra pasantía por la aventura y
la convivencia, por el compartir y transcurrir, las palabras fueron sólo
brazadas en medio de una corriente inexorable, no aportaban, no quitaban; y es
ahora, en este momento difícil cuando me pides que las use. No puedo. No puedo
traducir lo que siento usando mi voz, un pedazo de papel. No puedo.
Llegaron los años. Llegué yo.
Llegaron los años. Llegué a mi cabaña soñada. Llegó internet ilimitado. Llegó
el silencio absoluto, con la excepción de los queridos bichos del exterior, del
viento, del calentamiento del techo de viejas tejas. Llegó la decisión de
alejarme y llega el viaje, la mudanza siempre molesta, aunque frugal. Llegó,
como les decía, el silencio luego de los muebles y repisas. Llega el
ciberconducto y los amigos de siempre, incluyendo a los amigos de Facebook IV,
que anda de una boga… llega el yo, pero el buen yo. Se desnuda el carácter y
tira sus ropajes en el piso; nadie se quejará. Ya desaparece la personalidad. Ya
no tengo que aparentar fortaleza para ocultar debilidades; no hay audiencia. Al
acabarse el bastimento, llegará el muchacho simpático de siempre con sus
paquetes de alimentos, curas y trapos. La propina será poca, pero parecerá
suficiente como para seguir asistiendo. Llegará la caja de TV, y esta vez sí
estará más apagada que despierta. Mis ciclos vitales se reducirán al mínimo,
recibiendo sobresaltos de corazón cuando la prole visite, luego de encargarse
de su propia vida. Habrá extrañeza, pero así habrá de ser en ese momento. Los demás
creerán que tienen control de dónde estoy, de cómo estoy, mientras sabré
risueñamente que quien tiene el control, al fin, soy yo. Las pasiones que me
persiguieron habrán quedado en el camino, dejando las nuevas, las
especialísimas, las imprescindibles. Al fin mi cuerpo, mi mente y mi espíritu
se sentarán en la misma silla, sabiéndose uno solo, parte integrante de este
ser. Disfrutaré varias primaveras e inviernos en ese estado de esplendor
incomprendido, banalizado, escandalizado. Habrán invitaciones que no podré
atender nunca más, pero serán secundarias, a mi manera de ver. Habrá llegado
entonces, la nueva vida. Habrá llegado el cúmulo de años con una buena noticia,
la noticia que dice que será un buen final, uno apoteósico donde la audiencia
selecta que estuvo al tanto sonreirá levemente ante la supuesta pérdida, ante lo
que comenzó a ser inmortal.
sábado, 17 de diciembre de 2011
Lógico, mi pana
Un libro me dio
conocimiento, estudio. Ese conocimiento me dio lógica, modos de ver la vida. Esa
lógica me dio una manera de actuar, y como era tan lógica, la tomé como verdad.
Luego comenzó la experiencia. Tomé mis reglas y escuadras, lápices y muy poca
borra – claro, no había mucho que eliminar- y comencé a caminar. Daba un paso y
lo comparaba con mi diagrama particular. Completaba algún recorrido y
extrañamente, el camino tenía imperfecciones que no estaban en mi mapa. Revisé mis
papeles y no parecía haber nada malo, por lo que situé como erróneo todo lo que
me salía al paso. Llegó un momento de tantas laceraciones en la piel, en que
tantas cosas no me cuadraban ya, que decidí rectificar mis anotaciones. Ahora revestían
mucho de realidad, de calle, de intimidad, de humildad. Ahora yo era una
expresión más de esa realidad honesta. Ahora, afortunadamente, ya escribí mi
libro.
Luces, cámara... ¡sueño!
Soñé contigo. Soñé contigo,
y a pesar de que fui yo quien puso esas palabras en tus labios, me sorprendió. Soñé
contigo y te di el más acomodaticio de los discursos para que me lo dijeras y
me alegrara. En el excelente performance registrado en mi obra onírica, te
comportaste muy bien, brindándome el confort que siempre deseé. Lo único malo
es que yo era el escritor, director y tramoyero; tú sólo prestaste tu imagen
para redondear la escena perfecta. Hoy, que te veo, no sé explicarte lo
magnífica que estuviste, lo capaz que eres de decirme aquellas cosas tiernas y
morir por mí. No encuentro, al verte pasar, la manera de decirte que soy yo, el
de anoche, el que deseoso de que estuvieses más cerca de mí, te metió en su
cama… aunque de raro modo.
Ciclos rotos
Ciclos rotos. Jabón que
no se gasta. Espina que no salió. Ciclos rotos. Lo que pudo ser se acomoda el
cinturón y se prepara para salir a caminar sin volver. No hubo tiempo, no hubo
espacio, no hubo cómo. No se pudo deshilachar la historia y terminar como las
otras, bajo el yugo de la cotidianidad. Las condiciones
adecuadas brillaron por su ausencia y nació el pequeño monstruo que ruge
durante las copas, durante mis silencios, durante mis miradas perdida. La ilusión
infantil recibió su regalo y luego le fue arrebatado. No hubo día a día; no hubo
rutina; no hubo, para colmo, sueño planeado. No existió conciencia de lo común,
de lo edificante que era todo en la existencia real. Por eso, quiero cerrar mi
ciclo. Quiero poder arruinar, con toneladas de realidad, lo que mi imaginación
y mi esperanza imbécil se empeñan en mantener vivo.
viernes, 16 de diciembre de 2011
No quiero tu devoción
No quiero tu devoción. No quiero ser
tu santo, el medio y fin de tus plegarias. No quiero
sobreprotecciones ni altares. No quiero caricias pegajosas que
destilen temor y apego. No quiero que al levantar mi mano te coloques
en posición de sacrificio, ni que al cerrar los ojos te sientas
libre. Eso es mucho compromiso para lo que estoy dispuesto a aceptar.
Soy un pecador, un pícaro, y como tal merezco algo de desconfianza,
de vigilancia enfermiza. Quiero reclamos airados, manoteos que
terminen en agarrones y besos, en abrazos y cama. Quiero sublevación
y propuestas en contra. Quiero huelgas y declaraciones de guerra desintencionadas, si
eso fuese posible. Quiero pasión.
jueves, 15 de diciembre de 2011
Sigo esperando
Sigo esperando. Sigo aquí,
como un niño perdido a quien se le dice que al estar perdido, no se mueva, para
ser encontrado de nuevo. No voy a abandonar mi lugar… todavía no; aún me queda
tiempo para este riesgo calculado, para esta aventura a solas. El reloj, el
café, el balcón. Ya aprendí la rutina para esperar, para no desesperar. Sé
hacia dónde caminar, dónde detenerme y dónde entretenerme; sin mentiras, sin
ilusiones. La única certeza viene de no sé qué sitio dentro de mí. Mi
incredulidad y mi escepticismo se han visto derrotados por una fuerza mayor,
por un impulso repleto de verdades, de argumentos irrefutables. Por eso, sin
ansiedades, sin miedos, sigo esperando.
Yaceré
Voy a yacer. No haré más esfuerzos por
nada. No habrá más motivación. Habrá oscuridad voluntaria. No habrá el más
mínimo interés por aquello que pretenda fijar mis ojos de nuevo. Dilataré mis
pupilas como si lo que tuviese que ver fuese de lejos. Trataré de borrar
figuras y fondos de mi frente. Pernoctaré sólo con sonidos cada vez menos
conocidos, hasta el punto de sólo saber que fueron alguna vez. Transformaré
toda mi vida en recuerdos que pretendan rescatar algo que valga la pena, con la
infructuosidad del caso. La amnesia de mis músculos, de mis laxos reflejos no
permitirá otras perspectivas, otros paisajes distintos de estas blancas,
metálicas e indiferentes paredes. Haré
las maletas a mis esperanzas, mis sorpresas, mis sonrisas; haré de cuenta que
estoy al borde de un risco, despidiendo a estos buenos y fieles amigos, para
luego abrir los ojos en una de mis penúltimas veces y dar por sentado que todo
es finito, que todo acaba, incluso para mí, que tantas veces fui testigo ileso
de la ocasión ajena. Ahora, en este momento, sólo necesito una mano que
sostenga la mía, una caricia en la frente que niegue lo que siempre pensé de mí
mismo. Ahora, lo que necesito es algo que deje a mis párpados dejarme ir, sin
sentir que falta algo que evadí durante toda mi existencia. Ahora, lo que temo
es una sentencia mayor a la que ya tenía prevista para este momento.
Epa, ¿Su Majestad?...
Qué importante pareces
ahora. Qué por encima te haces notar. Caminas más segura y sin ver ya para el
suelo. Quedé tan impactado, que ni si quiera estoy seguro de que me reconociste
al pasar a mi lado; no sé si me tropezaste a propósito o si, por el contrario,
ya terminaste de borrar mi imagen de tu camino. Por lo que veo, tu manera de
ser, de acercarte, de mirar quedaron tiradas en el pasado. Veo que tienes nueva
y concurrida compañía; veo que ríen en coro y que comentan acerca de los demás.
No me cuadran tus ojos vacíos con lo que puedo recordar. No puedo comparar tus
frivolidades evidentes con la condescendencia que no he alcanzado a borrar, que
derramó sus semillas en suelo estéril… por lo que veo. De verdad, ahora que te
veo, no te veo; ahora que parecía la oportunidad para renovar mis recuerdos de
tu expresión en mi expectante impaciencia, prefiero no hacerlo.
Soy a quien obvias
Soy quien no
ves, pero estoy cerquita de ti. Soy a quien dejas con el saludo. Soy a quien no
miras por más de unas fracciones desgarradoras de segundos. Soy quien te
conoce, más allá de lo que puedas recordar de ti misma. Soy el anónimo que sólo
absorbe en silencio, que se da el lujo de sufrir sin tu permiso. Soy ese ángel
guardián todavía cesante. Tal vez, a veces, puedes sentir alguna fuerza a tu
alrededor que me puede delatar, y es cuando miras alrededor como si alguien
susurrase sin dirección. Esa fuerza es la que guardo para ti. Esa fuerza es la
que se nutre de verte cada día, y lejos de disminuir, aumenta sospechosamente.
Sigue caminando; ya no pienses que algo o alguien puso en ti la semilla de la duda
de que hay algo que no sabes, que no conoces, pero que sientes como una brisa
ocasional. Sigue caminando, que de una manera casi inevitable, al tropezar,
quizás conozcas a alguien que teme, que se horroriza, de seguir siendo
invisible, aún después de ese momento mágico.
Charlatán de m...
Qué fácil es opinar de lejos,
disertar en ausencia. Desde unos centímetros de lejanía, hasta
miles de kilómetros distancia. Qué capaces lucimos con la pipa y
las piernas cruzadas, sin dejar hablar al otro de lo que aparentamos
estar seguros. Comprobar la veracidad da mucho miedo, por eso, me
quedo detrás de la reja de protección. Comprobar la verdad puede
ser desgarrador y nos podemos quedar ensartados en alguna causa, en
algún trauma, en alguna certeza inconveniente por ahora. Voy por el
segundo trago y me siento de lo mejor, saltando entre temas de los
que no sé mucho, pero cómo gozo argumentando. Sin bajar de la
burbuja blindada o sin querer subir a la racionalidad mínima, toda
la conversa se convierte en una ristra de estupideces, una mayor a la
anterior, buscando algún incauto que sea presa de nuestra elocuencia
afectada. Hablaré de tierra sin ensuciarme las manos, de muerte sin
acercarme al cadáver, de vida, sin acercarme a la alegría. Todo un
charlatán sin sueldo, que adoptará el oficio de hablar y hablar,
sin medir lo que dice, sin considerar por un momento que de alguna
forma hechicera, está envenenando de mentiras -blancas o no- la
realidad de quien pasa por enfrente necesitando creer.
miércoles, 14 de diciembre de 2011
El principio de Peter
Tomaremos al mejor técnico y lo
pondremos de jefe. Agarraremos por el pescuezo al mejor novio y lo
convertiremos en esposo. Arrastraremos al mejor hijo y lo haremos
padre. Por las greñas nos traeremos al mejor soltero y lo
comprometeremos en lo que debe hacer al fin, como acto de justicia.
Como una secuencia natural inexorable, convertiremos lo que está
bien, óptimo, y les pondremos los medidores en cero para ponerlo en
otros menesteres. Depredaremos cuanta cosa veamos rodando suavemente
y la pondremos en el más pedregoso de los terrenos. Sacaremos los
tornillos que nunca se movieron de su función, los botaremos y
sacaremos una bolsita con unos nuevos, porque mire, mi hermano, ahora
sí que se pondrá buena la cosa. Así, quien era diligente, se
aburrirá. A quien le gustaban los cuadritos, se resbalará con esas
metras. Quien era espléndido, sobrevivirá con detalles obligados,
con los deberes del día. Quien extrañaba y volvía con todas las
fuerzas, perderá la fuente de energía. Hay que ver, cuando no es la
falta de supervisión, es esta ladilla proactiva.
El portal interdimensional
La puerta interdimensional de la media
hora. Pues si, así es. Con media hora antes, salgo de la casa con un
tumbao de calma, de desapuro. Con esos minutos de más, recorro mi
acera y entro en el subterráneo como si fuese al paseo de los
domingos o a la cita esperada de semanas. Y es cuando miro con
atención alrededor y entiendo mi verdadero nivel, mi real altura
ante la cotidianidad avasallante, esta vez de los demás. Si hay que
hacer cola, la hago. Si hay que esperar, espero. Si hay que discutir,
ni me fijo.Si hay un emergente, pase usted. Desde un lado sin
turbulencia, si no se puede en este vagón, será en el próximo. A
medida que camino a ritmo calmo, noto que los demás me rebasan en el
largo pasillo, con esa ansiedad diaria, inamovible, inexorable
dejando girones de salud en las losas rayadas. La música y mis
treinta minutos de ventaja mecen mi andar, casi hasta el bostezo,
mientras el torbellino siempre es ajeno. Parezco una aparición en
medio de tanta y contundente realidad. Parezco un extranjero
privilegiado en un corredor de nativos de la tensión, de la palabra
aguda, de la gota de sudor que no refresca. Al terminar el viaje, con
quince minutos aún en mi bolsillo, sólo queda la reflexión en
lugar del lamento.
La explosión acabó con todo
La explosión acabó con todo. El dedo
pulsó el botón en un arranque de soberbia y el fuego se comió lo
que quedaba. No importó el color de tu bandera, la edad de tu hijo
menor ni lo bueno que fuiste. Lo último que se vió fue una luz
incolora, antes de la voladura de tu casa y las del resto. La
explosión no consideró si darte un chancecito para despedirte de
quien compartió contigo el proyecto de vida, o de quien te dió la
vida misma. Y yo que creí que la despedida sería casi poética,
desgarradoramente bonita... de gran producción, pues. Me imaginaba
encima de una piedra, salvando a mi familia, a mi patria, a mi
bolsillo. Pero nada, chico; todo fue tan rápido que me quedé con
las ganas de que alguien sostuviese mi mano en mi cama de siempre,
mientras todos me decían “te amo”. En fin, nada de eso pasó ni
pasará, porque desde esta nube en la que monté el chinchorro todo
se ve vacío y quemado donde solía pasear.
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