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martes, 19 de marzo de 2019
Tu madre
Madre.
Amor tan desapasionado que recibe. Amor de urgencias, siempre presente, pero
sin cortocircuitos, sin chispas, nada como para despertar a los vecinos. Ha de
ser como un árbol, uno generoso, uno frondoso, que sirve cada vez de refugio tranquilo,
seguro, sin mucho más reconocimiento que aquel de siempre volver y sentarse
bajo su sombra a recordar, a ser acariciado sin darse cuenta. Ángel sin cargo, de
llanto escondido y de procesión voluntaria. En cambio, su existencia se asemeja
al aire que nos plena los pulmones sin percatarnos, y claro, si faltase unos
segundos se destaparía la calamidad, el peor escenario, la desesperación; porque
por supuesto, el niño malcriado lo da por descontado: ¿cómo no va a estar allí para mí? Sin embargo, y a pesar de la
inercia, sí surgen instantes en que lo obvio se hace consciente y se puede reconocer
ese tremendo regalo del universo. Solo en escasos momentos, los patiquines que
somos, nos sentimos capaces de hacer un tributo enano a tan formidable alma…
pero sólo en escasos momentos.
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