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jueves, 5 de enero de 2012

Y no hubo más...

El carro iba en el aire ya. No se escuchaba el motor. Enfrente de mí, un trozo de costa parecía acercarse. No podía distinguir las olas o el movimiento de la vegetación por el viento de esa mañana. Iba en el aire, en su último vuelo, llevando dentro de sí, a un hombre miserable, a una vida de desperdicios a punto de terminar, ya casi logrando algo, por fin, para cerrar con alguna dignidad. Pude sentir la brisa que entraba por el cristal de la ventana. Pude mirar, durante segundos interminables, el verde y el azul de las alfombras esplendorosas sobre la tierra mojada. Pude sentir, al fin, que no había deudas, que no había reproches. Sentí, por ese momento, que todo estaba a mi favor; que todo giraba a mi derredor. No había nadie a mi lado. No había pensamientos inquisidores en mi cabeza. Cuando menos pensé que llegaría; cuando estaba en el umbral de la muerte, fue cuando sentí la paz esperada por años enteros, por tiempos tumultuosos. Lo único que alcanzo a recordar, justo antes de llegar al suelo, fue el fogonazo de tres rostros sonriendo. De pronto, no hubo nada más.

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