El adjetivo se apoderó de mí. Hace
algún tiempo lo sustantivo pasó a otro plano, a uno invisible.
Ahora no soy un hombre, sino un negro, un blanco o un oriental. Ya no
soy un ser humano, sino un consumidor, un político, un millonario o
un simple pobre. Los ojos no ven lo de dentro, sino lo más afuera
posible, lo más por encimita posible para no encontrar sorpresas
desagradables. El cuentico del tener que se comió al ser. La triste
historia de adjetivar todo y convertirlo en lo central, en lo
definitivo, sin querer ni poder aguantar la mirada hasta ver algo
auténtico, verdadero, que parezca y sea. Tal vez me conforme con las
ropas, con las apariencias, con la envoltura, mientras algo en el
interior subvierta el orden impuesto; hasta que se acaben las
dilaciones de la televisión, la revista y los viajes, y tenga que
parar en casa, en el silencio de una habitación que no aguanta más
adjetivos.
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