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jueves, 19 de enero de 2012

Un triste... mucho gusto.


El adjetivo se apoderó de mí. Hace algún tiempo lo sustantivo pasó a otro plano, a uno invisible. Ahora no soy un hombre, sino un negro, un blanco o un oriental. Ya no soy un ser humano, sino un consumidor, un político, un millonario o un simple pobre. Los ojos no ven lo de dentro, sino lo más afuera posible, lo más por encimita posible para no encontrar sorpresas desagradables. El cuentico del tener que se comió al ser. La triste historia de adjetivar todo y convertirlo en lo central, en lo definitivo, sin querer ni poder aguantar la mirada hasta ver algo auténtico, verdadero, que parezca y sea. Tal vez me conforme con las ropas, con las apariencias, con la envoltura, mientras algo en el interior subvierta el orden impuesto; hasta que se acaben las dilaciones de la televisión, la revista y los viajes, y tenga que parar en casa, en el silencio de una habitación que no aguanta más adjetivos.

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