Te vas a morir. No, no te asustes, pero
te vas a morir. Tal vez no ahorita, ta vez no mañana, pero ocurrirá.
De hecho, todos vamos a morir en algún momento. Si te fijas bien,
muy pocos que hayan nacido hace más de un siglo, han sobrevivido.
Cierra la boca de susto que pusiste. Parece que te hubiese hablado de
algo que no ocurre, de algo raro, de algo pintoresco. Por supuesto,
para los que estamos vivos la muerte no existe, pero la hemos visto
en otros, en muchos, en la mayoría de los que han existido. Pero
tranquilízate; con algo de precaución, buena alimentación y mucha
suerte, no morirás aún. Lo que si he notado, y por eso vine con el
tema, es que mientras llega tu muerte no estás dando los pasos que
te gustaría dar. Veo que con cada día que pasa, cada día con un
día menos de vida, sigues pajareando sin sentirte contento. Veo,
como una locura colectiva gravísima, que botamos momentos,
posibilidades, hechos sin hacer. Noto, con real susto, que en lugar
de colocar un ladrillo encima de otro, la destrucción se instaura y
gobierna nuestros momentos. Miro por la ventana, escondiendo parte de
mi cara, cómo paradigmas locos de destrucción y poder van ganando
terreno en tu mente y la sonrisa que tratas de regalar nadie la
quiere. Acaba de pasar otro día y no revisaste ni por dentro ni por
fuera; no limpiaste ni por dentro ni por fuera para hacerle espacio a
lo nuevo, a lo fresco, a lo enorgullecedor. Mientras te hablo la
mirada se te pierde como buscando a lo lejos; espero que me estés
escuchando. Espero que estés tratando de visualizar, al menos, un
pequeño ladrillo que comience tu nueva y modesta edificación. Hablamos
en unos años... si es que estamos.
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