Final de un mal día. Si
hubo un paso al frente, no me enteré bien. Todo pareció una terrible
aritmética, en la que no pude identificar avance alguno. Cada impulso era para
emparejar un atraso, una metida de pata. Cada palabra fue usada en mi contra.
Cada gesto fue malentendido, y el abuso no estuvo ausente. Poco a poco se
fueron aflojando los tornillos de mi optimismo, los nudos de mis fortalezas
primitivas, y caí en mi querida compañía, la depresión. Sentado en el piso, o
más abajo, veo cómo todo pasa sin tocarme. Las pocas cosas que logran un roce,
lastiman sin remordimiento. Y ya que estoy aquí, en esta perspectiva tan
interesante, no dejo pasar detalle. Miro arriba, a mi alrededor, y me limito a
gozar de las alegrías ajenas, a apreciar le gozo ajeno, a saber que alguien
puede estar ahorita muy feliz, mientras lo veo, mientras es espiado inocuamente
por este servidor. Pero no todo es malo, en esta dureza del suelo, no todo es
contrario. Estoy seguro de que, recogiendo estas caras de alegría con cierta habilidad,
las podré usar luego, aunque sea de antifaz, para los tiempos duros que vienen.
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