¿Quién soy? A la
mente viene mi nombre, mi profesión, y por supuesto, la negación de lo que creo
no ser, de lo que no quiero ser. La pregunta sacude lo que me queda de razón y
desafía mi intelecto adormecido por las marcas, por las transacciones. Podría ser
yo mi memoria. Podría ser padre, hijo, y si me pongo creativo, hasta Espíritu
Santo. Puedo ser un chisme de la historia, un cúmulo de relatos de gente que me
quiere, o al menos que lo cree. Puedo ser mis obras, por escasas que sean.
Puedo ser mi experiencia convertida en práctica, enderezando entuertos o
torciendo a mi modo. Podría ser yo un grano de arena en el ojo de alguien, una
brizna de paja en la comida de otro. Puedo ser el invento de un editor, la
idealización de una dama, una leyenda oculta. Seguramente, lo que siento tiene
un puesto importante en lo que soy. Definitivamente, lo que quiero ser, sin
saber aún lo que signifique, tiene un puesto asegurado. Mis ganas, mis
indiferencias, mis pasiones y mis temores han de ser retazos de lo que soy. Viéndolo
bien, tal vez sea mejor no saber la respuesta por ahora, porque creo que lo que
soy está signado, profundamente, en incertidumbres y no en certezas.
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