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sábado, 14 de enero de 2012
Nazco en la mañana
Nazco en la mañana,
desnudo, auténtico. A medida que pasan las horas comienzo con el muy fácil
oficio de disfrazarme. Mis productos en el gabinete de casa, la ropa a la moda,
el carro del año. Poco a poco voy dejando detrás al carajo de la mañana, y voy adoptando
poses con cada letrero que veo. A medida que avanza el día, uso palabras
enrevesadas para explicar cosas que me parecen simples, todo por aparentar algo
que no soy, pero que sé como ser. Un cigarro, un café, un periódico, me llevan
siempre más allá de lo deseado, pero no puedo luchar contra lo que prefiero,
tal vez, a mi pesar. Sólo quedan ventanas en esos días por las que puedo verme
desnudo de tanta rigidez, y esas ventanas tienden a cerrarse porque estoy
ocupado, entretenido en mi bienestar invisible, casi imperceptible. Llego cada
vez a casa, vestido de olores ajenos, de criterios alienantes, de engaños por
perpetrar. Me siento en la cama y puedo sentir el vapor que destilo. Puedo
sentir cómo me desinflo y es en ese momento en el que sale la primera sonrisa
verdadera del día, lamentablemente, porque sólo resta dejarme caer y cerrar lo
ojos para no seguir en este papel tan barato, en este desgaste con clase, en
este intento a ultranza por fallar con distinción.
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