Desperdicié otro regalo especial. Puse
mi empeño en los detalles, me pregunté qué le gustaría más, qué
le arrancaría el brillo de los ojos. Estuve cazando señales en el
aire, deseos obvios, tal vez necesidades escondidas para ser quien
las resolviera, quien brindase la solución buena, bonita y a
cualquier costo. Busqué el mejor de los envoltorios, lo arreglé
durante horas, le coloqué la mejor dedicatoria hasta ahora lograda y
lo puse en sus manos. Pero terrible fue la respuesta. Una desazón
casi indiferente, un trámite por desechar fue lo que percibí. Aún
abierto y esplendoroso para mí, traté de darle pistas, de menear la
cola, de saltar para celebrar en su lugar para ver si se le
contagiaba alguna emoción, algún sobresalto sabrosito. Pero no. Vi
que se lo llevó, pero me han dicho que no lo mira, que no lo usa,
que no fue un aporte válido. Mientras yazgo en este banco, miro mis
manos mientras las froto. Las miro, las giro y empuño mi arrechera
por ser tan imbécil, tan ingenuo, tan suicida... de nuevo.
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